Arantxa Aguirre / Cineasta
“El arte permite curar la herida que deja la fractura entre realidad y deseo”
Ritama Muñoz-Rojas 17/11/2020
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Estamos terminando la década de los setenta. Una niña encaramada frente a un mostrador y a una funcionaria que no da crédito. El preceptivo formulario a entregar es una verdadera chapuza con dos letras, una te y una zeta, emborronadas o medio tachadas, en plan “a ver si cuela”. Y la niña, casi de puntillas, aguanta y pelea, y pelea, y forma una cola de gente esperando en una comisaría de policía, hasta que por fin sale con su nuevo DNI en el que su nombre está escrito con una te y una equis.
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Con el paso de los años, Arantxa Aguirre (Madrid, 1965) se ha ido siempre marcando retos igual de complicados. Ahora está en colocar películas que giran en torno a la cultura, a los clásicos de la cultura, en el difícil circuito de las salas, compitiendo con el cine comercial. Y sí, ha logrado el milagro de mantener en cartelera cintas como Dancing Beethoven o El Amor y la muerte (basada en la vida del compositor Enrique Granados) codo con codo con películas taquilleras. Doctora en Filología, con una tesis sobre la relación entre Galdós y Buñuel, abandonó la vida académica para convertirse en cineasta.
En este campo ha trabajado con muchos de los grandes de este país: Mario Camus, Pedro Almodóvar, Carlos Saura o Luis García Berlanga. Poco a poco, va perfilando su trayectoria y ahora se dedica a rodar documentales relacionados con el arte. Para muchos es la mejor grabando danza; desde hace diez años trabaja con el Ballet Béjart Lausanne. Hace unos días, presentó su último trabajo, Zurbarán y sus doce hijos, en la Seminci de Valladolid. Minutos y más minutos de aplausos. Además, ha conseguido que esté en la cartelera madrileña. Algo realmente inusual. La película basada en un episodio de la vida del pintor clausura el Festival de Cine Inédito de Mérida y ya tiene el premio Miradas de esa cita.
Aguirre ha cosechado a lo largo de su carrera galadornes y reconocimientos que no vale la pena enumerar aquí, porque están al alcance de cualquiera en internet. Sí que importa subrayar que, desde el pasado enero, es miembro electa de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Una de las pocas mujeres que ha ingresado en esta institución y la más joven.
También cabe destacar que, según ella, de su padre, el director de cine Javier Aguirre, aprendió qué es la elegancia y de su madre, la actriz Enriqueta Carballeira, la valentía. Detrás de cada obra de Aguirre, seguramente esté la disciplina y el amor por la perfección, adquiridos a golpe de plié, demi plié, y tendu, agarrada a una barra, frente a un espejo, en las clases de ballet, desde que era una niña.
Usted estudió ballet, ¿qué ha significado la danza para usted, para su profesión?
Todo lo que haces a fondo te construye como persona. Estudié ballet clásico desde niña hasta los 19 años y ha sido mi primer amor. Recapacitando, lo que supone en mi vida es una enseñanza moral. En esas clases de ballet aprendí que los resultados solo dependen de tu esfuerzo. Y que ese esfuerzo no es exclusivamente físico, sino que se refiere más bien al nivel de concentración que eres capaz de alcanzar y mantener; eso es algo que después he podido aplicar a toda mi vida profesional. Además, el ballet te da también una lección de humildad porque, muy a menudo, hay otros que lo hacen mejor que tú, objetivamente mejor, y tú tienes que reconocerlo y admirarlos. Esa es una muy buena enseñanza para la vida. Y además me ha enseñado otra cosa fundamental: que los logros son algo pasajero; de la misma manera que los consigues, los pierdes si te lo crees demasiado o si te duermes en los laureles o si no sigues trabajando. La batalla continúa mientras estás viva. Y, desde mis primeras clases, siendo una niña, le encontré el gusto y la belleza a esa batalla contra ti misma para ser mejor, esa idea de una lucha que no es contra los demás sino contra ti misma, tal como dicen los versos de Machado: “No extrañéis, dulces amigos, que esté mi frente arrugada. Yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas”. Todo eso lo aprendí muy pronto gracias al ballet.
Explíquenos su idea de que la cultura es un arma de construcción masiva.
