Ausencia real
Neutralidades que matan
El eco de la indignación ha obligado a dar la cara a Felipe VI, con un lenguaje de guerra y referencias a “la primera línea de defensa” y la certeza de que “este virus no nos vencerá”. ¿De verdad piensa que con este mensaje en televisión será suficiente?
Nicolás Sesma Landrín 19/03/2020
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
La anticipada primavera de 2020 recuerda cada vez más inquietantemente al exuberante y hermoso verano que Stefan Zweig nos describía en las horas previas al estallido de la Primera Guerra Mundial, hace poco más de cien años, en 1914. Hoy, como en el mundo de ayer, también “hacía un tiempo espléndido” y la “multitud se agitaba en el parque” e iba ataviada con ropas claras, “alegre y despreocupada” en su mayoría, cuando repentinamente la música dejó de sonar para meter al viejo continente en una espiral autodestructiva de consecuencias imprevisibles.
En aquellos días, Europa estaba constituida principalmente por grandes monarquías, más o menos constitucionales, más o menos democráticas, pues la ciudadanía había comenzado ya a exigir su participación en la toma de decisiones. La experiencia de la guerra, sin embargo, no sentó bien a los sistemas monárquicos. Salvo el británico, con una excepcionalidad que se hizo norma, fueron cayendo, uno tras otro, el Imperio ruso del zar Nicolás II, el Imperio austrohúngaro del emperador Carlos de Habsburgo, el Imperio alemán del kaiser Guillermo II y, algo más tarde, quedó disuelto el Imperio otomano del sultán Mehmed VI.
¿Y la monarquía española? Más o menos liberal, más o menos constitucional, Alfonso XIII se moría de ganas de recuperar para el país una fuerte presencia internacional, pero estaba rodeado de perros viejos, que habían aprendido en Cuba que los desastres militares podían hacer que se pusiera en cuestión el conjunto del sistema. No, el gobierno se apresuró a ordenar en la Gaceta “la más estricta neutralidad a los súbditos españoles”. Hubo quienes interpretaron esta decisión como un signo de aislamiento y decadencia, desde Ortega y Gasset hasta el conde de Romanones, que escribió un célebre artículo en el Diario Universal titulado Neutralidades que matan. Al final, se impuso el seny, pues como dijo Francesc Cambó: “Hem de ser neutrals perquè no podem ser altra cosa”. Además, era una buena oportunidad para hacer negocios. Visto en perspectiva, la neutralidad salvó a la monarquía, y de paso permitió llenar la caja.
La oleada autoritaria de los años veinte y treinta hizo nuevamente tambalearse a las monarquías restantes. Las que cayeron en la trampa de una solución fascista a la crisis económica y a la nueva vuelta de tuerca de las reclamaciones de participación ciudadana no sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. La Italia de la dinastía Saboya pagó el precio por haber elegido a Mussolini, como lo pagaron también en Rumanía el rey Simeón II y en Yugoslavia el monarca Pedro II, mientras que en Bélgica le costó la abdicación a Leopoldo III, y en Grecia se necesitó una cruel guerra civil para mantener, apenas dos décadas, a una familia real de la que seguramente han oído hablar. Tan sólo aquellas que tuvieron un comportamiento inequívocamente constitucional salieron reforzadas, con, de nuevo, la monarquía británica en primer plano.
En realidad la monarquía fue afortunada, pues la neutralidad franquista en la guerra mundial volvió a salvarla, aunque más por omisión que por acción
¿Y la monarquía española? En realidad fue afortunada, pues la neutralidad franquista en la guerra mundial volvió a salvarla, aunque más por omisión que por acción. Unos años antes, había tenido que salir al exilio por apoyar uno de los ensayos generales del fascismo, la dictadura de Miguel Primo de Rivera, y la República que la reemplazó fue derrotada al apoyar la Europa democrática la receta del apaciguamiento, también con una guerra civil de por medio. Su restauración como sistema siempre fue bien vista por esas mismas democracias, que, bueno, sí reconocieron que el apaciguamiento fue un error, pero que tampoco pasaba nada por esperar treinta años. La monarquía tuvo que saltarse la línea sucesoria por el camino, como en Bélgica, pero no dejaba de ser un precio menor por salvar la institución.
