El trabajo en las transiciones ecosociales
Para abordar las inevitables transiciones a las que nos aboca el choque con los límites ambientales, las luchas ecologistas y por la justicia social deben unirse y, además, impulsar cambios muy profundos en el orden socioeconómico
Luis González Reyes 3/11/2020
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Cualquier transición ecosocial se enfrenta a tres desafíos fundamentales. El primero es el grado de profundidad y la amplitud de los cambios necesarios. El segundo es la alta velocidad a la que tienen que suceder esas transformaciones. Y el tercero consiste en que muchas de esas transformaciones se van a producir inevitablemente, pero sin capacidad para planificarlas ni dirigirlas.
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En lo que concierne a la profundidad y amplitud de los cambios necesarios se pueden destacar tres aspectos fundamentales que requieren un cambio. El primero es nuestra matriz energética, que tiene que pasar de basarse en combustibles fósiles a hacerlo en energías renovables. Solo así se pueden esquivar los peores escenarios de la emergencia climática o de la extinción masiva de especies. Este no es un cambio nimio, pues las energías renovables tienen características diferentes a los fósiles. Por ejemplo, incluso en un escenario de máximos, aportarían bastante menos energía total de la que estamos utilizando en la actualidad. Esto se debe a su característica intrínseca de fuentes poco concentradas y sujetas a una cierta intermitencia. Pensar en un mundo con menos energía disponible es pensar en otra economía y otra sociedad.
El segundo factor es que no solo se están agotando las fuentes energéticas fósiles, sino también muchos elementos. Desde el fósforo, indispensable en la agricultura industrial, hasta muchos elementos centrales en las renovables de altas prestaciones. Es decir, que la transición energética, además, tiene que ser a unas renovables tecnológica y materialmente sencillas. El cambio de las bases materiales de nuestra economía implica una transición de economías de extracción (mineras), a economías de producción, que no son otras que las agrícolas. De economías basadas en minerales, otras articuladas por la biomasa.
Por si esto fuese poco, además se hace imprescindible un cambio del modelo económico, pues el capitalismo requiere de un crecimiento constante para no entrar en crisis (es decir, para poder funcionar) y este es imposible de mantener. Entre otros factores, esto se debe a que existe una correlación lineal a nivel global entre el PIB y el consumo material y energético. No existe la desmaterialización de la economía.
Entramos con el segundo desafío: la velocidad de la transición. Uno de los elementos que obligan a una transición acelerada es la emergencia climática. El cambio climático no es un proceso lineal. Pasado un umbral determinado (que probablemente esté en un incremento de temperatura de 1,5ºC, del que ya estamos muy cerca), va a dar igual cuantas emisiones realice el metabolismo humano, porque el propio planeta se convertirá en emisor neto de gases de efecto invernadero. Y esto no cesará hasta alcanzar otro nuevo equilibrio 4-6ºC superior al preindustrial, que haría la gran mayoría de la Tierra inhabitable para el ser humano. Algo similar le ocurre a la disfunción ecosistémica.
Por ello, atendiendo a la emergencia climática, necesitamos determinar cuál debería ser la reducción de emisiones para no sobrepasar 1,5ºC. Naciones Unidas plantea que estas tienen que ser del 7,6% al año a nivel global. Esto implica una reducción del 58% en 2030 respecto a las emisiones en 2019. Pero, en un mundo atravesado por la desigualdad, las responsabilidades de unos territorios y otros son muy distintas. Para nuestro estado, que es uno de los principales emisores históricos y per cápita del mundo, las reducciones tendrían que ser mayores, por lo menos del 10% al año. Esto significa una bajada del 65% en 2030. Para hacernos una idea de lo que esto supone, las reducciones que se produjeron en la antigua URSS cuando colapsó fueron del orden del 4% en los años en los que fueron más importantes. Estamos hablando de casi el doble, a nivel planetario y sostenidas en el tiempo.
Esto tiene un corolario y es que no podemos realizar programas en dos tiempos del tipo “primero se hace lo más fácil para ganar tiempo y después lo difícil”. El cambio tiene que ser en un único paso. Realizarse de una.
