Tengamos la fiesta en paz, Cayetana, y dejemos los insultos en el perchero de la entrada, por educación. Comprendo tus ideas y tus opciones, pero ¿no crees que es mucho mejor vivir en concordia y armonía con tus enemigos, que, al parecer son inevitables y van para rato, que ponerte cara de Vox, de pocos amigos e irritación permanente? No te pido que vayas del bracete y amartelada con Pablo Iglesias a experimentar los placeres del paseo, bajo un dosel de árboles, altos y esbeltos con un sol de mayo, entre estanques de nenúfares y estelas de alhelíes, hacia un horizonte de risueñas  perspectivas y galantes sugerencias. No te pido que abandones tus raíces ni que te olvides de tus propuestas. Faltaría más. Porque para mí son sagradas, aunque no las comparta. Te respeto hasta en sus errores. Pero, por favor, no caigas en la tentación del insulto. Que te agria el gesto y te pone mala cara. Tú que eres tan tradicional, que defiendes la estabilidad de la familia y todo el trenzado de los sentimientos familiares, ¿cómo le afeas a un hijo su relación filial y su herencia genética, cribada por el tiempo? ¿No sabes que, como el pueblo español ha codificado en un dicho, de uso común, hace siglos, fruto de su larga y sabia experiencia, “cada uno es hijo de sus obras”? A lo que yo añado, de mi cosecha particular, “que la historia de cada uno empieza por uno mismo y acaba con uno mismo”. O ¿es que quieres llamarle “terrorista” a Pablo Iglesias, por aquello de que “honra merece el que a los suyos se parece”? O ¿es que crees que el insulto barriobajero de “hija de mala madre” está justificado? Yo creo que te has pasado, Álvarez de Toledo.