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Sobre literatura y 'raza' [II]

Cuando Tánger estaba de moda

Generación Beat, malditismo literario y privilegio colonial

Helios F. Garcés 5/04/2020

<p>Cafe Tingis en el zoco chico de Tanger en los años cincuenta.</p>

Cafe Tingis en el zoco chico de Tanger en los años cincuenta.

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La European Beat Studies Network organizó en 2014 un ciclo de conferencias en Tánger con motivo del cincuenta aniversario de la publicación de El Almuerzo Desnudo (1956), obra emblemática de William S. Burroughs. Puede afirmarse que el libro en cuestión constituye –junto a En el camino (1957), de Jack Kerouac y a Aullido (1956), de Allen Ginsberg– parte fundamental del buque insignia de un movimiento literario que revolucionó el panorama artístico norteamericano de los años cincuenta. Hablamos de la Generación Beat. 

La elección de la ciudad portuaria marroquí por parte de la red europea de estudios Beat para alojar el evento no era fortuita. Burroughs escribió el libro durante su estancia allí, periodo que, por cierto, ocupó intermitentemente casi una década de su vida. Pero el escritor de Misuri no fue una excepción. Todos –o casi todos– los miembros de la Generación Beat habían visitado el lugar en busca de su legendaria aura literaria. Es más, desde principios de siglo, figuras del mundo del arte y la literatura, como Mariano Fortuny, Henri Matisse, Virginia Woolf, Gertrude Stein, Truman Capote o Tennesse Williams, entre tantas otras, habían realizado numerosas incursiones en la ciudad-mito para intentar beneficiarse de su idealizada atmósfera. Es por eso que, al revisar la literatura existente sobre la cuestión, caemos en la cuenta de que los epítetos son siempre los mismos. La mirada culta occidental, incluida la Beat, ha construido un Tánger idílico al margen de Marruecos y de su gente; un onírico espacio ‘paradisíaco’ de ‘libertad’, ‘desenfreno’ y posibilidades de ‘inspiración’, en el que los artistas podían vivir su majestuosa experiencia creativa mientras que los marroquíes de carne y hueso –artistas o no– eran, como mucho, parte del decorado dispuesto para cumplir los deseos de sus excelsos visitantes.

Es sencillo observar cómo la narrativa sobre la rebeldía crítica, el rechazo a las convenciones formales y la espiritualidad que definían el movimiento se viene abajo a la luz de su relación histórica con la condición colonial

Desde 1926 hasta 1956, fecha de la independencia formal de Marruecos, Tánger fue, debido a su situación estratégica para el colonialismo occidental, zona de control internacional. Primero España, Francia y Gran Bretaña, más tarde Portugal, Bélgica, Italia y Países Bajos, finalmente EE.UU. y la Unión Soviética; todas estas potencias imperialistas occidentales gobernarían conjuntamente la ciudad durante décadas en el contexto de una larga y tensa lucha de poder por dominar el enclave. La kasbah, con sus callejuelas azules y blancas, la Gruta de Hércules, en la que Mohamed Mrabet espera todas las mañanas al gran pescado que le cuenta las historias, el griterío popular del Zoco Chico, la plaza 9 de Abril y sus cafeterías eclipsadas por el Cinema Rif. A tenor de lo descrito, resulta sencillo imaginar de nuevo el ambiente que presidió aquel ciclo de conferencias sobre los prodigios de una generación llena de iconos. Un generoso número de conferenciantes venidos de diferentes partes del mundo dedicaron sus intervenciones a seguir imaginando el contexto en el que Williams S. Burroughs y otros miembros de la Generación Beat escribieron sus obras. Pero, tal y como hemos insinuado, todo mito colonial alberga dentro de sí un turbio contrarrelato que puede convertirlo en cenizas. Y esta realidad se hizo carne en las propias jornadas cuando el intelectual tangerino Anouar Majid las clausuró  y dio al traste con el supuesto romance entre la ciudad y el grupo de endiosados literatos al afirmar lo siguiente: “La comunidad de occidentales prácticamente no salía de sus esferas particulares, nunca aprendieron la lengua y utilizaron la ciudad como escenario exótico de sus preocupaciones del Primer Mundo”. Estas palabras, todavía suaves, representan un buen comienzo desde el que empezar a poner en su lugar el concepto literario de libertad manejado por aquellos rebeldes que, sin embargo, fueron parte de la privilegiada élite colonial de la ciudad norteafricana.

Tánger, símbolo de la libertad, ¿para quién?

 Tánger fue, es y será para Marruecos mucho más que un puñado de enclenques literatos americanos, franceses y españoles con ínfulas de exploradores en blanco y negro

Es necesario tener en cuenta que los escritores de la Generación Beat que entraron en contacto con Tánger, muchos de ellos invitados por Paul y Jane Bowles, son considerados outsiders radicales en el seno de su propia sociedad. Aparentemente constreñidos por los límites de su tiempo, su mayor anhelo se materializaba en una ansiada búsqueda de la libertad mediante la que explotar todas sus posibilidades creativas. Y he aquí lo realmente interesante: la ciudad de sus sueños resultó ser un enclave colonial. El Tánger internacional era el escenario perfecto, un espacio en el que un occidental podía ‘reinventarse a sí mismo’ y entregarse al desfase sin importar las consecuencias. Hablemos sin tapujos. La permisividad y la inmunidad para los extranjeros era máxima en cuanto a alcohol, drogas y prostitución se trataba, lo que incluía el sexo con menores. De hecho, no es ningún secreto que el régimen colonial le aseguraba protección incondicional al visitante occidental. El propio Burroughs lo expresaba sin complejos de la siguiente manera: “En caso de cualquier altercado entre un árabe y un americano, la policía da automáticamente la razón al extranjero. En parte estoy conforme, porque si sacudo a alguien, puedes estar seguro de que se lo merece”. 

