Análisis
Todo el poder para Boris
El líder conservador arrasa en las legislativas británicas y se queda sin oposición ni dentro ni fuera del partido
Walter Oppenheimer Londres , 13/12/2019
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La victoria del Partido Conservador en las elecciones legislativas británicas ha sido tan arrasadora que ha dejado a Boris Johnson con el poder absoluto: no tendrá oposición ni fuera del partido (los laboristas han quedado hundidos, sin líder y con grandes posibilidades de vivir varios meses atenazados por una guerra civil) ni dentro del partido (el tamaño de su triunfo le permitirá negociar el futuro acuerdo comercial con la Unión Europea sin depender del ala más derechista y nacionalista de los tories). Hay, sin embargo, importantes nubarrones en el horizonte. Por un lado, la confianza que le dan ahora tanto el mundo financiero como el empresariado se puede evaporar si Johnson mantiene la línea dura con el brexit que ha prometido en la campaña. Y, quizás más importante, las tensiones territoriales se han agudizado tanto en Escocia (donde el independentista SNP ha acaparado 48 de los 59 escaños en juego) como en Irlanda del Norte (donde los partidos que defienden la unidad con Irlanda han superado por primera vez al unionismo pro británico). El populista Johnson, tan parecido a Donald Trump en tantas cosas, tiene una gran ventaja sobre el presidente de Estados Unidos. La primera, que su victoria ha sido absolutamente incontestable. La segunda, que a pesar de su tendencia a engañar, a la frivolidad y a la superficialidad, acreditó en sus ocho años de mandato como alcalde de Londres que también es capaz de gobernar de forma inclusiva y sensata. Después de un primer mandato de apenas unos pocos meses en el que hizo todas las trampas que pudo para torear al parlamento, ahora tiene el parlamento a sus pies.
Su primer problema es cumplir con su única propuesta electoral relevante: “Get brexit done”. El brexit será una realidad en muy pocos días o semanas. El Reino Unido abandonará la Unión Europea el 31 de enero de 2020. Pero eso no es acabar el brexit, es empezarlo. Ahora viene la parte más importante: negociar el tratado comercial que deberá decidir la relación futura entre Reino Unido y la Unión Europea.
Johnson no tendrá oposición política, pero las presiones le vendrán del mundo económico, que le exigirá que rompa su palabra de cerrar el acuerdo con la UE antes del final de 2020 y se tome más tiempo para conseguir un acuerdo que respete al máximo sus intereses
Los partidarios de haber seguido en la UE, los llamados remainers, tienen un paradójico punto de consuelo: el poder absoluto de Boris Johnson puede ser su mejor arma para evitar cualquier tentación de que los tories quieran romper esas negociaciones y acabar saliendo de la UE sin ningún acuerdo. Ese poder absoluto convierte en papel mojado la fuerza que tenían los alrededor de 60 ultranacionalistas ingleses que tenían casi todo el poder en el grupo parlamentario conservador en la pasada legislatura y que tan eficazmente torpedearon a la anterior primera ministra, Theresa May. Ahora, Boris no tendrá oposición política, pero las presiones le vendrán del mundo económico, que le exigirá que rompa su palabra de cerrar el acuerdo con la UE antes del final de 2020 y se tome más tiempo para conseguir un acuerdo que respete al máximo sus intereses. La buena noticia es que a Johnson nunca le ha costado mucho romper su palabra.
Tiempos de guerra civil en el Partido Laborista, donde Jeremy Corbyn ha sido puesto en evidencia por los votantes: todos los partidos han subido menos los laboristas, que han caído casi ocho puntos respecto a 2017. Es el fin de Corbyn pero no necesariamente del corbynismo. Las primeras reacciones tras la debacle electoral hacen pensar que los corbynistas no parecen dispuestos a hacer autocrítica y van a defender que los votantes no han rechazado el programa radicalmente de izquierdas del laborismo sino sus posiciones sobre el brexit.
