Artistas noctámbulos
Brassaï y Henry Miller, el ojo compuesto que desnudó los secretos de París
Una muestra de aquella visión de la ciudad de entreguerras que los dos amigos compartieron se puede visitar estos días en las salas de CaixaForum Madrid
Aníbal Malvar 16/09/2020
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Se conocieron en noviembre de 1930 en el café Le Dôme de Montparnasse y, aunque han cambiado de barrio, noventa años más tarde siguen compadreando en el cementerio parisino de Montmartre. El fotógrafo húngaro Brassaï y el escritor norteamericano Henry Miller habían nacido en continentes distintos pero con los mismos ojos, como sugería el novelista manco y marrullero Blaise Cendrars, amigo y enemigo, según días, de los dos.
Alfred Perlès, buen novelista sin éxito y compañero de piso de Miller durante Los días tranquilos en Clichy, relata que Brassaï y el escritor emigrado de Brooklyn conectaron al instante, a pesar de que el fotógrafo no entendía ni papa de inglés y el norteamericano ni siquiera chapurreaba el francés, y menos el húngaro, lengua natal de Gyula Halász (Brassaï es un seudónimo en honor a Brașov, su ciudad transilvana natal).
“En Trópico de cáncer doy una impresión de las calles de París que corresponde perfectamente con las fotografías de Brassaï. Las paredes, los graffiti, el cuerpo humano, los asombrosos interiores, todos los elementos separados y entremezclados de la ciudad forman en su conjunto un gigantesco laberinto. Y, tanto como con sus fotos, me recreo con sus investigaciones sobre Spengler, Dalí y los surrealistas, los poceros y los burdeles”, escribía un todavía inédito Miller al agente literario Frank Dobo después de haber visitado el taller del húngaro y contemplado su obra.
Miller era un indigente que vivía principalmente del gorroneo y Brassaï se ganaba a duras penas el pot au feu vendiendo cromos de moda y estampas de sucesos
Una muestra de aquella visión del París de entreguerras que los dos amigos compartieron se puede visitar estos días en las salas de CaixaForum Madrid, pues varios de los trabajos del Brassaï de aquellos años se incluyen en la exposición Cámara y ciudad. La vida urbana en la fotografía y el cine. Esta exposición colectiva, montada con fondos prestados por el Centre Pompidou, incluye en su nómina a artistas como Henry Cartier-Bresson, Philippe-Lorca diCorcia, Barbara Probst, Paola Yacoub, Viktoria Binschtok… y el Brassaï de la colección Paris la nuit, su primer libro, publicado en 1932 y que preparó en el curso de sus vagabundeos noctívagos, marginales, canallescos, mendicantes, delincuenciales y no poco prostibularios con Miller (hoy muchos de sus pasajes sobre les filles de joie hay que leerlos con una pinza en la nariz por su insoportable machismo, pero siguen destilando una ternura hacia la mujer mercantilizada de la que carecen muchos piadosos puteros).
Miller era un indigente que vivía principalmente del gorroneo y Brassaï se ganaba a duras penas el pot au feu vendiendo cromos de moda y estampas de sucesos a revistas mundanas y periódicos sensacionalistas (principalmente Voilà y Detective). “Hambrientos y sin un franco, a menudo acabábamos sentados en la terraza del Dôme o en La Rotonde, pedíamos un café con leche y un bocadillo y nos quedábamos esperando la liberación, el amigo X… que abonaba nuestra consumición. Y a veces, a fuerza de esperar horas y horas, los platillos se acumulaban. En Montparnasse, Henry recurrió a esta estrategia, que se parecía a la pesca con caña, más de una vez”, escribe Brassaï en su excelente Henry Miller, tamaño natural (HM, grandeur nature, Gallimard, 1975), casi medio siglo después de su primer encuentro.
El libro fue fugazmente editado en 1977 por el también fugaz sello barcelonés Ediciones del Cotal, y desde entonces no ha vuelto a recibir la atención de nuestros impresores a pesar de su encanto vintage y de su fineza memorialista. El texto no ofrece solo una estampa amena, vívida, olorosa y táctil del París de los 30, de su bohemia intelectual y de sus tenebrosidades sociales en plena resaca del crack del 29. Tampoco se trata de un 69 literario en el que dos artistas se doran la píldora, subgénero demasiado frecuente entre creadores. Las reflexiones de Brassaï, contrapunteadas por la compulsividad epistolar de Miller (el húngaro reproduce decenas de cartas de su amigo), amalgaman una profunda pero espontánea discusión sobre el sentido del arte.
