ZOZOBRANDO
Creyente, ma non troppo
Marta Bassols 20/11/2020
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Nunca he visto un cerebro humano con mis propios ojos. Tampoco he hablado en un bar o después de una película con personas que hayan diseccionado uno. Quizá lo hicieron, y simplemente no cayeron en la cuenta de que yo podría estar interesada en averiguaciones tipo: ¿se ve la glándula pineal? ¿cómo es la textura del hipotálamo? Y me hablaron de cómo se puede leer el presente político desde el cine de Glauber Rocha o Pier Paolo Pasolini, porque esa conversación es más lo que yo parezco (aunque no todo lo que soy). No obstante, a pesar de carecer de las certezas empíricas, creo en la neurociencia, se me puede llamar creyente por consiguiente (también creo en cosas mucho más místicas y quizá no tan difíciles de experimentar). Creo en la comunicación entre neuronas, la composición de las moléculas y hasta en respuestas conductuales y cognitivas, en la plasticidad, e incluso en que el cerebro es responsable de nuestros sueños, y mira que estos sí los he encarnado y sudado y sin duda podrían parecer mandados del más allá.
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El cerebro está lleno de pliegues y tiene que ser en sus bucles donde se hacen los pensamientos, pero si a uno se los aplanan o planchan o aplastan o apisonan y debilitan, entonces se hace trizas y, en lugar de razonamientos, se esparce muchísima mediocridad.
Escribo bajo los efectos de LO covid. Hoy es mi noveno día desde que aparecieron los síntomas y el primero en que me he logrado sentar a teclear. Desde que yo me agarré este globo, que no ha sido grave, pero sí extraño, pesado, largo e incómodo, he ido enterándome como en una bruma de irrealidad de las medidas que el gobierno y los gobiernos de otros países están imponiendo para parar los contagios y grito, con la mismísima certeza con la que sé que el cerebro está enchufado a la médula espinal, que ninguna de las medidas restrictivas me hubiera salvado a mí de enfermar. No tengo clarísimo dónde lo cogí, pero sé que no fue ni en el cine, ni en el teatro, ni comiendo con muchos amigos, ni bailando techno, ni tango, ni en la peluquería, ni después de las diez, ni en un bar. Lo sé porque estoy embarazada de ocho meses y quería protegerme para tener un parto sin escafandras, ni anestesias, ni unidades especiales y había aumentado mis precauciones y visitas y estaba sacrificando un poco mis deseos de esparcimiento y comidas colectivas en mi casa, y cumpleaños en las de otros; tampoco voy más a clases de yoga.
Así que mis opciones de contagio se limitan a una salida a trabajar (normalmente trabajo desde casa) en la que estuve compartiendo espacio y conferencias con decenas de personas en un lugar cerrado y en la que todo el mundo llevaba mascarilla tanto cuando hablábamos proyectando las voces, como cuando escuchábamos las voces que otras tenían que proyectar; el trayecto en metro que hice hasta esa jornada, y el colegio de mi hija o el trabajo de mi pareja, lo que significaría haberme contagiado en mi propio domicilio conyugal.
No importa cuántas cosas divertidas, necesarias, vitales o que sustenten nuestras almas e intelectos en estos tiempos tan frágiles nos prohíban. Ninguna de estas medidas salvajes y aleatorias nos protegerá. No debéis creerles, no lo hacen por tu seguridad. Si se tratase de eso, empezarían por la renta básica u otras medidas económicas sociales, empezarían por evitar que gente con síntomas, o convivientes de infectados tengan que coger el metro para pasar ocho horas en su trabajo (posiblemente espacio cerrado), porque, aunque pueda sonar temerario, a ver quién sin ser positivo diagnosticado puede permitirse no ir a trabajar si no hay bajas remuneradas, ni bajas siquiera, si no eres asalariado convencional.
Conozco el caso de una madre que tiene un hijo infectado pero dos sanos. El infectado es lo bastante mayor como para quedarse en casa solo. Los otros dos son más pequeños y están negativos; su madre les ha llevado al colegio para poder ir a trabajar (limpia casas) exponiendo así a las clases de los niños y a los contactos que se cruce en su jornada laboral. Y ¿de quién es la temeridad en este caso? ¿De esa madre que decide tener 800 euros para hacer frente a los gastos (en lugar de 400, si se ausenta 15 días y asumir que no va a poderse organizar) o del gobierno que no la asiste? ¿Quién está siendo el foco de contagio aquí? ¡Que no os líen la cabeza con lo de la responsabilidad individual! Si creyeran que somos responsables, entonces no nos encerrarían los fines de semana, ni nos dirían a qué hora tenemos que estar en casa con policías y multas, porque, no nos engañemos, todas sabemos por nuestros pensamientos generados en las curvas del córtex (ellos también lo saben) que el virus un sábado paseando por el monte no contagia más, sino menos, que en una oficina de mensajería un jueves a las diez de la mañana sin ventilar.
Y mientras tanto, aumentan la tasa de autónomos y el presupuesto para la Casa Real, se cambia la flota de coches y sube los impuestos menos de lo prometido a las grandes fortunas.
No me digáis que no es más fácil creer en la vida galáctica sin haberla visto nunca, que en que el Estado nos está prohibiendo cosas en aras de nuestra estabilidad.
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Nunca he visto un cerebro humano con mis propios ojos. Tampoco he hablado en un bar o después de una película con personas que hayan diseccionado uno. Quizá lo hicieron, y simplemente no cayeron en la cuenta de que yo podría estar interesada en averiguaciones tipo: ¿se ve la glándula pineal? ¿cómo es la textura...
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Marta Bassols
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