EL FLAMENCO SEGÚN SILVERIO (II)
Los tangos del violador
Además de las creadoras y de la matriarca, tenemos a las intérpretes. La profusión de cantaoras con merecido prestigio a lo largo de la Historia supone otra singularidad más del género
Pedro Lópeh 1/02/2020
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
La mujer ha desempeñado un papel público y fundamental en el flamenco ya desde su cristalización como género allá por el siglo XIX. No sabemos muy bien cómo ni por qué el cante ha llegado a constituirse como una excepción dentro de las artes, pero el caso es que la atribución de ciertos estilos y variantes de algunos palos a La Andonda o La Serneta, por ejemplo, desafía ese relato perpetuo de autores donde nunca hay autoras. Ahora que andamos buscando escritoras, pintoras o sabias entre las cunetas de la Historia, nosotros podemos sacar pecho. No ha hecho falta rescatar a ninguna mujer porque han estado siempre ahí. Somos Numancia.
También es reconfortante que uno de los pilares del flamenco moderno, y así figura en los textos y en la memoria de la afición, sea una artista: Pastora Pavón, más conocida como La Niña de los Peines. Su legado discográfico y su magisterio espiritual impregnan todo el siglo XX. De paso, nos sirve para mirar por encima del hombro al resto de géneros musicales: ¿dónde están las grabaciones de vuestras mujeres, sus contribuciones, su impronta? En el flamenco somos diferentes.
Además de las creadoras y de la matriarca, tenemos a las intérpretes. La profusión de cantaoras con merecido prestigio a lo largo de la Historia supone otra singularidad más del género. Esos carteles antiguos en los que podían coincidir La Paquera de Jerez, Fernanda y Bernarda de Utrera, La Perla de Cádiz y María Vargas deberían hacer morir de vergüenza a todos los festivales de música donde se toma con naturalidad que sólo actúen hombres. Definitivamente, en el flamenco apreciamos a nuestras mujeres.
Y por todo eso, porque somos Numancia, porque somos diferentes y porque encima apreciamos a nuestras mujeres, me dejó con el culo torcido que un grupo de chicas propusiera realizar en la peña flamenca la dichosa performance modernita de el violador eres tú. Extemporáneo e injustificado, pensaba yo, así que voté en contra de que en nuestro templo se meara fuera del tiesto. De mis colegas de generación, una panda de mandilones sojuzgados por la propia novia de cada uno, no esperaba más que una capitulación rápida ante el feminismo. Pero lo que me heló el corazón fue sentir a mi izquierda que un brazo quejumbroso levantaba la garrota en apoyo a la moción. Tú no, Silverio, por dios. No participes de esta herejía, hombre.
Le recordé entonces el nombre de cien mujeres flamencas, la buena salud del cante femenino, la veneración que sentimos por La Sallago o Tía Anica la Piriñaca.
– El sistema es tan machista que aquello que crece al margen lo es, por fuerza, un poco menos –me dijo–. Tampoco es oro todo lo que brilla. Tía Anica la Piriñaca empezó a cantar cuando el marido la diñó porque el canalla se lo tenía prohibido. Ya se podía haber muerto antes, ¿verdad, Perico?
– Ya, pero éstas vienen a decirnos que el violador eres tú y yo y el otro y el de más allá. Y la cornada que te pegó tu exmujer, ¿qué? ¿Y el estacazo que me dio a mí la mía?
– Eso es sólo una forma de hablar, y no me seas pugiedes –ofendidito en lenguaje moderno–, que todos hacemos la brocha gorda de vez en cuando. No querrás que las liebres distingan entre los galgos ni que nosotros distingamos entre los guardias civiles.
Por un momento pensé que Silverio, mi Silverio, iba a acabar hablándome del heteropatriarcado, ocasión que hubiera aprovechado yo para cogerle la garrota y autolesionarme.
– Han pasado muchas fatigas, Perico. Mira, aquí la gente se volvía loca de emoción cuando el Agujetas cantaba un fandango… ¡Qué fandango más asqueroso! Era ese que decía…
Con un puñal la maté,
a una mujer de la vía
con un puñal la maté.
Cuando estaba en su agonía
nos dimos a conocer
y ella era hermana mía.
Lo peor, a juicio de Silverio, era que esa coplilla se vendía como el colmo de la mala suerte. ¡Mala suerte la de él!
–Yo creo que a eso se refieren cuando hablan de la cultura de los patriarcas o como se diga.
¡Ya entró el gato por la gatera!
Al final, cambié el sentido de mi voto, aunque he de reconocer que un poco a regañadientes. Quise convencerme de que mi deseo de verdad, justicia y reparación era más fuerte que el rencor por los desengaños, los disgustos y las ruinas.
Viéndome un poco mohíno, Silverio me devolvió al cante:
– No sé si las mozas se habrán dado cuenta de que esa canción que quieren hacer se puede meter por tangos. Encaja perfectamente en el compás. Mira, mira.
Y tocando las palmas, animándome a mí con ello, empezamos a cantar:
El Estado opresor
es un macho violador.
Ay, ay, ay, ay…
Es un macho violador.
La mujer ha desempeñado un papel público y fundamental en el flamenco ya desde su cristalización como género allá por el siglo XIX. No sabemos muy bien cómo ni por qué el cante ha llegado a constituirse como una excepción dentro de las artes, pero el caso es que la atribución de ciertos estilos y variantes de...
Autor >
Pedro Lópeh
Musicólogo especializado en folclore, cultura popular y flamenco. Hombre del campo que escribe y toca el acordeón.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí