Zozobrando
De piedra los que no gritan
Marta Bassols 21/10/2020
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Hace muchos días, semanas, meses (tantos que son años), cuando mi hija era más pequeña y tenía voz (aún) de muñeco a pilas, nos aprendimos a dueto el que fue su primer poema memorizado. A mí me divierte más decir un verso que hablar de las noticias, las series o los sucesos de actualidad y, como a las hijas las adoctrinamos un poco –pero cuando son tan pequeñas no se vale hacerlo con dioses-sin dioses-o anarquías del mundo en llamas (ni de cosas que se han de quemar)–, me permití transferirle esta querencia por las rimas para poder, mediante las estrofas, explicarle cuestiones de importancia vital.
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Alberti (¡Qué tío!) escribió ese poema tan bonito que nos aprendimos juntas para gritar contra el letargo y odar a la vitalidad. Entonces yo decía: “Canto, río, con tus aguas”.
Y mi hija contestaba: “De piedra los que no lloran/ de piedra los que no lloran/ de piedra los que no lloran”. Y luego yo: “Yo nunca seré de piedra”. Y ella: “Gritaré cuando haga falta/ Reiré cuando haga falta/ Cantaré cuando haga falta”.
Y así nos empoderábamos al exaltar juntas la importancia de no callarse lo que una es, siente, vive y necesita expresar. Que es una cosa que las criaturas instintivamente saben hacer perfectamente, pero les invitamos mucho a olvidar.
Que una de las claves de la educación es que las niñas no olviden lo que ya nacen sabiendo me lo dijo un mago (de los de trucos de cartas) borracho en una fiesta en la que yo era la única sobria (porque estaba embarazada de esta voz de mi dueto). También me lo dijo en un poema el más mágico, místico y cinemista Don José Val del Omar: “Todos los niños nacen genios/ La instrucción pública los enjaula/ la educación los plancha….Pero la savia es sabia/ y la clarividencia, función del humilde instinto… nos puede iluminar un nuevo mundo”.
Ahora sin embargo, en escenario pandémico, y tras muchos años alentándola a desacatar las normas cuando estas carecen de sentido común, me he sorprendido a mí misma pidiéndole cotidianamente que haga cosas que yo misma no entiendo por qué tienen lugar y que he asumido como normales sin llorar: mascarilla si se pasea por la acera, pero no mascarilla en una mesa (de bar). Prohibidas las reuniones grandes y arrumacos amigos, pero no el cruzarnos las ciudades en transportes públicos repletos para ir a trabajar. Confinan clases en las escuelas (y no vamos al colegio), pero no nos pagan estos días de baja a las madres y padres para acompañar. El rey y sus delitos. Su impunidad. La Junta de Andalucía proponiendo el uso de mascarilla obligatoria para estar en casa (¿y esto, si se aprobase, cómo lo piensan controlar?) Y entretanto el Congreso parece un plató de tertulianos de Globomedia, donde todos cacarean en busca de audiencia y aplausos, pero nadie está haciendo política, menos aún política social), sino publicidad de su marca, a pesar de la emergencia nacional.
Y nosotras, acatamos lo que dicen, pagamos nuestras cuotas y facturas, asumimos que nunca nos atenderán en organismos oficiales donde antes se nos atendía. (Es difícil renovar documentación, acceder a trámites fundamentales o prestaciones convencionales, es difícil abrazarse y bailar). Perdemos derechos y ganamos restricciones a todos los niveles y convivimos con una gestión desastrosa, sin pensar que el mal más nocivo al que nos enfrentamos no es la pandemia (aunque sea terrible), sino que nos gobiernen idiotas o vivir en el miedo y volver a las sombras de la caverna obedientes y planchados, sin pensar que hay un mundo de ríos, magia y poesía un poquito más allá.
¿Nunca seremos de piedra? ¿Y entonces por qué estoy oyendo a Medusa sisear? Las serpientes de su pelo tienen forma de cuerpo político, y el monstruo es tan enorme que no se le puede dibujar con claridad. Así que juntemos un poco de energía colectiva sin tocarnos: no estamos en los tiempos más oscuros de la historia. No están lloviendo bombas sobre nuestras cabezas, ni nos las cortan (de momento) por conspirar. Seguro que existe una grieta donde la vida es vida y la gente tiene el poder de hacerse oír y de ejercer las risas y los cantos y recuperar la dignidad.
¿Y si, como en el mito, su poder no funcionase si no les mirásemos? ¿En qué quedaría su marketing si no lo presenciáramos? ¿Cómo nos comportaríamos de no estar siendo bombardeados por datos de alarma social? ¿No querríamos, igualmente, cuidarnos?
A lo mejor una desconexión informativa, unas semanas de lecturas y películas y discos y escucha a las amigas y vecinas, es un escenario que habría que transitar para tener ideas mejores que ir empobreciéndonos y perdiendo oxígeno y fuerza vital.
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Marta Bassols
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