TRIBUNA
Separemos la historia de la literatura
En respuesta a Luciano G. Egido
Severiano Delgado Cruz 4/11/2019
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Hace unos años coincidí con Luciano G. Egido en el libro Esta salvaje pesadilla: Salamanca en la guerra civil española (Barcelona. Crítica, 2007), coordinado por Ricardo Robledo, donde él publicó un capítulo sobre “Unamuno, en guerra” y yo, en coautoría con Santiago López, otro titulado “Que no se olvide el castigo: la represión en Salamanca durante la guerra civil”, del que formaba parte una lista nominal de unas 650 víctimas mortales. No era la primera vez que me aproximaba al tema. En 2001, también con Santiago López, publiqué el capítulo “Víctimas y Nuevo Estado, 1936-1940”, en el volumen V, Siglo Veinte, de la Historia de Salamanca editada por el Centro de Estudios Salmantinos, en el que salió una lista con unos 300 nombres de víctimas de la represión franquista, la primera que se hacía pública con estos datos. En total he publicado 18 artículos o capítulos de libros sobre la Guerra Civil en Salamanca y en Castilla y León.
“Unamuno’s Last Lecture” de Luis Portillo, publicado en 1941 en la revista londinense Horizon, hace una evocación literaria del acto del paraninfo y se pone en boca de Millán Astray y de Unamuno unos discursos que no pronunciaron
En septiembre de 2019 he publicado Arqueología de un mito: el acto del 12 de octubre en el paraninfo de la Universidad de Salamanca (Madrid. Sílex), en el que expongo el resultado de mis investigaciones acerca de la trayectoria de Miguel de Unamuno durante la guerra civil, lo ocurrido en el acto del paraninfo y el origen del relato “Unamuno’s Last Lecture” de Luis Portillo, publicado en 1941 en la revista londinense Horizon, en el que se hace una evocación literaria del acto del paraninfo y se pone en boca de Millán Astray y de Unamuno unos discursos que no pronunciaron, relato que ha dado origen al mito del incidente del paraninfo, debido a que Hugh Thomas lo popularizó en su libro The Spanish Civil War (Londres, 1961). Todo esto lo expongo como historiador al escrutinio público para que los lectores lo juzguen, pero en el número 245 de CTXT, con fecha 30 de octubre de 2019, me encuentro un artículo de Luciano G. Egido titulado “Descafeinar a Unamuno”, en el que me llama derechista y mentiroso descarado, amén de “banderín de enganche de la operación ‘descafeinar a Unamuno’ […] otra muestra de la derechización de la opinión pública occidental, dirigida por los poderes fácticos que dominan las democracias occidentales.” No sé si cuando participé en Esta salvaje pesadilla ya era un mentiroso al servicio de los poderes fácticos o eso vino después, pero seguro que el señor Egido, que afirma conocer mis oscuras motivaciones aunque ni siquiera se ha dado cuenta de que colaboramos en un libro, nos lo podrá decir. Lo que es seguro también es que no ha leído Arqueología de un mito, porque si lo hubiera hecho no me insultaría con tanta desmesura.
Centrándonos en el incidente del paraninfo, mi tesis es que lo ocurrido está bien recogido en las páginas de la prensa local del día siguiente. Cualquiera puede consultar El Adelanto del 13 de octubre de 1936, digitalizado en la base de datos de prensa histórica del Ministerio de Cultura y leer la crónica del acto. Lo único que permanece en la tiniebla son las palabras pronunciadas por Unamuno y por el general Millán Astray. En su día ya aclaró en gran manera este asunto el periodista salmantino Emilio Salcedo en su Vida de Don Miguel (Salamanca: Anaya, 1964), donde hace una reconstrucción plausible del incidente y del discurso de Unamuno basándose en testimonios de personas que habían estado allí o lo conocían por referencias directas. En esa versión queda claro que hablaron los catedráticos Ramos y Maldonado, el dominico Beltrán de Heredia y el poeta José María Pemán, presidente de la comisión de Educación de la Junta Técnica del Estado. Después Unamuno hizo su célebre discurso, breve, y luego Millán Astray hizo una intervención muy breve y exaltada. En eso coinciden también Eugenio Vegas Latapie y José Pérez-López Villamil, testigos presentes en el acto del paraninfo, que para Egido no son fiables porque Vegas era dirigente de Renovación Española y Pérez-López psiquiatra de Millán Astray. Sin embargo, Egido otorga plena credibilidad a Luis Portillo, que en octubre de 1936 estaba en Madrid. No parece un criterio muy científico, o al menos yo no trabajo así.
