La vita nuova
Sin Núremberg y a lo loco
El Gobierno –un gobierno tabulado europeo al uso– tiene la oportunidad de dotar de sentido legal, vinculante, reparativo, y de arrancar la sentimentalidad a los crímenes del fascismo
Guillem Martínez 23/09/2020
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El concepto “memoria histórica”, tal y como ha quedado, es sumamente inquietante. La razón: viene a sustituir los conceptos ley y jurisprudencia. Lo que indica que la memoria-histórica no es ni ley ni jurisprudencia. Es un estado de ánimo. Dibuja el hecho de que, por aquí abajo, tras el fin del último régimen europeo que debía su existencia a Hitler y Mussolini –una pesadilla dilatada que se prolongó hasta otra, Abba– no hubo un juicio de Núremberg. Ni siquiera bajito. Fue sustituido por una Ley de Amnistía, alehop, que amnistiaba a la oposición al franquismo pillada con el carrito del helao en la defensa de la democracia, la libertad y el sindicalismo, pero que también amnistiaba, más y mejor, al franquismo. Se trata de una Ley de Amnistía en el limbo, esa cosa que Dante dibuja como la antesala del Infierno. Argentina vio cómo la justicia internacional se peló un intento parecido al esp. La razón no es anecdótica: un delito contra la Humanidad no se puede amnistiar. Lo que indica lo que es la Ley de Amnistía. Un pacto fundacional, ventajoso, legal, si bien alejado de la justicia internacional. En sus antípodas, exactamente. La Ley de Memoria Histórica de ZP fue el primer intento de enfrentarse a eso. ¿Qué hacer con el pasado cuando no sólo no ha habido Núremberg, sino su contrario? La respuesta ensayada fue la reparación sentimental, que no jurídica. Zzzzz. Ahora ha trascendido el proyecto de Ley de la Memoria Democrática. Una prueba de que el ser humano es el único animal que puede evitar dos veces la misma piedraZzzz.
Se intensifica, al parecer, la entrada en el ciclo educativo del pack memoria. Una memoria sin ley que la pondere
La Ley de Memoria etc. abraza la sentimentalidad en diversos tramos. Como la reconversión del Valle de los Caídos en cementerio civil. Es decir, se sentimentaliza, se cambia el nombre a algo que sigue teniendo la misma función. Mausoleo, en este caso sin fiambre. Ya puestos en esa tesitura de renombrar lo innombrable, o lo indemolible, hubiera resultado innovador llamarle Parque Acuático. Se intensifica, al parecer, la entrada en el ciclo educativo del pack memoria. Una memoria sin ley que la pondere. Es decir, sentimientos, esa cosa de la que hay overbooking en la escuela. Se anunció que los descendientes de los brigadistas podrían adquirir la nacionalidad. Pero por lo que luego se ve, eso no está contemplado. Es decir, que ni siquiera la sentimentalidad adquiere valores operativos. Algo sumamente inquietante si pensamos que la Ley presenta puntos operativos y no sentimentales. Tres. A saber 1) una Fiscalía de Sala en el TS, que investigaría violaciones en los Derechos Humanos. Esa Fiscalía, ¿se pelará con criterio democrático y por jurisprudencia internacional la Ley de Amnistía, o emitirá papelitos en modo lo-siento-mucho-no-lo-volveré-a-hacer, lamentando hechos funestos?. Una 2) Auditoría de Bienes Expoliados durante la Guerra y la Dictadura. Una vez auditados, ¿serán devueltos, compensados, o se escribirán sonetos? Los descendientes del tendero o pequeño propietario fusilados para que un patriota les pudiera mangar su tienda o su campo, ¿serán reparados? Los registros de la propiedad bombardeados y vueltos a edificar con otros títulos en su interior –al final de la guerra pasó eso en MAD, por ejemplo–, ¿serán revisados y devueltos a la legalidad? ¿Alguna sociedad española de radiodifusión devolverá o compensará por emisoras que no eran suyas en 1936? Y por último, 3) la nulidad de sentencias. ¿Se elaborará una ley que permita a los descendientes de una persona juzgada en consejo de guerra, en sumarísimo, o en el TOP, o en cualquier otra instancia antidemocrática, pedir la nulidad de la causa, el juicio, y la sentencia? Eso es, ni más ni menos, una nulidad de sentencia. Eso es, ni más ni menos, lo que se legisló en la RFA. Cualquier otra solución que no pase por un juzgado comiéndose con patatas una sentencia no es una nulidad, sino un papelito de colores. Como el que hace una semana un cargo gubernamental entregó al último superviviente de Mauthausen. Se le llamó Certificado de Reparación Personal. Un título tan simbólico como el de socio del Club Mickey. Esas personas –se la jugaron por un posicionamiento ético– no merecen eso. Ni nosotros. La sociedad, ante un abuso, requiere reparación y verbalización. Una línea roja. Efectividad, no flower-power.
Es importante saber si la sentimentalidad será lo que module esos tres puntos, en vez de la ley y la jurisprudencia. Si es así, esa Ley no sólo no es pertinente, sino que ya existe. Es la ley de reparación Cat, emitida por el procesismo en 2017. Y, como su nombre indica, un procesismo. Exportable, por lo que se intuye. Aquella ley no anula ninguna sentencia, pero lo vocifera. Da un diploma al uso. Con banderita. Y –la gestión gubernamental de los sentimientos es política– reorganiza el pasado en sentimientos útiles para el presente. Por ejemplo, excavando fosas. No comprometidas. De soldados antes que de civiles. Un esfuerzo para no desenterrar la brutalidad del franquismo. Es decir, en este caso, también la participación cat. El franquismo es, en fin, un sustrato tan presente e incómodo en Cat como en Esp. A modo de ejemplo: en el juicio a Companys, el único presi de gobierno europeo fusilado en la IIGM –se dice rápido–, aparecen nombres de testigos de fiscalía conocidos, con 8 apellidos cat, como también aparecen en la composición del mismísimo tribunal. Nadie es culpable de sus antepasados. Pero los antepasados, esa forma de entorpecer un pasado glorioso y adecuado a la propaganda actual, quizás son una dificultad para establecer reparaciones no sentimentales ante los crímenes de Estado durante el fascismo, esa intensidad violenta. En Cat, en Esp, o en Lima.
El franquismo es, en fin, un sustrato tan presente e incómodo en Cat como en Esp
El Gobierno –un gobierno tabulado europeo al uso– tiene la oportunidad de dotar de sentido legal, vinculante, reparativo, y de arrancar la sentimentalidad a los crímenes del fascismo. Puede evitar tratar al fascismo desde la disciplina de la guerra cultural, esa disciplina de los postfascismos actuales. Es su segunda oportunidad. La tercera ya será anecdótica. ¿Quién tiene interés en someter a ley los crímenes de las Guerras Médicas? Sería algo más que una pena apostar por poéticas procesistas en este campo, un indicio de que, en una crisis sin precedentes, se puede optar por la propaganda también en otros temas. Además, la extrema derecha siempre lo hace mejor, más bonito y más barato.
El concepto “memoria histórica”, tal y como ha quedado, es sumamente inquietante. La razón: viene a sustituir los conceptos ley y jurisprudencia. Lo que indica que la memoria-histórica no es ni ley ni jurisprudencia. Es un estado de ánimo. Dibuja el hecho de que, por aquí abajo, tras el fin del último régimen...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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