Series
‘Élite’: educando en valores
A todas las generaciones se nos ha inculcado una serie de ideas a las que aspirar. Antes eran los cuentos de princesas y príncipes azules, de la mano del patriarcado; ahora es el lujo y la popularidad capitalistas
Fernando Gijón / Elisa Mora Andrade 11/09/2019
Imagen promocional de Élite.
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Un asesinato, constructores corruptos, desapariciones forman parte de la trama de Élite, el thriller adolescente español del momento, la serie de Netflix que tuvo 20 millones de espectadores en su primera temporada y que hace una semana estrenaba la segunda.
Al margen de los sucesos que protagonizan la trama principal, de forma intencionada o no, a lo largo de los 16 capítulos de momento disponibles, la serie (calificada como apta para mayores de 13 años, a nuestro juicio irresponsablemente) transmite ciertos valores nocivos.
Lo que podría haber sido una sátira de la élite económica y social, en concreto de sus miembros más jóvenes, se convierte en un modelo deseable. Si bien es posible que detrás de todo esto exista una denuncia hacia el estilo de vida que se presenta, esta capa crítica es muy fina, casi imperceptible, y más para un público falto de madurez que busca identificarse con sus personajes favoritos, a los que imitarán y defenderán.
Lo que podría haber sido una sátira de la élite económica y social, en concreto de sus miembros más jóvenes, se convierte en un modelo deseable
En los primeros minutos se introduce a varios de los personajes principales (todos ellos, de 16 años); por un lado hay tres chicos procedentes de un instituto público, beneficiarios de unas “becas” concedidas por un constructor corrupto, culpable del derrumbe de su anterior centro. Dos de estos “becados” son presentados inmediatamente a través del estereotipo de “chicos de barrio”: maleducados, ignorantes, sin conocimiento de idiomas, macarras, mal vestidos, camellos… La tercera becada es una chica musulmana, a la que sus compañeros acogen entre comentarios insultantes por el uso del hijab, y critican por ser fiel a su religión, cultura y valores, calificados por una de las protagonistas como arcaicos y poco feministas. La verdad es que esto resulta bastante irónico, sobre todo cuando el minuto 8 de la serie arranca con el profesor asegurando que en este gran instituto privado se educa a través de valores y respeto para formar a los líderes del futuro. ¡Socorro!
El resto de estudiantes se encuentran igualmente estereotipados, en este caso por la figura del niño rico pijo, clasista y elitista. Jóvenes que todo lo resuelven con dinero y que tienen un ritmo de vida poco adecuado para su edad, y del que no paran de presumir. Que si chófer, que si fiestones privados, que si botellas, tríos y rayitas por doquier, y por si fuera poco un par de escenas de incesto, que nunca viene mal.
La oportunidad de enseñar que puede existir una convivencia pacífica entre “dos mundos” se convierte en su opuesto: una perpetua confrontación, en la que los ricos salen victoriosos, convirtiéndose en el único modelo de vida al que aspirar. En todo momento serán los tres alumnos becados los que querrán integrarse en los ambientes de sus compañeros de clase. Sin poder alardear de la pasta que tienen no se les hará fácil, y sinceramente, ¿qué necesidad? Ellos parecían pasarlo realmente bien con sus litronas, colegas y motos en el parque.
A medida que avanza la serie y conocemos más a fondo a los personajes, se desarrollan una serie de interdependencias tóxicas, entre las que destacan el morbo del chico malo pobre, del chico malo popular o del “amor prohibido”, ya sea por religión o clase. Se establecen una serie de relaciones de conveniencia, en las que todos los personajes acaban corrompidos por la lujuria, el vicio y el egoísmo, utilizando al otro para lograr sus objetivos personales.
En la segunda temporada aparecen nuevas dinámicas, acompañadas de dos personajes clave y contrapuestos: Cayetana y Rebeka.
Rebeka, la “narcobarbie”, huérfana de un trabajador muerto en un accidente laboral e hija de una nueva millonaria narcotraficante, no es como el resto de los alumnos. No encaja en el prototipo de niña rica, no es elegante, congenia y respeta a los estudiantes becados más que a sus igualmente privilegiados compañeros. Tampoco reniega de quién era en su anterior vida humilde, mantiene su formas de ser, de hablar y de vestir y las defiende. Se trata pues, de alguien que no se ha rendido a aceptar las maneras y costumbres de la jet set, a pesar de formar parte de ella. Con unos buenos aros, pero de Cartier.
Cayetana, en cambio, es aparentemente como el resto de sus compañeros: viajada, con un gran poder adquisitivo e igualmente esnob y clasista. Es otra habitual en los reservados del Teatro Barceló, en los que deslumbra con sus vestidos de alta costura y sus botellas de champán. Un lujo desmesurado que se esfuerza en compartir en todo momento en sus redes sociales, a la captura de los likes.
Pero realmente, Cayetana es la hija de una de las limpiadoras del colegio, con pocos recursos económicos; cuando no está estudiando, ayuda a su madre en el trabajo y cose sus propios vestidos solo que con tela del chino. Tiene una vida humilde, de la que se avergüenza hasta el punto de vivir en una completa mentira, y cree que la única manera de conquistar a sus compañeros es con su dinero ficticio. Lo que Cayetana no sabe es que conquistará a su príncipe azul confesándole aquello de lo que tanto se avergüenza, convirtiéndose así en la “obra caritativa” de este, todo un caballero.
A lo largo de los capítulos se hace mención a ciertos problemas recurrentes en nuestra sociedad que no suelen ser tratados al ser sensibles o tabú; en la serie se tratan con superficialidad, y habitualmente los personajes buscan la solución a sus inquietudes en las drogas, el alcohol y la fiesta, sin que se perciba en esto un atisbo de crítica. Un intento de suicidio encubierto al que no se le da importancia, un vídeo sexual viral en el que se apresuran a culpar y ridiculizar a la víctima o un luto afrontado con rayas de cocaína...
De acuerdo, es cierto que a todas las generaciones se nos ha inculcado una serie de ideas a las que creíamos tener que aspirar; antes eran los cuentos de princesas y príncipes azules, de la mano del patriarcado; ahora es el lujo y la popularidad, de la mano del capitalismo. ¡Lo habéis vuelto a conseguir!
El cine y las series, hoy más que nunca, podrían ser una herramienta a través de la cual informar y educar. Los guionistas deberían asumir una serie de responsabilidades a la hora de transmitir mensajes que se dirigen a un público joven/adolescente con ideas poco claras y fácilmente influenciable. Élite es lo contrario: enseña a despreciar al desconocido y al diferente, no a respetarle y conocerle; enseña a emborracharse para lidiar con los problemas, no a hablarlos y enfrentarse a ellos; enseña a manipular al otro en lugar de pedirle ayuda, enseña a competir y a humillar en vez de a colaborar. Élite es homogenización, juicio, catalogación, es egoísmo. Y la frontera entre la sátira y la admiración es totalmente borrosa.
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Elisa Mora Andrade y Fernando Gijón Torres son estudiantes de Ciencias Políticas.
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Autor >
Fernando Gijón
Es analista de datos sociales y electorales.
Autor >
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Autora >
Elisa Mora Andrade
Es graduada en Ciencias Políticas.
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