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Batalla pública

El desastre neoyorquino de la ultraderecha española

Una alianza de activistas y organizaciones vecinales, antifascistas y antirracistas lograron, de forma no violenta, boicotear un mitin de Vox en Nueva York

Simon R. Doubleday Nueva York , 12/03/2020

<p>Santiago Abascal, durante el acto en el restaurante Floridita de Nueva York</p>

Santiago Abascal, durante el acto en el restaurante Floridita de Nueva York

Vox

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María Brando es una abuela y maestra jubilada que vive en el barrio de Bay Ridge, en la ciudad de Brooklyn, Nueva York. Desde el carril bici que recorre la ribera de la bahía, los brooklynitas pueden contemplar una impresionante panorámica de la desembocadura del río Hudson: el lugar por el que hace un siglo millones de inmigrantes entraban para navegar los últimos kilómetros en dirección al puerto de Ellis Island. Ahora, a ambos lados del Atlántico, la inmigración se ha convertido en un tema polarizador que explotan los populistas de derechas. El nombre de María es un pseudónimo, inspirado en su ubicación “frente al mar” [de la película On the waterfront, titulada La ley del silencio en España]. Al igual que otras personas que entrevisté para este artículo, a María le preocupa el ciberacoso y las represalias online que pudiera tomar en su contra la extrema derecha tanto de EE.UU. como de España.

Hace tres años, durante los sombríos meses que siguieron al shock de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, María y varios de sus vecinos progresistas fundaron una organización comunitaria local llamada Fight Back Bay Ridge [Contraataca Bay Ridge]. El evento más reciente que han celebrado, Solidarízate, tuvo lugar en enero de este año y fue un homenaje a la diversidad de su comunidad; asistieron familias enteras acompañadas de sus hijos. El grupo está totalmente comprometido con el activismo comunitario pacífico: “Nunca hemos participado en ningún tipo de violencia ni extremismo”, me explica.

En los últimos días de febrero de este año, María se enteró de que a las 18:30 del miércoles siguiente, el 4 de marzo, algunos representantes del partido político español de extrema derecha Vox iban a celebrar un mitin en El Centro Español, en Astoria, una de las zonas más dinámicas del distrito de Queens. El evento supondría la culminación de una visita triunfal a EE.UU., en la que el líder del partido, Santiago Abascal, había acudido a la Conferencia de Acción Política Conservadora, había escuchado el discurso de clausura del presidente Trump y se había reunido con varios senadores republicanos de derechas, entre los que se encontraba Ted Cruz. En el mitin intervendrían el propio Abascal y el número dos del partido, Iván Espinosa de los Monteros.

En los colegios públicos de Astoria, los hijos de familias de inmigrantes europeos de clase media se codean con hijos cuyos padres han cruzado el Río Grande sin papeles y también con los hijos de ambiciosas familias del subcontinente indio

Pero el lugar que habían elegido, Astoria, Queens, desentonaba con un partido político como Vox. En los colegios públicos de Astoria, los hijos de familias de inmigrantes europeos de clase media se codean con hijos cuyos padres han cruzado el Río Grande sin papeles (refugiados económicos desesperados procedentes de Honduras y El Salvador), y también con los hijos de ambiciosas familias del subcontinente indio. Esta diversidad, que dista mucho de la ansiedad étnica que nutre a los movimientos supremacistas blancos en Estados Unidos y a los movimientos reaccionarios y xenófobos en Europa, es motivo de orgullo local.

Astoria es una celebración de la variedad étnica de sus asociaciones culturales, sus tiendas de alimentación, sus festivales callejeros, sus iglesias, sus mezquitas y sus restaurantes (japoneses, indios, tailandeses, italianos y griegos). Cada vez más es también un foco de políticas progresistas. Una nueva generación de políticos progresistas y socialistas, de entre treinta y treinta y cinco años, está intentando darse a conocer de cara a la próxima campaña electoral, y lo hace cuestionando el aparato demócrata, como Alexandria Ocasio-Cortez en 2018. En este barrio, en el que muy pocas personas votaron a Donald Trump, la intolerancia de Vox habría estado extraordinariamente fuera de lugar, y, además una resistencia enérgica y pacífica se ha ido perfeccionando en toda la ciudad de Nueva York a raíz del lento auge del fascismo en Estados Unidos.

María no dudó en sumar su voz al coro de neoyorquinos que había resuelto protestar y rechazar la presencia programada de Vox. “Creo que es importante luchar contra el fascismo allí donde lo encontremos”, me explicó. “En vista del clima político que se vive actualmente en EE.UU., los ciudadanos comunes como yo estamos desarrollando una mayor concienciación de que nuestros amigos y vecinos están siendo atemorizados por agencias gubernamentales, el cuerpo de policía y los fascistas que les aplauden. El auge de partidos de ultraderecha en Estados Unidos y en otros países está proporcionando una plataforma a grupos antiinmigrantes, misóginos y neofascistas. La gente decente tiene que contrarrestar ese auge de todas las maneras posibles”.