Una de las cosas que nos permite la cultura es aprovecharnos de lo que nuestros antecesores han hecho, porque ya ha pasado por el tamiz del paso del tiempo, y nos hemos quedado con la espuma, lo más interesante, lo más útil, lo más bello, que nos sirve para seguir adelante. Hay una frase de Newton que dice: “He llegado a ver más lejos porque estoy subido a hombros de gigantes”. Es decir, que es absurdo renunciar al legado de los que han vivido antes que nosotros, lo inteligente es conocerlo y, a partir de ahí, tratar de llegar más lejos, avanzar. Lo que nos permite la cultura es jugar con ventaja, no partir de cero, seguir sumando, construyendo. No podemos permitirnos el lujo de renunciar a ella.
¿Es importante el compromiso social o político para un artista, para las personas que pertenecen a la cultura?
Me parece importante pero no más que para el resto de los ciudadanos. Para mí, el compromiso político no se demuestra tanto firmando manifiestos o asistiendo a manifestaciones, que también, como en el día a día; en cómo tratas a tus compañeros de trabajo, a tu pareja, a tu familia, a los profesores de tus hijos... Yo creo que ahí se hace política, ahí se hace la verdadera política. Lo que ocurre con los artistas es que su trabajo está íntimamente ligado con sus vidas y su manera de entender el mundo. En las artes, sobre todo las que tienen que ver con la narración, como el cine o la literatura, el trabajo va a tener que ver inevitablemente con las convicciones políticas y el compromiso es automático. Decía Godard que, en el momento en que eliges dónde pones la cámara, es decir, cuál es tu punto de vista, ya estás tomando una decisión política. Otra cosa es que, como artista, tu manera de dirigirte a los demás sea más sutil, compleja, irónica o contradictoria que la de un político al uso. Pero, por supuesto, los artistas y su trabajo forman parte de la sociedad y la influyen y la configuran.
Zurbarán ha llegado hasta nosotros porque sigue fresco, cambian las circunstancias, cambia el ropaje, pero el sentimiento, la intensidad, la pasión, la delicadeza, todo eso nos es familiar
¿Cómo explicaría a los que no terminan de entenderlo por qué son importantes el arte y la cultura para las personas y la sociedad?
Lo primero que les diría es que miren hacia dentro. Porque en todos y cada uno de nosotros hay una fractura radical entre la realidad y el deseo. Eso es algo que empezamos a descubrir en la infancia; a la vez que vamos conociendo el mundo, vamos dándonos cuenta de ese desajuste entre la realidad, por un lado, y la fantasía, los sueños, los deseos, por el otro. El arte, precisamente, es lo que permite curar esa herida. Para los griegos, siempre conviene volver a ellos, Apolo era el dios de las artes y también el de la medicina. Ellos ya sabían que las artes tienen esa capacidad curativa. Y eso explica que las artes hayan perdurado desde que el ser humano tiene uso de razón y que nos sean profundamente necesarias.
A lo largo de su carrera como profesional del cine ha mantenido una estrecha relación con grandes nombres de nuestra cultura y de la cultura europea. Beethoven, Maurice Béjart, Buñuel, Galdós, Granados…. Y ahora Zurbarán. ¿Qué le ha aportado su relación con ellos?
Siempre me ha enamorado el talento. Por eso me han atraído esos grandes artistas. Me atrae el misterio del talento. Y, a lo largo de los años, estar cerca de ese misterio me ha enriquecido personalmente. Todos esos artistas que mencionas tienen algo en común, su poderosa reflexión en torno a la condición humana. Me siento muy afortunada por haber podido estudiar en profundidad sus obras. A la vez, creo firmemente que todo privilegio lleva aparejado un deber. En este caso, siento la responsabilidad de transmitir lo que he aprendido, de no guardarlo para mí, sino de hacerlo llegar a otras personas.
De alguna manera su trabajo consiste en crear una obra que acaba siendo una correa de transmisión entre un genio, un artista, y la gente. Zurbarán es un pintor del barroco, al que la mayoría reconocemos por sus frailes y sus claroscuros. ¿Cómo explicar que Zurbarán puede ser moderno o rompedor como un grafitero?
