Historias de precariedad
Son ‘riders’, usan las nuevas tecnologías, pero las aplican con un sentido ético. Algunas experiencias emergen como pequeños destellos en el horizonte de las relaciones laborales del siglo XXI
César G. Calero 11/12/2019
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“Dejemos algunas cosas claras desde el principio, ¿vale? No trabajas para nosotros, trabajas con nosotros (…) No vas a tener salario sino ingresos (…) Eres dueño de tu destino, Ricky, ¿serás capaz?”. A los miembros de la ciclomensajería La Pájara, las palabras que escucha Ricky, el personaje principal de la recién estrenada película de Ken Loach, Sorry We Missed You, les suenan familiares. En la primera escena de la película de Loach, el encargado de almacén de una plataforma de reparto a domicilio entrevista al atribulado Ricky (Kris Hitchen), que asiste a la reunión empujado por su desesperada situación laboral, que no para de empeorar desde la crisis financiera de 2008. “Esto (el dispositivo con la aplicación de la plataforma) decide quién vive y quién muere (…) Haz que esté contento”, le aconseja el encargado. En un cine del centro de Madrid, Kike “el flamenco”, Martino “el búho”, Antonio “la garza” y Joaquín “águila calva”, los miembros de La Pájara, posan junto al cartel de la película de Loach. Han sido invitados a una proyección-coloquio y deciden hacerse una foto para que la distribuidora se la haga llegar al director británico. La imagen de los riders de La Pájara, sonrientes junto a sus bicicletas, representa esa luz de esperanza que no asoma en la tormentosa historia hilvanada por Loach y su inseparable guionista, Paul Laverty. Sorry We Missed You es un fogonazo de realidad sin anestesia que pone al descubierto los atributos de una mal llamada economía colaborativa: precariedad, explotación soterrada, fomento de una competitividad descarnada, desprotección laboral, el mantra de la “flexibilidad”, etc. Características que en la era de la globalización se replican en todas partes casi con idéntico patrón. Las cuitas de un obrero precarizado de la economía digital son hoy similares en Newcastle (donde está ambientada la película), Madrid o Sao Paulo. Pero esa demoledora realidad es capaz también de generar movimientos de resistencia por parte de aquellos que la sufren; experiencias alternativas que, valiéndose también de las nuevas tecnologías, pero aplicándolas con un sentido ético, emergen como pequeños destellos en el horizonte de las relaciones laborales del siglo XXI. Y en ese camino, algunos riders corren que vuelan.
Como si se tratara de un personaje de ciencia-ficción, a Martino Correggiari lo desconectaron de Deliveroo en agosto de 2017. Había empezado a trabajar en febrero de ese año para esta plataforma de reparto de comida fundada hace seis años en Reino Unido por William Shu y Greg Orlowski, e instalada en España desde 2015. Amante de la bicicleta, este italiano de 33 años se había propuesto vivir como repartidor. Pero no tardó en darse cuenta de que no le iba a ser fácil llegar a fin de mes con los ingresos que obtenía realizando pedidos para Deliveroo. Junto a Kike Medina y otros cuatro compañeros, fundó La Pájara Ciclomensajería en septiembre de 2018. Los cuatro integrantes actuales de la cooperativa han logrado en este año fidelizar a una pequeña clientela (cuentan con unos 500 usuarios de su aplicación) y a un puñado de restaurantes (muchos de ellos veganos) comprometidos con el consumo responsable y el comercio de proximidad.
