BELLEZA DESIERTA
Venecia no es un sueño
Durante la cuarentena, vacía, silenciosa, de repente Venecia nos pareció más hermosa que nunca. Pero la vieja urbe no es un sueño: es una ciudad concreta, cuyos residentes piden a gritos estrategias para convivir con un turismo sostenible
Milena Fernández 8/06/2020
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– Mamá: ¿dónde están las medusas y los cangrejos?
– Se han ido, hijo.
– ¿Por qué?
– Vinieron a acompañarnos durante la cuarentena.
El pequeño Alessandro, de diez años, pasó las mañanas y las tardes de la cuarentena veneciana jugando con medusas y cangrejos. Sus nuevos amigos aparecieron a mediados de marzo, en el agua límpida, transparente del canal ubicado delante de su casa, a cinco minutos de la Basílica de San Marcos. Alessandro vive con su madre y su padre en una zona repleta de hoteles y apartamentos de alquiler para turistas. La respuesta –más bien, la mentira piadosa– de Estrella Outeda, la mamá de Alessandro, resume el epílogo de las eternas semanas del confinamiento en la ciudad de los canales: en realidad no es que las medusas, los cangrejos y los peces se hayan ido para siempre; siguen allí, solo que antes del confinamiento no los podíamos ver.
Desde principios de marzo, Venecia se quedó sin turistas, sin los miles de botes, taxis, barcos de transporte público (vaporetti) y góndolas que transitan a diario por los canales. Los monstruos marinos –como llaman los venecianos a los cruceros– no llegaron en primavera y muchos vecinos se ahorraron la rabia que suscita la visión de la exagerada desproporción mientras navegan delante de la cuenca de San Marcos.
Durante la cuarentena, observamos animales que antes no veíamos porque estaban ocultos en el agua turbia o habían sido relegados a los canales más amplios. La ausencia de tráfico hizo que todo el mundo volviera los ojos hacia el ecosistema diversificado y delicado que puebla la Laguna de Venecia, el mismo que, durante los últimos cincuenta años ha sido abandonado por los gobiernos de turno. Entre otras cosas, las administraciones locales han excavado canales para facilitar el tráfico de los cruceros, lo que provoca que, en invierno, cuando aparecen las inundaciones, el agua del mar entre más rápido por una especie de autopista. Además, Venecia se hunde desde que nació: los suelos arenosos se compactan y se asientan con el tiempo. El fenómeno se llama subsidencia, pero se aceleró en la década de 1970 cuando el centro industrial de Marghera comenzó a extraer agua de los acuíferos del subsuelo. Por eso, la ciudad se hundió 23 centímetros.
Los únicos sonidos en las calles y los campos eran los de las campanas de las 140 iglesias, los de las gaviotas y los de los propios pasos
La mañana del 20 de mayo, dos días después del final de la cuarentena, iniciada el 8 de marzo, Estrella y Alessandro han quedado en la Plaza de San Marcos con un grupo de niños. Es un día de primavera espléndido, empieza a verse movimiento en el histórico centro neurálgico de la ciudad, este gran salón rectangular al aire libre: pasan cinco jóvenes con mascarilla tirando carretillos: unos van repletos de manteles, otros transportan agua, zumos, cerveza, vino y otras bebidas que abastecerán a algunos de los bares y restaurantes que desde hoy han abierto. Los siete cafés históricos de la plaza permanecen cerrados. Los hoteles de lujo comenzarán a recibir clientes a partir de agosto.
Al final de la plaza, junto al atracadero de la Riva de los Schiavoni, delante del Palacio Ducal, flotan 23 góndolas cubiertas con lonas azules. En este punto, un chico y una chica, veinteañeros, se besan con las ganas de los amantes que, a juzgar por el lenguaje corporal, seguramente llevan meses sin verse, sin tocarse. Llega un niño con un balón: Alessandro se olvida de los cangrejos y de las medusas.
......
Durante los días del confinamiento, la violencia de la pandemia contrastaba con la belleza sublime de Venecia, una ciudad desierta, silenciosa. Los únicos sonidos en las calles y los campos eran los de las campanas de las 140 iglesias, los de las gaviotas y los de los propios pasos.
La Serenísima, ciudad anfibia, emerge sobre una laguna desde hace 1599 años gracias a hombres intrépidos en fuga de los bárbaros invasores. Los antiguos venecianos se hicieron ricos con el comercio de la sal, y fue así cómo construyeron majestuosos palacios e iglesias. De repente, un estricto confinamiento social la ha rehabilitado a los ojos del mundo entero. De repente, hemos redescubierto la belleza de su patrimonio arquitectónico, sus islas, su calma, sus colores, su laguna. De repente, como si sus piedras y sus mármoles no hubieran estado allí antes, ahora los vemos con otros ojos. De repente, todo el mundo ha pensado que Venecia es solo un sueño.
“Era un lujo poder caminar por Venecia en exclusiva, solo para mí: me he percatado de detalles en las iglesias y en los puentes que nunca antes había visto”, dice Edoardo Longhin, de 32 años, cocinero, mesero y cajero de una tienda de comida, en el número 414 de la Calle do Mori, a dos pasos del puente de Rialto. El joven Edoardo pasó la cuarentena trabajando en su pequeño local. La suya es una de las pocas actividades que permanecieron abiertas para la venta de alimentos. “Ahora hay que volver a la normalidad, de lo contrario cómo vamos a hacer para vivir”.
– ¿Qué entiende por normalidad?
– Un poco de turismo, pero no como antes del coronavirus.
