Talento brutal
Julio Lafuente, el arquitecto español que vivía en Piazza Navona
Recuperamos la figura de un arquitecto olvidada por el periodismo español, y con una vida tan sugestiva como su obra
David García-Asenjo 7/12/2020
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Julio Lafuente llegó a Roma por una Vía Aurelia llena de carros y mulos. Aparcó su moto en la plaza y atravesó las puertas de bronce. Una vez dentro se tumbó en el centro de aquel espacio. Desde allí miró hacia el cielo a través del enorme óculo y decidió que no quería marcharse jamás de esa ciudad que le permitía contemplar el espectáculo de la semiesfera del Panteón activada por luz del sol en su recorrido.
¿Y quién es Julio Lafuente? Su peripecia vital es digna de ser contada. Él lo hizo a través de conversaciones con Valentí Gómez i Oliver, publicadas en el libro Visionarchitecture. La vida de los arquitectos no suele ser material para una película, pero un guionista con talento tendría suficiente para dejar dos horas a los espectadores pegados a una butaca. Lafuente nació en España, vivió y se formó como arquitecto en Francia y tuvo una larga carrera profesional en Italia. Llegó a Roma tras un breve paso por Madrid, desde donde quería viajar a Estados Unidos. Por consejo de Luis Feduchi, conservador de los edificios españoles en Roma, y futuro suegro de Rafael Moneo, viajó a esa ciudad, donde Feduchi le animó a conocer la arquitectura moderna que se desarrollaba allí antes de cruzar el Atlántico. Decidió invertir el dinero que había ganado trabajando para otros arquitectos en Madrid y recorrer el camino en su moto BMW. Pasó por Barcelona, por el sur de Francia, donde trató de encontrarse con Picasso en Saint Paul de Vence, ocasión frustrada en la misma verja de acceso a la casa. La experiencia de llegar a Roma y encontrarse con el Panteón le hizo abandonar la idea de volver a España, el viaje a Estados Unidos y todo lo que le alejara de aquella ciudad. Allí conoció a estrellas de cine y de la cultura italiana, entró en el círculo personal de Aristóteles Onassis, con el que cruzó el Atlántico para visitar unas oficinas en Nueva York y volar, una hora después, de vuelta a Italia. Cuando estalló la crisis del petróleo no dudó en viajar a Arabia Saudí y proyectar allí ciudades enteras. Todo narrado con desparpajo y naturalidad y con un punto de inverosimilitud, en Visionarchitecture, hasta no hace mucho la principal publicación sobre su figura. Más allá de las referencias en revistas especializadas, esta fue la fuente para conocer el conjunto de la obra de Julio Lafuente, con grandes carencias de información específica sobre sus distintos proyectos.
Pero su obra también merece un hueco en la historia de la arquitectura española. La figura de Julio Lafuente ocupa un lugar difícil de encajar. Sólo su origen permite relacionarlo con España, ya que su formación académica se produjo en la Escuela de Bellas Artes de París. Al llegar a Roma, inicia una exitosa carrera profesional y a lo largo de ella realizó varios edificios de gran interés, que arrancan con el hipódromo de Tor di Valle, para los Juegos Olímpicos de 1960; el santuario de Collevalenza, en Todi; y llegan hasta la nueva Terminal Aérea Ostense, para el otro escaparate internacional de Italia, el Mundial de fútbol de 1990. Y dos obras no construidas pero de una gran belleza. Los hangares para Olympic Airways en Atenas, puro brutalismo a la altura de las mejores propuestas de Paul Rudolph, y uno de los proyectos más sugerentes de la arquitectura de la segunda mitad del siglo XX, el hotel en la roca de Gozo, en Malta. Un edificio que se construye en un acantilado, en el que las habitaciones son la nueva pared de la roca. Un bloque que se superpone al corte vertical y que se abre al espectáculo del mar.
