NUEVOS LIDERAZGOS EN AMÉRICA LATINA (II) / JULIANO MEDEIROS
“Necesitamos una plataforma de renovación de la izquierda frente a la crisis del bolsonarismo”
En esta serie conoceremos a nuevos líderes latinoamericanos. En este episodio, nos trasladamos a Brasil con el presidente del Partido Socialismo e Liberdade
Marcelo Expósito 12/02/2020
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Juliano Medeiros fue elegido en enero de 2018, con 34 años, presidente del Partido Socialismo e Liberdade (PSOL), un partido brasileño con representación institucional relativamente modesta pero relevante no sólo por su significación en una Cámara de Diputados muy fragmentada. También lo es por constituir una experiencia política singular desde que inició su andadura alimentado por las primeras escisiones importantes que sufrió el Partido dos Trabalhadores (PT) por su izquierda entre 2004-2005.
Desde entonces, sobre todo por haber acusado el impacto que tuvo también en Brasil el ciclo de luchas globales contra la crisis financiera y por la radicalización democrática de 2010-2013, el PSOL se ha transformado en una especie de laboratorio político. Es hoy día una amalgama de tradicionales militancias de izquierda con los sujetos políticos surgidos en la bisagra entre estos dos siglos de las crisis del neoliberalismo y del efecto de sus múltiples violencias: cuarta ola del feminismo, recuperación de la identidad afrodescendiente, orgullo LGTBI, eclosión de las nuevas culturas urbanas y suburbanas, comunidades indígenas, movimientos en defensa de la vida en los territorios, activismo en las redes digitales...
No resulta extraño que Juliano encabece hoy el PSOL porque su propio recorrido resulta ejemplar de esta experimentación política. Del crisol que constituye actualmente su partido, él forma parte de la principal corriente, Primavera Socialista, una tendencia fundada en 2019 como la suma de organizaciones tan dispares como el Coletivo Rosa Zumbi y Ação Popular Socialista (APS). En esta última había militado Juliano desde los tiempos en que la APS se escindió del PT porque, en efecto, fue un joven militante petista disidente, abandonando este partido para impulsar la primera época del PSOL. Desde entonces ha sido promotor de la renovación partidaria mediante una lectura atenta de los cambios en las formas de hacer política acaecidos en la última década.
Al hablar, Juliano se expresa de hecho como un híbrido: denota haberse forjado en la rigurosa escuela de formación de cuadros de la tradicional izquierda comunista y, al mismo tiempo, describe al detalle e incorpora los nuevos comportamientos políticos del movimentismo ciudadano o de las nuevas identificaciones políticas. Persona amable pero determinada en su gestos y opiniones, nos encontramos por vez primera en el congreso de debate organizado en 2019 por Revolución Democrática, la organización principal del Frente Amplio chileno, lo que resulta significativo del tipo de alianzas internacionales en las que el PSOL está interesado. Grabamos esta entrevista durante una breve visita de Juliano a la ciudad de Valencia.
Voy a comenzar pidiéndote que nos expliques tu trayecto personal, porque tú encarnas ejemplarmente el desarrollo mismo del PSOL desde su fundación hasta hoy.
Yo vengo de un estado, Rio Grande do Sul, con una tradición de izquierda importante y donde se desarrollaron algunos de los más simbólicos y expresivos procesos de gobiernos populares en los años 80-90. En su capital, Porto Alegre, que fue la sede del Foro Social Mundial (FSM), gobernó el PT durante 16 años además de hacerlo en las principales ciudades de todo el estado. No sólo era muy fuerte el PT sino también los movimientos sociales: por ejemplo, el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST) nace en este estado del extremo sur del Brasil. Sin embargo, el país tenía entonces como presidente a Fernando Henrique Cardoso, con un Gobierno de centro-derecha del Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB) que se había adherido al neoliberalismo desarrollando políticas de liberalización de la enseñanza pública. Yo militaba en esa época en el movimiento estudiantil defendiendo la enseñanza pública y me afilié al PT en 1999, permaneciendo ligado al partido durante seis años.
¿Por qué saliste del PT?
Participé de una salida colectiva que tuvo lugar en 2005. Lula ya estaba en el Gobierno desde hacía tres años y había hecho en su primer año de Gobierno [2003] una reforma del sistema de pensiones muy compleja y contradictoria que puso a los sindicatos de trabajadores de la administración pública en su contra, lo que fue el motivo principal del nacimiento el PSOL en 2004. Un grupo de 4 parlamentarios vinculados a los grupos más a la izquierda del PT es expulsado por haber votado en contra de esa reforma de las pensiones. Fue el único caso de diputados o senadores expulsados del PT por divergencias parlamentarias: hubo más expulsiones de líderes o parlamentarios después por casos de corrupción, por ejemplo, y no por divergencias políticas. Esto sucede porque Lula, ya en su primer año de Gobierno, decide que no va a permitir ningún tipo de disidencia en su grupo parlamentario que era muy grande: 81 diputados en una Cámara de 513 que siempre es muy fragmentada.
