Señales de humo
Un “endemoniado” en una necrópolis almorávide de Sevilla
Ana Sharife 28/06/2020
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Nada hacía presagiar que aquella excavación sería distinta a cuantas habían acometido a lo largo de los últimos años. Realizaban trabajos de urbanización previos a la construcción de unas viviendas en los extramuros de Sevilla, cerca de la muralla almohade, cuando descubrieron una necrópolis almorávide del siglo XI que primero fue romana entre los siglos II al IV d.C., en un tiempo en que las sepulturas se realizaban a lo largo de las vías de comunicación, por un deseo de presencia y memoria.
De entre todas las inhumaciones del camposanto destacaba el sepulcro de un hombre que yacía enterrado solo, apartado del resto. Sobre la tumba había un hatillo cerrado en una vasija, un talismán y un sello ritual, además de una lámina de plomo con una inscripción para ser leída a través de un espejo que decía “aquí yace el maligno”. El cráneo estaba separado unos 30 cm del tronco y el cuerpo presentaba una posición aterradora. El sepulturero había cerrado aquel nicho con especial esmero.
Era verano. Las obras habían comenzado en enero y se hicieron en dos fases, pero no fue hasta julio que la Consejería de Cultura les autorizaría realizar movimientos de tierra bajo control arqueológico. El descubrimiento se enmarcaba en un contexto arqueológicamente muy conocido, a medio camino entre Puerta Carmona y Puerta del Córdoba, en un tiempo en que Sevilla llegó a tener siete kilómetros de muralla con 166 torreones y más de una veintena de accesos entre arcos y postigos. Desde ahí partía el antiguo camino a Córdoba y uno de los técnicos de la obra, el sevillano José Gómez, conocía la existencia de una gran necrópolis situada en esta zona, en las inmediaciones de la actual carretera de Carmona, pues entre 1999 y 2002 habían dado con varios conjuntos funerarios.
Los resultados de aquella vigilancia arqueológica documentaron dos grandes grupos de enterramientos a nivel tierras rojizas. “La necrópolis fue utilizada entre la época bajoimperial y el altoimperial romana”, señala el técnico, “y reutilizada en época almorávide, algo bastante común y que ya hemos observado en otros emplazamientos. En algún caso, como la Fábrica de Artillería de San Bernardo, donde hemos encontrado sucesivamente restos romanos, árabes y finalmente cristianos”.
En aquel conjunto funerario hallaron diez cuerpos romanos “colocados en decúbito supino, en fosa definida con estructura de ladrillos”, detalla. Había monedas dentro de las tumbas, como práctica ancestral del pago a Caronte por el viaje al más allá. También una maqbara (conjunto arqueológico de rito musulmán) “con unas 60 inhumaciones dispuestas en una misma alineación, en sencillas fosas cubiertas con tejas curvas donde los cadáveres yacían decúbito lateral derecho mirando hacia La Meca”.
La maqbara ocupaba la parte sureste de la parcela, en los límites de la excavación. Junto a esos cuerpos encontraron restos de estelas discoidales de cerámica vidriada y un fuste mortuorio de piedra, lo que les ayudó a datar su pertenencia al periodo almorávide del siglo XI, probablemente los últimos enterramientos bajo dominio árabe, ya que poco después, en 1248, Sevilla se incorporó a la Corona de Castilla.
“Aquí yace el maligno”
“Tras unos veinte días de trabajo con la retroexcavadora en zona crítica nos llamó el contratista”, rememora Gómez. “En mitad de la arcilla rojiza había una capa de cal viva que cubría algo. Nos preguntó si seguía adelante o preferíamos avisar al arqueólogo. Lógicamente lo avisamos”, prosigue relatando. “Al llegar al lugar nos llamó la atención varias cosas. El túmulo tenía una capa blanquecina de 20 centímetros de espesor y se encontraba a unos 30 metros al norte de donde creíamos que terminaba la necrópolis. La tumba estaba cruzada, casi perpendicular a las demás, y era el doble de amplia al resto de las fosas encontradas”.
Cuenta el técnico que el maquinista encontró una explicación inmediata: la peste. “Aquí han enterrado a los apestados y yo ahí no toco”, dijo. A partir de ahí reiniciaron las labores arqueológicas y tras levantar aquella torta de tierra apareció un bacín cerámico de forma tronco-conoidal, de unos 25 o 30 centímetros de diámetro y en posición vertical, lo que indicaba que había sido cuidadosamente colocado. En su interior había un hatillo (envoltorio de enseres en un pañuelo) “con marcas que indicaban que en algún momento fue atado fuertemente con algún tipo de alambre”, puntualiza. “Este hatillo no se desenvolvió, sino que fue mandado al laboratorio para su análisis. Unas semanas después nos comunicaron que se trataba de una pócima de carácter ritual, entre la que se encontraba la cabeza de un macho cabrío”.
Justo debajo de aquel bacín aparecería una plancha circular de plomo, grabada con buril. La escritura estaba en cursiva, condicionada por el punzón de impresión del orfebre que lo realizó. La leyenda correspondía a una fórmula de protección ante una amenaza que se mandó a traducir por un arabista. El anverso contenía dos líneas de escritura. La primera estaba en simetría con la cabeza del macho cabrío y decía en escritura de espejo “aquí yace el maligno”. El reverso presentaba tres líneas. La segunda ilegible, la tercera sobre el trazo de estrella decía “así queda sellado”. El resto eran monosílabos que encabezaban plegarias.
Al exhumar los restos encontrarían algo más aterrador. “No sólo el cráneo estaba separado del tronco, sino que el cuerpo estaba decúbito prono (el culo hacia arriba), las piernas un poco abiertas y dobladas, los brazos abiertos en forma de v, separados del cuerpo”, describe. “Lo habían ajusticiado allí mismo”.
Un genio en una lámpara
El sepulcro había sido sellado con un talismán “para evitar su resurrección”. Una estrella de seis puntas a la que los árabes llaman sello de Salomón. Según el Talmud, el bíblico rey poseía un anillo mágico que formaba dicha estrella. Cuando un jinn (genio) era cruel con los hombres se le encerraba en una botella de forma que permanecía allí durante la eternidad, a menos que fuese liberado. De ahí que, en Las mil y una noches, Sulaymán (Salomón) confinara al genio en un jarrón con un sello de plomo, o un mago le entregara un anillo mágico a Aladdin sin decirle que dentro de él se ocultaba un efrit (un jinn poderoso).
“Utilizada desde amuleto protector hasta símbolo alquímico, el sello de Salomón servía para controlar a los jinn rebeldes”, explica el historiador Carlos Sheni Basel en Odehlot (2011), un viaje por la milenaria historia de Toledo de la mano de un noble visigodo. A juicio del experto “los cuernos de cabra son antenas para que el alma se guíe en el más allá, y el enterramiento de 90 grados a la Meca es señal de oprobio”. Por otra parte, las estrellas de anverso y reverso del sello “tenían sus ejes girados perfectamente”, detalla el técnico, “las puntas de la estrella de un lado coincidían con el centro geométrico del arco entre dos puntas del otro lado”.
Con el sello de Salomón tapiaron el sepulcro. El equipo de arqueólogos llegó a la conclusión de que pertenecía a alguien que debió ser tan malvado en vida que lo consideraron un “yinn endemoniado”, un shaitán (Satanás), como se le conoce a los jinn cuando son malvados. Un hombre muy peligroso a juzgar por las precauciones que se tomaron en el enterramiento sus verdugos y sepultureros, separar la cabeza del tronco, meter un cráneo de macho cabrío envuelto en plomo cerrado en una vasija, colocar un talismán con fórmulas de protección, ponerle un sello ritual para evitar su resurrección y, por último, cubrirlo todo con cal viva.
“Los musulmanes poseen una religión que da crédito a lo que no ven y reconoce que tiene una consciencia propia”, escribe Laura Ivette Salas en La figura del jinn en la literatura y cultura árabe (2014). “A diferencia del cielo o el infierno que se llenan con seres que son premiados o castigados por sus acciones, el mundo de los jinn resulta mucho más intrincado y lleno de posibilidades, ya que sus habitantes poseen una voluntad y una propensión a las mismas pasiones que el hombre”. Diez siglos después dicha criatura arcana habría sido liberada de una sepultura que una vez se quiso tapiar para siempre.
Nada hacía presagiar que aquella excavación sería distinta a cuantas habían acometido a lo largo de los últimos años. Realizaban trabajos de urbanización previos a la construcción de unas viviendas en los extramuros de Sevilla, cerca de la muralla almohade, cuando descubrieron una...
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