Brassaï lo tenía claro. Su autoconsciencia artística le llevó a no subirse al carrete de la pujante y ligera Leica que se popularizaba entonces, y con la que fotógrafos como el citado Cartier-Bresson inauguraron el imperio de la instantánea y lo que hoy conocemos como fotoperiodismo. Los ojos saltones y oscuros de Brassaï prefirieron siempre la aparatosidad paciente de su Voigtländer Bergheil, una cámara difícil de manejar sin trípode y que obligaba al artista a cargar también los negativos de placa de vidrio. Cuarenta kilos a la espalda y a buscar el alma neblinosa de París. A Picasso le fascinó tanto el resultado que permitió a Brassaï visitar su estudio frecuentemente para que lo fotografiara trabajando. Un honor que no se le concedía, ni mucho menos, a cualquiera. De hecho, en los momentos de penuria, Picasso se inventaba contratos con Brassaï para sacarlo del hambre.
“Yo tenía la impresión de que el ojo de Halasz quemaba los globos de mis ojos –escribe Miller en otra carta a Dobo– y que su curiosidad, semejante a una navaja de afeitar, separaba las livianas capas exteriores, penetrándolas con instrumentos semejantes a los que se emplean únicamente para los disturbios auditivos. La penetración de su mirada me da la sensación de una poderosa luz de investigación invadiendo los rincones secretos de la retina, abriendo quedamente las puertas resbaladizas y silenciosas del ojo interior que conduce a la silla del cerebro”.
Y sobre su carácter artístico, su paciencia de acechador detrás de un trípode, agazapado tras las brumas del Sena que tan bien retrató, dice Miller: “Es como un globo de secreción que espera la aparición de alguna epidemia desconocida para comenzar sus estragos. Es cabezota e incansable. Se preocupa de las cosas banales para esconder sus monstruosas excentricidades. Tiene el ojo de un espectro, la indiferencia de un leproso, la calma de un Buda. Es un monstruo, amable, educado, refinado, pero un monstruo. Lleva unos hermosos guantes de ante para disimular los crímenes que ha cometido y los que se dispone a cometer”.
Y Brassaï, en justa correspondencia, también disecciona las costumbres libadoras de Miller en busca de inspiración. “Investigó de cabo a rabo, hasta el Moulin Rouge y la plaza Pigalle. La interminable fila de cafés, restaurantes, cabarets, cines, casas de citas, farmacias nocturnas le recordaban a Broadway entre la calle 42 y 53. Pero Henry constataba que Montmartre estaba mucho más declaradamente inclinada al sexo. El tráfico venal se ejercía más ostentosamente. Con sus baruchos infectados de fulanas, macarras, apaches, estafadores, gentes del ambiente, este boulevard al pie del Sacré-Coeur le parecía el lugar más canallesco de París. El vicio se extendía como las gárgolas eróticas en las iglesias romanas. Miller lamentaba –en pleno 1932– el destello de los neones invadiendo poco a poco el boulevard, pues, según decía, el sexo florece mejor bajo una luz tamizada”.
Y sobre la literatura del neoyorquino: “Confesaba abiertamente que el sentido de las palabras había perdido toda importancia para él. Más que el contenido, lo que le importaba era el encadenamiento musical de las palabras”.
Las imágenes de Brassaï nos devuelven a aquel París que la pareja compartió con personajes como Anaïs Nin, Jacques Prévert, León-Paul Fargue, Pablo Picasso, Alberto Giacometti, Salvador Dalí, Henri Matisse, Jean Genet, Henry Michaux, Kandinsky, Kokoschka, Paul Morand, el mismísimo y terrible nazi Louis-Fedinand Céline… Una visión de París, la de Brassaï, que puede esconder sus peligros. Por ejemplo, que después de observar sus estampas, el París real que observaron tus ojos se pueda convertir, por un momento, en decepcionante.
“Yo no invento nada, imagino todo. La mayor parte de las veces he dibujado en imágenes la vida cotidiana que me rodea. Pienso que, capturando la realidad del modo más humilde y sincero y de la manera más cotidiana posible, lograré penetrar en lo extraordinario”. Palabra de Brassaï.
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La exposición de CaixaForum permanecerá abierta hasta el 12 de octubre.
Se conocieron en noviembre de 1930 en el café Le Dôme de Montparnasse y, aunque han cambiado de barrio, noventa años más tarde siguen compadreando en el cementerio parisino de Montmartre. El fotógrafo húngaro Brassaï y el escritor norteamericano Henry Miller habían nacido en continentes distintos pero con los...
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