Yo salí del partido un año después. Formaba parte de un grupo político liderado por un diputado cuyo nombre es Ivan Valente y que es hoy el líder del grupo parlamentario del PSOL en la Cámara de Diputados de Brasil. Él estaba también en contra de la reforma, pero en un primer momento no fue expulsado porque no votó en contra sino que se abstuvo con el fin de plantear más adelante una discusión interna sobre el rumbo del PT. Sin embargo, en 2005 estalló el escândalo do Mensalão [escándalo de las mensualidades], un sistema de corrupción que consistía el pago de deudas de campañas electorales de parlamentarios de partidos de derecha para que votaran a favor del Gobierno en la Cámara Nacional. Y eso fue para nosotros un límite que se rompió, porque podíamos convivir sosteniendo críticas al modelo económico de Lula o a las limitaciones de sus políticas sociales, con un montón de contradicciones, pero no con la cooperación del PT con un sistema de gobernabilidad absolutamente corrompido heredado de los gobiernos anteriores. Nuestra expectativa era que, aun con todas sus limitaciones, por lo menos en lo que tenía que ver con los patrones heredados de un Estado patrimonialista, corrupto, autoritario, el PT se enfrentaría a estas herencias. Este caso de compra de parlamentarios de la derecha fue algo que no pudimos aceptar.
Nosotros llevamos a cabo una reflexión colectiva que duró más de un año y al final de la cual decidimos salir del PT en 2005. El PSOL llevaba ya un año fundado por los parlamentarios expulsados en 2004 y no teníamos una interpretación madura de lo que el PSOL podía llegar a ser, pero era el único partido capaz de acoger un grupo tan grande y diverso de parlamentarios y liderazgos políticos que se salían del PT. Estaba también el Partido Comunista Brasileiro (PCB), que viene de la tradición histórica de la III Internacional, con la cual no teníamos tanta identificación, y un pequeño partido trotkista que se llama Partido Socialista dos Trabalhadores Unificado (PSTU), que es un grupo bastante sectario —por ejemplo, apoyó el impeachment de Dilma Rousseff—. Así que el único partido que nos parecía que podía convertirse en un abrigo para todos estos militantes y dirigentes disidentes del PT era el PSOL.
Fuísteis muy duros criticando lo que llamábais el “pacto conservador” del lulismo. Más allá de los dos desencadenantes concretos de vuestra ruptura que fueron la reforma de las pensiones y ese temprano caso de corrupción parlamentaria, ¿cuál es la crítica general que estábais planteando a las políticas de Lula?
En 2005, Brasil no vivía aún el proceso de expansión económica que va a experimentar en los años siguientes. En su primer de Gobierno, Lula implementa una serie de políticas de ajuste fiscal muy duras. No sólo la reforma de pensiones: por ejemplo, eleva la tasa de interés de la deuda pública a un 27% al año, es decir, una de las más altas del mundo en ese momento para mantener las inversiones y la financiación de la deuda por el sistema financiero internacional. O sea, 2003-2004 no son años buenos desde el punto de vista de la economía. En 2005, la economía empieza a desarrollarse más y en 2006, el año de la reelección de Lula, Brasil crece a niveles que no se conocían desde finales de los años 70, llegando a 2010 com un crecimiento del 7,5% al año convirtiéndose en la séptima economía del mundo. Por eso en 2005 todavía no existían las políticas sociales que más tarde Lula pudo implementar como resultado del crecimiento económico, y por lo tanto mirábamos de forma muy crítica los límites impuestos por el sistema de gobernabilidad que fue mantenido. Por ejemplo, el Gobierno tenía un ministro de Desarrollo Agrario, Miguel Rossetto, que era un cuadro histórico de izquierda del PT, pero tenía al mismo tiempo en el Ministerio a un gran empresario vinculado al agronegocio.
El Gobierno mostraba estas contradicciones características de lo que André Singer criticó llamándolo “una reforma gradual mediante un pacto conservador” [en su artículo de 2009, Raízes sociais e ideológicas do lulismo], y que consistía en una adaptación para desarrollar el país sin transformar estructuralmente los elementos que mantienen a Brasil como parte de un sistema semi periférico del capitalismo internacional. Nuestra crítica principal, que se mantiene hasta el presente, se dirigía al aggiornamiento del PT a un patrón de gobernabilidad que respetaba las reglas del sistema neoliberal heredado de los gobiernos anteriores, aceptando los límites que esta gobernabilidad imponía al desarrollo de políticas sociales. Lula implementó políticas sociales mientras había un contexto económico favorable. Pero cuando llegó la crisis, ya con Dilma, empieza una contención de esas políticas, lo que probaba el compromiso sagrado del PT con la estructura del Estado heredado de los años anteriores.
