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Si hay algo en lo que prácticamente todos estamos de acuerdo es en que la pandemia de la covid-19 ha acelerado y agudizado problemas que ya existían en el marco de nuestras sociedades. En el futuro mundo post-pandemia no va a suceder nada que ya no estuviera pasando. La geopolítica será más asiática, los nacionalismos se acentuarán, el multilateralismo perderá fuerza, la globalización será cuestionada. La cuestión de la movilidad humana no será distinta, aunque algunas situaciones se verán más agravadas que antes.
Pese a que los Estados llevan años realizando ingentes inversiones en crear murallas inexpugnables, este virus ha demostrado su porosidad y vulnerabilidad
Otra de las cuestiones que ha puesto de relieve la covid-19 ha sido la fragilidad de las fronteras. Pese a que los Estados llevan años realizando ingentes inversiones en crear murallas inexpugnables que disuadan a otros de atravesarlas, este virus ha demostrado su porosidad y vulnerabilidad. El proceso globalizador inevitablemente trajo consigo mejores comunicaciones, unos transportes más económicos, una información que fluye de manera inmediata, unos capitales que se desplazan a donde pueden obtener mejores rendimientos, una mano de obra que abarata costes de producción, y también aceleró la movilidad humana. El turismo ha sido el rey, el hecho migratorio, el bastardo. Al igual que en los procesos productivos se busca el beneficio, también las personas quieren tener el derecho a desplazarse adonde puedan vivir de una manera mejor, más segura y con un futuro para sus hijos.
Como decíamos, situaciones que venían deteriorándose desde hace tiempo ahora se agravan de manera exponencial. Este es el caso de la cuestión migratoria en sentido amplio. Conviene dejar claro que este fenómeno, que no problema, no es nuevo. La desprotección a la que están sometidos los trabajadores en general se ve agravada cuando, además, eres migrante y, más aún, si eres migrante y mujer. La acumulación de vulnerabilidades se acentúa, también, cuando tiene lugar una crisis tan grave y con las repercusiones que la pandemia está teniendo en todas las sociedades, a lo largo y ancho del planeta.
Grecia es el único país que ha decidido suspender oficialmente la tramitación de las solicitudes de asilo, pero no es el único que de facto las ha paralizado
Hay impacto en los países de origen y en los países de destino y, por tanto, también en los trabajadores migrantes, en situación regular o irregular que cruzan las fronteras. Y ese impacto siempre suele ser para mal, especialmente cuando nos referimos a aquellos que se insertan en el mercado de trabajo en sectores muy precarizados y muy poco protegidos socialmente. A las dificultades de la movilidad con todas las trabas administrativas posibles para acceder a través de vías legales y seguras al país de destino, se suma la ausencia de seguridad laboral en los trabajos a los que acceden. Pensemos que mientras, tras el comienzo de la desescalada, las fronteras se abren para el turismo, continúan cerradas para los migrantes, solicitantes de asilo y refugiados. Es extremadamente grave, por ejemplo, lo que está sucediendo en Grecia, que lleva desde el comienzo del confinamiento sin tramitar las solicitudes de asilo y abandonando a su suerte a miles de personas que viven hacinadas en campos de refugiados como el de Moria. Y todo ello con un grave incumplimiento de su propio compromiso con el derecho internacional y, por tanto, con su Estado de derecho. El papel que las autoridades comunitarias han jugado en este caso no ha sido demasiado ejemplar. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, lejos de distanciarse de las medidas adoptadas por el gobierno griego, definió al Estado helénico como el escudo de contención frente a los flujos migratorios procedentes de Turquía.
Grecia es el único país que ha decidido suspender oficialmente la tramitación de las solicitudes de asilo, pero no es el único que de facto ha paralizado dicha tramitación. En países como España, la revisión de expedientes se ha paralizado completamente durante el confinamiento. Mientras tanto, hay cientos de miles de personas que siguen esperando una respuesta por parte de las autoridades.
