NOCHE INMENSA
No se puede dormir (si no hay amanecer)
El insomnio es un modo de existir que se parece al de la guerra, al menos en el sentido de la pasividad en que quedan quienes la padecen y el convencimiento de que nada nuevo va a comenzar
Constanza Michelson 27/06/2020
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De insomnio y sueños vívidos parecen estar hechas las noches de pandemia. Lo comentaron muchos al comienzo de todo, y a pesar del progresivo desconfinamiento en varios puntos del planeta, de acuerdo a Google Trends, la búsqueda de las palabras “insomnio” y “no puedo dormir” se ha disparado a nivel mundial los últimos meses.
¿Será que el simulacro de cotidianeidad del día (hoy las imágenes de bares y playas que ya hay, y las por venir para quienes vivimos en Latinoamérica) no es resistido de noche?
El insomnio no es nada nuevo, existe en la literatura desde siempre, solo que desde hace algunas décadas se le llama trastorno del sueño y se estudia neurológicamente; bajo ese paradigma no puede más que recibir tratamiento con pastillas. Lo que los laboratorios del sueño –en los que se registra la actividad cerebral para dar con el misterio– no consideran, es que para dormir se necesita un mundo. No se duerme así como así. La niñez nos enseña que lleva tiempo aprender a dormir; hay varios requerimientos existenciales para ello, como el cobijo, primero de los cuidadores, luego de sus sustitutos simbólicos. If should die before i wake, i pray the lord my soul to take (si debo morir antes de despertar, pido al señor que lleve mi alma) dice la oración infantil del siglo XVIII: y es que entre dormir y morir solo hay una letra de diferencia (en ciertos momentos de la vida).
La niñez nos enseña que lleva tiempo aprender a dormir; hay varios requerimientos existenciales para ello, como el cobijo
Antes de la versión pobre del insomnio como trastorno psiquiátrico, el desvelo fue escrito como modo existencial. ¡Que lejos estoy de todo! escribió Cioran en En las cimas de la desesperación, ensayo en que describe al insomnio como el caos que provoca la noche como una monotonía sin cadencia, una continuidad infinita sin escapatoria. El tiempo toma un espesor sin progreso, “¡A las ocho de la mañana está exactamente igual que a las ocho de la noche!”. No importa cuantas horas de insomnio se padezcan – suele ser menos el tiempo cronológico de insomnio que el que se experimenta subjetivamente– sino que se trata de una modalidad de existencia: un estar ahí sin pausas ni rupturas, porque al fin y al cabo dormir y soñar nos permiten por un momento dejar de ser, salir de sí. Cosa que es un alivio (quizás por eso, según dicen, ha aumentado tanto el consumo de alcohol estos días).
El insomne está amarrado al ser, por lo tanto, privado de mundo, como escribió Levinas. La imposibilidad de dormir es la experiencia interminable del fin del mundo. La noche del insomne no es cualquier noche, porque no tiene mañana. No tiene promesa ni nuevo inicio. Es una noche totalitaria. Por supuesto que a veces se está insomne a mediodía, cuando el día se vuelve absoluto, la luz y la razón sin matices que no dejan ver ni estar en un mundo.
El insomnio, aunque tenga causas diversas, tiene la cualidad de ubicarnos como objetos en la noche. Más que un pensar activo, las ideas nos invaden, el silencio de la noche se vuelve ruido, el límite adentro y afuera se difumina (por eso intuimos la locura), y no logramos insertarnos en el mundo, sino que éste –que ya no nos pertenece más– nos aplasta. En la noche insomne las dificultades del día se aparecen idénticas, se trata de una repetición desesperante pues no hay corte y otra perspectiva. Básicamente el insomne pierde la noche y la exquisita posibilidad de soñar, que no es sino el arrojo a otra escena en que podemos cortar los días iguales e interminables. Dicen que soñar es una psicoterapia personal, porque ahí nuestros lazos con el mundo siguen escribiendo guiones por resolver. Será por eso que junto al insomnio, la gente anda diciendo que está soñando mucho.
El insomnio es un modo de existir que se parece al de la guerra, al menos en el sentido de la pasividad en que quedan quienes la padecen y el convencimiento de que nada nuevo va a comenzar. La pasividad psíquica es una catástrofe que desarraiga del mundo pues nada se puede hacer para intervenirlo.
Hay una catástrofe y no se puede dormir sin la confianza de despertar en un mundo habitable
Hoy no estamos en guerra (¿o quizás sí?), aunque se insista demasiado en su metáfora, pero hay una catástrofe y no se puede dormir sin la confianza de despertar en un mundo habitable. Cuestión bastante evidente hoy, pero no estoy segura si antes de la pandemia había uno. No por nada se habla de globalización antes que de mundo, y ese “globo” se vislumbra cada vez más como un lugar inhabitable. Que los héroes de la época sean rescatistas, “primeras líneas” del combate que sea –hace poco de la protesta, hoy de la sala de urgencias– es que entonces no hay un mundo, hay una emergencia constante. Si no hay horizonte ni amanecer, ni pensar en dormir.
Me gusta el mundo según Hannah Arendt. Dice que éste no es algo que esté afuera de las personas, sino que se produce entre ellas. Un mundo es algo en común, pero a la vez una distancia en que existe la pluralidad; como sentarse a la mesa: une y separa a la vez. En “tiempos oscuros”, cuando cae el mundo, la tentación a retirarse y replegarse en la vida interior (o en la segunda vivienda quienes pueden) es grande; así como también exaltar formas de humanidad cándidas, pero “sin mundo”. Por ejemplo, dice Arendt, la fraternidad de los perseguidos (los que por obligación quedan fuera del mundo), o esa calidez presente en las marchas, en los aplausos a los médicos por las tardes, la emocionalidad de la caridad televisiva, los actos nobles como declarar públicamente la eventual renuncia a un respirador para cederlo a otro. Humanitarismo que hace soportable la herida cuando no hay nada más, pero políticamente irrelevante; porque se trata de una sentimentalidad que carece de la responsabilidad por sostener un mundo. La empatía, la fraternidad no son una base ética suficiente para un mundo común y plural, porque, precisamente la fraternidad y la empatía no alcanzan con el adversario político.
Hay que salvar la vida. Pero también un mundo donde “alojarnos”. El distanciamiento social no tiene porque coincidir con un distanciamiento psicológico y político. Refugiarse en el diálogo antes que en el ser. No sé si eso es salud mental (otro concepto difuso), pero pienso en cómo no quedar arrasados en una noche inmensa.
El insomnio se resuelve con mundo, no con somníferos, ejercicios o una dieta saludable.
De insomnio y sueños vívidos parecen estar hechas las noches de pandemia. Lo comentaron muchos al comienzo de todo, y a pesar del progresivo desconfinamiento en varios puntos del planeta, de acuerdo a Google Trends, la búsqueda de las palabras “insomnio” y “no puedo dormir” se ha disparado a nivel mundial los...
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