Si no me equivoco, en las primeras elecciones presidenciales en las que competís contra Lula, que fue el año en que logró su segundo mandato (2006), obtuvísteis vuestro mejor resultado en la historia del PSOL, lo que significa que había un contexto receptivo para vuestras críticas en ese momento.
Sí, en todas las elecciones en las que ha concurrido el PT por la reelección –2006 con Lula, 2010 y 2014 com Dilma e incluso en 2018 con Fernando Haddad– hubo candidaturas alternativas de izquierda o de centro-izquierda con relevante impacto electoral. En 2006 fuimos nosotros; en 2010 fue Marina Silva, la ministra de Medio Ambiente que sale del Gobierno de Lula y, concurriendo como candidata presidencial por el Partido Verde (PV), sacó unos 10 millones de votos... Es decir, que los que se sentían a la izquierda del PT y no querían votarlo siempre encontraron alguna candidatura alternativa, lo que significa que desde el punto de vista electoral ha existido y sigue existiendo un espacio de construcción de izquierda independiente de los errores cometidos por la izquierda tradicional en el Gobierno.
Corrígeme si mi interpretación es equivocada o demasiado esquemática. Mi impresión es que, en un primer periodo, el PSOL es una clásica escisión por izquierda en los inicios del lulismo, es decir, la esperable escisión crítica que sufre un partido de orígenes populares u obreros que, cuando entra a cumplir funciones de Gobierno, hace una serie de renuncias por razones de posibilismo. Pero tengo la sensación de que a partir de un determinado momento la naturaleza del PSOL se vuelve más compleja porque empezáis a entrar en el partido cuadros políticos más jóvenes que, habiendo tenido la experiencia de procesos organizativos más nuevos –en 2001 tiene lugar el primer FSM precisamente en Porto Alegre y el movimiento antiglobalización venía creciendo desde Seattle en 1999–, entendéis la política de una manera diferente a la militancia clásica. Ya no representáis solamente una crítica de izquierda a las políticas del PT sino también el deseo de ejercer la política de una manera distinta.
Esta transformación encuentra uno de sus momentos más importantes cuando, de una manera bastante rara en América Latina, el PSOL acusa muy temprano el impacto de la Primavera Árabe (2010-2012), hasta el punto de que organizáis un seminario para analizarla ya en diciembre de 2011. La Primavera Árabe abre un ciclo de revueltas populares y ciudadanas contra la crisis financiera global que exigen también una radicalización democrática. Este ciclo se extiende hasta aproximadamente 2014: Syntagma, 15M, Occupy.... incluyendo a los movimientos juveniles y estudiantiles de México (Yo soy 132), Colombia o Chile, teniendo también su eco en Brasil en 2013.
Me parece una interpretación absolutamente correcta. El PSOL, en sus primeros años, reivindicaba un regreso al pasado heroico de los orígenes del PT. Queríamos ser un partido identificado con la defensa de un petismo histórico. Esa fue al principio nuestra identidad fundamental. Cuando nos acusaban de haber salido del PT, contestábamos: “Pero somos el PT original, porque somos los más fieles a los valores originales de radicalidad que marcan la creación del PT en los años 80”, un PT que, a diferencia de la realidad contemporánea de los partidos socialdemócratas europeos, es el resultado inmediato de un ciclo de luchas muy intenso en Brasil. Nació de las huelgas obreras de finales de los años 70 y es el primer partido construido realmente desde abajo por el pueblo brasileño. Es una experiencia histórica extraordinaria y muy innovadora incluso en Latinoamérica. Por tanto, cuando nacimos reivindicábamos este pasado: Brasil necesita de nuevo un partido obrero radical y de masas comprometido con las luchas sociales y políticas. Pero, como observas muy correctamente, después de algunos años varios procesos históricos, no sólo la Primavera Árabe sino también el ciclo de luchas inmediatamente posterior en Europa, nos llamaron mucho la atención. Evidentemente, lo que pasó en el Norte de África fue muy impactante, pero con pocos referentes organizativos que nos pudieran inspirar. Mirábamos a Egipto, Túnez y a otros países y se observaba un proceso de eclosión social democrático y antineoliberal, pero los referentes organizativos no estaban muy claros para nosotros en Brasil. Luego vinieron el 15M en España, las protestas en Grecia, Geração à rasca (Generación precaria) en Portugal, Nuit debout (Noche en pie) en Francia... y ahí, entonces, los referentes organizativos nos resultaban cada vez más claros.
