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Vanguardia

Norte-Sur

Mariátegui y Carrión son dos personajes esenciales de la cultura latinoamericana. Su herencia todavía apunta al futuro

David Guzmán Játiva 18/04/2020

<p>José Carlos Mariátegui (izquierda) y Benjamín Carrión (derecha). </p>

José Carlos Mariátegui (izquierda) y Benjamín Carrión (derecha). 

Archivo José Carlos Mariategui / The US National Archives

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El primer problema que aparece cuando se pretende escribir sobre la cultura latinoamericana es que sus dependencias, sus países, generalmente, permanecen incomunicados, fragmentados. Lo usual es que mantengan una comunicación fluida con las metrópolis –México, Buenos Aires, Barcelona, París, Nueva York– y que en cada capital latinoamericana se encuentren los mismos libros que llegan de allá. Además, cuando alguien se aventura a conocer al vecino o al vecindario, los escritores, los artistas, la historia nacional le resultan desconocidos. Es difícil orientarse en un mundo radicalmente ajeno; aunque se establezca un pasajero contacto, permanece desconocido: es la vuelta del turista.

No hay un comercio continuo poderoso, ni vías férreas ni muchos vuelos que integren la región. Es más, entre países fronterizos, que además mantuvieron un largo conflicto territorial, como Ecuador y Perú, ha existido, creo yo, un desconocimiento mutuo, una ignorancia sobre la naturaleza del otro. Aunque creo que la situación ha cambiado en los últimos tiempos, tras la firma de la paz en 1999, y gracias a las tecnologías de la comunicación y a una mayor curiosidad mutua.

Una de las cuestiones que provocó mi asombro cuando estaba en Perú, llegado de Ecuador, es que la vida a los dos lados de la frontera tenía muchas cosas en común. Mi padre nació en un pueblo del sur de Ecuador, Girón, y durante la infancia me contaba la historia de un toro que echaba fuego por las narices. Supe después que el toro formaba parte de una fiesta tradicional de esa región: tras darle muerte, la gente se bebía la sangre del animal. Pero después, leyendo la literatura peruana –apenas un poco más al sur de la frontera–, encontré que existía una fiesta muy parecida en los pueblos cercanos a Piura: allí, sin embargo, la diferencia radicaba en que al toro se le colocaba un cóndor en el lomo, para que le diera muerte.

El toro, España, estaba de los dos lados de la frontera. Así como los cuentos y las novelas de bandoleros. Yo había leído de adolescente Polvo y ceniza (1978), novela en que Eliécer Cárdenas cuenta las aventuras de Naún Briones, pillo, justiciero, héroe… La historia sucede en el sur del Ecuador, en la provincia de Loja, frontera con Perú. Años después me puse a leer Hombres de caminos (1988), de Miguel Gutiérrez, en donde el bandolero Isidoro Villar desata una insurrección en los desiertos del norte peruano. Villar es un personaje mítico, una especie de reencarnación de los antiguos incas: surge del desierto cuando el viento abre los arenales.

Aunque existen muchas figuras interesantes en la historia de Ecuador y Perú, posiblemente sus personajes cimeros aparecieron en el ámbito de la crítica cultural

Pero para comprender a estas dos culturas –la noción de cultura es equivalente o semejante a la de proyecto, o programa– creo que lo más atinado es detenerse en sus figuras centrales, o en sus hombres críticos. Aunque existen muchas figuras interesantes en la historia de estas dos naciones, posiblemente sus personajes cimeros aparecieron en el ámbito de la crítica cultural: eran hombres de múltiples talentos, políticos, escritores, organizadores.

Bien podríamos detenernos en Raúl Haya de la Torre y Velasco Ibarra para intentar una reflexión comparativa de la política de estas dos naciones. Pero creo que al detener la mirada en José Carlos Mariátegui (1894-1930) y Benjamín Carrión (1897-1979) comprenderemos mejor cuál fue el proyecto que trazaron para sus respectivas comarcas, para Latinoamérica, y cómo esa modernidad que desearon terminó por adquirir una forma inédita, quizá incomprensible para quienes la imaginaron.

