Encuentros
“Lo que se toma por legado franquista es herencia de dos siglos de endémico atraso”
Una conversación sobre el uso de la Guerra Civil como comodín que confunde más de lo que aclara los desafíos políticos actuales
Sebastiaan Faber / Ignacio Echevarría 20/02/2020
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Para cierta izquierda española, la Guerra Civil se ha convertido en un comodín que confunde más de lo que aclara sobre los grandes desafíos del momento político. Con esta reflexión, provocada por la nueva película de Alejandro Amenábar, marcó Ignacio Echevarría en estas páginas el 20-N. Firmemente instalada como “correlato mítico de la realidad española” –afirmaba–, la guerra acaba entorpeciendo las facultades analíticas de la izquierda y, peor, contaminando su táctica. A los que ven en Vox sobre todo un fantasma del pasado franquista, Echevarría les lanzó una advertencia: “Los residuos del franquismo, por conspicuos que sean, están lejos de ser el problema principal de la sociedad española, que en parte vienen de mucho más atrás y en parte son de naturaleza radicalmente nueva”.
Su texto inspiró el siguiente intercambio.
Sebastiaan Faber: Planteas que parte de la izquierda española está trágicamente confundida sobre la naturaleza de sus enemigos. Una y otra vez –escribes– sucumbe a la tentación de reducir la derecha española a su “pedigrí franquista”, cuando la verdad es que esa derecha española está plenamente sintonizada con la neopopulista (y/o neoliberal) europea. Me parece un apunte corrector importante y útil: no todo lo que suena a franquismo lo es. Pero ¿quieres decir con esto que lo que Manuel Vázquez Montalbán llamaba “franquismo sociológico” ha dejado de ser una fuerza determinante en España hoy? ¿No crees que sigue habiendo herencias o resabios franquistas en una gama bastante amplia de actitudes, patrones, reflejos, concepciones todavía muy presentes en la sociedad española hoy, no solo en la derecha sino también en la misma izquierda?
Ignacio Echevarría: Claro que sí. ¿Y cómo podía ser de otro modo? En España conviven en la actualidad al menos dos generaciones que han crecido bajo el franquismo, y no cabe esperar que las estructuras de poder y la mentalidad segregadas a lo largo de cuarenta años hayan desaparecido sin dejar rastro, aun pasados otros cuarenta años. Sobre todo porque el franquismo no fue un fenómeno episódico, sino la desembocadura de un largo proceso histórico, de una muy prolongada lucha de facciones, tanto de clase como culturales y “nacionales”, cuyas tensiones consiguió reprimir pero no liquidar.
S.F.: O sea, que si lo que llamamos franquismo no muere en 1975, tampoco nace en 1936.
Le cabe sospechar que la herencia que recibimos del franquismo no fue amasada a partir de la Guerra Civil sino a partir de la Guerra de Independencia
I.E.: A veces me da la impresión de que se hace una simplificadora contraposición entre la dictadura franquista y la Segunda República, como si de dos etapas históricas se tratara. Pero es la Segunda República lo absolutamente excepcional –y efímero– en la historia de la España de los siglos XIX y XX, por lo menos hasta la Transición. Saltando por encima de ella (o, mejor dicho, simplemente aplastándola), el franquismo enhebra con una larga tradición de espadones, de pronunciamientos, de guerras civiles (las carlistas), de autarquía, de absolutismo, de represión, de injusticias y desigualdades sostenidas por una plutocracia y un clero anacrónicos y brutales. Me pregunto cuánto de lo que se toma por legado, herencia o resabio franquista, en esa gama de actitudes, patrones, reflejos y concepciones todavía muy presentes en la sociedad española hoy –presentes, como tú dices, tanto en la derecha como en la izquierda–, no es más bien herencia de dos siglos de endémico atraso y cerrazón, de imbecilidad, de sometimiento, de violencia. A cualquiera que se pasee estos días por la formidable exposición que el Museo del Prado dedica a los dibujos de Goya le cabe llevarse una idea bastante cabal de cuál es el sustrato en que arraiga el franquismo. Le cabe sospechar que la herencia que recibimos del franquismo no fue amasada a partir de la Guerra Civil sino, como muy pronto, a partir de la Guerra de Independencia.
S.F.: De acuerdo. Pero que ese atraso haya sido de dos siglos y no de uno y medio, tiene una explicación histórica, ¿no? Pongamos por ejemplo la judicatura española, que tanta atención está acaparando últimamente, entre manadas, titiriteros, los chicos de Altsasu y la crisis catalana. Ignacio Sánchez Cuenca ha llamado la atención sobre el “formalismo” de los tribunales y Enric Juliana, vía The Economist, ha hablado de un “legalismo exacerbado”. Ambos apuntan a cierta actitud entre los jueces que impediría su comprensión de –o el respeto a– derechos fundamentales como, no sé, el derecho a ser elegido diputado. Me parece que en ese formalismo legalista se detecta un claro legado franquista. Un legado perfectamente explicable, además, dadas las continuidades en la judicatura de carácter biográfico, genealógico y pedagógico...