Según el relato de Portillo, tras unas breves intervenciones de los catedráticos Ramos y Maldonado, el general pronunció un largo discurso sobre la anti-España, en el que dijo que Cataluña y el País Vasco eran cánceres en el cuerpo de la nación, lo cual fue contestado por un extenso y brillantísimo discurso de Unamuno que termina con el famoso párrafo: “Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: la razón y derecho en la lucha. Me parece inútil deciros que penséis en España. He dicho.” Todo acabó con Millán Astray gritando “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!” y el tumulto subsiguiente.
Si vamos a los documentos, en la prensa local del 13 de octubre no aparece rastro alguno de ningún discurso de Millán Astray
Si vamos a los documentos, en la prensa local del 13 de octubre no aparece rastro alguno de ningún discurso de Millán Astray. Solo se dice que “finalizó el acto con unas breves palabras del señor Unamuno y otras del heroico general Millán Astray, combatiendo a los hombres que permanecen encubiertos, terminando con tres vivas al ilustre y bizarro caudillo del Ejército nacional, Jefe del Gobierno, general Franco, y como remate de estos tres vivas, el augusto de la Patria”. Pero si Millán hubiera hecho un discurso largo, la prensa lo hubiera recogido, porque en aquellos días los periódicos publicaban hasta la última coma de las intervenciones públicas del general legionario. Por tanto no hubo un discurso previo de Millán Astray, del cual el de Unamuno sería la heroica respuesta. Esto lo tuvo que comprobar el señor Egido mientras redactaba Agonizar en Salamanca, pero en lugar de preguntarse por qué había tanta diferencia entre la crónica periodística y el relato de Luis Portillo y Hugh Thomas, lo que hizo fue mezclar el relato de Portillo con el de Salcedo, como si la verdad se obtuviera mezclando dos elementos antagónicos, en lugar de determinando cuál de esos relatos se acerca más a la realidad documentada y descartando el otro.
Yo lo que he hecho en Arqueología de un mito, como en su libro hizo Emilio Salcedo, es prescindir del relato de Luis Portillo. Ese profesor salmantino, que trabajaba en Valencia en la Oficina de Información del Gobierno republicano, en los primeros días de enero de 1937 conoció a Johan Brouwer, un hispanista holandés que había entrevistado a Unamuno en Salamanca en septiembre de 1936. También pudo leer la crónica del acto del paraninfo publicada por la prensa francesa en la primera semana de enero de 1937, recogiendo la versión de Josep Maria Tarragó, un sacerdote catalán enviado especial del diario francés La Croix, que había entrevistado a Unamuno en Salamanca el 26 de diciembre de 1936. Esas son las fuentes de las que bebió Luis Portillo para escribir “Unamuno’s Last Lecture”.
En su relato, escrito cuando ya había terminado la guerra civil, Portillo no intenta describir objetivamente el acto del paraninfo, sino hacer una recreación literaria destinada a subrayar la brutalidad del franquismo, con Unamuno en el papel del español valiente que se atreve a enfrentarse al régimen militar, personificado en Millán Astray. En realidad, este es el origen del éxito del relato de Portillo, ya que acopla el incidente del paraninfo al arquetipo de la lucha del héroe contra el monstruo, tan arraigado en la cultura mediterránea. El anciano héroe se enfrenta al cíclope en la caverna.
Unamuno tomó la palabra para pronunciarse contra la idea misma de la anti-España, que solo servía para fomentar el odio entre los españoles
Según las fuentes documentales de que disponemos, en el paraninfo Unamuno reaccionó contra la idea de la anti-España, expuesta por algunos oradores, es decir, contra la doctrina de que el movimiento militar era una guerra de la España tradicional y auténtica contra la anti-España, compuesta por los liberales, los izquierdistas, los vascos, los catalanes y todos los que se opusieran al alzamiento. Unamuno, indignado, tomó la palabra para pronunciarse contra la idea misma de la anti-España, que solo servía para fomentar el odio entre los españoles. Unamuno, que desde el comienzo de la guerra había sido una de las principales bazas propagandísticas de los sublevados, mostró de manera pública su desafección al naciente régimen nacional-católico. Aquellas palabras, en aquel momento, en Salamanca, a cualquier otro le hubieran costado la libertad o la vida. Pero el enorme prestigio de Unamuno le protegía. La destitución del rectorado y el confinamiento en su casa, fueron su castigo.
Hubo enfrentamiento en el paraninfo entre Unamuno y Millán Astray, quién lo duda, pero para acercarnos a la realidad de los hechos será mejor que separemos la historia de la literatura. De lo contrario estaremos cayendo en la mitografía. E insisto: para criticar un libro lo más apropiado es leerlo antes.
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Severiano Delgado Cruz
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