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Escribe Oswaldo Reynoso sobre una visita que hace a Guayaquil en los años sesenta: “Desde mi mesa, entre la media luz del café, miré a don Benjamín y recuerdo que pensé que así sería José Carlos Mariátegui, si no hubiera muerto a los 36 años. Don Benjamín había nacido en 1897 y José Carlos en 1894. Los dos habían unido estrechamente su ideología a su práctica social y los dos habían militado en el partido socialista de sus países. Habían sido también grandes pensadores y promotores de la cultura del pueblo. Uno de los libros más importantes dentro de la vasta bibliografía de don Benjamín es, precisamente, Mariátegui”. Verdaderamente, Carrión tuvo tiempo de advertir la enorme semejanza que lo vinculaba a Mariátegui, que lo volvía tan parecido al Amauta. Pero Carrión no escribió un libro sobre Mariátegui, sino un par de ensayos. Aunque mantuvo a lo largo de los años la idea de dedicar un libro a Mariátegui, no llegó a escribirlo o publicarlo. A quienes sí llegó a dedicar dos voluminosos libros fue a Unamuno y a Gabriela Mistral. También se quedó en el cajón un libro que debía escribir sobre Martí.

Aquí podemos trazar el primer rasgo de semejanza entre estos dos personajes notables: su americanismo. En el caso de Mariátegui, este rasgo aparece vinculado más estrechamente con su acción política y con su prefiguración de un orden socialista a nivel continental. Cuando Mariátegui discute en “El problema de las razas en América Latina” el lugar de los pueblos indígenas y negros en la región en referencia al capitalismo y al socialismo, cree advertir que el proyecto socialista se debe basar ampliamente en la organización indígena histórica, la comuna, que ha sobrevivido ampliamente a la conquista y a la colonización española, y que existe en Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina. Según Mariátegui, el racismo –considerar inferiores a los indios– proviene de una proyección imperialista-capitalista, que debe y puede ser subvertida con un nuevo orden social. En los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana Mariátegui llega a decir que el indigenismo es un socialismo. 

Mientras en Mariátegui el punto de partida es el marxismo, en Carrión la izquierda se refiere netamente a un sentimiento popular (o nacional) y anti-imperialista

Mientras Mariátegui funda su americanismo –su nacionalismo anti-imperialista– en una categoría o clase social, la obra de Carrión, fundamentalmente más literaria, parte de la crítica sobre autores latinoamericanos. En Los creadores de la nueva América (1928) y Mapa de América (1930), publicados en Madrid, con prólogos de Gabriela Mistral y Ramón Gómez de la Serna, Carrión reflexiona, discute, piensa las obras de Vasconcelos, Alcides Arguedas, Manuel Ugarte, Francisco García Calderón, Teresa de la Parra, Pablo Palacio, Jaime Torres Bodet, el Vizconde de Lascano Tegui, Carlos Sabat Ercasty, José Carlos Mariátegui. En el retrato –y a veces crónica– que Carrión traza de estos personajes no intenta un juicio –como lo hace Mariátegui en sus críticas sobre literatura peruana y universal– sino que llanamente se presta a mostrar lo que él considera altos valores del pensamiento y la literatura. Discípulo confeso de Unamuno –y tácito de Vasconcelos–, Carrión parte de la idea de mestizaje –que en Vasconcelos se denomina raza cósmica– y a partir de esa idea intenta establecer un diálogo entre el mundo hispánico y el de las culturas pre-hispánicas. Este proyecto se sobrepone a la noción de clase social que defendía Mariátegui: Carrión ve individuos, que a veces pertenecen a la élite, como Teresa de la Parra, una niña bien venezolana, Torres Bodet, diplomático mexicano y futuro canciller de su país, por ejemplo; pero también ve algo mucho más amplio y difuso: culturas, o una cultura mestiza.