Por todo ello fuimos siendo transformados. No fue tanto que pensáramos conscientemente: “Ahora vamos a hacer un partido de nueva izquierda radical, la expresión brasileña de un proceso mundial de nacimiento de una nueva izquierda que defiende la democracia real”, sino que algunos procesos sociales que estaban desarrollándose en la sociedad brasileña nos eligieron a nosotros. Nuevos movimientos, nuevos actores sociales, nuevos procesos de contestación social buscaban algún tipo de abrigo institucional. Y con eso, activistas de varios movimientos miraron al PSOL diciendo: “Bueno, esto es lo más cercano que tenemos en Brasil a la nueva izquierda en Europa, Latinoamérica y otras partes del mundo”. El PT estaba en el Gobierno, los comunistas también, al igual que otros partidos tradicionales socialdemócratas o de centro-izquierda, y el único partido que estaba fuera del Gobierno y que no se reivindicaba como heredero de una tradición cerrada –por ejemplo: solamente trotskista u obrerista–, es decir, que estaba abierto para acoger a estos procesos de resistencia era el PSOL. Y esto nos transformó.
Yo siempre digo que fue menos una opción consciente de los cuadros o dirigentes del PSOL que venían del PT como es mi caso, sino mucho más una apertura exigida al PSOL por estos nuevos procesos de transformación política. Por ejemplo, la elección de Marielle Franco como concejal de Río de Janeiro en 2016 formó parte de un mismo proceso de elección de varias mujeres jóvenes –también Aurea Carolina de Freitas en Belo Horizonte, Fernanda Melchionna en Porto Alegre, Talíria Petrone en Niterói, Marinor Brito en Belém do Pará…–, varias compañeras con mayor o menor experiencia, algunas con una trayectoria política anterior, pero en cualquier caso formando todas ellas parte de una renovación política que empieza a expresarse con más fuerza en las elecciones municipales del 2016. A muchos de nosotros nos sorprendió este resultado. Esperábamos que se eligieran los mismos cuadros de siempre y de repente el pueblo eligió a otras compañeras, otros cuadros, otras personas para ser su representación institucional.
Es a partir de 2011, y sobre todo en 2013, cuando llega a Brasil este proceso de protestas que comienzan con la Primavera Árabe, junto con los efectos de la crisis económica que finalmente se instalan también en nuestro país. Brasil crece a un 7,5% en 2010, a un 2,7% en 2011 y a un 0,8% en 2012, es decir, las perspectivas de crecimiento para 2013 eran ya de recesión, y de ahí este malestar producido por una vieja gobernabilidad y la imposibilidad por parte de las fuerzas tradicionales de izquierda de responder a este escenario de crisis económica. Y el impacto de la desaceleración económica provoca que finalmente llegue a Brasil esta ola de protesta de 2013. La izquierda que entonces estaba en el Gobierno la miró con mucha desconfianza. Y nosotros, al contrario, la observábamos de manera más comprensiva, más abierta. Esta movilización de 2013 tuvo resultados buenos y malos, como siempre sucede con estos procesos complejos. Entre los buenos resultados está la generación de nuevos actores y movimientos sociales, una parte de los cuales encuentra su abrigo o su representación institucional en el PSOL. Entonces, es correcta la interpretación de que fuimos siendo cambiados por la repercusión de este proceso histórico en Brasil.
La sensación es que todavía hoy el PT tiene dificultades para descodificar qué pasó en ese ciclo de protestas globales y en particular en la ola brasileña de 2013. Las interpretaciones que siempre he podido discutir con cuadros del PT oscilan entre la conspiranoia y la atribución llana y simple de responsabilidades al movimiento de 2013 por abrir el camino a la llegada del bolsonarismo.
Muchos de nosotros no vivimos la experiencia del ciclo de protesta de los años 70. Entonces, muchos de nuestros dirigentes veíamos por primera vez tanta gente en la calle protestando en estas movilizaciones que tenían un carácter distinto al que estábamos acostumbrados, es decir, a las manifestaciones encabezadas por un camión desde el que los dirigentes hablan por un micrófono. Y de repente, no: no hay camión, no hay micrófono ni hay nada, solamente la gente en la calle con sus carteles y sus reivindicaciones personales. Todo eso nos impactó mucho y nos llevó algún tiempo interpretarlo correctamente. Y sí, por un lado, es evidente que siendo un proceso nuevo hubo varios actores sociales que se disputaron cómo dirigir su rumbo: sectores políticos conservadores o los grandes medios de comunicación instalaron una criminalización de la protesta que también compartieron algunos gobiernos estaduales. Para todos ellos, en la última etapa del proceso, los black blocks [los bloques negros, grupos de acción directa anarquistas] representaban algo que se podía interpretar como acciones terroristas y esta idea ganó mucha fuerza en la opinión pública en Brasil. Nosotros fuimos de los pocos partidos que caminamos por una interpretación distinta, crítica con los black blocks pero no entendiéndolos como parte de un proceso de desestabilización democrática de la manera en que muchos lo señalizaron, incluso en el Gobierno del PT.
