Vecindad
Nos estamos cuidando
En todas las plantas de mi edificio en Usera habitan mujeres viudas, que rondan los ochenta años y viven solas. Antes del coronavirus, salían a las compras y quedaban con las amigas. Ahora tienen miedo
Raquel Castro 22/04/2020
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Hay jaleo en los descansillos. Mi hijo Lázaro abre la puerta. Conchita cree que Elena se ha caído y nos da las llaves para que subamos. Encontramos a Elena sentada en el suelo, dice que se encuentra bien. La levantamos, se calma, comprueba que puede moverse sola y que no tiene heridas. Nos vamos. Yo he tenido la precaución de ponerme la mascarilla casera pero Angelines va sin la suya. Le entra la risa. Dice que somos las intrusas. Elena tiene tanto miedo a contagiarse por coronavirus que apenas abre la puerta. Una sobrina le compra comida cada diez días. El hijo de Rosa recogió la bolsa de basura del felpudo. Yo me traje sus medicinas de la farmacia y ella las subió ataditas a una cuerda de balcón a balcón. Me dice que este virus quiere deshacerse de los ancianos y yo le digo que el virus necesita a las personas vivas.
Habito un edificio del barrio de Usera con alto porcentaje de población anciana. En todas las plantas habitan mujeres que se establecieron aquí en 1960. Entonces eran jóvenes recién casadas y tuvieron prole. Ahora son viudas, rondan los ochenta años y viven solas. Antes del coronavirus, llevaban vidas dinámicas, salían a las compras y quedaban con las amigas.
Mari Tere se murió el 29 de marzo. Vivía con Pedro. Acudía por las mañanas a un centro de día hasta que éstos cerraron por el riesgo de contagio de la Covid-19. Pasó una semana enferma en casa, con fiebre leve y sin hablar por el avanzado estado de alzheimer. Una doctora vino a verla con mono blanco, mascarilla y guantes. Tomó la temperatura y pidió a Pedro guardar cuarentena. La farmacéutica me cuenta que Pedro tuvo cáncer de pulmón y que esta situación lo pone en grave peligro. Al teléfono él me dice que no entiende el desamparo. Las vecinas piden desinfectarlo todo. Mari Tere empeora, se la llevan en ambulancia y luego fallece. La causa de la muerte fue una infección de orina.
En mi ascensor sigue pegada la bonita nota de una vecina que es enfermera. Nos da las gracias por quedarnos en casa y por los aplausos. Hay también otra nota de la pareja de jóvenes que vive en el séptimo. Se ofrecen a hacer la compra a las vecinas y vecinos de riesgo, a bajar basuras, a pasear a los perros. Hubo respuestas de cariño y agradecimiento, pero no sé si las ancianas han pedido algo porque ellas tienen miedo, se encierran y, si no es porque unas llaman a otras, no sabemos qué les pasa.
Mi hijo juega con pelotas y corre por toda la casa. Yo me decía que menos mal que los vecinos de abajo se habían ido hasta que recibí la llamada de la vecina que vive dos plantas por debajo. Ella se quejaba de los ruidos y yo no pude atenderla. Una tarde una mujer grita desde una ventana lejana ¡No soporto esto más! Otro día oigo voces en la escalera. Husmeo por la mirilla y veo a un policía parando al hijo de Rosa. Temo la represión del estado de alarma. Oigo a la madre llorar. Luego una vecina me cuenta que la policía vino a protegerla.
Pedro recibe las cenizas de Mari Tere una semana después de la muerte. Las recoge en compañía de sus hijas y traslada la urna en su coche hasta el cementerio. Yo hago la solicitud de paro online sin ningún problema. En una lista de correos, una mujer dice que a su madre le han diagnosticado cáncer y busca un hospital privado. Yoli trabaja en un supermercado y pide en el Facebook una mascarilla. Conchita espera una operación que no llega y sus piernas apenas la aguantan. Las paredes son finas y escucho a Angelines hablar con ella en la cocina. Mi gato maúlla y yo le dejo pasar a casa de Conchita pero no hago ruido, para que ellas no me entretengan, para poder seguir leyendo mientras mi hijo duerme.
Hablo con mi hijo de la posibilidad de caer enferma. Él tiene ocho años y dice que se cuidará sólo si yo me quedo en casa. Pienso en las películas de Kore-eda, en los niños abandonados, en las familias escogidas. Pospongo el tema. Angelines le trae un huevo de Pascua y recuerda a sus nietos. Lázaro comparte las torrijas que hemos hecho y llama a la puerta de Conchita. Charlamos desde las tres viviendas. Conchita dice que ya sólo sigue lo del virus una vez al día, que el resto del tiempo se pone esos programas tan tontos que le alejan las preocupaciones y le hacen pensar en lo bien que se lo montan las mujeres de hoy en día.
Estamos en la sexta semana de confinamiento. Nuestro humor oscila como lo hace el tiempo. Un día sale el sol, otro llueve, otro enfría. Seguimos sin tener enfermos por covid-19. Las cifras oficiales dan cuenta de 21.700 muertos.
Hay jaleo en los descansillos. Mi hijo Lázaro abre la puerta. Conchita cree que Elena se ha caído y nos da las llaves para que subamos. Encontramos a Elena sentada en el suelo, dice que se encuentra bien. La levantamos, se calma, comprueba que puede moverse sola y que no tiene heridas. Nos vamos. Yo he tenido la...
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Raquel Castro
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