No sé si la actual lucha contra el coronavirus es el equivalente del siglo veintiuno a una guerra mundial. Si no lo es, en todo caso, se le parece mucho, y para el monarca republicano Emmanuel Macron es una certeza: “Nous sommes en guerre”. En esta ocasión, los soldados que mandamos al frente son diferentes, para empezar son casi por igual hombres y mujeres: médic@s, enfermer@s, cajer@s de supermercado, cuidador@s, limpiador@s, transportistas... La retaguardia es también distinta, aunque, hoy como ayer, sea muy difícil que tome conciencia de lo que está en juego y de la necesaria disciplina. Y qué decir de las víctimas, muchas de ellas ancianos generalmente invisibles en los medios, pero que sostuvieron el país durante la crisis de 2008. Solo una cosa es exactamente igual: como hicieron los veteranos y las familias de las víctimas tras el final de las anteriores guerras, llegará el momento en el que exigirán el precio a su sacrificio y habrá que rendirles cuentas. Y se extraerán conclusiones. Entre otras, que la política de apaciguamiento austericida y deslocalizadora había debilitado gravemente nuestra capacidad de respuesta ante este desafío.
Ojalá me equivoque, y los historiadores afortunadamente somos muy malos profetas, pero en la Gran Bretaña del brexit los resultados de llevar cuarenta años desmantelando el Estado del bienestar pueden ser devastadores, y tengo dudas de que Boris Johnson sea la persona adecuada para garantizar que los cuervos de la Torre de Londres no emprendan un largo vuelo sin retorno. A su vez, tampoco deberíamos esperar que los Estados Unidos vengan a rescatarnos en esta ocasión, los inspiradores liderazgos de Wilson y de Roosevelt han dado paso a Donald Trump, a quien el uso de twitter no le ha dejado tiempo todavía para nombrar a su caballo cónsul de la República. De la Unión Europea mejor ni hablar, ni está ni nadie ya la espera. Con los envíos de ayuda médica china nos está llegando también la confirmación de que este dulce aroma de decadencia ha terminado de despertar al dragón asiático.
Hasta la noche del miércoles el rey Felipe VI jugaba nuevamente la carta de la neutralidad. Como hizo su bisabuelo, estaba aprovechando para hacer negocios y poner orden en su casa
¿Y la monarquía española? Una guerra diferente podría haber requerido de una estrategia diferente, pero hasta la noche de este miércoles 18 de marzo el rey Felipe VI jugaba nuevamente la carta de la neutralidad. No comparecía, era invisible, no se le veía en medios ni en visitas. Como hiciera el bisabuelo, estaba simplemente aprovechando una situación favorable para hacer negocios y poner orden en su casa, real por otra parte. Total, hay que quedarse confinado, ¿no?, y quién no aprovecha estos días para limpiar un armario y se encuentra por sorpresa con un regalo que nunca llegó a abrir. En concreto, desde el mes de marzo del pasado año y con el envoltorio todavía intacto. Total, nada, apenas cien millones de dólares. Por pura casualidad, justo en el momento en el que la ciudadanía no podía salir a la calle a protestar. El eco sordo de la indignación le ha obligado a dar la cara, con un lenguaje efectivamente de guerra y referencias a la “vanguardia”, “la primera línea de defensa” y la certeza de que “este virus no nos vencerá”. ¿De verdad piensa que con este mensaje en televisión será otra vez suficiente?
------------------------
Nicolás Sesma. Formado en la Universidad de Zaragoza y la Residencia de Estudiantes de Madrid. Doctor en Historia por el Instituto Universitario Europeo de Florencia y profesor de Civilización española en la Universidad Grenoble Alpes (Francia)
La anticipada primavera de 2020 recuerda cada vez más inquietantemente al exuberante y hermoso verano que Stefan Zweig nos describía en las horas previas al estallido de la Primera Guerra Mundial, hace poco más de cien años, en 1914. Hoy, como en el mundo de ayer, también “hacía un tiempo espléndido” y la...
Autor >
Nicolás Sesma Landrín
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí