REDES SOCIALES
De identidades fragmentadas y cyborgs
La identidad partida del “yo” cruza ahora la barrera del ciberespacio para adentrarse en una nueva red de significaciones
María Rozados Balboa 14/11/2020
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La confrontación entre la virtualidad y el espacio material ha dado lugar a infinitud de dilemas éticos, articulados desde una estética rupturista y con tintes políticos. La identidad partida del “yo” cruza ahora la barrera del ciberespacio para adentrarse en una nueva red de significaciones, más próxima a la colectividad que al arraigado sentimiento individualista que propugna el liberalismo. ¿Es posible construir nuestra identidad en red sin vernos sometidos a las imposiciones del sistema político-social que nos contiene? ¿Es el espacio virtual un punto de (re)definición del avatar, dotado ahora de sus propios condicionantes? ¿Cuánto de nuestro universo viene integrado por nuestra representación en el ciberespacio?
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La fragmentación del “yo” en sus distintos caracteres viene a comportar ciertas complicaciones a la hora de delimitar las fronteras de los mismos, dentro de una identidad que tiende a ser pensada –por parte de la conciencia colectiva– como global y unificada. Si bien todos nosotros desempeñamos ciertos “roles” en función del ambiente en que nos integramos, la conclusión que cabe extraer es la de que somos seres plurales, adaptables y versátiles. No obstante, al final del día, pesa sobre nosotros la proyección de una serie de estándares y consideraciones que modelan nuestra identidad –de manera unívoca– de cara al exterior. Todo proceso de identificación resulta de un cúmulo de nociones diametralmente condicionadas por agentes externos. Cada sujeto será percibido en función de las ideas del propio “espectador” y los esquemas mentales que este viene de adquirir.
La situación cambia cuando nos adentramos en el terreno de la virtualidad. El espacio online nos dota de una serie de plataformas que –ya integradas como parte esencial de nuestras vidas– vienen a definir nuestra identidad desde nuevas perspectivas, nunca antes contempladas. La definición de cyborg abarca estas significaciones, y reconstruye la consideración del individuo desde el peso de la digitalidad.
Desde la virtualidad, el sujeto juega con su identidad y la modela a su antojo a través de un amplísimo horizonte de significaciones
La virtualidad viene a suponer una vía de escape, un terreno fértil e inexplorado en el que priman la horizontalidad y la libre representación de los individuos. Lejos de los roles impuestos por la expresión material del mundo, y que se articulan de manera dictatorial como estándares vigentes de corrección y adecuación a la norma, el ciberespacio nos abre la puerta a la construcción de nuestra identidad, bajo nuestras propias reglas. En un espacio dominado por la interactividad, los vínculos que se traban vienen a consolidarse a raíz de los propios intereses y sentimientos del usuario, y no desde la opresión que el sistema ejerce sobre él. De esta manera y, de acuerdo con la teoría queer, el sujeto puede jugar con su identidad –fluida, subjetiva, inabarcable–, al margen de las pretensiones de un entramado cultural empecinado en la búsqueda del binarismo y la constante definición personal. Desde la virtualidad, el sujeto juega con su identidad y la modela a su antojo a través de un amplísimo horizonte de significaciones.
En su Manifiesto Cyborg, Donna Haraway define al cyborg como un ser oscilante y confundido, que vaga por la zona gris que se interpone como espectro entre el hombre y la máquina. Su interpretación, en cualquiera de los casos, denigra la vida natural para elevar la mecanicidad a un rango superlativo. Se abre aquí una nueva línea de análisis, más próxima al futurismo. Y es que, de la idea de cyborg y el ensalzamiento de lo virtual, partimos entonces a una redefinición de la Estética que abarca nuevos componentes y nuevas partes. Si antes esta se veía limitada al terreno de lo material, adquiere ahora tintes abstractos para encaminarse a la acción en redes. Pero, ¿dónde está la conexión entre lo estético y lo ético, lo político? ¿Qué papel juegan el arte, y la música, en la lucha social articulada desde el ciberespacio? ¿Puede la estética producir el cambio aún sin pronunciarse explícitamente?