En septiembre del 2018 los miembros de la cooperativa La Pajara ya estaban pedaleando bajo el impulso de Mares Madrid, un programa del Ayuntamiento, con apoyo de la UE, que promueve proyectos relacionados con la economía social
“Nosotros surgimos del conflicto que hubo con las grandes plataformas –explica Kike en un bar cercano al cine donde se va a proyectar la película de Loach–. Venimos de esa lucha. Comenzamos a auto-organizarnos en 2018. Queríamos construir un proyecto nuevo basado en derechos laborales dignos con la pretensión de generar en un futuro una oferta de empleo digna y así profesionalizar el sector (del reparto de comida y la mensajería). Ahora se vulneran mucho los derechos de los trabajadores en ese sector porque hay una alta temporalidad”. En septiembre del año pasado las aves urbanas ya estaban pedaleando bajo el impulso de Mares Madrid, un programa del Ayuntamiento madrileño, con apoyo de la Unión Europea, que promueve proyectos relacionados con la economía social. Gracias a ImpulsaCoop, una suerte de incubadora de cooperativas, han estado un año testando si su idea es viable. Y hace un par de semanas se establecieron ya definitivamente como cooperativa sin fines de lucro. “Aunque todavía tenemos unos ingresos precarios, trabajamos por y para nosotros sin tener a una persona del monopolio encima. Y somos los dueños de nuestras herramientas digitales. Eso es una gran diferencia”, explica este licenciado en Bellas Artes de 33 años que ha abrazado también la subcultura rider. La herramienta a la que se refiere se llama CoopCycle. Y no hace falta mantenerla “contenta”. Al contrario que las aplicaciones utilizadas por las grandes plataformas como Deliveroo o Glovo, en las que se penaliza a los riders que no cumplen con determinadas expectativas de entrega o la aceptación de pedidos por medio de unos diabólicos algoritmos, quién sabe si con el concurso de alguna aviesa mano, CoopCycle es una aplicación de código abierto creada por una federación de ciclomensajería francesa que mantiene una filosofía del trabajo similar a la de La Pájara. La herramienta digital puede ser utilizada por cualquier cooperativa de reparto en bicicleta. Es de uso libre y está en constante desarrollo gracias a las aportaciones de todos sus copropietarios.
Uberización del empleo
Martino ha llegado con traje de faena al local de la Plaza de l@s Comunes, en el madrileño barrio de la Arganzuela, donde la organización Paz y Dignidad ha organizado una charla-debate sobre la “uberización” del empleo, el nuevo rostro digital del capitalismo. Aparca su estrambótica bicicleta de carga enfrente del local y se apresta a escuchar a los ponentes, entre ellos a su compañero Felipe Corredor, un exrepartidor colombiano de Deliveroo, doctor en Investigación Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro del colectivo Riders X Derechos, azote de las grandes plataformas. Felipe también sufrió una “desconexión” por parte de Deliveroo. El eufemismo se las trae. La economía digital está resignificando los conceptos clásicos de las relaciones laborales. En un futuro próximo, la palabra “despido” podría desaparecer de nuestro vocabulario laboral. Y con ella la palabra “indemnización”, la palabra “protección”, la palabra “huelga”… La cuarta revolución industrial ha generado un robot con alma medieval. Corredor lo sintetiza así: “Lo que se nos vende como algo nuevo es la sofisticación de la explotación. Ahora ya no se ve al jefe físicamente, antes sí, y ya no hay contacto cara a cara con los compañeros (en plataformas como Deliveroo). Aflora el individualismo, la competitividad interna, se pierden derechos y se dinamitan los vínculos sociales por la alta rotación en los trabajos y la movilidad constante”. Para Corredor, la narrativa impuesta por la economía digital que representan Deliveroo, Glovo, Uber Eats y otras plataformas de reparto va calando en la conciencia de los trabajadores. Flexibilidad es uno de los términos favoritos de ese glosario digital. Lo primero que le dijeron a Felipe en la charla de formación de Deliveroo fue, como al resto de interesados, que podría elegir sus propios horarios. Para estimular a los no iniciados, nada mejor que recordarles la historia de éxito de Shu y Orlowski, dos espíritus emprendedores, otra expresión de obligada asimilación. Porque la cuarta revolución industrial adiestra ya a un ejército de emprendedores. Seremos, por fin, dueños de nuestro destino (¿serás capaz, Ricky?). Y, a la vez, esclavos de una despiadada aplicación digital. “La nueva disciplina funciona mejor que el látigo –reflexiona Felipe–; ahora, el látigo que impone el rendimiento laboral lo lleva encima el propio trabajador”.