La experiencia de llegar a Roma y encontrarse con el Panteón le hizo abandonar la idea de volver a España, el viaje a Estados Unidos y todo lo que le alejara de aquella ciudad
Gracias a la tesis doctoral de Marta Pastor Estébanez, el estudio más importante sobre la figura de Julio Lafuente, se puede disfrutar de su talento arquitectónico. En ella se analizan con rigor las virtudes de su arquitectura, caracterizadas principalmente por su capacidad de aunar invención y construcción. Gracias a la técnica, obtiene edificios de gran plasticidad. Pastor pudo acceder y catalogar su archivo, que fue declarado de interés histórico por el gobierno italiano en 2003, en un acto que vuelve a poner de manifiesto el escaso interés en recuperar los archivos de los arquitectos españoles del siglo XX, salvo contadas excepciones.
Primeros éxitos en Italia. Hipódromo de Tor di Valle. 1959
“Me acuerdo de una obra especial, el hipódromo Tor di Valle. Utilicé un ingenio […] que se llama el paraboloide hiperbólico. En parte ya lo había inventado Gaudí […] Se trata de un cuadrado con las dos puntas que bajan por un lado y las otras dos que suben por el otro” (Visionarchitecture, p. 91).
Julio Lafuente comenzó a trabajar en las oficinas de los arquitectos Monaco y Luccichenti, donde se fue ganando el respeto del ambiente arquitectónico y artístico romano. Y así llegó a asociarse con el ingeniero Gaetano Rebecchini, hijo del entonces alcalde de Roma, gracias a lo cual tenían acceso a una amplia agenda de contactos. La abundancia de trabajo les permitió prosperar y convertirse en un equipo de gran reputación que proyectó un gran número de bloques de vivienda de gran calidad plástica y espacial, muy imbricadas en la arquitectura italiana del momento. El tratamiento de los materiales, vinculados a la tradición pero que incorporaban nuevos lenguajes, y los espacios intermedios, como terrazas, voladizos y soportales, hacía que sus obras fueran apreciadas por la burguesía romana del momento. Así accedieron a obras de mayores dimensiones donde, como señala Marta Pastor, lograron construir estructuras de una gran fuerza expresiva, fruto del talento de Lafuente para la invención de formas y un conocimiento del funcionamiento de los sistemas estructurales.
Las gradas del hipódromo nos muestran a un arquitecto conocedor de las investigaciones en el campo de las estructuras laminares de hormigón. Otros españoles, Eduardo Torroja y Félix Candela habían logrado importantes avances en este campo, desde posiciones distintas. Torroja realizó antes de la guerra civil dos obras cumbre como el frontón Recoletos y las cubiertas del Hipódromo de la Zarzuela. Grandes superficies de hormigón de gran belleza plástica resueltas con un espesor mínimo de material. Al acabar la guerra fue el pilar en el que se sostuvo el desarrollo de la ingeniería de materiales en España. Por otro lado Candela, exiliado a México, donde trabajó con los paraboloides hiperbólicos que cita Lafuente, y con otras superficies derivadas de esta. Superficies regladas que permiten ser encofradas con sencillez al estar basadas en el manejo de líneas rectas y por tanto pueden ser resueltas con tablas de madera, y armadas con varillas de acero que no tienen que ser curvadas. Las láminas de hormigón generadas de este modo presentan una gran resistencia con poco consumo de material, permitiendo salvar grandes luces con pocos apoyos. Lafuente se aprovecha de estos avances para generar una potente imagen para una instalación deportiva que será uno de los elementos más destacados de los Juegos Olímpicos de Roma.
Consolidación y reconocimiento. Santuario del Amor Misericordioso en Collevalenza, Todi. 1967
“Cuando en los EE.UU. asesinaron a J.F. Kennedy, su viuda, que era católica, vino a Roma. El embajador de España ante la Santa Sede […] se ofreció a acompañar a Jacqueline Kennedy, mostrarle algo de Roma y hacerle olvidar sus desgracias. Le enseñó los principales monumentos de la ciudad. Al final la llevó a ver un santuario, fuera de Roma, que yo había construido en Colle Valenza. Jacqueline Kennedy vio a la madre Esperanza se desahogó con ella, fue consolada por la madre y regresó a Roma. Allí la conocí” (Visionarchitecture, p. 96).