Apenas dos siglos de implantación de la democracia no garantizan su arraigo ni siquiera en los países más afortunados, como Inglaterra y Francia
I.E.: ¿Y cómo pretender, insisto, que ese legado fuera suprimido de golpe? Es más que un legado, es un ADN. Se necesitarán aún dos generaciones más, en el mejor de los casos, para dejarlo atrás. La cultura democrática no deja de ser una vegetación aún novedosa en el suelo histórico y cultural de la mayor parte del mundo, incluida Europa. Apenas dos siglos de implantación no garantizan su arraigo ni siquiera en los países más afortunados, como Inglaterra y Francia. Mucho menos en países históricamente anómalos como España, un país sin casi Ilustración, donde, como es sabido, tardó en emerger una burguesía mínimamente equiparable a la de sus países vecinos, la que introdujo en ellos el gen liberal. No hay que olvidar, por otro lado, que la democracia española llega a su madurez (pongamos que a finales de la primera década del siglo XXI, cuando el llamado “régimen del 78” empieza a agrietarse visiblemente) en plena resaca democrática, en un momento en que en todo el mundo –incluidos los países en que la democracia está más consolidada– el neoliberalismo está forzando un retroceso generalizado de esos derechos fundamentales, laminados desde los más diversos frentes, empezando por el tecnológico.
S.F.: Que el neoliberalismo hace buenas migas con el (post)franquismo también lo demuestran Antonio Maestre y Paul Preston en sus últimos libros. Durante la dictadura, la privatización de lo público, o la conversión del capital público en patrimonio personal, era marca de la casa. Pero esto me plantea otra pregunta: la escandalosa promiscuidad triangular que existe entre las élites políticas, los grandes medios de comunicación y las élites económicas y financieras (Ibex35, banca), y que ha marcado tanto las cuatro décadas de democracia española, ¿es una disfunción que remonta al periodo franquista o es netamente identificable con la España democrática o, no sé, el capitalismo avanzado a secas?
I.E.: Disculpa que me repita. El franquismo duró cuarenta años. En Francia, la Ocupación y el régimen de Vichy duró sólo cuatro años; en Alemania, el nacionalsocialismo apenas una docena. De Gaulle pasó página prudentemente sobre el amplísimo tinglado del colaboracionismo y dejó intactos muchos privilegios obtenidos o consolidados gracias a él, sin hurgar en el amplísimo apoyo con el que contó. El “milagro alemán” liderado por Adenauer se obró con la activa participación, en las estructuras del poder tanto político como económico, de antiguos nazis. Sin cuestionar que la España democrática padezca, en efecto, disfunciones particulares, tiendo a pensar que sí, que esa escandalosa promiscuidad triangular que existe entre las élites políticas, los grandes medios de comunicación y las élites económicas y financieras es sobre todo consecuencia del capitalismo avanzado, aupado y beneficiado en el caso español por una lacra histórica. Baste pensar en el caso de Italia y Berlusconi.
S.F.: Hablemos del camino que hay por delante. La transición del 78 implicó una postura determinada hacia el pasado (república, guerra, franquismo). ¿Hasta qué punto crees que una solución a los grandes desafíos actuales de España pasa necesariamente por una redefinición de la relación con el pasado, una postura nueva que modifique o corrija la adoptada durante la Transición? ¿Cabe decir que los desafíos no se resolverán hasta que se redefina la relación con el pasado en una “segunda transición”? ¿O es que la obsesión con el pasado es más bien una distracción?
