Palabras mayores
Ginés García
El actor que no amaba el cine
Ginés García hizo su primer papel para televisión con 65 años. Durante tres décadas fue electricista del Metro de Madrid
Aníbal Malvar Madrid , 23/12/2019
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Ginés García (Cartagena, 1951) se jubiló antes de conseguir su primer bolo como actor. Firmó su primer papel para televisión con 65 años, y desde entonces se le puede ver en series, anuncios y otros formatos haciendo figuraciones o pequeñas interpretaciones de carácter. Con estos ingresos completa la pensión que le dejó su trabajo durante casi 30 años como electricista de mantenimiento en el Metro de Madrid. Está feliz con su nueva vocación, en contraste con la mayor parte de los profesionales del sector. Según la Unión de Actores, el 53% no gana más de 3.000 euros anuales y un 46% recurre a otras fuentes de ingresos para subsistir.
A Ginés García, a pesar de su vocación crepuscular, no es que le apasione el mundo de la imagen. Resulta imposible sonsacarle una película que ame o que recuerde especialmente. Ni siquiera tiene el empeño de ver sus trabajos una vez los ha rodado.
Al hombre que no le gusta el cine de repente la industria lo llama y empieza a trabajar en series, cine y anuncios regularmente. ¿Cómo pasó eso?
Me gustaban las películas de risa. El cine español de la transición. Fernando Esteso y Pajares, todo aquello
Fue por un amigo, que me dijo que me metiera en las agencias de publicidad. José Palacios, se llama. Se dedica a repartir publicidad. Cuando le dije que me iba a jubilar, me dice él: “Pues yo te apunto en las agencias”. Fui con él y me inscribí. Me hicieron fotos y enseguida me dijeron que iba a ser figurante. Al poco tiempo me empezaron a llamar de la agencia Penélope, la Making Of, Bendita Profesión… Cuando llegué a los rodajes, estaba fascinado con las cámaras, los actores, todo… Pensaba yo: “Joder, sin ese golpe me habría muerto sin ver esto”.
¿Cuál fue tu primer papel?
Un día me llamaron y me dieron una frase para que me la aprendiera. Yo era el médico de uno que estaba en prisión en Amar es para siempre. La frase era: “No te preocupes, que yo me hago cargo”.
¿Cuánto se está pagando en el medio?
Pues mira, yo creo que aquel día me pagaron 200 euros, o algo así. Joder, pensaba yo: por un minuto me han pagado doscientos pavos. Claro, es una figuración especial porque tienes frase. Después me llamaron para un anuncio de coches eléctricos en el que ya tenía una parrafada. Ahí me pagaron mil y pico euros, macho. Ahora es que estoy enganchado a las cámaras. Como tengo tanto tiempo libre…
¿Cómo ves las series españolas actuales? El nivel ha subido una barbaridad.
Veo la tele muy poco.
¿Ni siquiera las series en las que sales?
A veces me echo la siesta con la televisión encendida y de pronto me despierto: “Coño, si ese soy yo”. Me pasó el otro día con la serie Servir y proteger.
¿Cómo preparas los papeles?
Repito muchas veces. Es muy intuitivo.
¿Te atreverías con un papel extenso?
A lo mejor, ahora ya sí. Yo creo que sí.
Ginés García creció en el Barrio del Peral de Cartagena, suburbio obrero. Era el menor de siete hermanos y su padre llevaba una grúa en el astillero Bazán. Su madre era muy religiosa, pero dice Ginés que más por miedo a la miseria que por otra cosa: “Yo creo que iba tanto a misa por miedo a la pobreza extrema, porque éramos una prole. Iba a rezar por sacarnos adelante a nosotros. A mí me llevó con el cura, para que fuera monaguillo. Estaba tan metido en el ambiente de la iglesia que le dije a mi madre que quería entrar en el seminario: ‘No, hijo. Eso es para los niños que no tienen padre. Tú aquí, con nosotros’. Ahí pensé que de aquella casa yo no salía nunca. Mi madre era muy protectora y yo era el más pequeño.
¿Tenías vocación?
Claro. Era lo único que conocía. Lo que había visto hacer desde pequeño.
¿Y ahora?
Supongo que aun soy creyente. Pero con el tiempo me fui cuestionando muchas cosas de la iglesia.
¿Con cuántos años empiezas a trabajar?
Con diecisiete. Me fui a un taller a aprender el oficio de chapista. Pero mi madre me sacó de allí porque decía que no me podía ver tan sucio. Ya te digo que me tenía enmadrado. En esa época, había una campaña del ejército muy potente: “Muchacho, la Marina te llama”. Yo tenía la necesidad imperiosa de irme de casa. Y hablé con mi padre: “Oye, que me voy a la Marina. Si me quedo aquí, con mi madre y con mis cinco hermanas, me vuelvo marica”.
