Zozobrando
Tan alta vida espero
Marta Bassols 6/02/2020
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Hace unos segundos, minutos, me ha llamado mi amiga Teresa.
Teresa estaba intentando no llorar.
Pero Teresa lloraba aun así.
Lloraba de frustración.
Resulta que Teresa ha ido al supermercado de su pueblo, y allí se ha abastecido con lo que necesitaba para comer. No sería un pecado aunque así fuera, pero a pesar de todo, lo que ha seleccionado no contenía marisco, ni vino caro, ni queso ecológico o Moët. Al llegar a la caja con su compra costumbrista, la compra normal de quitarle un poco de frío a la tiritona de la nevera, resulta que los productos cambiados por euros le sumaban un mal número, un número de mierda. Cuarenta y ocho. Por qué alguien tendría que odiar el número cuarenta y ocho, si no coincide ni con fechas, ni con los demonios y ella tiene diecisiete años menos que eso. Pues para ella es fatal, al ser su número total cincuenta.
Su número total de dinero en la vida. Cobrará, claro, porque ahora mismo está trabajando de camarera, pero tardará unos días (una semana), y aunque eso tampoco sea pecado, pues le costará unas horas duras con su bandeja.
Teresa tiene una hija. Como yo. De hecho, de la misma edad que la mía.
También tiene buenísimos amiguis. Familia, de bien de hermanos, red de crianza, y una relación amistosa con el padre de su hija, aunque como el de la mía, ya no sean pareja.
También tiene bastante talento para la escritura, la canción, la fotografía y se sabe desenvolver de la hostia en la vida, es cordial, social, resuelta, aguda, y está viajada y no sabéis qué guapa, y lo duras, y con qué gracia, que se ha peinado la Tere algunas experiencias.
Tratamos de hablar poco de lo de que, jaja, a veces, nos acecha la pobreza. A nosotras, con nuestras ropas modernas, con nuestras hijas listísimas, con nuestras ideas filosóficas, artísticas, buen gusto y mejor comprensión lectora, con nuestro poder de matriz de señora, nosotras que hacemos yoga (aunque sea en casa), y que invitamos a nuestros amigos a comer cocido cada vez que algo les pasa. Que no es que nos quieran, ¡es que nos adoran! Que no es que nos adoren, ¡es que nos admiran! Cómo así, ¿a nosotras? Entonces lo decimos entre risas, y porque tampoco vamos a ser pesadas, no vamos a hacer cine social, nosotras. Ahora, de hecho, por lo de la la ley de la atracción y la vibración positiva, pues llevamos unos días jugando en los whatsapps a ser ricas.
Y yo le digo, eh, Tere, te invito este finde a la Toscana, que me voy tres días a caminar por una ruta y nos haremos un masajito de ayurveda juntas. Y ella, oh, ¡claro, reserva! Ya ves que tampoco queremos viajar a Marte, ni comprar la fórmula de la Coca-Cola, no tenemos un delirio de grandeza, ni nos gusta la silicona. Esto nos da gustito, y hablamos con más dulzura, porque el resto del día es una pelea dura, para ver si, mientras las niñas están en el colegio, nos da tiempo de echar todas nuestras horas, mientras intentamos seguir con una vida en la que todo esto ni le pesa mucho a nadie, ni se nota. Que luego cobramos y bebemos vino y cervezas, y no vamos a la Toscana, pero sí al Depiline, (tampoco siempre que nos da la gana) o pagamos unas rondas, que a ver, que precarias nos da asco serlo, pero nos encanta ser generosas.
Entonces, todos los meses, dudamos entre delinquir o abandonar el arte del todo, las chicas modernas con voluntad de amar a nuestros vástagos y al prójimo. No estamos viviendo bien, como cantaban los Electrodomésticos desde Chile tan antes de que explotara todo.
¡Ay, hijas mías! Me preguntaron un día: “¿Tú qué prefieres, morir de pie o vivir de rodillas?” , argumentando (no sin razón) que igual no está tan mal vivir de rodillas si le quitamos esta épica de locos. Pero, copón, dejar lo único que te hace bien hacer, sobre todo si además les hace bien a algunos otros (trabajar de lo que sabes y te gusta, criar a tus hijes, cuidar a tus amiguis o parejas) no es vivir de rodillas, sino morir de rodillas y no tener ni un hoyo.
Mejor que dejen de apretarnos tanto.
Mejor que no nos jodan sin que armemos ningún alboroto.
Mejor que no nos falte de nada a las que lo damos todo.
Hace unos segundos, minutos, me ha llamado mi amiga Teresa.
Teresa estaba intentando no llorar.
Pero Teresa lloraba aun así.
Lloraba de frustración.
Resulta que Teresa ha ido al supermercado de su pueblo, y allí se ha abastecido con lo que necesitaba para comer. No sería un...
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Marta Bassols
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