Crisis ecológica
El positivismo tecnológico, un escollo para frenar el cambio climático
Un estudio alerta de que las promesas de avances técnicos destinados a resolver los desafíos medioambientales han logrado minimizar la urgencia de tomar decisiones para detener el deterioro del planeta
ctxt 22/04/2020
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Durante los últimos treinta años, las políticas climáticas han incorporado numerosos planes y promesas tecnológicas, lo que ha trasladado la esperanza de que los avances técnicos resolverían los terribles problemas medioambientales a los que nos enfrentamos. Sin embargo, y muy lejos de ser efectivo, esta suerte de positivismo tecnológico ha retrasado la acción climática y ha minimizado su sentido de urgencia. Esta es la principal conclusión de un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Lancaster que acaba de aparecer en la revista Nature, una de las publicaciones científicas más importantes del mundo.
Bien por irrealizables o bien por su alcance limitado, propuestas generales como el uso de la energía nuclear o más concretas como la instalación de máquinas gigantes para succionar el carbono solo han sido, según la investigación, novedades poco contrastadas que están entorpeciendo los objetivos de base científica que advierten del peligro incipiente del cambio climático.
¿Por qué entonces estas promesas se han ido incorporando, de forma sistemática, a los distintos planes climáticos hasta dominar la agenda? Según los autores de estudio, porque lo que realmente ha moldeado estas propuestas tecnológicas en las últimas décadas ha sido una posición política concreta, que ellos denominan “tecnologías de la prevaricación”. Esto son, una serie de imaginarios e intereses que, de forma cíclica, han evitado cambios sociales y económicos realmente transformadores, como los que harían falta para frenar la crisis del clima.
Para demostrar estas afirmaciones, algunas especialmente duras, los investigadores han revisado los principales planes y protocolos que se han puesto en marcha en materia climática desde comienzos de los años noventa, cuando se celebró la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro. En total, el estudio identifica cinco fases con cinco objetivos principales que se han ido reformulando y reconstruyendo con el paso del tiempo: desde la estabilización y reducción de emisiones propuesta en el Protocolo de Kioto hasta el control de la temperatura global que se impuso en los acuerdos de París de 2015.
En cada una de estas fases, aseguran los autores, la evolución conjunta de mediciones, políticas de mitigación y promesas tecnológicas ha terminado por esculpir un escenario poco esperanzador: “Durante todo el periodo, cada promesa tecnológica ha reflejado esa ideología neoliberal dominante en la que las innovaciones basadas en el mercado y que sostienen el crecimiento económico se prefieren activamente a las medidas que amenazan los mercados y el consumismo [...] Que, en su mayor parte, estas políticas prometan una acción futura, en lugar de un sacrificio inmediato, claramente las ha hecho más agradables tanto para la industria como para los políticos”, explican.
Es decir, que las promesas tecnologías que se han sucedido a lo largo de los años han sido más un producto de su capacidad para adecuarse a los marcos dominantes en la política –y en las políticas climáticas– que un resultado de la nueva información científica y su potencial para reducir el impacto de la acción humana sobre el medioambiente. Como consecuencia, cada promesa tecnológica “ha permitido una política continua de prevaricación al aumentar las expectativas sobre la efectividad de políticas futuras a la vez que justifica las opciones limitadas y gradualistas existentes, lo que ha minimizado el sentido de urgencia”.
Entre otros ejemplos, el estudio señala casos como el de la energía nuclear o el uso de alternativas a los combustibles fósiles, que en el mejor de los casos se han materializado de forma limitada o constreñida geográficamente: la energía atómica ha quedado en manos de unos pocos países y su desarrollo en los últimos años está completamente estacando, fruto del alto coste que supone y de la importante crítica que recibe desde distintos sectores. Mientras, el uso de combustibles verdes se limita, de momento, a ser más un complemento adicional –véase los coches híbridos– que una verdadera alternativa en gran parte del mundo.
Sin embargo, esto no ha evitado que ambas propuestas se mantengan intactas en muchos marcos y planes políticos de acción climática, pese que hasta la fecha hayan servido principalmente para mantener el extractivismo fósil y reforzar la transición de fuentes de energía como el carbón a otras como el gas.
En última instancia, los investigadores señalan que, lejos de que esta situación se haya mitigado, las actuales promesas de tecnologías de lucha contra el cambio climático pueden resultar igual de irrealizables y peligrosas que las anteriores: “Las promesas se pueden hacer de buena fe y los efectos solo pueden volverse perceptibles en retrospectiva. Pero tememos que cada promesa haya alimentado, hasta cierto punto, la corrupción moral sistémica en la cual las élites actuales están habilitadas para seguir caminos egoístas mientras trasladan el riesgo hacia el futuro, a las personas vulnerables y al Sur Global”.