Hoy suena muy políticamente incorrecto contarlo así…
Ya lo sé. Pero es lo que le dije. Entonces no se hablaba de otra manera. Te lo cuento como fue.
¿Hoy lo dirías de otra manera?
Claro, hombre.
O sea que te haces marinero por aquella campaña.
Yo no conocía nada más que la iglesia. Era enclenque, sabía que no estaba preparado, que si no salía de allí me iba a pasar la vida recibiendo hostias. Lo único que me dijo mi padre es que tuviera mucho cuidado: “Si te pasa algo, tu madre me corta las piernas”. Y otra cosa me dijo: “Allí por lo menos te van a dar de comer bien”.
¿Y qué tal se comía?
Fatal.
Tuvo que ser bastante impactante pasar de aquel ambiente al del Ejército franquista.
Todo era disciplina, nada más que disciplina. Yo me pensaba quedar en la Marina, de todas formas, porque seguía creyendo que no existía nada más allá. Pero en aquellos años hubo un convenio por el que los americanos nos daban barcos a cambio de las bases que tenían aquí, en Rota y Torrejón, y nos mandaron a por unos dragaminas a Estados Unidos. Salimos en el Aragón, un barco de guerra. Llegamos a Florida. Nos montaron en un avión y aterrizamos en Long Beach, en California. Nos cruzamos toda Norteamérica.
¿Cuál era tu labor?
Yo era de la primera promoción de timoneles señaleros. Llevaba el timón y hacía las señales de banderas. Iba en el puente de navegación al mando del capitán. Estuvimos allí tres meses, conviviendo con los americanos, hasta que nos hicimos con los barcos. Pero allí es donde decidí que no seguiría en la Marina.
¿Y eso?
Me di cuenta en aquella época de que la marina americana estaba a años luz de la nuestra. Allí todo el mundo era igual. Se sabía quién era el capitán, quiénes eran los oficiales, pero por lo demás había un trato de tú a tú, sin distinciones. Nosotros estábamos todo el día en tensión: que viene el capitán, que viene el teniente… ¡A sus órdenes, a sus órdenes!
Acojonados.
Acojonados. Allí el marinero se trataba con el capitán y con el oficial. Después unos daban las órdenes y otros obedecían. Pero el trato era como el de cualquier oficina de cualquier profesión que puedas pensar hoy en España. Como supongo que pasará también hoy en el ejército español. Se habrá profesionalizado.
Algunas denuncias muy inquietantes hacen dudar de eso...
Pero por lo menos ahora hay denuncias.
En cierto modo, el contraste entre los dos ejércitos te pudo dar una idea de la represión bajo la que vivías.
Supongo, porque yo vengo de una familia obrera. Pero mi padre no dejaba hablar en casa de política. Él había estado en un barco de guerra, de fogonero. Cartagena fue la última ciudad que se rindió a los nacionales. Estaba acojonado. No podía darme una conciencia política. No quería dárnosla.
¿Y no sentías opresión en el ambiente? ¿Cómo percibiste la diferencia entre la marina española y a la norteamericana?
Supongo que opresión ya es sentir el miedo de tus padres a hablar. Quisieron que creciéramos en un ambiente apolítico.
¿Cuándo dejas entonces la Marina?
En 1972 me licencié con 4.000 pesetas y me fui a Bilbao a sacar el título de marinero de la mercante.
¿Para cuánto daban las cuatro mil pelas en el 72?
Para vivir un par de meses. Vi enseguida que el dinero se me acababa y encontré trabajo vendiendo productos de cosmética. No vendía nada.
¿Cómo era el ambiente en Bilbao? ETA ya había empezado a matar, aunque a un ritmo que aún no hacía presagiar lo que vino luego.
Yo estaba demasiado ocupado en trabajar y traerme cuatro duros.
¿No se hablaba de política en Euskadi? No me lo creo.
Si se hablaba, no en mi círculo. Yo no me conciencié políticamente hasta que llegué a Madrid en el 73. Allí me busqué la vida también de vendedor. Vendía placas para las puertas de los pisos y para los buzones. Pero compartí piso con un periodista que trabajaba en Pueblo y me metí en su círculo. Paco Martínez, Francisco Pérez Abellán, que falleció hace poco; José Luis Molleda, que era dibujante… Llegué a conocer a Emilio Romero, y claro, en ese círculo sí se hablaba, y mucho, de política. Todos eran intelectuales. Yo era allí el único currante. Creamos una peña de artistas y periodistas que se llamaba la Siempreviva, algunos abiertamente antifranquistas, otros aperturistas, otros liberales. Yo era el más pelao de todos. No podía seguir su ritmo de whiskies y comilonas, pero me gustaba escucharles. Y, por alguna razón que nunca entendí, a ellos también les gustaba mi compañía.