Para las empresas, los ‘riders’ son trabajadores autónomos. Para la Inspección de Trabajo de la Seguridad Social, se trata de falsos autónomos que tienen una relación laboral con esas empresas
Martino comenzó a trabajar en Deliveroo en febrero de 2017, dos meses después de llegar a España. Antes había hecho algunos trabajos relacionados con su profesión –arquitectura–, en los que también se sentía explotado: “No quería quedarme horas y horas en casa frente al ordenador y vi que era fácil entrar en esa plataforma. Te dan una charlita, te hablan de que tú escoges las horas, te das de alta como autónomo y ya está. Después me di cuenta de que era muy difícil escoger horas para que se convirtiera en un trabajo rentable, no ya seguro, porque es un trabajo de alto riesgo. Llegó mayo (de 2017) y veía que trabajaba unas 25 horas semanales y no me daba para vivir, así que tuve que compaginarlo con el trabajo para otras ciclomensajerías. En junio me llegaron dos correos de Deliveroo en los que me informaban de que habían cambiado las condiciones del contrato. Proponían dos nuevos tipos: uno de ellos el TRADE (trabajador autónomo económicamente dependiente) y otro que cambiaba algunas condiciones del contrato mercantil que yo había firmado en su momento con una duración de dos años. La empresa eliminaba ahora el pago asegurado de dos pedidos por hora y comenzaba a pagar solo por pedido realizado. Decidí no firmar”.
Después llegó la huelga de repartidores de julio de 2017 organizada por Riders X Derechos. Martino fue parte activa de esa protesta de éxito dispar: “A comienzos de agosto, recibí una comunicación. Deliveroo prescindía de mis servicios”. Junto a otros dos compañeros, interpuso una demanda individual contra la compañía y la justicia obligó después a Deliveroo a indemnizarlos. Los juzgados se han llenado en los últimos tiempos de denuncias relacionadas con los riders. La cuestión de fondo es la categorización laboral. Para las empresas, los riders son trabajadores autónomos. Para la Inspección de Trabajo de la Seguridad Social, se trata de falsos autónomos que tienen una relación laboral con esas empresas: Deliveroo, Glovo, Uber Eats, Stuart, etc. Un juzgado de Madrid entendió en julio pasado que esa era la premisa que prevalecía en el macroproceso que sentó en el banquillo a Deliveroo frente a la Seguridad Social. A falta de una legislación más clara, los jueces están dando la razón en algunas ocasiones a los trabajadores (en demandas colectivas, sobre todo) y en otras, a las empresas (ante reclamos individuales, principalmente).
La sentencia del macrojuicio de Madrid emitida por el Juzgado de lo Social número 19 da la razón a la Inspección de Trabajo de la Seguridad Social y considera falsos autónomos, y por tanto asalariados, a 537 exrepartidores de Deliveroo. “Cabe concluir que en la prestación de servicios de los repartidores afectados por el proceso (…) prevalecieron las condiciones propias de la laboralidad”, subraya una sentencia que ya ha sido recurrida por la plataforma ante el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Aunque Deliveroo argumentó que los trabajadores son dueños de sus bicicletas y teléfonos móviles, el juez consideró más relevantes aspectos como la organización del trabajo a cargo de la empresa o la formación que reciben los repartidores. Pero, además, para la justicia hay un factor determinante que demostraría la condición de falsos autónomos de los riders: la aplicación digital, propiedad de la compañía y utilizada por los repartidores. El timón de los “dueños de su destino” estaría así en manos de un ente ajeno, ya sea digital o de piel humana. Un ente que “decide quién vive y quién muere”. La polémica sobre la relación laboral de los repartidores viene de lejos. La sentencia del juzgado de lo Social de Madrid se apoya en parte en un fallo del Tribunal Supremo de febrero de 1986 en el que se daba la razón a los motoristas de una compañía de mensajería y se reconocía que había una “ajenidad patente” en su trabajo.
El reclamo de la “flexibilidad”
En el informe El trabajo de las plataformas digitales de reparto, publicado en septiembre por el Servicio de Estudios de UGT, se detalla cómo es el sistema de trabajo en las plataformas digitales de reparto: “Después de registrarse en la web y reservar una sesión formativa en las oficinas de la plataforma o en un coworking, el trabajador debe acudir a una sesión formativa. En esta reunión, es donde se le invita a formar parte del equipo que está revolucionando el mundo con un nuevo concepto. Se comienza por un vídeo corto donde, como píldoras, van introduciendo la idea de trabajar cuando quieras, de ser libre a la hora de elegir los horarios, el reclamo de la ‘flexibilidad’, cómo convertir en dinero tu tiempo libre…. Cuando las luces se vuelven a encender y el formador toma la palabra, empieza el proceso real de seleccionar aquellos que necesitan ese trabajo. El formador se muestra entonces agresivo, quiere gente que venga a ganar dinero y habla de repartidores que han hecho muchos pedidos y que han ganado mucho dinero. Aunque, también, advierte que hay que trabajar mucho. Por último, insiste en una idea constante: lo poco que cuesta ser autónomo”.