Junto con otros dos miembros de su grupo, María se unió a una coalición espontánea de colectivos e individuos que pretendía impedir que Vox se reuniera en El Centro Español, o que se manifestaría si lo hacía. Muchas de estas personas eran educadoras o profesionales, tenían poco que ver con el estereotipo de violentos y radicales activistas de izquierda que Vox intentaría evocar en los días siguientes. Yo estaba entre ellos. El jueves 27 de febrero, poco después de que se anunciara el mitin de Vox, publiqué un tuit en el que señalaba que cancelaría mi afiliación si el centro celebraba el evento. El tuit se hizo viral y se imprimió en varios periódicos españoles. La tarde del sábado 29 de febrero, Vox se mostró agitado: “Al parecer hay mucho progre anti democrático intentando boicotear un acto de un partido constitucionalista”, tuitearon a sus seguidores.

El jueves 27 de febrero, poco después de que se anunciara el mitin de Vox, publiqué un tuit en el que señalaba que cancelaría mi afiliación si el centro celebraba el evento

Mientras tanto, las organizaciones comunitarias comenzaron a movilizarse. Entre ellas estaban María Brando y sus amigos de Fight Back Bay Ridge, y varios miembros de la sección neoyorquina de Marea Granate (un colectivo que se define a sí mismo como “una organización transnacional, apartidista y feminista formada por emigrantes del Estado español y simpatizantes, cuyo objetivo es luchar contra las causas y quienes han provocado la crisis económica y social que nos obliga a emigrar”) que actuaban a título personal. “Vox quiere reclutar a estadounidenses españoles, y esto tiene consecuencias tanto dentro como fuera de España”, enfatiza un miembro de Marea Granate Nueva York que prefiere mantener el anonimato. “El resurgimiento generalizado de la extrema derecha bajo el gobierno de Trump ya supone una amenaza para los neoyorquinos en situación de vulnerabilidad. Es imprescindible que no les brindemos plataformas a estos partidos para que prediquen su discurso de odio en nuestra ciudad y fuera de nuestras fronteras”.

Entre los diversos grupos que participaron en las protestas se encontraba la organización judía antifascista Outlive Them NYC, el Consejo Anarquista Coordinador Metropolitano (MACC, por sus siglas en inglés) y, quizá el más notable, el grupo Unidos contra el Racismo y el Fascismo (UARF, por sus siglas en inglés), que surgió en noviembre de 2018. Los miembros de UARF-NYC ya habían participado en la iniciativa que logró detener a Amanecer Dorado, el partido neonazi griego, cuando intentó (algunos años antes) recabar apoyos en Astoria: “Ahora Amanecer Dorado está fuera del Parlamento y sus líderes están siendo procesados”, añade David –nombre ficticio–, uno de los coordinadores del grupo. Para él y para muchos otros manifestantes, la lucha es internacional. “Hemos sido testigos de un alarmante resurgimiento de los partidos de extrema derecha en todo el mundo, y Vox forma parte de esa tendencia. Ya hemos visto que existe una coordinación internacional entre figuras y partidos políticos de extrema derecha; por eso urge desarrollar unas alianzas y una solidaridad todavía más sólidas entre las personas y los grupos antirracistas y antifascistas de todo el mundo. Los miembros de nuestro grupo consideraron que era nuestro deber dar la señal de alarma sobre el peligro que representa Vox, así como mostrar nuestro apoyo a la gente de España, que en su mayoría se opone a Vox”.

Un artículo tildó la movilización activista como una expresión del “liberalismo norteamericano”. Esta afirmación es incorrecta por dos motivos: no solo había entre los manifestantes varios españoles residentes en Nueva York, que son académicos y profesionales de otras ramas, sino que además intervinieron desde diversas posiciones ideológicas. De acuerdo con un miembro español del MACC (que también desea permanecer en el anonimato), los manifestantes conformaban “un conglomerado de progresistas, grupos de izquierda y revolucionarios que se integraba bajo un denominador común: evitar la propagación del discurso de odio mediante la acción no violenta”.