¿Aún no trabajabas en el Metro de Madrid?
No. Yo entré al Metro de Madrid de una manera curiosa. En el 75 conocí a una novieta que vivía en Glorieta de Quevedo. La acompañaba a su casa. El caso es que me volví en Metro y, al ver al jefe de Estación, me dijo: “Dese usted prisa, que va a pasar el último tren”. Y mientras llegaba nos pusimos a hablar. Yo estaba muy acostumbrado a buscarme la vida y a preguntar, y así el hombre me dijo que había plazas para conductores y para mantenimiento eléctrico. Yo algo sabía de electricidad, también por haber estado en la Marina. Él me ayudó a llenar la instancia. “¿Cómo te llamas?”; “Ginés García Moral”; “Mira qué bien. Yo me apellido también García. Vamos a poner que eres mi primo”; “Oiga, si yo no lo conozco a usted de nada. Le agradezco mucho el detalle, pero yo puedo ser un delincuente…”; “No, se te ve buena gente”. Yo no sé si lo de ser primo falso del jefe de Estación influyó, pero a los 15 o 20 días me llamaron para la prueba y aprobé. Y, directamente, me metieron a mantenimiento de centrales eléctrica. En el Metro, entre los curritos, sí se empezaba a hablar más de política, aunque siempre en tono discreto. ETA ya había matado a Carrero Blanco, pero Franco aún no se había muerto.
¿No te dio por militar?
Me metí en Comisiones Obreras. Pero no porque yo fuera muy político: es que eran los míos, la clase trabajadora. En una manifestación no me inflaron a hostias gracias al ABC. Cuando vi que ya cargaba la policía me acerqué a un kiosco y compré un ABC. Los policías salieron de las lecheras y estaban arreando hostias a diestro y siniestro, y yo allí en medio, saliendo del barullo con mi ABC bien visible, sin que me pasara nada.
¿Te compraste el ABC para parecer de derechas?
Para parecer de derechas. Salí ileso de allí de milagro. Fue una inspiración.
También podrías haber cogido El Alcázar…
Hombre, tanto no.
¿Vivías la noche madrileña?
Ganaba 18.000 pesetas. Y lo que ganaba me lo gastaba. A veces en la discoteca, en la Long Play. Yo me codeaba con esta gente pero sin gastar tanto dinero, porque no tenía.
¿Se notaba el aperturismo sexual?
Nunca he sido un playboy. Tenía autoestima baja por no tener dinero, por no ser guapo. No ligaba nada y las pocas veces que ligaba me mandaban a tomar por culo. Yo creo que eran inteligentes. Empecé a follar regularmente ya de mayor.
Pero, hombre. Es la Transición, la Movida, el gran boom de las libertades…
Allí follaban cuatro, como siempre. El resto estábamos a verlas venir.
¿Te interesaron un poco entonces el cine y la música de aquella época?
Yo iba al cine para hacer manitas, por decirlo fino.
A ver, Ginés. Que acabaste como actor. ¿Me estás diciendo que el cine no te importó nunca un carajo? Dime por lo menos una película que te haya gustado mucho. No me creo la pose del actor que desprecia el cine.
Me gustaban las películas de risa. El cine español de la transición. Fernando Esteso y Pajares, todo aquello.
¿Almodóvar, Zulueta, Trueba…, los directores de la Movida?
Me gustaron menos. Además, todo el ambiente de la Movida, cuando empezaban las drogas, me echaba patrás. Me daba un poco de miedo, un poco de respeto.
Si te movías en el mundo de los periodistas, que siempre hemos tenido una muy mala fama politoxicómana.
Sí, y en ese ambiente sí había de todo. Y claro que me invitaban. Pero yo decía que no. Ni siquiera fumaba. Me compré un mechero Dupont y siempre llevaba tabaco para invitar, para romper el hielo con las mujeres.
Pero, coño, Ginés, lo que has hecho tú para ligar.
Y mira que no me gustaba a mí nada el cigarro. Pero yo siempre seguía, siempre he seguido intentándolo.
Ya que hablas tanto del asunto, ¿ligas ahora más trabajando en la tele?
Yo creo que no es por eso. Que es por la edad. Que los hombres, a cierta edad, le podemos dar estabilidad a mujeres que la necesitan.
¿Cómo es el sexo pasados los 60?
Pues igual. Igual de bueno. Lo que no entiendo son cosas como lo de La Manada. Eso no es sexo.
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