Pero los corbynistas van a tener problemas importantes para defender su posición: el laborismo nunca en la historia ha ganado unas elecciones con un programa electoral tan de izquierdas, y esta es de hecho su peor derrota electoral desde 1935, cuando Clement Attlee obtuvo 154 escaños. Ahora se queda en solo 203, menos incluso que los 209 que consiguió Michael Foot en 1983 con un programa igualmente socialista que fue definido en su día por el diputado laborista centrista Gerard Kaufman como “la nota de suicidio más larga de la historia”.
El laborismo, que hace no tanto tiempo tenía una cuarentena de escaños en Escocia, ya no pinta nada al norte de la frontera (11 de 59 escaños), cada vez pesa menos en Gales (donde ha pasado de 28 escaños a 22 y ha visto crecer a los conservadores de 8 a 14) y no existe en Irlanda del Norte. Su futuro electoral pasa por Inglaterra, que históricamente ha estado más a la derecha y que es la fuerza motriz del brexit.
Tiempos también de reflexión para los liberales-demócratas, que han subido en votos pero retrocedido en escaños y que han perdido a su efímera líder, Jo Swinson, derrotada en su circunscripción por el SNP. El sistema electoral les perjudica, pero su campaña ha sido catastrófica, su propuesta de revocar el brexit sin ningún referéndum ha sido percibida como antidemocrática hasta por los remainers y se han quedado lejísimos de las expectativas de voto que tenían dos meses antes de las elecciones.
Reflexión también para la clase política en general porque se ha ensanchado el desencuentro entre los ciudadanos de las grandes ciudades y los votantes del resto del país, que parecen achacar cada vez más las dificultades de la vida diaria a lo que ven como una élite cosmopolita metropolitana que les ignora y no entiende sus problemas.
El otro gran ganador de las elecciones es el Partido Independentista Escocés (SNP) de Nicola Sturgeon, que se ha llevado el 45% de los votos (20 puntos más que los conservadores, segundos en Escocia) y ha conseguido un innegable mandato popular para exigir a Westminster un segundo referéndum sobre la independencia. Lo que ocurra en Escocia puede tener extraordinarias repercusiones en Cataluña, sobre todo si Johnson se niega a aceptar la consulta y Sturgeon pone en marcha un arma que alguna vez ha insinuado que podría utilizar: la unilateralidad.
Intrigante el comportamiento del electorado de Gales, que ha castigado al laborismo pero gran parte de esos votos no han ido al Partido Conservador, sino al Partido del Brexit aún a sabiendas de que eso era tirar la papeleta a la papelera.
La siempre inescrutable Irlanda del Norte ha castigado al unionismo radical del DUP, que ha perdido dos de sus 10 escaños. Los votos perdidos por el DUP (5,4%) no han ido tanto al unionismo moderado como al Partido de la Alianza, que no se alinea ni con los católicos pro irlandeses ni con los protestantes pro británicos, y que ha subido casi nueve puntos y logrado un escaño. Interesante también la caída de votos (pero no escaños) del Sinn Féin, que ha perdido casi el siete% de apoyos y ha visto como los socialdemócratas del SDLP obtenían dos escaños.
El mundo financiero ha recibido los resultados con euforia. Una euforia que no se debe a la materialización del brexit, sino a haber evitado a Jeremy Corbyn, a contar con un gobierno fuerte que acabará con las incertidumbres de los últimos tres años (o nueve, si nos retrotraemos a la coalición de conservadores y liberales demócratas entre 2010 y 2015, seguida de gobiernos sin apenas mayoría o sin mayoría alguna entre 2015 y 2019) y a tener un ejecutivo dispuesto a inyectar miles de millones en obras públicas (las constructoras se dispararon en Bolsa al confirmarse la mayoría absoluta de Johnson) y a no subir los impuestos más de la cuenta. Sin embargo, la fortaleza de la libra esterlina puede ir diluyéndose a medida que avancen las negociaciones comerciales con la Unión Europea.
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Walter Oppenheimer
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