En los días posteriores, el propio Vox habló en repetidas ocasiones de “amenazas” de la “izquierda radical”: una fórmula que diseñaron para insinuar la existencia de una violencia política. Implicar esto es alejarse totalmente de la realidad que me confirmaron los activistas con los que hablé. María, la maestra jubilada y abuela de Brooklyn, recalca la naturaleza tranquila (aunque efectiva) de las protestas que se llevaron a cabo en las redes sociales. “En algunos casos”, añade, “fue tan sencillo como conseguir que la gente llamara al Centro Español, pero ese pequeño acto surtió un gran efecto”. Silvia, una profesora de literatura que da clases en una de las principales universidades de Manhattan y que también pide cambiar su nombre, explica que “la principal táctica era difundir información a través de las redes sociales para pedir que se suspendiera el evento. Si no se hubiera cancelado, el siguiente paso habría sido organizar una manifestación”. Silvia rechaza la afirmación de que estas acciones habrían representado una violación del principio de libre expresión.  Esta “termina cuando tu intención es eliminar a un grupo por su raza, orientación sexual o estatus migratorio”, explica. “Vox disimula su identidad con un discurso elaborado, pero su objetivo es eliminar los derechos de las mujeres, de los inmigrantes y de otros grupos minoritarios”.

El coordinador español del MACC se hace eco de este argumento. El recurso que hace Vox al argumento de la “libertad de expresión” es una absoluta falacia: “Cuando los editores de los periódicos liberales deciden esconder bajo la alfombra las infracciones de sus políticos o empresas favoritos, nadie les acusa de limitar la libertad de expresión. Todo esto es una competición para ver quién gana la batalla de las ideas y quién controla el discurso. Tienen dinero, bots de Twitter y medios de noticias falsas. Nosotros tenemos gente, convicciones y, francamente, estamos del lado correcto de la humanidad. Por ese motivo, hacemos lo que podemos para suprimir el odio y la violencia contra los débiles, y en ocasiones eso significa hacer que los fascistas se enfaden”.

La organización antirracista y antifascista UARF, por su parte, había planeado organizar un piquete contra el evento si el Centro Español se negaba a suspenderlo. Sin embargo, el domingo 1 de marzo por la noche, el centro anunció la cancelación debido al compromiso de sus estatutos con permanecer apolítico. Muchos de los manifestantes estaban exultantes. Algunos mostraron una ligera desaprobación, al recordar la carismática oratoria de Pablo Iglesias en el mismo lugar cinco años antes, en noviembre de 2015, antes de que entrara en el Parlamento, pero para la mayoría los estatutos no eran lo que importaba, sino la urgencia de derrotar a la extrema derecha.

Vox se apresuró entonces a encontrar otro local, y el martes 3 de marzo ya había reservado una sala en el 3 West Club, de la calle 51 de Manhattan, un local que colabora con el Club Republicano Nacional de las Mujeres (WNRC, por sus siglas en inglés). En esta ocasión actuaron con prudencia y solicitaron confirmación a los simpatizantes que pensaban acudir. Mientras tanto, intentaron desesperadamente recuperar el control de la narrativa pública y proclamaron que estaban encantados de haber conseguido publicidad extra y un espacio más grande a pesar de los esfuerzos de los “progresistas antidemócraticos” de Nueva York. En realidad, habían sufrido una amarga derrota, porque habían sido boicoteados y expulsados del progresista distrito de Queens; pronto experimentarían otra derrota más.

Ese martes, algunos activistas, entre los que se encontraba el círculo de María Brando, comenzaron de inmediato a llamar al 3 West Club y a destacar la naturaleza extremista de Vox. Trabajando de forma independiente, sin saber de la existencia de estos otros grupos, redacté una carta abierta para la estación de radio del WRNC: “Puede que les interese saber (como sociedad de mujeres que son) que Vox se opone enérgicamente a las leyes contra la violencia machista en España que se diseñaron para limitar las agresiones que le cuestan la vida a demasiadas mujeres cada año”. La UARF preparó también un comunicado oficial en el que hacía un llamamiento al club para que suspendiera el evento y siguiera el ejemplo del Centro Español: “Vox es conocido por su xenofobia, su homofobia y su racismo y por simpatizar culturalmente con los valores del dictador fascista Francisco Franco. Reúne a neoliberales nacionalistas, fascistas, neonazis y franquistas en la defensa de una agenda basada en el odio y la islamofobia. Los organizadores de las protestas solicitan al WNRC que suspenda el evento, porque temen que pueda avivar las llamas de la violencia contra los neoyorquinos marginados”.

De nuevo, el plan de la UARF era organizar una manifestación si, como se esperaba en esta ocasión, el local se negaba a suspenderlo.