Recientemente, en diciembre de 2019, en una entrevista en Telesur, Lula afirmó que 2013 fue el primer acto del golpe parlamentario contra Dilma y de la victoria de Bolsonaro, y que incluso en las protestas de ese año intervinieron Estados Unidos y la CIA. Bueno, por supuesto que la CIA hace muchas reuniones con mucha gente y seguro que miraba atentamente lo que pasaba en Brasil en 2013 buscando disputar el rumbo de la indignación. Pero, como dijo Boaventura de Sousa Santos, 2013 fue una revuelta de indignación, como lo fue el 15M y otras. Lo que pasa es que, como ya había un partido de centro-izquierda, el PT, que ocupaba la hegemonía en Brasil sin comprender la ola de indignación, este proceso de protesta se fragmentó dispersándose pero también se acumuló después en otras experiencias como la que dio lugar a la elección de Marielle y otras candidaturas de mujeres, el reforzamiento del Movimento dos Trabalhadores Sem Teto (MTST), el surgimiento del mediactivismo –un fenómeno muy nuevo en Brasil–, el fortalecimiento del feminismo... Todos estos procesos son herederos de esa revuelta de indignación. Sí, las interpretaciones de la izquierda tradicional, en general, se mantienen todavía muy dependientes de una lectura “campista” que opone campos derivados de la geopolítica y desconsidera aspectos incluso psicológicos, culturales... que ganaron mucha fuerza en los últimos años.
¿Cómo se produce en la práctica la incorporación orgánica de estos nuevos sujetos políticos al PSOL, a los procesos electorales y al salto institucional?
Desde el punto de vista orgánico, el PSOL sigue teniendo una estructura aún muy parecida a los partidos tradicionales de la izquierda en Brasil. Como somos un partido que al inicio consistió básicamente en una fusión de tendencias políticas que militaban previamente en el interior del PT, construimos una estructura que garantizara la máxima comodidad para los grupos que salían del petismo. Nuestra hipótesis era inicialmente que el PSOL iba a crecer fundamentalmente a partir de disidencias del PT. Con el tiempo, no sólo caímos en la cuenta de que las escisiones en el PT serían cada vez menos frecuentes, sino que también había una nueva generación de luchadores que no tenían al PT como referente político-institucional. Todavía no hemos hecho, creo yo, las transformaciones orgánicas necesarias para crear mecanismos formales con los que recibir a estos nuevos activismos que nos han elegido como su representación institucional. Pero nuestra propia fragilidad orgánica colaboró de alguna manera para que la gente pudiera, en algunas ciudades donde el PSOL era muy débil, entrar al partido y hacer procesos de organización y participación absolutamente innovadores...
¡Os hackearon, literalmente!
¡Hackearon al PSOL! Y eso nos cambió de dentro hacia fuera, fue muy interesante. Uno de los primeros y principales ejemplos es el del grupo que se llama Muitas! en Belo Horizonte, que es la tercera ciudad de Brasil y capital de un estado muy grande, Minas Gerais. Allí había un grupo de activistas culturales, sociales, feministas, negros y negras, del rap... de varios frentes de lucha distintos vinculados a temáticas urbanas de la ciudad que crearon ese frente político que llamaron Muitas! Tenían que elegir un partido para poder disputar las elecciones y el PSOL no sólo era el más cercano a sus posiciones políticas sino que además era un partido muy frágil en esta ciudad y eso permitía hackearlo. Eso le hizo muy, muy bien al PSOL, porque en Belo Horizonte éramos muy dependientes de las tendencias internas de diversos grupos vinculados todavía a la tradición del comunismo histórico del siglo XX, grupos que fueron reemplazados por esta nueva forma de hacer política. Por eso hoy conviven en el PSOL distintas experiencias, tradiciones y formas de entender la política. Yo mismo, que vengo de esa vieja tradición porque formaba parte de una corriente comunista del PT [Ação Popular Socialista (APS)], después de 15 años en el PSOL y hoy en la presidencia del partido ya me veo completamente transformado por lo que pasó en el mundo a partir de 2011, en 2103 en Brasil...
Has mencionado la figura de Marielle Franco como ejemplo de la transformación del PSOL. Ella quizá sea vuestra militante más conocida internacionalmente por motivos tristes: fue asesinada por el bolsonarismo en 2018, cuando tenía 38 años. ¿Qué impacto tuvo su asesinato?
El PSOL, no sólo en Río de Janeiro sino también en otras partes del país, tenía muchos cuadros políticos provenientes de las capas medias. Evidentemente, se trataba de gente vinculada al mundo sindical de los trabajadores de la administración pública, intelectuales, profesores y estudiantes universitarios... Marielle forma parte del primer proceso de “popularización” del PSOL, cuando los sectores sociales más vulnerables empiezan a ingresar en nuestro partido. Esto sucede originalmente en Río porque fue el primer estado donde tuvimos una representación institucional relevante, con varios concejales y concejalas municipales, diputados y diputadas estaduales. Marielle entra en el PSOL en el año 2005 formando parte de un grupo de jóvenes de la Favela da Maré, junto con otras como Renata Souza, que hoy es diputada estadual, y se vinculó a los programas educativos que desarrollábamos en estas comunidades. Por ejemplo, Marcelo Freixo, que hoy es diputado federal, era maestro de historia en la Maré y de allí se conocía con Marielle, Renata...