Una vez hecha la primera criba, aquellos que deciden continuar tendrán que adelantar dinero para equiparse con una bolsa térmica, prendas con la imagen de la empresa, una batería externa y un soporte para sujetar el teléfono móvil al manillar del vehículo. Se adquieren en forma de fianza a descontar de la primera factura. El último paso es conocer las funciones de la aplicación que establece los parámetros con los que cada trabajador obtendrá una puntuación en función de la cual el algoritmo le distribuirá más o menos trabajo en mejores o peores horarios y zonas. Los más lentos o aquellos que no aceptan determinados pedidos serán penalizados por el sistema.
Adigital, la patronal de las compañías de la economía digital, estimó en 14.337 el número de trabajadores de las plataformas de reparto en 2017. De acuerdo a esta cifra, los técnicos de UGT llegaron a la conclusión de que estas compañías (Deliveroo, Glovo, Ubereats, Stuart) se ahorran cada año 168 millones de euros (unos 92 millones en salarios no ajustados a convenio y otros 76 millones en cotizaciones que no pagan a la Seguridad Social al considerar a los repartidores como autónomos). Para la elaboración del estudio, el sindicato realizó una encuesta a medio centenar de riders y examinó actas de la Inspección de Trabajo. “Las plataformas digitales de reparto –subraya el informe– pretenden favorecerse de un supuesto vacío legislativo para generar situaciones de explotación laboral intolerables que crecen al ritmo que se extiende este tipo de negocio”.
Integrada hoy como sección en la Intersindical Alternativa de Cataluña, Riders X Derechos fue la respuesta de los repartidores a ese “sistema de explotación” al que también se refiere Felipe Corredor. El germen fue el intercambio de opiniones y experiencias entre los trabajadores, que en un principio podían relacionarse fugazmente en los centroides (puntos de control de Deliveroo donde los riders coincidían). “Era un lugar para vernos las caras, socializar y organizar la resistencia”, explica Felipe. Pero el primer pliego de peticiones presentado a Deliveroo (sobre antigüedad, horas de trabajo semanal, seguros, pluses por lluvia, etc.), obtuvo el silencio por respuesta y Riders X Derechos (de cuyo riñón surgieron después La Pájara en Madrid y Mensakas en Barcelona) convocó a una huelga. La compañía “desconectó” a los promotores de la protesta y cerró los centroides. Se acabó la socialización de los trabajadores, esa rémora heredada del fordismo que la economía digital se ha empeñado en enterrar. La empresa perdió una demanda posterior –la primera colectiva– presentada por una decena de trabajadores despedidos en Barcelona y tuvo que indemnizarlos y readmitirlos (salvo en un caso de cese voluntario). “Lo que hicimos fue un paso en la lucha en contra de la uberización de la economía. Hoy estamos en medio de un casino judicial, esperando alguna decisión del Tribunal Supremo al respecto”, recuerda Felipe.
¿Dueños de su destino?
No todos los riders están descontentos con su situación laboral. Asoriders, una asociación sin ánimo de lucro, firmó el año pasado un acuerdo con Deliveroo para mejorar las condiciones de trabajo de sus asociados: extensión del seguro de baja laboral de 30 a 60 días, descuentos en los materiales de Deliveroo o preferencia en la franja para la selección de turnos de trabajo al regreso de las vacaciones. Héctor Merino preside esta asociación creada en 2018: “Nosotros agrupamos a más de 700 repartidores y defendemos el trabajo autónomo. Tenemos flexibilidad, podemos escoger las horas de trabajo dentro de unos horarios y seleccionar las zonas donde queremos trabajar”. Este venezolano de 53 años, asentado en España desde 2016, aboga por una legislación que les arrope y considera que si la Inspección de Trabajo sigue ganando juicios, los principales perjudicados serán ellos. “Se gana más como autónomo que como contratado –asegura Merino por teléfono–. Estamos defendiendo nuestros ingresos. A mí me rinde más así”.