“Si @WRNRC1291 no hace lo correcto y no suspende el evento neofascista @Vox_NewYork, allí estaremos para gritar ¡#NoPasarán! ¡#StopVox! en el 3 West de la calle 51 de Manhattan (junto a la 5ª avenida). A las 18:00 en punto. ¡Únete a nosotros! ¡Trae carteles, dispositivos no amplificados que hagan ruido, tu voz y tu espíritu antifascista!”, tuitearon.

Un activista español que colabora con el consejo anarquista MAAC me señala que, aunque las protestas hubieran llegado a producirse, el espíritu de la no violencia habría prevalecido. La importancia de mantener la paz y garantizar la seguridad “se discutió en varias ocasiones”, me confirma. Sin embargo, al final el 3 West Club demostró ser sorprendentemente receptivo. Para sorpresa de todos, el Club también suspendió el evento y “Vox pasó a estar 0 a 2”, como comenta María.

La mañana del miércoles 4 de marzo, el día del evento, Vox se apresuró de nuevo a encontrar otro local. Un mensaje, que se envió solo a los que habían confirmado su asistencia, pero que obtuvieron personas infiltradas, prometía que el lugar se anunciaría solo una hora antes del evento, previsto para las 19:15. A las seis de la tarde llegó el mensaje de la formación ultraderechista: el evento tendría lugar en un restaurante cubano situado en la parte alta de Manhattan, el Harlem’s Original Floridita, en la calle 125. Se pedía a los invitados que no compartieran ningún tipo de información ya que, decían, “no queremos más problemas”.

Se realizó una nueva tanda de llamadas. Según el relato de David, coordinador de la UARF, se pidió a la gente que “llamara al restaurante para explicar educadamente cuál era la situación y expresara su desagrado. Nos parecía que ya había sido todo un éxito que Vox se viera obligado a celebrar una reunión minúscula, anunciada de forma secreta, en lugar de celebrar un gran evento público. Básicamente, lo que hicimos fue llamar la atención sobre los hechos: que Vox es un partido de extrema derecha y que planeaba reunirse en Nueva York para ganar músculo. Sabemos que la gran mayoría de la gente de Nueva York, una ciudad diversa, llena de inmigrantes, de gente  negra y latina, de gente queer, se opone al odio que Vox defiende. Queríamos demostrarle a Vox, de forma pública y no violenta, que su ideología no es bienvenida”.

En esa ocasión, por la escasa antelación, el local se mostró insensible ante las preocupaciones de los manifestantes. En compañía de una reducida audiencia (quizá unos 30 o 40 simpatizantes, muchos de ellos chicos jóvenes), Abascal y Espinosa se sentaron a la mesa en el Floridita, delante de una bandera española atada a dos columnas. El restaurante colgó en repetidas ocasiones a las personas que llamaron para preguntar o protestar. En un caso, un empleado del restaurante alegó que en realidad el evento de Vox se iba a celebrar en otro lugar, en la calle 177. Los esfuerzos de Vox por recuperar el control de la narrativa continuaban. Nueva York no pudo detenerlos, afirmaron: ¡Habían podido reunirse!

Los manifestantes ya habían ganado, sin embargo, la batalla pública. La mayoría de los comentarios en las redes sociales hablaba de la vergonzosa humillación que había supuesto para Vox. En dos ocasiones su evento había tenido que suspenderse, y en dos ocasiones se habían visto obligados a encontrar un emplazamiento alternativo de forma apresurada. Y al final, habían tenido que celebrar una pequeña cena-reunión. Muy pocas personas creyeron la afirmación de que esa humillación había sido el resultado de las “amenazas” de la izquierda radical. Un tuit de la UARF recibió unos 42.000 likes y se compartió más de 18.000 veces: “Lo siento, Vox, pero no somos la “izquierda radical”, sino neoyorquinos normales haciendo frente, sin violencia, al racismo, al sexismo, a la xenofobia, a la homofobia y a los ultranacionalismos de todo tipo. Tu odio no tiene cabida en nuestra ciudad. #StopVox”.

Para María Brando está claro: “Vox dijo esas cosas sobre nosotros para no quedar en ridículo. En dos ocasiones conseguimos en pocas horas que les expulsaran de dos locales. La humillación fue internacional. Quedaban mucho peor si hubieron sido simples neoyorquinos quienes lo habían logrado, por eso tuvieron que tacharnos de violentos para evitar quedar en evidencia. ¿Qué parecerían si admitieran que un grupo de gente entre el que había una abuela y antigua maestra les había expulsado de Nueva York?”.

María Brando es una abuela y maestra jubilada que vive en el barrio de Bay Ridge, en la ciudad de Brooklyn, Nueva York. Desde el carril bici que recorre la ribera de la bahía, los brooklynitas pueden contemplar una impresionante panorámica de la desembocadura del río Hudson: el lugar por el que hace un siglo...

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