La Guerra Civil fue una guerra de clases, hay que recordarlo a cada minuto
I.E.: Hombre, yo no diría tanto como una distracción, pero en mi texto sobre Mientras dure la guerra sugería que la reivindicación de la memoria histórica podía estar actuando en algunos casos como una especie de placebo de las políticas de izquierda. Te decía antes que en España conviven en la actualidad al menos dos generaciones que han crecido bajo el franquismo, lo que explica, entre otras cosas, ciertas actitudes recalcitrantes. Pero hay al menos otras dos que nacieron ya muerto Franco, y crecieron en democracia. Yo no tengo la impresión de que nuestra cultura –y me refiero tanto la española como la contemporánea en general– preste demasiada atención al pasado, como no sea de un modo oportunista o doctrinario. Sin restarles dramatismo y sufrimiento, las cicatrices que la Transición dejó sin cerrar no creo que actúen como un lastre para el conjunto de la sociedad española, más bien pienso que lo son únicamente para un sector cada vez más minoritario de la población. ¿Redefinir la relación con el pasado? ¿Pero quién demonios tiene relación de ningún tipo con el pasado? ¿La tienen los veinteañeros que ni siquiera saben responder con seguridad quién era Franco? ¿La tienen los jóvenes independentistas que, convenientemente adoctrinados, se piensan que la Guerra Civil fue un enfrentamiento entre españoles y catalanes? Por otro lado, ¿cómo se define la relación con el pasado, desde qué perspectiva? ¿Entre los fantasmas del pasado que agitan los nacionalistas vascos y catalanes se incluye el flagrante colaboracionismo de las élites económicas de sus respectivos países con el franquismo? A menudo tengo la impresión, y así lo dije, que la Guerra Civil y sus secuelas actúan como una especie de correlato mítico de la fraseología política española. Un correlato que proyecta en el pasado los conflictos y tensiones que padecemos en la actualidad, y que al hacerlo los distorsiona. La Guerra Civil fue una guerra de clases, hay que recordarlo a cada minuto. Fue eso mucho antes que el conflicto entre las “dos Españas”, entre la República y la Monarquía, entre Madrid y la periferia, entre la Ilustración y la reacción. La relación con el pasado franquista, o con los antecedentes de la Guerra Civil y de la República, hay que plantearla tras una previa actualización de los términos con que remitirse a todo eso. Las élites españolas son mucho antes élites capitalistas que franquistas, y como ya dije se benefician de esa reducción mitológica que vela su efectiva condición. Me parece muy bien que se retiren los restos de Franco del Valle de los Caídos. Lo que no me parece tan bien es que las políticas de izquierdas rentabilicen estos gestos simbólicos sin enfrentar siquiera otras cuestiones mucho más apremiantes. ¿Para quién se hace la política? En una entrevista a pie de calle, ¿cuántos españoles menores de 45 años sabrían responder qué demonios es el Valle de los Caídos? ¿Por qué, en lugar de plantearse todas las cursiladas que se han postulado para reconvertir ese lugar, no se invierte en políticas educativas que garanticen el debido conocimiento de cómo y para qué se construyó? ¿O es que lo siguiente es convertir en un centro comercial El Escorial para borrar la huella siniestra de Felipe II en la historia de España?
S.F.: Curiosamente, también a la derecha le encanta recurrir al pasado para explicar el presente (el “golpe” del “Frente Popular”; o, al contrario, el agradecimiento a Franco por haber hecho posible el milagro económico, los pantanos, la propia democracia del 78). ¿Crees que cabe leer la misma popularidad de ese paradigma explicativo –que asume ciertas constancias históricas, o incluso una especie de destino español, en sentido positivo o negativo– también como un legado franquista? A fin de cuentas, Franco se identificaba plenamente con la nación y su destino e invocaba una idea fatalista del carácter nacional para justificar su propio régimen...
El franquismo lastró de forma gravísima la ya de por sí frágil y problemática cohesión de España como nación. El franquismo monopolizó, de hecho, el sentimiento nacionalista español
I.E.: No, no lo creo. Basta leer la literatura del 98 para cuestionar que sea así. O por lo menos para reclamar algunas matizaciones. La idea de las dos Españas es previa al franquismo, como es fácil demostrar. Por otro lado, por fallido que se considere, lo que intentó la Transición fue precisamente dejar de lado ese paradigma explicativo, claro que sin enfrentar simultáneamente el desmantelamiento de sus resortes. No, no. Me parece a mí que el legado más específico del franquismo fue su apropiación de toda la simbología nacional (bandera, himno, folclore, religión, gastronomía, paisajes, monumentos, hasta el idioma mismo), que asoció irreparablemente con su ideología nacionalista, desactivando toda posibilidad de identificación con ella. Es imposible evaluar los daños de esto. Uno se pasea por Francia o por Inglaterra y ve a cada momento banderas de esos países, colgadas de las puertas de los pubs o de las tiendas de souvenirs. Cuando en España uno ve una bandera española fuera del balcón de un Ayuntamiento, empieza a temerse que por ahí ande un “facha”. El franquismo “vacunó” de España al menos a dos generaciones de españoles que se desentendieron por completo de ella. Esto se percibe netamente en la llamada “generación del 50”, la de “los niños de la guerra”. No es que España les dejara de “doler”, es que se la refanfinflaba. El franquismo lastró de forma gravísima la ya de por sí frágil y problemática cohesión de España como nación. El franquismo monopolizó, de hecho, el sentimiento nacionalista español, y esa es una de las razones principales de que muchos piensen que sobrevive en una medida muy superior a la real. Hay un automatismo que mueve a pensar que un ciudadano de Ávila, de Cáceres o de Murcia que cuelga en su balcón una bandera española en réplica al soberanismo catalán es un franquista, cuando a lo mejor se considera él mismo un demócrata de toda la vida, pero, eso sí, además un patriota.
Para cierta izquierda española, la Guerra Civil se ha convertido en un comodín que confunde más de lo que aclara sobre los grandes desafíos del momento político. Con esta reflexión,...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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Ignacio Echevarría
Es editor, crítico literario y articulista.
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