CARTAS AL DIRECTOR
Un hombre bueno
Maria Luisa Arellano 30/03/2020
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“Hija denúncialo ahora mismo, nos tienen aquí ahogándonos y nos vamos a morir”.
Mi padre siempre quería buscar soluciones a todo. Si había que trabajar, lo hacía duro, si había que rebelarse y denunciar, alzaba la voz; lo hizo incluso en los tiempos del dictador Franco para defender un reparto justo de los turnos en su trabajo en el diario Ya, donde fue impresor. “Algunos se iban de juerga con los jefes y luego podían elegir”, me contaba. No tuvo miedo, subió a la planta alta, donde estaban los jefes importantes, protestó y se acabó ese enchufismo. Al menos en su sección.
Hablamos con las enfermeras y nos dicen que se ha agobiado porque no encontraba la luz de la habitación y porque se le ha caído la botella de agua; de fondo, la enfermera se lleva el teléfono a la habitación, le escuchamos decirle: “Cariño es que solo no puedo hacer esto”. Luchaba, luchó todo lo que pudo. Quería salvarse, estar con nosotros.
Cuando era pequeño, un niño, llevaba a mi abuelo la comida al campo. Por el camino le quitaba un poco, eran los años del hambre, porque mi padre nació en 1936. Trabajó a destajo, como todos entonces. Y se hizo novio de mi madre. Ella, la mujer que más le ha defendido y mejor le ha cuidado. Siempre. Le salvó de morir de un infarto cerebral, le dio mientras trabajaba aparcando coches en una clínica dental de lujo. Como tardaba en volver a casa, ella insistió e insistió hasta que consiguió que un compañero fuera a la clínica… y allí estaba, habían cerrado y se había quedado ahí, perdido, deambulando por el aparcamiento. Le llevaron a urgencias y se salvó. Entonces la sanidad pública logró sacarle adelante. Ahora no.
“Hija, ¿en qué fase estamos. Qué hay que hacer?”.
Está tumbado en la cama, con la mascarilla puesta, sin el oxígeno se ahoga, y se le entiende regular. La mano se agarra con tenacidad a la cama. Tiene buen aspecto.
En su mirada hay una petición de ayuda, me reclama, soy su hija y no puedo estar a la altura.
Porque la sociedad ha dejado de estarlo. El coronavirus es la versión endiablada de lo que somos: una sociedad que no sabe cuidar de su gente, por eso nos separa; una sociedad acaparadora, por eso ahora no hay suficiente para salvar la vida de los que enferman; una sociedad avariciosa, individualista, indigna. El coronavirus nos ha puesto delante del espejo.
“Papá, en la fase de seguir peleando, para curarte”.
Me mira sin comprender. La médico nos dice que tenemos que salir. Nos han hecho un regalo, poder despedirnos, hablar con él. Y ya.
Ni mi madre ni yo perdemos la esperanza. Mi madre espera un milagro. Yo siempre he creído que mi padre es milagroso. Desde niña, con sus manos grandes, protector. No había miedo a su lado.
Tengo que cumplir con él, hacer lo que ha pedido: denunciar. Denunciar que les hemos fallado, a ellos, que lo dieron todo por mejorar la vida de sus hijos, trabajando duro, levantando la voz. Denunciar que con más medios se habría podido salvar, se podría estar salvando a más gente. Y que son muchos años en los que la sanidad pública, sobre todo en Madrid, ha sido sistemáticamente saqueada. Una denuncia que lleva también años haciendo el personal sanitario. Por eso, la médico que me ha dado la noticia del fallecimiento de mi padre se ha echado a llorar. Ella también lo sabe.
“No le hemos dejado solo, no ha sufrido”.
“Pobrecito”, he dicho.
“Sí, pobrecito”, me ha contestado.
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Maria Luisa Arellano es suscriptora de CTXT.
“Hija denúncialo ahora mismo, nos tienen aquí ahogándonos y nos vamos a morir”.
Mi padre siempre quería buscar soluciones a todo. Si había que trabajar, lo hacía duro, si había que rebelarse y denunciar, alzaba la voz; lo hizo incluso en los tiempos del dictador Franco para defender...
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