Cuando Marcelo resulta elegido por primera vez y empieza como diputado estadual su trabajo de denuncia de las milicias paramilitares en Río, invita a Marielle para trabajar con él en la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea del Estado. Por tanto, ella es un caso de ingreso a la política por una doble vía: una es social, el trabajo de educación popular que desarrollaban militantes del PSOL en esa comunidad; pero como la política en Brasil estaba muy institucionalizada y los partidos de izquierda estaban ya todos vinculados a espacios institucionales, Marielle se vincula muy pronto también al trabajo parlamentario como asesora. La suya es una historia que dice mucho de la propia historia del PSOL, porque somos un partido que busca contacto con los sectores populares pero que desde sus primeros años ya tuvo representación institucional.
Eso sí, la elección de la propia Marielle para ejercer como concejala en la municipalidad de Río marca un punto de inflexión, una nueva fase en la que aparecen estas voces –que no son las voces tradicionales de la izquierda, ni siquiera de la izquierda que fundó el PSOL– que empiezan a ganar espacio en la sociedad y dentro de nuestro partido. Su elección fue sorprendente, no tanto porque no conociéramos sus capacidades sino por el resultado: fue la mujer más votada de Río con 44.000 votos, una cifra muy alta para los parámetros de Río y de una elección municipal. Y creo que eso nos mostró claramente que había un proceso de cambio en las preferencias electorales incluso de nuestros propios votantes, que antes buscaban apoyar a los cuadros históricos que salieron del PT: Chico Alencar, Ivan Valente y otros nombres del PSOL que representaban la negación de la gobernabilidad conservadora del PT. Pero desde 2016 se empieza a buscar algo más, la vinculación con las nuevas luchas y agendas de las mujeres, de los negros y negras, de la comunidad LGBTI...
¿Cómo vivísteis su asesinato?
En primer lugar, nos sorprendió mucho. Marielle no tenía una historia de conflictividad con las milicias de Río como la que tenía por ejemplo Marcelo Freixo. Aunque denunciara la violencia policial desde el primer día de su mandato como concejala, no tenía un trabajo sistemático de combate contra estos grupos paramilitares que son seguramente los responsables de su asesinato. Yo estaba en Brasilia y me llamó Marcelo, que fue el primero a quien informaron. Como él trabaja el tema de la violencia policial y los derechos humanos desde hace muchos años, cuando la policía llegó a la escena del crimen y reconoció a Marielle lo llamaron inmediatamente. Yo había estado con ella unos diez días antes en un debate sobre las precandidaturas presidenciales del PSOL. Marielle y yo apoyábamos a Guilherme Boulos que finalmente fue nuestro candidato a las últimos elecciones presidenciales de 2018. Estaba muy contenta, muy animada con la perspectiva de tejer una alianza electoral con un líder “sin techo” como Guilherme, con una líder indígena como Sônia Bone Guajajara [finalmente candidata a la vicepresidencia]... Por lo tanto, nos llevó unos días caer en la cuenta de que su asesinato era verdad.
Al día siguiente de recibir el aviso volé temprano de Brasilia a Río, me encontré con la familia de Marielle, con Freixo... Se organizó en la Cámara Municipal de Río un funeral con miles de personas y aún en este momento no parecía real. No fue hasta unas semanas después, con la movilización, las miles de personas que salieron a las calles en todo el país, muchas de las cuales no conocían antes a Marielle pero decidieron manifestarse porque se sintieron afectadas por la violencia que provocó su muerte... no fue hasta entonces que llegamos a entender la gravedad, la brutalidad que supuso su asesinato y la importancia que su imagen, su trabajo, su trayectoria de vida ganó en el imaginario colectivo, sobre todo en las mujeres negras de izquierda. Los resultados están ahí: en las últimas elecciones de Río salieron elegidas cuatro diputadas estaduales del PSOL, todas mujeres negras y vinculadas al mandato de Marielle: dos ex asesoras, Renata Souza y Mónica Francisco; una joven líder estudiantil que también tenía relación con Marielle, Daniela Monteiro; y Talíria Petrone que era concejal en Niterói, una ciudad vecina a Rio, muy amiga suya.
Nosotros nunca imaginábamos que íbamos a vivir algo así. Yo no imaginaba que algunas semanas después tendríamos que poner cámaras de seguridad en las sedes del partido en varias ciudades de varios estados. Nunca pensé que tendría que acompañar una investigación policial por un asesinato de una de las nuestras, ni se me pasó por la cabeza cuando acepté ser presidente del partido que viviría algo así. Pero, al mismo tiempo, fuimos comprendiendo el impacto y la fuerza que este proceso de fortalecimiento de la lucha de las mujeres y de los negros en Brasil ha ganado con lo que llamamos “florecimiento” de estas luchas, que hoy encuentran en Marielle un símbolo tan fuerte, tan expresivo. Evidentemente, yo cambiaría todo por tenerla con nosotros. Pero es muy impresionante lo que generó su asesinato y debemos aprovechar lo que provocó esta tragedia para llevar adelante sus banderas y sus luchas para siempre.
Marielle fue asesinada por el bolsonarismo, un clima político en Brasil que –más allá de si se demuestran fundados los indicios de implicación de la familia Bolsonaro misma en este crimen– es característico del devenir neofascista o posfascista del neoliberalismo. Su asesinato es muy representativo de cómo se ha agudizado el impacto violento que sobre la vida tiene esta radicalización del neoliberalismo y de las derechas en todo el mundo.
El PSOL fue el primer partido en Brasil que adelantó una caracterización de lo que empezaríamos a vivir a partir del año 2015, en el sentido de que estábamos asistiendo a una ofensiva conservadora como respuesta a la crisis económica y la lucha en torno al futuro del Estado y de lo público en Brasil. Y esa ofensiva conservadora se manifiesta de varias formas. En primer lugar mediante el fortalecimiento de valores y perspectivas sobre el mundo que son conservadoras o reaccionarias. Pero también con el incremento del encarcelamiento de negros y negras en las periferias, el asesinato de líderes populares o indígenas, el reforzamiento de las estructuras paraestatales de violencia contra la pobreza. Todo esto, finalmente, adopta la forma de un programa político en 2015, que fue el programa del impeachment, el golpe parlamentario que saca a Dilma y la reemplaza por unas políticas económicas y sociales cada vez más violentas contra la pobreza, los derechos humanos, el medioambiente. No cabe duda de que el bolsonarismo constituye un cierre del Estado penal que ejecuta una serie de ataques al Estado de derecho.
El asesinato de Marielle y de otros liderazgos indígenas, sociales o populares forma parte de esta ofensiva conservadora que denunciábamos muy pronto. Muchos compañeros incluso del PSOL no estaban del todo de acuerdo con esta formulación, porque la veían un planteamiento derrotista, como si el papel del PSOL debiera ser proclamar constantemente la necesidad de que la clase obrera o las clases populares se pongan a la defensiva para proteger sus derechos. Pero hoy ya no cabe duda de que el bolsonarismo, como responsable del asesinato de Marielle o del encarcelamiento de Lula, con el descubrimiento en estos días pasados de una trama de escuchas telefónicas judiciales para perseguir a líderes políticos y en particular del PT... Todo esto forma parte de una ola conservadora que se vive en todo el mundo, en América Latina, y que concretamente en Brasil opera con la perspectiva de poner al Estado al servicio de un proyecto de acumulación en favor de las élites económicas. Y para eso, en esta etapa del neoliberalismo que es mucho más agresiva contra el medioambiente, los pobres, los derechos humanos, es necesario tener un Estado más represivo. Con este fin se cambian leyes, se utilizan métodos judiciales con intenciones políticas y, por supuesto, se permite que haya bandas criminales mucho más violentas incluso que antes, llegando al asesinato de una líder política en el centro de Río de Janeiro. Algo que incluso para nuestros patrones históricos de violencia institucional constituye un fenómeno nuevo.
El doble lema de la resistencia popular a este fenómeno, “Lula libre, Marielle vive”, ¿ha conducido al PSOL a restañar retrospectivamente el significado de Lula como figura histórica y del lulismo como proceso político y de gobierno en Brasil? Porque las condiciones son otras ahora...
¡Hmmm! [Pensativo]. Sí, yo diría que tenemos ahora una visión... crítica pero mucho más comprensiva de los límites, las dificultades y los problemas. En este proceso de resistencia democrática hemos acercado el PSOL a importantes intelectuales y líderes políticos que aún están vinculados al PT y a Lula. Y algunos nos han enseñado que fue auténtica su lucha por hacer del lulismo y de los Gobiernos del PT una experiencia de enfrentamiento al neoliberalismo. O sea, hoy podemos interpretar las tensiones del pasado de forma mucho más fácil, comprender que muchos de estos compañeros que, a diferencia de nosotros, se quedaron en el PT, tenían prohibido expresar sus críticas por razones de Estado, porque evidentemente se imponía internamente un criterio de unidad en defensa del Gobierno frente a sus opositores. Y sin embargo, algunos de estos compañeros petistas se sienten hoy día mucho más libres para elaborar una reinterpretación crítica que, a cambio, nos permite a los que salimos del PT una reinterpretación más comprensiva. Sobre todo reconociendo los avances que quizá en la época no reconocíamos suficientemente por nuestra posición de partido independiente y de oposición de izquierda a los Gobiernos del PT. En el momento actual, claro, podemos tener una visión más comprensiva tanto de los límites como de los avances sin dejar de tener una interpretación crítica, porque varios de esos límites fueron autoimpuestos por decisiones políticas del Gobierno. Incluso, como te acabo de decir, hay voces del petismo que ahora consideran que el lulismo podría haber ido más lejos.
El PT no ha sido, desde que se convierte en un partido hegemónico en Brasil, especialmente proclive a amparar alianzas amplias ni por izquierda ni por abajo. De acuerdo con la explicación que acabas de dar, ¿piensas que el PT puede estar haciendo una reflexión tendente a concluir que, de una manera semejante a como ha sucedido con AMLO y Morena en México o con Alberto Fernández y el Frente de Todos en Argentina, la superación del bolsonarismo se tendría que dar también en Brasil mediante una hipótesis de construcción política más de carácter digamos frenteamplista?
Esa es una tensión permanente en el interior del PT. Muchos líderes políticos petistas, independientemente de su origen –comunista, socialdemócrata, radical, moderado…–, han sacado conclusiones de la excesiva confianza que el PT tuvo con la democracia liberal en Brasil y con sus aliados de las élites de las clases dominantes. Y hoy perciben que la alianza prioritaria tiene que ser, no con los partidos del sistema, sino con quienes están movilizados: con la gente, los de abajo. Al mismo tiempo, hay otros que no sacaron estas conclusiones y siguen considerando que se puede volver al pasado para simplemente reproducir lo mismo que hicieron bajo un pacto conservador mediante el que se pueda, en un futuro ciclo de expansión económica, garantizar que obtengan ganancias tanto las clases dominantes como las dominadas. Es una tensión permanente.
Por supuesto, yo veo que hoy, a tres años del golpe parlamentario contra Dilma, ganaron mucha fuerza las posiciones más críticas, y por tanto el PT está más cerca que nunca de un proceso de reflexión autocrítica. Pero en su último congreso, en noviembre del año pasado, continuaba una cierta prohibición de expresar estas reflexiones a nivel público. El papel de Lula en este aspecto es muy importante porque él mantiene que no se debe hacer ninguna autocrítica pública: “Los responsables de la crisis social y económica no somos nosotros sino las élites”. Y es verdad, claro que las élites son las principales responsables. Pero cuando Lula prohíbe hacer autocrítica no sólo está cancelando la posibilidad de que el PT reflexione en este sentido, sino también la posibilidad de que este partido hegemónico forme parte de un proceso más amplio de renovación programática de la izquierda en Brasil.
Esto es justo lo que nosotros estamos reivindicando con mucha fuerza, pero ni siquiera exigimos que el PT haga la autocrítica de cara a nosotros como paso previo para construir alguna plataforma de intervención común no sólo contra el bolsonarismo, sino también para sacar al país de la crisis económica y social. Evidentemente, contra el bolsonarismo nosotros ya estamos militando y luchando al lado del PT, del PCdoB [Partido Comunista do Brasil, desde hace años aliado del PT; no confundir con el PCB, puntualmente aliado del PSOL], de otros partidos de centro-izquierda e incluso a veces de centro-derecha cuando resulta posible ponerlos en contradicción con el Gobierno de Bolsonaro. Pero hay otra tarea mucho más compleja que es formular, elaborar un programa para sacar al país de la crisis.
Para eso, hay que extraer lecciones de la historia. En el PT hay gente que ya lo hace, pero otras personas cancelan esta reflexión impidiendo así también la posibilidad de construir una plataforma compartida para enfrentarnos a la crisis. Y, lamentablemente, quienes lideraron el petismo en el ciclo anterior: Lula, Dilma, algunos ministros muy importantes, han optado por rechazar la idea de una autocrítica. Para el PSOL no es necesario que el PT exprese ninguna autocrítica a la hora de construir alianzas puntuales en defensa de la democracia y los derechos. Pero para que el PT pueda ser un agente impulsor de una salida de izquierda a la crisis económica, social, política y económica que vive el país, tendrá que hacer cuentas con sus errores. Yo creo que eso es muy difícil porque, en este momento, en el PT se relaciona esta idea de autocrítica con solamente un reconocimiento de escándalos de corrupción. Y para reconstruir el imaginario de una izquierda confiable para las mayorías sociales, una izquierda coherente entre lo que dice y lo que hace, no hay otra forma sino expiando ciertos fantasmas.
Juliano Medeiros fue elegido en enero de 2018, con 34 años, presidente del Partido Socialismo e Liberdade (PSOL), un partido brasileño con representación institucional relativamente modesta pero relevante no sólo por su significación en una Cámara de Diputados muy fragmentada. También lo es por...
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Marcelo Expósito
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