Desde la noción del ciberespacio, arte y tecnología se conjugan con la identidad y, de ahí, con la política. Si pensar al sujeto tecnológico es pensar al avatar –o usuario–, es también pensar al cyborg. Los postulados liberales se erigen en torno a una expresión individual aislada de lo colectivo, que nos adoctrina en la privatización de la información y de la propia identidad. Las redes, en cambio, nacen como espacio abierto, liberado de las tensiones culturales de una sociedad totalizadora y limitada. Podemos performar sin vernos sujetos a la identidad que nos ha sido otorgada. Vivimos en los tiempos de la autorrepresentación.
Lo que el ciberespacio nos ha entregado no es más que una diversificación de espacios en los que explorar y definir nuestra identidad. Si hemos elegido las redes como espacio de definición personal es por las propias carencias del sistema que las contiene. Nuestra identidad institucional se equipara al avatar que adoptamos en Internet en la medida que ambos se integran en el universo semiótico que adoptamos como identidad. El ciberespacio es la ventana a una creatividad diversa, construida desde la dualidad de la introspección y la sobreexposición que, en ambos casos, operan como vías alternas de representación frente a las imposiciones del sistema. Nuestra identidad la presentamos al mundo para integrarla en el nuestro propio.
Atravesamos un momento vital en que las fronteras de lo real y lo virtual se han deshecho y tropezado. Compartimos lo que somos, lo que queremos llegar a ser, o lo que nos da miedo llevar a la práctica sin la distancia de seguridad impuesta por el mundo virtual. Es natural dudar. Es natural equivocarse. Es natural buscar vías alternas a las típicamente impuestas por un sistema que corrige y castiga al outsider que se aleja de su normatividad. El capitalismo nos ha instruido en la individualidad extrema, en la autosuficiencia como vía de realización personal; nos está prohibido fallar, no ser lo suficientemente eficientes o dejar de lado el “progreso”, entendido desde la definición de triunfo político o social.
El ciberespacio nos ha abierto las puertas a nuevas vías de representación, pero también a nuevos sentimientos, nunca antes planteados. Sentimientos sólo performados por la llegada de nuevos nuevos lenguajes; ejemplo de ello, los emojis. De estos sentimientos y planteamientos comunes, de nuevo vertebrados en horizontal, nacen nuevas tendencias y grupos sociales. Lo más curioso es que su definición depende, en gran medida, del lenguaje. La expresión que viene a reunirlos no se dibuja desde el espacio físico-material, sino desde la virtualidad que los contiene. Esto es, su identidad ha sido consolidada gracias y a través del ciberespacio. Es en este espacio que se congregan y se unifican en torno a caracteres comunes. Es ahí donde pueden interactuar y forjar vínculos, pero también nutrirse de la influencia de otros, en el proceso de definición de la identidad propia. Internet ha dado pie a identidades múltiples, nunca más resueltas de manera unilateral. Atendemos a nosotros mismos desde una mirada crítica, que no por ello deja de acoger al resto; desde esta mirada, reforzamos una idea de colectividad diversa e inclusiva.
Si bien entre generaciones anteriores impera un cierto planteamiento catastrofista con respecto al uso de las redes y nuevas tecnologías, su valiosa presencia viene a comprender todas las esferas de la sociedad. De ahí que, aún los más reticentes, no logren escapar a su influjo. Los que se alejan del espectro de la virtualidad se ven, ineludiblemente, sometidos a él en cualquiera de las facetas de su vida. La clave está en emplearlas de manera sana, nutriéndose de los vínculos forjados y una visión definida del punto al que se quiere tender, apelando a una definición personal clara y coherente para-con nosotros. Las redes son política, son estética, son vínculos de unión y estrategia. Son una entidad colectiva pero también individual. Desarrollan nuevas corrientes artísticas y nuevos grupos sociales. Reducen el impacto de lo institucional para dotarnos de nuevas vías de representación –autorrepresentación– e introspección, que actúan bilateralmente en la definición de nuestro carácter social y personal. Son, por ello, una herramienta de rebelión. E, integrándolas dentro de un universo del que –inherentemente– formamos parte.
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La confrontación entre la virtualidad y el espacio material ha dado lugar a infinitud de dilemas éticos, articulados desde una estética rupturista y con tintes políticos. La identidad partida del “yo” cruza ahora la barrera del ciberespacio para adentrarse en una nueva red de significaciones, más próxima a la...
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María Rozados Balboa
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