El enfermo imaginario
Hipocondría y pandemia: miel sobre hojuelas
Cuando te descubres con miedo a estar enfermo, lo más fácil es caer en pánico. Hay que evitar cavar en el pozo de la negatividad. Mejor pensar en datos positivos como el número de personas que han superado la Covid-19
Ignacio Fernández Vázquez 17/04/2020
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La palabra hipocondría proviene del griego; el hypokhondrion hace referencia a la parte que se encuentra entre el final del pecho, parte inferior de las costillas, y el principio del estómago. Es una superficie que contiene órganos como el hígado y el bazo. En la antigua Grecia se creía que el hipocondrio era el espacio en el que residía la tristeza, de ahí que a aquel que se siente enfermo o que piensa estarlo constantemente se le denomine hipocondríaco. Yo soy uno de esos hipocondríacos.
La hipocondría no es un estado constante, existen fases de más o menos angustia, de más o menos preocupación o de terror más o menos invalidante. Quien padece de hipocondría lleva a cabo un estudio escrupuloso de su cuerpo y cualquier cambio, por mínimo que sea, de sus rasgos físicos revelan, claramente y sin ningún tipo de dudas, una gran dolencia. Normalmente incurable.
Uno de los aspectos fascinantes de la hipocondría es que tiene la capacidad de hacerte sentir cosas que no existen. Somos muchos los ateos hipocondríacos
En los momentos en los que la angustia hipocondríaca no se encuentra en sus cotas más altas puedes mirar con retrospectiva y darte cuenta, casi con diversión, de lo imbécil que eres. He de reconocer que es una condición que, vista desde el futuro, es un tanto divertida y ridícula. En mi caso, llevo conviviendo con un cáncer de colon imaginario desde que tenía 15 años; recuerdo la angustia inicial como si fuese ayer y aún hoy, ese miedo sigue resurgiendo de vez en cuando. El mes pasado unas hemorroides inesperadas hicieron acto de presencia y ahí estaba de nuevo el enemigo invisible, después de tanto tiempo habiendo mantenido ese cáncer a raya, ¡Y sin tratamiento médico!, ahora sí que sí pensaba yo, estoy enfermo.
Uno de los aspectos más fascinantes de la hipocondría es que tiene la capacidad de hacerte sentir cosas que no existen. Somos muchos los ateos hipocondríacos.
La hipocondría está ligada a momentos de mucha ansiedad, de miedo o de incertidumbre. Como los que nos están tocando vivir estos días. Es un fantasma que aparece como una advertencia de que algo no va bien, en mi caso tiene un origen fácilmente identificable. Cuando tenía 7 años mi padre cayó enfermo, un día antes del día de Reyes del año siguiente falleció. ¿De qué falleció? De cáncer de colon.
De él recuerdo poco pero en mi memoria se han quedado grabados aspectos muy concretos de su enfermedad, las agujas que mi abuela le pinchaba, los parches que llevaba pegados a su cuerpo y sus largas estancias en casa sin ir a trabajar. Aún hoy soy capaz de oler la papaya que comía para, supuestamente, combatir la enfermedad, una fruta que mi madre odia desde entonces, pero yo soy incapaz de rememorar cosas que, de alguna forma, no estén ligadas a su enfermedad.
La pandemia del coronavirus ha desatado la ansiedad mundial. Nos descubrimos malhumorados, irascibles, comemos compulsivamente, somos incapaces de concentrarnos… Pero sobre todo tememos por nuestra salud y la de los demás. Sí, también por la de los demás. La hipocondría no es un trastorno egoísta y se preocupa de mantenerte alerta no solo de tu salud, sino también de la de las personas que quieres. Si esto te ha ocurrido, lo que sientes es lo que vive un hipocondríaco en su día a día.
Cuando te descubres con miedo a estar enfermo y crees que esa tos puede ser síntoma de algo más grave, lo más fácil es caer en pánico. Empiezas a dar vueltas por la casa, haces estimaciones de cuándo puedes haberte contagiado e imaginas un mundo negro. Es inútil, todo eso no sirve de nada y lo mejor es evitar cavar en el pozo de la negatividad. Hay datos positivos que reconfortan, en especial, el número de personas que han logrado superar la enfermedad. El optimismo es síntoma de una única cosa: inteligencia.
Aun así, eso no siempre funciona y acabar con la angustia es más complicado de lo que creemos. Lo que voy a describir no sé si es un mecanismo de supervivencia de nuestro cuerpo, y tampoco sé qué dirán los psiquiatras y psicólogos acerca de esto, pero uno de mis recursos en momentos de pánico es pensar que es el final. Contemplo mi muerte como algo posible y, sorprendentemente, me descubro calmado, sabiendo que he vivido una vida plena y pensando que mis 24 años han merecido la pena. El miedo se disipa.
Si creéis que esto contradice el planteamiento positivista previo, os equivocáis; no hay nada más optimista que creer que el tiempo vivido ha sido pleno.
A todos los que habéis pasado miedo y a los que os habéis medido la temperatura de forma obsesiva hasta el punto de saber cuál es la variabilidad térmica de vuestro cuerpo antes y después de beber el zumo de naranja, os digo que estoy seguro de que, dentro de unos meses, miraremos hacia atrás recordando los momentos que hemos pasado con alivio, y seremos más conscientes que nunca de las cosas que hacen que nuestra vida merezca la pena ser vivida. A las familias que han perdido a un ser querido y a aquellos que han pasado la enfermedad es imposible consolarlos.
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Ignacio Fernández Vázquez es periodista y director del Podcast de política internacional El Teléfono Rojo.
La palabra hipocondría proviene del griego; el hypokhondrion hace referencia a la parte que se encuentra entre el final del pecho, parte inferior de las costillas, y el principio del estómago. Es una superficie que contiene órganos como el hígado y el bazo. En la antigua Grecia se creía que el...
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