Un segundo rasgo en común entre los dos es su identificación con la izquierda. Pero mientras en Mariátegui el punto de partida es el marxismo –la base económica como objeto de análisis y como principal problema a solucionar–, en Carrión la izquierda se refiere netamente a un sentimiento popular (o nacional) y anti-imperialista, que se irá intensificando con los años y que lo hará deslizarse hacia sus principales contradicciones humanas, que apuntaré más adelante. Pero Mariátegui también, hombre de pensamiento y de acción, en sus escritos deja inscrita lo que podemos denominar su principal contradicción, su paradoja quizá esencial.

Dice Mariátegui, cuando traza un perfil del anarquista González Prada en los 7 ensayos: “González Prada se engañaba, por ejemplo, cuando nos predicaba antirreligiosidad. Hoy sabemos mucho más que en su tiempo sobre la religión como sobre otras cosas. Sabemos que una revolución es siempre religiosa”. Y escribe en la presentación de la revista de alcance continental Amauta: “No le hacemos ninguna concesión al criterio generalmente falaz de la tolerancia de ideas. Para nosotros hay ideas buenas e ideas malas. En el prólogo de mi libro La escena contemporánea escribí que soy un hombre con una filiación y una fe. Lo mismo puedo decir de esta revista, que rechaza todo lo que es contrario a su ideología, así como todo lo que no traduce ideología alguna”. Cuando reflexiona sobre las relaciones que el partido socialista debe mantener con el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) llega a decir que este partido –que él considera más bien un frente o un movimiento– es una organización burguesa, similar a la de Chiang Kai Shek —de donde inferimos justamente que Mariátegui se hubiera sentido más cerca de Mao Tse Tung, de haberlo llegado a conocer.

El proyecto de Carrión es en gran parte heredero de la Ilustración: como los enciclopedistas franceses que fueron describiendo los oficios y la naturaleza, Carrión intenta describir el país y sus gentes

Ésta predica, bastante ortodoxa, se ve moderada por los escritos periodísticos y literarios de Mariátegui. A Mariátegui, que viaja durante tres años por Europa, le interesan enormemente las vanguardias literarias. Mardulce, editorial argentina, publicó en 2011 una recopilación de sus escritos sobre Joyce, los surrealistas, los dadaístas, los futuristas, Europa, cultura de revista internacional, André Gide, André Maurois. Realmente es sorprendente la comprensión que tiene el peruano sobre las vanguardias. Pero allí también se aprecia su fe: advierte que en cuestiones artísticas los surrealistas son autónomos, pero que en torno a la política los surrealistas responden a la dirección del partido comunista. 

Mientras que con Mariátegui encontramos al intelectual-predicador, con Carrión estamos frente al intelectual-conciliador. Escribe Carrión en Cartas al Ecuador, de 1943: “Finalmente, más cerca de nosotros, en el tiempo y la simpatía, en la verdad y la pasión, José Carlos Mariátegui y Haya de la Torre. Estos dos hombres actuantes y clarificadores que –pese a diferencias más circunstanciales que profundas– no debiera separarlos jamás la izquierda americana”. O sea que para Carrión no existe diferencia entre marxistas y reformistas, entre el proletariado y la burguesía. O más bien, la izquierda para él no se encuentra asociada a la lucha de clases, sino a la unión entre las clases para enfrentar el imperialismo y el conservadurismo. Carrión es esencialmente un liberal de izquierda cuya principal contribución a la vida social y cultural son sus escritos, sus ensayos dedicados a la literatura de América Latina y de Ecuador, y la organización de la Casa de la Cultura. Carrión defiende su obra distinguiéndola de un instituto cultural o de un centro cultural y señala que la Casa de la Cultura tiene como propósito estudiar e investigar la naturaleza y los hombres del país. El propósito es convertir a esta nación pequeña territorialmente en una nación rica culturalmente. De ahí que el horizonte de la Casa de la Cultura sea muy amplio: la artesanía, la agricultura, las letras o la historia. El proyecto de Carrión es en gran parte heredero de la Ilustración: como los enciclopedistas franceses que fueron describiendo los oficios y la naturaleza, Carrión intenta describir el país y sus gentes.