Finalmente, varias de las transiciones se van a producir inevitablemente y con bastante celeridad. Por ejemplo, más allá de las voluntades políticas, los combustibles fósiles están dando claros síntomas de agotamiento geológico y las empresas del sector están reduciendo fuertemente sus inversiones (porque les salen ruinosas). Esto implica que la reducción de la disponibilidad energética, que ya estamos viviendo, se va a acrecentar. Considerando la dependencia del capitalismo de los combustibles fósiles, una profundización de la crisis vigente es más que probable. Esto es un problema de primer orden pues, en escenarios caóticos, quienes son más vulnerables tienen muchas opciones de ver muy seriamente comprometida la satisfacción de sus necesidades.
El trabajo en las transiciones ecosociales
Considerando estos retos, en Escenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030 hemos modelado qué tipo de transformaciones habría que llevar a cabo en el mundo del trabajo y por ende en la economía. Para ello, hemos creado tres escenarios. En el primero, que denominamos BAU, planteamos que todo siguiese en el mismo sentido que va en la actualidad. El resultado es catastrófico, pues las emisiones aumentarían un 21% en 2030 respecto a 2019. Lo que tendríamos por delante serían veranos aún más tórridos y largos, con lo que eso conlleva de reducción de la disponibilidad de agua para el turismo o la agricultura (no olvidemos que el verano ya dura en la Península ibérica 5 semanas más). O tormentas como Gloria más frecuentes, virulentas y encadenadas. Es claramente el peor escenario, incluido para el empleo, pues no hay trabajo en un planeta devastado.
El segundo escenario es el Green New Deal (GND). Incluye los componentes habituales de las propuestas de capitalismo verde, con un fuerte incremento de las renovables de alta tecnología, las TIC y el estado social. Pero, a la vez, es un GND decrecentista, pues también modela una importante reducción de la movilidad o de la climatización de los espacios públicos y privados, y una reconversión hacia la agricultura ecológica. Este escenario no contempla que en la próxima década vaya a existir ningún límite en la disponibilidad material y energética, lo que es muy poco probable.
El escenario GND reduce de forma considerable las emisiones (-45%), pero se queda lejos de hacerlo de manera suficiente (-65%), incluso sin considerar la justicia climática (-58%). Podríamos decir que va a una velocidad insuficiente. Y la velocidad es fundamental en el escenario de emergencia climática pues, cuanto más tiempo tardemos en conseguir que la concentración de CO2 se sitúe por debajo de las 350 ppm (actualmente supera ampliamente las 400), más posibilidades habrá de que se supere el umbral de los 1,5ºC.
El tercer escenario es el Decrecimiento (D). Este construye una economía más pequeña, local e integrada en los ecosistemas (es decir, más agroecológica y menos industrial). Para visualizar el nivel de actividad económica, en 2030 esta sería algo inferior a la que ha existido en abril en España, durante la parte más dura del confinamiento. Una forma de expresar la localización de la economía es que el modelo plantea un recorte de un 80% del tráfico marítimo (principal fuente de entrada de mercancías en España). Además, el escenario D también apuesta por la desalarización y por la construcción de autonomía política y material, que son elementos centrales para romper con el capitalismo que, a su vez, es el vector central de destrucción ambiental.
Si analizamos los distintos sectores productivos, las horas de trabajo dedicadas a construcción, transporte, finanzas, turismo, industria y TIC tendrían que descender ostensiblemente. En el caso del turismo, las horas no se desplomarían porque el sector de la restauración tendría solo un leve descenso, no así el del hopedaje. En el caso de la industria, aunque hay una reducción neta de horas de trabajo, lo más significativo es la reconfiguración del sector, con una diversidad mucho mayor del tejido productivo para poder hacer frente a una economía menos globalizada. Esto se muestra en la revitalización del procesado de alimentos, la fabricación de muebles o el textil. Además, se apostaría por un sector industrial de bajo impacto ambiental.
