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Lo aprendí de pequeño. Hacer lo que uno debe no merece premios. “A un amigo del colegio le van a comprar una videoconsola si no suspende ninguna”, informé a mis padres convencido de que mis buenas notas se merecerían, según estaba cotizando el mercado de premios en ese momento, que el mismísimo presidente de SEGA viniese a casa a hacerme entrega de un pack completo. “Sacar buenas notas es tu obligación y las obligaciones están para cumplirlas, no para pedir premios. Cuando saques buenas notas lo celebraremos y te daremos la enhorabuena”, despacharon mis padres el asunto con la contundencia de un antidisturbios de la antigua KGB rusa.
Con regalos prostituimos nuestras obligaciones y con regalos también compramos voluntades. Estamos hartos de verlo en los políticos corruptos –amiguito del alma–, en los meses de prueba gratis de las compañías tecnológicas y en nosotros mismos cuando la cagamos bien con nuestras parejas, familias, amigos –lo siento, te he comprado esto–. Como quedaría raro que los gobiernos nos regalaran una Play Station a cada uno de nosotros para disculparse por la falta de previsión y para agradecernos la colaboración durante la cuarentena, en lugar de eso han decidido llamarnos héroes. Un premio como otro cualquiera. Desde hace tres semanas, todos somos héroes. Héroe yo, que llevo años trabajando cómodamente desde casa y mi heroicidad durante estos veintitantos días ha consistido en perderme las cervecitas de los jueves en el Vizcaíno de la calle Feria para celebrar que la semana estaba llegando a su punto óptimo. Héroe el que igual se pierde lo que queda de liga habiéndose sacado el abono en fondo norte si finalmente se acaba jugando a puerta cerrada. Héroe el que se pone correctamente la mascarilla y los guantes para bajar al perro. Héroes todos. Estaba el nivel tan bajo que a hacer lo que no quedaba más remedio lo hemos llamado heroicidad.
Tres semanas más tarde, la dichosa curva por fin empieza aplanarse en España. No puede haber mejor noticia. Lo hemos conseguido y no hemos sido héroes, sino responsables. Lo cual no es poco. La responsabilidad es, para los que somos ateos en eso de fliparse, lo más parecido a ser Batman. Cuando hagan la peli oficial de este trance –probablemente se la encarguen a Spielberg–, todo será buen rollo en los balcones. Conciertos, pancartas y vecinos sacando sus mejores sentimientos en una especie de Navidad adelantada a la primavera. También saldrá, por supuesto, el personal sanitario dejándose la piel para salvar la vida de cada persona que llegaba asfixiándose al hospital. Y la policía, los militares, los cajeros de supermercado, el personal de limpieza y los camioneros intentando que el mundo no se detuviese en seco. Y la película no mentirá. Todo eso ha pasado y es para sentir orgullo. Pero ahora que lo tenemos fresco quizá sea buen momento para dejar constancia escrita de que no todo fue tan maravilloso. La heroicidad, la responsabilidad o como cada uno prefiera llamarlo, también consiste en tener la crítica activada.
A esa peli de Spielberg le faltará una referencia a la superioridad moral de un mundo occidental que, acostumbrado a mear colonia, olvidó que también formaba parte de la naturaleza. La naturaleza sólo les afecta a los otros. La naturaleza es cosa de pobres. Los virus, por tanto, son cosa de pobres. En la peli oficial faltarán quienes, desde sus balcones y hasta las cejas de adrenalina segregada por el estado de excepción, insultaron a cualquier ser humano que caminase por la calle sin entender que no todos los pisos miden lo mismo, ni que dentro de algunos de esos pisos las circunstancias pueden ser muy jodidas. Tampoco aparecerán los vítores a quienes, vestidos de uniforme, aprovecharon el estado de alarma para ser más héroes de la cuenta. No aparecerá el gobierno de izquierdas tratándonos como a chiquillos, poniéndonos por delante a diario un relato bélico contado por militares –siempre es lunes, compatriotas–. ¿De verdad eran necesarios tres jefes de la policía, el ejército y la guardia civil para recordarnos nuestra responsabilidad cívica de quedarnos en casa? Tampoco aparecerá en el relato oficial la oposición haciendo campaña electoral aprovechando que los datos de la angustia y la muerte se ponían por las nubes. Ni la ultraderecha llegando a unos niveles de miseria que no serían fáciles de recrear ni con efectos especiales. Tampoco aparecerán las manipulaciones ni los programas de televisión mañaneros haciendo caja con ellas. No se pierdan el siguiente bulo, será después de la publicidad. No aparecerá la actitud de algunos medios, boicoteando unas ruedas de prensa porque no admitían preguntas y callando ante otras que tampoco las admitían. No habrá rastro en la peli de los empresarios que aprovecharon la desgracia sanitaria para hacer campaña de marca, donando con glamur y aplausos una mínima parte de lo que deberían haber aportado mediante la nada épica fórmula del pago de impuestos justos. Ni de las administraciones públicas echándose pulsos públicos entre ellas cuando el país perdía el suyo. Durante estas semanas hemos visto lo mejor y lo peor que teníamos dentro. Cuando todo pase, cuando se estrene el relato de Spielberg en pantalla y podamos ir a verlo al cine sin miedo ni mascarillas, la mayor heroicidad será recordar. Recordar qué lo provocó. Recordar lo bueno, lo malo y lo regular. Recordar que no todos fuimos héroes.
Lo aprendí de pequeño. Hacer lo que uno debe no merece premios. “A un amigo del colegio le van a comprar una videoconsola si no suspende ninguna”, informé a mis padres convencido de que mis buenas notas se merecerían, según estaba cotizando el mercado de premios en ese momento, que el mismísimo presidente de SEGA...
Autor >
Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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