Es que yo no lo veo en absoluto como algo que no se pueda encontrar ahora mismo en la calle. Todo lo contrario. Lo que me impresiona en los cuadros de Zurbarán lo encuentro también a mi alrededor: en una mirada ensimismada, en la intensidad de un gesto... Es más, me ayuda a reconocer lo que tengo cerca. Creo que los clásicos son clásicos porque logran sobrevolar el tiempo. Logran escaparse del pasado y llegar hasta el presente para hacernos preguntas. Zurbarán ha llegado hasta nosotros porque sigue fresco, cambian las circunstancias, cambia el ropaje, pero el sentimiento, la intensidad, la pasión, la delicadeza, todo eso nos es familiar y no ha cambiado ni un ápice. Y por supuesto, me encuentro a mí misma, porque el arte tiene esa cualidad de espejo que te hace reconocerte y conectar con tu realidad más inmediata. Es ese misterio que todos hemos experimentado alguna vez cuando, por ejemplo, leemos un pasaje de un autor de otro país o de otra época y, sin embargo, nos sentimos totalmente identificados con lo que cuenta. Los artistas son siempre correas de transmisión.
Las salas de cine, que son el modelo que hemos conocido, corren el peligro de desaparecer para siempre
Casi todos los trabajos que ha hecho en cine son películas documentales a las que se denomina de no ficción. ¿Tiene mucha importancia la separación entre ficción y no ficción?
Yo creo que no importa nada porque en realidad todo es ficción. Desde el momento en que escoges un lugar para poner la cámara, ya estás seleccionando qué parte de la realidad vas a retratar y qué otra parte estás dejando fuera de cuadro. Más adelante, en el montaje, tu intervención sobre la realidad es absoluta. Estás configurando una nueva realidad, es decir, una ficción. Lo que pasa es que el documental tiene materiales distintos de los que maneja la ficción convencional. No trabajas con actores que se hayan aprendido un papel; trabajas con personajes reales, pero el guion lo vas a construir en el montaje seleccionando y organizando lo que han dicho. El documental construye una historia igual que lo hace la ficción, aunque para ello emplee materiales y procedimientos diferentes.
Estamos atravesando una gravísima crisis económica y también sanitaria, ¿cómo debería reaccionar el mundo de la cultura ante este reto que tenemos por delante?
No lo sé. Imagino que casi lo único que podemos hacer es intentar ser el doble de creativos y de flexibles. Por supuesto que la situación me preocupa porque, hablando de mi terreno, las salas de cine, que son el modelo que hemos conocido, con el que nos hemos desarrollado como personas, corren el peligro de desaparecer para siempre. Eso duele. Pero quiero ser optimista. En general, quién sabe si lo que va a venir será mejor o, al menos, tendrá sus ventajas. Yo confío en las personas. Confío en la juventud porque, además, tienen a su alcance nuestros propios errores y confío en que sepan interpretarlos y utilizarlos para mejorar. Al fin y al cabo, ese es el sentido de los errores: servir de aviso para navegantes y ayudarnos a hacerlo mejor. Espero que sepamos salir de esta. A lo largo de la historia, ya se ha salido otras veces de situaciones gravísimas y aberrantes. De momento, hay que seguir trabajando y hacerlo mejor que nunca para no perder la conexión con los espectadores, que son nuestra razón de ser.
En poco tiempo va a leer su discurso de ingreso como académica de número en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. ¿Qué puede aportar la academia en estos momentos, una institución vetusta para muchos, y qué puede aportar usted?
En el mundo de hoy, y pensando en las instituciones que nos rodean, lo primero que tengo que decir es que la Academia de Bellas Artes me despierta mucha simpatía, porque su origen tiene que ver con un momento de la historia europea, el Siglo de las Luces, en el que se quiso mejorar la sociedad a través del conocimiento y la cultura. Ese origen ya la convierte en una institución muy atractiva a mis ojos y creo que, hoy más que nunca, ese legado es necesario y está lleno de posibilidades. Se trata de una tradición que, como sociedad, no nos podemos permitir el lujo de perder. Por mi parte, intentaré ser un miembro útil; la utilidad es una cualidad que no suena muy excelsa, pero que a mí me parece clave en la vida y en el mundo.
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Estamos terminando la década de los setenta. Una niña encaramada frente a un mostrador y a una funcionaria que no da crédito. El preceptivo formulario a entregar es una verdadera chapuza con dos letras, una te y una zeta, emborronadas o medio tachadas, en plan “a ver si cuela”. Y la niña, casi de puntillas,...
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Ritama Muñoz-Rojas
Periodista y licenciada en Derecho. Autora de 'Poco a poco os hablaré de todo. Historia del exilio en Nueva York de la familia De los Ríos Giner, Urruti'.
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