ARTE
Toda obra es de hoy: el inconsciente del museo
Sobre algunos dibujos de Goya y ‘El lugar de los invisibles’ del Museo de Escultura de Valladolid
Aurora Fernández Polanco 5/02/2020
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Dos magníficas exposiciones han dado un buen repaso a nuestro Reino: Solo la voluntad me sobra, los dibujos de Goya en el Museo Nacional del Prado; y Almacén. El lugar de los invisibles, en el imprescindible Museo de Escultura de Valladolid. La primera corran a verla, pues finaliza el día 19. La segunda ha tenido tanto éxito que la dirección del Museo, pensando en la cantidad de gente que visitará ARCO en Madrid, ha decidido no desmontarla y enseñarla bajo demanda. Así que anímense.
Francisco de Goya, Están calientes, 1798-99.
Lo que me ha entusiasmado de estas muestras es que han sido pensadas de manera muy sutil e inteligente, “para todos los públicos”. En el mejor sentido de la frase, sin mediación discursiva petulante. ¡Que falta nos hace!
Almacén. El lugar de los invisibles. Museo de Escultura de Valladolid, 2019
Las dos exposiciones interpelan a nuestro presente. Goya, ya se sabe, nos enfrenta con la inevitable brutalidad de no ser ilustrados: varapalos a la Inquisición y a los curas y un sinfín de pensamientos que desde el s. XVIII nos conectan directamente con nuestro pasado más siniestro. La exposición del Museo de Escultura de Valladolid nos hace comprender la Contrarreforma como un negocio de imágenes en serie. Los hachazos que muestran la parte posterior de las esculturas (¡qué maravillosa puesta en escena!) indican la prisa por la demanda. La concentración de modelos evidencia la pertinencia de traer al ahora los métodos de producción y consumo contrarreformistas. Es decir, que nuestra prehistoria está en el Barroco, como muy bien supo comprender el filósofo Walter Benjamin. La artista y escritora Eva Lootz, con la clarividencia que le caracteriza, ha realizado “una lectura política” de esta exposición en El reverso de las estatuas o la ropa interior de la historia. También se la recomiendo.
Ante los dibujos de Goya una se encuentra con esa inmediatez radical que es –contradictoriamente– el arma de la reflexión y la lucidez más crítica. He recorrido la exposición buscando “motivos” sobre la Iglesia y la he puesto en paralelo con la muestra del Museo de Escultura. Porque aun siendo muy consciente del adoctrinamiento propuesto por el Concilio de Trento, El lugar de los invisibles no me ha llevado a esa religión oscurantista tan criticada por el pensamiento ilustrado que ayudó a difundir el pintor zaragozano. Me ha impactado en otro sentido.
Almacén. El lugar de los invisibles. Museo de Escultura de Valladolid, 2019
Si los europeos se espantan –lo he vivido varias veces– de la sangre y el horror que muestra el Museo de Escultura, ¿de dónde me viene, más allá de saberme (y reivindicarme) barroca del sur, la atracción por las doscientas setenta esculturas y piezas artísticas que se amontonan o se ordenan en retícula repetitiva, se tiran al suelo o se cuelgan del techo? Es indudable que esta “conmovedora asamblea”, como la ha denominado la directora del Museo, María Bolaños, en el espléndido catálogo, apela directamente a las emociones, por lejana y dispersa que pueda estar la experiencia que las causa. Quizá, por ello, el número impresionante de visitas recibidas. La recepción popular más inmediata.
Voy a dar cuenta de esta fascinación tratando de condensar dos ideas. La primera tiene que ver con el efecto de presencia (propio de la escultura) ¡y de la materia!, tan a flor de piel en todas las piezas. En tiempos de distopía y tecnología digital, la exposición resulta radicalmente intempestiva. Y no es (o no sólo) por la pregnancia a la que lleva esa fiesta de materiales, sino porque ser materialista hoy (es decir, llevar a cabo una crítica radical de la idea moderna de “progreso”) quizá nos obligue a renunciar a las dicotomías –“Bellas Artes” y “artes aplicadas”–, a retomar los oficios del lado de la buena vida y no al servicio de la producción, lo que supone valorar el tiempo cotidiano de un hacer cuidadoso y comunitario. Al reivindicar la “plebe historiográfica”, la exposición también ha superado otra dicotomía propia del museo moderno, la división entre el almacenaje que gestiona y atesora la abundancia y la obra selecta ubicada en un marco narrativo (¡y canónico!) establecido por la Historia “del” Arte.
Almacén. El lugar de los invisibles. Museo de Escultura de Valladolid, 2019La segunda idea que me asaltó conecta con un post de la artista peruana Daniela Ortiz (30 de enero a las 20:19) en el que intervine y me dejó pensando: “Luchar contra las instituciones religiosas que imponen su poder es muy distinto a burlarse con lógicas clasistas y racistas de la espiritualidad de personas racializadas, pobres o campesinas. El ascenso de movimientos políticos religiosos conservadores en América Latina se debe en gran medida a que la izquierda blanco-mestiza urbana ha abandonado la lucha en el terreno de la espiritualidad, para solo replicar las lógicas del laicismo europeo, que incluyen el considerar inferior a todo aquel sujeto que crea en algo superior, ya sea Alá, la Pachamama o Jesús”.
Francisco de Goya. Divina razón. No dejes ninguno, 1812-1814.
Así que sí. Como apunta Goya: “¡Divina razón no dejes ninguno!”. Si es que los cuervos a los que espantas habitan instituciones siniestras, como la Inquisición. Ahora bien, el poder de las imágenes no solo sirve a los poderosos. Los usos culturales y sus efectos van también más allá de la estética. Habría que preguntar a cuantos pasean por las salas del museo qué oscuras razones les hacen emocionarse “instintivamente” con esos pequeños gestos, miradas, signos de la concebida por María Bolaños como “Babilonia de imágenes” que han sido rescatadas de “revoluciones políticas, catástrofes naturales, expolios bélicos, vandalizaciones, intolerancias, negocios oscuros de traficantes” y de todo tipo de desmanes, ¡Pobres imágenes!, y pobres de nosotros que tuvimos con ellas una relación tan próxima, tan inexplicable. Pobres imágenes, tan enigmáticas, tan impenetrables, y pobres de nosotros que nos han obligado a silenciar nuestros cuentos, tan innecesarios para el relato colonizador. De haber hablado, otras historias hubieran sido más compartidas por los sujetos considerados inferiores por creer en algo superior.
Las clases medias ociosas e intelectuales que temieron como Goya –con buen juicio– un sueño de la razón que produjera monstruos, nada sabían (o muy poco) del consuelo, la compañía o el deseo de revuelta que el pueblo más pobre e “inculto” depositaba en las imágenes. Los museos que me interesan ponen en juego las pistas de su inconsciente, hablan por los síntomas y los lapsus, quiebran la historia y hacen surgir múltiples voces. En la época de su nacimiento (del museo europeo, quiero decir), el sujeto era todavía “trascendental”. No había imaginado ni su reverso inconsciente, ni las luchas por las condiciones materiales de la vida de muchas personas que aún no habían entrado en su relato.
Dos magníficas exposiciones han dado un buen repaso a nuestro Reino: Solo la voluntad me sobra, los dibujos de Goya en el Museo Nacional del Prado; y Almacén. El lugar de los invisibles, en el imprescindible Museo de Escultura de Valladolid. La primera corran a verla, pues finaliza el...
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Aurora Fernández Polanco
Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.
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