Un caso diferente, pero no menos grave, es el que se está viviendo de manera dramática en el campo europeo. Durante los meses de confinamiento se pudo ver cómo los encargados de proveer de bienes esenciales agroalimentarios han sido los migrantes. Dependiendo de los países, estos temporeros y temporeras procedían, bien del este europeo hacia el centro y norte más rico, bien desde los países del sur global, aunque ya presentes en nuestras sociedades, para cubrir los puestos necesarios de tal manera que las cadenas de producción no se vieran interrumpidas en ningún momento. El trabajo de temporada es un trabajo sometido a tal dureza, bajos salarios y precariedad, que en muy contadas ocasiones son los locales los que quieren realizarlo. La regulación de este tipo de actividad económica es escasa y muchas veces no es lo suficientemente vigilada por parte de las autoridades. En Alemania se han detectado casos en los que se ha llegado a pagar por cesta entregada, en lugar de por hora trabajada.
En el caso de España, la cuestión de los temporeros ha vuelto a tomar protagonismo tras detectarse un importante foco de infección en el campo de Lleida y al hacerse públicas las reivindicaciones de las más de 7.000 mujeres magrebíes que recogen fresas en el campo onubense y que quieren poder regresar a su país y tener condiciones dignas de trabajo. El miedo al contagio en este sector va in crescendo, si bien, el principal temor de jornaleros y jornaleras continúa siendo poder trabajar, por lo que ante la posibilidad de un confinamiento que no se lo permita, prefieren irse a otro lugar.
El principal temor de jornaleros y jornaleras continúa siendo poder trabajar, por lo que ante la posibilidad de un confinamiento prefieren irse a otro lugar
El origen de esta situación tiene mucho que ver con la tradicional ausencia de control de las condiciones de trabajo de las personas que trabajan en el campo, lo que incluye, infraviviendas, bajos salarios y un alto nivel de incertidumbre. El que el 90% de la fuerza de trabajo en este sector esté formada por migrantes, en situación regular unos, pero de manera clandestina, otros tantos, ayuda a que los niveles de explotación y temor a perder sus ingresos aumenten. Esta situación ya ha sido denunciada por Naciones Unidas en la voz de su relator especial sobre pobreza extrema y los derechos humanos, Olivier De Schutter, que hace responsable a las autoridades de garantizar las condiciones de vida y el acceso a la salud de estas personas.
El dilema al que se enfrentan las sociedades europeas se nos muestra fríamente. Sin la migración, tanto cualificada, como no cualificada, el “modo de vida europeo” es insostenible. Varias son las tareas por hacer. La primera, tomar conciencia de que la población migrante, con o sin papeles, es una parte intrínseca de la sociedad. Su presencia no es algo coyuntural, sino que se trata de un hecho estructural que ninguna pandemia va a modificar. Y, por tanto, es imprescindible que estas personas sean, al igual que el resto, cuidadas y protegidas en el marco del Estado de derecho. Y esto incluye el acceso a una vida y trabajo dignos y a la protección de su salud. La segunda, y fundamental, atacar de raíz y sin paliativos las actitudes y discursos racistas y xenófobos que intentan responsabilizar a los migrantes de la expansión de la pandemia, al tiempo que se apela a la apertura de las fronteras para reconducir al sector turístico. Aquí los medios de comunicación tienen un papel y responsabilidad fundamentales.
Vivimos en sociedades abiertas y complejas producto de los procesos globalizadores. Uno de esos procesos es la movilidad humana, turismo y migración van de la mano. No existe uno sin la otra. Se trata de un hecho imparable, ni muros, ni controles, ni redadas, podrán detenerla. Esta pandemia debe abrir una ventana de oportunidad para hacernos reflexionar sobre el tipo de sociedades que queremos construir, pero siempre sin dejar a nadie atrás.
Si hay algo en lo que prácticamente todos estamos de acuerdo es en que la pandemia de la covid-19 ha acelerado y agudizado problemas que ya existían en el marco de nuestras sociedades. En el futuro mundo post-pandemia no va a suceder nada que ya no estuviera pasando. La geopolítica será más asiática, los...
Autora >
Ruth Ferrero-Turrión
es profesora de Ciencia Política e Investigadora Adscrita al ICEI (Instituto Complutense de Estudios Internacionales).
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