De parecida opinión es la Asociación Autónoma de Riders (AAR). En un artículo publicado hace unos días en el diario La Razón, su presidente, el marroquí Badr Eddine, defendía la condición de autónomos de los riders para adaptarse a un nuevo paradigma, “en el que la economía y la sociedad evolucionan de forma imparable hacia modelos de trabajo económicamente más rentables, más versátiles y más innovadores, como es el caso más evidente de las plataformas digitales de reparto”.
Desde Riders X Derechos no han tardado en responder a esa visión de las relaciones laborales: “¿Qué idea de rentabilidad persiguen cuando la realidad es que hay que pasar el día entero en la calle para conseguir un sueldo digno? ¿Versatilidad? no es otra cosa que (el hecho de que) la empresa pueda organizarse sin compromiso con sus empleados y dar una respuesta a un mercado ‘casualmente’ muy versátil. E innovación es aprovecharse de la precariedad de miles de riders, muchos de ellos inmigrantes que no pueden permitirse reclamar unos derechos porque lo que está en juego es la subsistencia de toda su familia. No hay nada innovador en volver a formas de trabajo con tintes decimonónicos y darles una apariencia tecnológica y sofisticada”, denuncia el colectivo en un comunicado.
UGT ha establecido que Deliveroo, Glovo, Ubereats y Stuart se ahorran cada año 168 millones de euros: unos 92 millones en salarios no ajustados a convenio y otros 76 millones en cotizaciones no pagadas a la Seguridad Social
Para José Luis Zimmermann, director general de Adigital, lo más acuciante es la regulación por ley del trabajo autónomo. El espejo donde se mira la patronal es Francia, que ya introdujo hace años la figura del denominado auto-entrepreneur y propone ahora una “carta social” con una serie de derechos para estos trabajadores (cobertura por accidentes, indemnización por cese de actividad, etc.) y de salvaguardas para las empresas (mayor seguridad jurídica). Adigital propone una reforma de la ley 20/2017 que regula el trabajo autónomo en España y una adaptación de la figura del TRADE al entorno digital. “Los jueces –afirma Zimmermann por teléfono– están dando la razón a unos y a otros. Los riders son la punta del iceberg de este fenómeno. Como mínimo debería haber un debate, un diálogo. Hoy no hay una respuesta normativa a la figura del trabajador independiente que puede prestar servicios a varias plataformas, ni tampoco sobre quién es el empleador. Las plataformas ponen en contacto oferta y demanda, plantean este tipo de figuras, y es hora de discutir sobre nuevas figuras que lo que hacen es complementar rentas”.
En su informe La contribución económica de las plataformas de delivery, Adigital cuantifica la aportación a la economía española de estas plataformas digitales en 643 millones de euros en 2017, un 0,1% del Producto Interior Bruto. Mucho más modesta es la aportación al PIB de la ciclomensajería La Pájara. Sus integrantes defienden, ante todo, la promoción de una verdadera economía colaborativa. “Queremos cuidar al cliente y al trabajador, pero usando las nuevas herramientas digitales –subraya Kike–. Es algo muy sencillo; es volver a lo que se hacía antes pero con las herramientas de ahora”. Para seguir financiándose, acaban de lanzar una campaña de micromecenazgo. Kike compara su experiencia con una carrera de fondo, “con muchos sacrificios, pero una carrera que va a merecer la pena”. “Es un estilo de vida –remarca–, hay mucha sensibilización detrás, impartimos charlas para parados, participamos en coloquios sobre el tema…”.
Se trata, en definitiva, de darle la vuelta al algoritmo. Reprogramarlo para que la competitividad, el individualismo, la falsa flexibilidad, puntúen bajo mínimos y el comercio responsable, la ética laboral y el cooperativismo social ponderen al alza. Kike y Martino sueñan con que dentro de unos años haya muchas “aves” en todas partes, distintas y hermanadas a la vez. ¿Representa su experiencia y otras similares una alternativa a las grandes plataformas digitales de reparto? Martino tiene una respuesta esclarecedora: “Son opciones más que alternativas. Es una forma de resistencia”.
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Autor >
César G. Calero
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