En contraposición, el sector de la energía y, sobre todo, de la silvicultura y la alimentación experimentarían fuertes subidas. Además, se reconfigurarían de manera apreciable. La energía evolucionaría desde un mix basado en los combustibles fósiles de importación, hacia otro renovable en el que estas no solo produzcan electricidad, sino también trabajo directo. En el caso de la alimentación se desarrollaría con fuerza la agroecología.
El resultado final es que el sector alimentario pasaría a ser el tercero con más horas dedicadas, solo por detrás del de cuidados remunerados (sanidad, educación, etc.) y comercio, y a un nivel similar que el de servicios. En cambio, el transporte y la construcción, que en 2019 tenían un número de empleos similar a la alimentación, el turismo, la industria y la administración del estado, dejarían de estar al nivel de todos esos sectores y quedarían en un tercer escalafón de importancia en términos de empleos.
En el plano personal, las emisiones de la climatización de los espacios públicos y privados se reducirían un 50%. Esto implicaría, más allá de medidas de aumento de la eficiencia, cambiar aires acondicionados por ventiladores, o pasar de calentar las casas a calentar determinadas estancias (el baño o la sala de estar) o a las personas (braseros debajo de mesas camilla). También hay una fortísima reducción de la movilidad en avión y en automóvil.
El escenario D alcanzaría las reducciones necesarias de GEI (-68%) acordes a criterios de justicia ambiental internacional. Pero, a diferencia de los escenarios BAU y GND, que crearían empleo neto manteniendo el actual mercado laboral, destruiría 2.000.000 de puestos de trabajo.
Esto en lo que concierne al trabajo remunerado. En lo que respecta al trabajo no remunerado, que es más de la mitad del trabajo que realiza ahora mismo la sociedad española (el 53%), en el escenario D modelamos un incremento de esos trabajos para autogestionar a nivel familiar parte de los cuidados que deja de proveer el mercado. Eso sí, teniendo especial atención a que esto no refuerce las relaciones patriarcales que ya existen en el interior de los hogares.
Implicaciones políticas
Una conclusión importante de que el escenario D sea el único que consigue realizar las reducciones necesarias para encarar la emergencia climática es que las políticas que contempla tienen que acompañarse de una reestructuración drástica del sistema laboral. Una primera media sería el reparto del trabajo (no solo del empleo, sino también de las tareas de cuidados no remuneradas). Por ejemplo, con una jornada de 30 horas semanales y reparto del empleo, en el escenario D se generarían 1.300.000 empleos netos. Pero a buen seguro que serían también imprescindibles mecanismos de reparto de la riqueza, como la renta básica de las iguales o expropiaciones (incluidas tierras para poder poner en marcha la ruralización social que el escenario D dibuja como necesaria). Dicho de otro modo, la transición ecológica debe ser al tiempo hacia sociedades más justas y autónomas.
Otra conclusión es que no podemos enfrentar la crisis ambiental, la crisis de la vida, sin cambios muy importantes en la economía y la organización social. Estos cambios no solo son muy complicados y urgentes, sino que no van a estar exentos de dolor social. Pero no nos engañemos pensando que podemos no llevarlos a cabo: un decrecimiento, localización y primarización de la economía es inevitable como consecuencia de los límites ambientales. Lo que está en juego es cómo de justa sea la transición.
Finalmente, esta profunda reestructuración socioeconómica puede tener sentido no solo ambiental, sino también vital. Si se pusiesen en marcha las medidas planteadas en el escenario D, trabajaríamos menos horas en total, dedicaríamos más a los cuidados no remunerados, menos al empleo (tanto público como privado) y aparecería un campo de trabajo autogestionado no capitalista enmarcado en la economía social y solidaria. Para mí, una vida que merece más ser vivida.
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Luis González Reyes es miembro de Ecologistas en Acción.
Cualquier transición ecosocial se enfrenta a tres desafíos fundamentales. El primero es el grado de profundidad y la amplitud de los cambios necesarios. El segundo es la alta velocidad a la que tienen que suceder esas transformaciones. Y el tercero consiste en que muchas de esas transformaciones se van...
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