Creo que Carrión y Mariátegui son vanguardistas latinoamericanos. Una de las características de la vanguardia americana, según Eduardo Subirats, es que su modelo cultural e histórico no se encuentra en el futuro –no es un porvenir de máquinas o robots– sino en la restitución de un mundo perdido, utópico. Por eso los dos escritores se empeñan en el conocimiento de los hombres de sus países: allí es donde creen que se puede forjar un proyecto humano. Carrión se ciñe al espíritu ilustrado: conocer. Mariátegui parte de la idea de que es posible cambiar. El indio, el cholo, el negro son los héroes de esta cultura. Esta centralidad contrasta radicalmente con las ambiciones imperialistas, que creen ver en los hombres americanos seres inferiores. Los hombres americanos poseen una singularidad que, al ser advertida y al ser despertada, va a dar forma a la cultura de estas naciones.

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Aunque con el tiempo la figura de estos personajes parece palidecer, en realidad, al mirarlas de cerca, cobra brillo, gana lustre. Su importancia reside en que supieron legar un proyecto para el porvenir. Esos proyectos, el socialismo, el nacionalismo, la ilustración, a pesar de los avatares históricos tienen todavía vigencia. Una vigencia que, no obstante, debemos mirar de forma crítica.

¿Qué nos quería decir Mariátegui con aquello de que es un hombre de fe, y con aquello de que rechaza todo lo contrario a su ideología? ¿No es una anticipación un poco inocente, si se quiere, de esa marcada manía de los marxistas por mostrarse dogmáticos? ¿Qué pensaría Mariátegui frente a la China actual, en la que parecen colaborar Mao Tse-Tung y Chiang Kai Shek?

Por su lado el anti-imperialismo de Carrión lo llevó a asumir posturas cuestionables en ciertos momentos. En los años sesenta Carrión llega a justificar unos fusilamientos que lleva a cabo Fidel. Y trata de defender a la revolución mexicana tras la masacre de Tlatelolco: México fue el único país que reconoció la República española y la revolución cubana. Dice literalmente Carrión: “Eso fue Tlatelolco. Esa la gran caída de la historia. No del pueblo”. Y dice al final: “Maestros Silva Herzog, Octavio Paz: ya está lavada la mancha de Tlatelolco. Mala hora del diablo. Ya está lavada. Y México sigue… Y si no, ¿qué?”. ¿Se da cuenta Carrión que los fusilamientos y la masacre se cometen contra gentes desarmadas? ¿Que estos actos tienen un carácter criminal más que político?

En nuestros tiempos, en los que el escritor parece afanarse por ocupar un sitio en la cultura del espectáculo, cabe detenerse a pensar si su pereza para con las tareas intelectuales, si su falta de estudio de la historia, la sociedad, la política no han terminado por restarle importancia en el concierto de lo que significa el trabajo intelectual y artístico. Posiblemente los modelos culturales –Mariátegui y Carrión– no deban ser tomados al pie de la letra. Pero, como decía Mariátegui, hay que aproximarse al espíritu.

Post-data: Los escritores del boom en gran medida llevaron a cabo el proyecto de ilustración y de experimentación con los hombres y las realidades americanas: en cierta forma llevaron a cabo, con una radicalidad inaudita, los proyectos de personajes como Mariátegui y Carrión. Posiblemente el extravío, el desconcierto, la falta de orientación de escritores e intelectuales latinoamericanos contemporáneos radica en gran medida en una incapacidad para percibir sus propias realidades inmediatas. Anclados como están a los valores y mecanismos de la globalización, muchos de los escritores latinoamericanos tienen poco que decir de sus respectivas comarcas: la literatura todavía puede ser una forma de conocimiento. Es necesario un vigoroso trabajo como el de los fundadores: posiblemente, para volver a comprender al hombre de estas regiones, sea necesario acudir a los abuelos o a los bisabuelos que son más que una efigie arqueológica.

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El primer problema que aparece cuando se pretende escribir sobre la cultura latinoamericana es que sus dependencias, sus países, generalmente, permanecen incomunicados, fragmentados. Lo usual es que mantengan una comunicación fluida con las metrópolis –México, Buenos Aires, Barcelona, París, Nueva York–...

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David Guzmán Játiva

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