El relato oficial sobre la filosofía Beat es el siguiente. El amplio y heterogéneo grupo encontró el leitmotiv de su actitud vital en el rechazo al puritanismo, a los valores morales tradicionales de la sociedad occidental del momento y al materialismo salvaje de la Norteamérica posterior a la Segunda Guerra Mundial. Desarrollando una poderosa influencia estética que no solo condicionaría los albores del movimiento hippy, sino a toda la clase universitaria moderna europea, la Generación Beat sigue representando en la actualidad uno de los paradigmas de la rebeldía literaria del siglo XX. Sin embargo, es sencillo observar cómo esta narrativa sobre la rebeldía crítica, la frescura, el rechazo a las convenciones formales y la exploración de la espiritualidad que definían el movimiento literario se viene abajo a la luz de su relación histórica con la condición colonial.

Es cierto que un campo de reflexión como el que pretende acercarse a lo ético y lo estético en la literatura occidental desde la categoría de ‘raza’ puede parecer escurridizo. Para hacerlo con éxito es necesario –tal y como lo es en cualquier análisis sobre literatura y poder– encontrar una manera lúcida de situarse en el seno de una tensión constante entre la dimensión política del arte y su universo técnico. Sin embargo, dividimos en esferas este campo de análisis con la intención de desplegar una forma pedagógica de acercarnos a él. Lo contrario sería reafirmar una mirada fragmentaria sobre una realidad que necesita ser observada de manera unitaria. Dicho esto, el objetivo principal es profundizar en dimensiones ocultas de la relación entre lo estético y lo político sin caer en posicionamientos que serían definidos como ‘moralistas’. Ahora bien, después de décadas de hegemonía postmoderna en el campo europeo de los estudios culturales, comenzamos a comprender algo que no deja de ser relevante: tras los persistentes rechazos al enfoque ‘moral’ se encuentra un ánimo sospechosamente refractario al ámbito de la ética que siempre beneficia a los mismos sujetos de conocimiento y protege las mismas relaciones de poder en torno a la estética y la política. 

Cuando la fantasía literaria se desvanece

Si la persona que escribe aspira a captar y retar con justicia algún aspecto del mundo, no le queda otra que entrenarse en ello hasta que caigan todos los ídolos. Hasta que caiga el del escritor maldito

La supuesta libertad creativa del literato que dispone y por lo tanto abusa de una situación jerárquica para única satisfacción de su frágil ecosistema artístico es fraudulenta. Para mostrarlo, tan solo es necesario confrontar el relato sobre dicha libertad con el origen material y simbólico de su posibilidad. En este caso, el frívolo hedonismo existencial del que se nutren estos escritores encuentra su semilla en el despojo, el extractivismo y la deshumanización propios de la situación colonial. “Uno de los motivos que me animaron a quedarme en Tánger fue que en esta ciudad encontré un pueblo que combinaba a la perfección con mis fantasías” afirmaba Paul Bowles en una carta a un amigo, reseñada por Mohamed Chukri en Paul Bowles, el recluso de Tánger (Cabaret Voltaire, 2017). El libro, escrito por un Chukri severo que no deja títere con cabeza, dedica gran parte de sus páginas a poner al descubierto esta incómoda realidad. A saber, tanto Bowles como gran parte de los mencionados –lo cual rebasa ampliamente a los beat– no buscaron en Tánger una ciudad que respetar y un pueblo con el que aprender y convivir, sino un artificioso escenario en el que seguir desarrollando sus fantasías exotizantes; un lugar en el que seguir performando el decadente estilo de vida del artista occidental maldito. 

Después de décadas, es inquietante comprobar cómo gran parte de la mirada occidental –artística o no– sobre el Tánger actual sigue vibrando al son del sueño colonial. No obstante, lejos de mantener la farsa, existe otra posibilidad. Si se tiene la oportunidad de preguntar a los propios y propias marroquíes de la ciudad, la respuesta es clara: Tánger fue, es y será para Marruecos mucho más que un puñado de enclenques literatos americanos, franceses y españoles con ínfulas de exploradores en blanco y negro. En todo caso, el mito colonial es siempre para aquellos individuos incapaces de elevarse por encima de sus fetiches; para quienes prefieren contentarse con caricaturas orientalistas hechas a su medida que manipular a su antojo y con las que alimentar, en secreto o a voces, un vergonzoso privilegio. Lo mínimo –lo ideal, si se quiere–, desde otra perspectiva literaria, es revocar un mundo injusto también desde el oficio de la escritura. Y si la persona que escribe aspira a captar y retar con justicia algún aspecto del mundo que le ha tocado vivir, no le queda otra que entrenarse en ello hasta que caigan todos los ídolos. Hasta que caiga, también, el ídolo del escritor maldito.

 

La European Beat Studies Network organizó en 2014 un ciclo de conferencias en Tánger con motivo del cincuenta aniversario de la publicación de El Almuerzo Desnudo (1956), obra emblemática de William S. Burroughs. Puede afirmarse que el libro en cuestión constituye –junto a En el camino...

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Helios F. Garcés

Nacido en Cádiz (1984), es aprendiz de escribano.

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