Esta mañana de primavera, los venecianos han tomando la ciudad. En el campo del Mercado de Rialto, los cafés han puesto mesas al sol y todas las ocupan lugareños. En una de ellas, toman café Elio Doná, de 76 años, y Adel Alfi, de 34, vendedor de seguros. Elio trabajó toda una vida como empleado administrativo en la Región Véneto y, desde hace algunos años, alquila un apartamento heredado. “Hay demasiados bed and breakfast. No podemos seguir como antes de la pandemia. Sentarme a tomar un café, como hoy, era algo impensable hace tres meses”, dice Elio.
En toda la ciudad, el tema de conversación recurrente es el mismo: ¿cuál será el futuro de Venecia después de la pandemia? En los últimos 20 años, el turismo se ha convertido en la primera fuente de ingresos, pero también es su principal flagelo. Por más romántica, solitaria, silenciosa que parezca, Venecia no es un sueño, es una ciudad cuyos habitantes –apenas 52.000, pocos comparados con los 145.000 de 1960– exigen ideas concretas para un futuro en el que puedan convivir con un turismo sostenible. Piden a gritos repoblarla con residentes; solo así, dicen, dejará de ser un museo al aire libre, un parque temático.
Antes del coronavirus, 30 millones de viajeros caminaban en una especie de procesión por sus callejuelas; muchos de ellos, excursionistas de día
Antes del coronavirus, 30 millones de viajeros caminaban en una especie de procesión por sus callejuelas; muchos de ellos, excursionistas de día con su mochila a la espalda repleta de comida y cervezas. Se les conoce como los turistas “mordi e fuggi”, “los que comen y escapan”. Son aquellos que llegan a Venecia solo por unas horas y, raramente, entran en uno de los once museos cívicos, o visitan la colección Peggy Guggenheim o se interesan por la Galería de la Academia.
“Paradójicamente, Venecia vive del turismo y no sabe qué hacer sin él. Hay que buscar un punto de equilibrio y fomentar la residencia: faltan por lo menos 100.000 almas”, dice Daniela Ferretti, arquitecta jubilada y exdirectora del Museo Fortuny. Ferretti vive en la zona de Rialto. En cuarentena, ver pasar el tiempo desde la ventana de su habitación fue triste. “Alrededor de mi casa no hay residentes, solo hoteles; y de noche, había muy pocas luces encendidas”. Ahora la ciudad se la juega, añade: “Las hordas de turistas distraídos no deben volver, necesitamos personas que buscan y reconocen la verdadera excelencia de las artes, y que encuentran a su alrededor no una ciudad museo, sino una ciudad viva, con jóvenes trabajando en sus propias empresas, no solo como taxistas o camareros. Este puede ser un momento de cambio de rumbo, una época para fomentar nuevas perspectivas culturales, para fertilizar la creatividad de diseñadores, arquitectos, artesanos, para estimular la investigación universitaria y científica”, dice Ferretti.
Sus dos hijos trabajan en el sector de la cultura y desde hace dos meses no perciben ningún ingreso. Resisten. Lamenta que desde hace décadas Venecia haya sido gobernada por una clase política incapaz de proyectar el futuro para los próximos 50 años. Se queja de la improvisación con que se hace frente a los problemas reales. “Ya no se habla de las mareas altas ni de las barreras móviles para atajar las inundaciones”, explica. A pesar de todo, “merece la pena vivir en Venecia, tan real como puede ser Madrid”, añade.
El Iuav (Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia, donde se enseña diseño, teatro, moda, artes visuales y planificación urbana) propone alquilar algunas de las 30.000 camas disponibles en Venecia a jóvenes universitarios que, por lo general, se ven obligados a alquilar apartamentos “indecentes”. El Iuav sugiere alcanzar un acuerdo entre propietarios y universidades, y poner a disposición, al menos durante un semestre, de septiembre de 2020 a febrero de 2021, un número considerable de apartamentos o habitaciones a un precio sostenible para estudiantes.
Para cambiar el rumbo, según Guido Zucconi, profesor de historia de la arquitectura en el Iuav, el primer paso consiste en “dejar de satanizar el turismo; más bien hay que racionalizarlo, programando el acceso de los visitantes y fomentando las zonas menos frecuentadas”. Sugiere crear grandes polos de atracción para el turismo internacional, lo cual significaría dejar de lado la Plaza de San Marcos y los monumentos que la rodean. La visita de muchos turistas se reduce al simple viaje de ida y vuelta a la plaza. Propone crear, en el Arsenal, un Gran Museo del Mar para contar la historia de la Serenísima. Zucconi ha escrito varios ensayos en los que sostiene que Venecia no es una ciudad moribunda, sino frágil y ahora teme que, pese a la pandemia, “el turismo masivo volverá”.
A juzgar por el llenazo de turistas vénetos del domingo 31 de mayo, Zucconi no le falta razón. Ya a las diez de la mañana los aparcamientos estaban completos. Fue necesario cerrar el Puente de la Libertad –ferroviario y de carretera de cuatro kilómetros– que conecta Venecia, desde Piazzale Roma con el continente.
A las once de la mañana, se caminaba con dificultad en la Plaza de San Marcos. Allí estaba el veronés Davide Botter con su cámara fotográfica y su trípode, listo para para retratar su sueño: inmortalizar una Venecia vacía. Davide se quedó con las ganas.
– Mamá: ¿dónde están las medusas y los cangrejos?
– Se han ido, hijo.
– ¿Por qué?
– Vinieron a acompañarnos durante la cuarentena.
El pequeño Alessandro, de diez años, pasó las mañanas y las tardes de la cuarentena veneciana jugando con medusas y...
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Milena Fernández
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