El Santuario de Collevalenza, en Todi, proyectado en años de renovación profunda de la liturgia católica, en la que la arquitectura tuvo un importante papel, al situarse en el centro del debate, y traducir espacialmente las nuevas propuestas. Es muy interesante el modo en el que Lafuente combina una disposición longitudinal tradicional, adecuada al uso como basílica de peregrinación, y una planta centralizada heredera de las mejores arquitecturas del barroco. Una primera lectura de la planta muestra una organización convencional, una nave alargada con capillas laterales. Una yuxtaposición de grandes cilindros de ladrillo define el espacio principal, pero toda la atención del espacio se centra sobre el altar, principal foco de la celebración. El presbiterio se plantea como un elemento independiente insertado en el interior del templo, que crece de forma concéntrica a partir de él. Se puede entonces leer el espacio como una iglesia de planta centralizada, que altera su forma en el eje longitudinal para funcionar como un santuario que recibe grandes peregrinaciones. La nueva liturgia, anticipada en muchos casos por las propuestas arquitectónicas próximas al Movimiento Litúrgico, parecía aconsejar esta disposición.
La obra de Lafuente aparecía regularmente en las revistas españolas de la época, encuadrada dentro de la nueva arquitectura italiana. Y aquí entra en juego la figura de Rafael Moneo. En su estancia en Roma como pensionado de la Real Academia de España entró en contacto con las figuras destacadas de la época. Allí pudo conocer a Julio Lafuente y visitar su obra. Fruto de ese encuentro fue la reseña que escribió sobre el Santuario de Collevalenza para la revista Arquitectura. Años después, tiene una aportación importante en el número monográfico de Nueva Forma sobre su figura. Y de nuevo analiza la iglesia en Todi. Se puede apreciar cómo pone la atención en decisiones de proyecto que luego estuvieron en el origen de su propia obra, en la Catedral de Los Ángeles. La tensión entre la planta centralizada y la longitudinal, entre el tipo y la historia, así como la reducida paleta de materiales y el tratamiento de la luz.
La invención en el paisaje. Hotel en la roca, Gozo. 1967
“El año en que Malta logró la independencia, 1964, lanzó un concurso para la construcción de hoteles […] Yo me presenté y fui a Malta. En mi deambular me impresionó mucho ver una gran escollera vertical, un acantilado inmenso, cuya parte superior era completamente llana […] Y me empezó a rondar por la cabeza la idea de construir el hotel encajonado en las rocas, de manera que todas las habitaciones tuvieran vistas al mar […] dijeron que era muy bonito el proyecto […] pero que un hotel debía tener un pasillo y habitaciones a la derecha y a la izquierda” (Visionarchitecture, p. 101).
El proyecto de hotel en Gozo muestra de nuevo la capacidad de Lafuente para proponer ideas sugerentes y formalmente atractivas, con un punto irrealizable, pero que, en cambio, están estudiadas con seriedad y que han planteado las circunstancias bajo las cuales podrían llevarse a cabo si contaran con un promotor dispuesto a atenderlas. El hotel parte de la premisa de que en una ubicación privilegiada, frente a un acantilado al borde del mar, todas las habitaciones han de contar con las mejores vistas posibles. Y la forma de conseguirlo es situarlas en la pared vertical del acantilado. La arquitectura pasaría así a formar parte del mismo paisaje, pudiendo mimetizarse en él. Como señala Marta Pastor, esto lo emparentaría con las excavaciones en roca de muchas civilizaciones a lo largo de la historia, desde Capadocia a Petra. Y lo haría desde los postulados estéticos y técnicos de la arquitectura moderna, con un lenguaje abstracto que podría hacerlo atemporal. Todo esto sin olvidarse de las exigencias constructivas y funcionales que exige un proyecto de estas dimensiones, resueltos con naturalidad y eficacia.
Brutalismo en la capital de la cultura clásica. Hangar para Olympic Airways. 1965
“El avión, cuando iba a Atenas, no me costaba nada –Onassis era el dueño de la Olympic Airlines– y al finalizar mi trabajo, que entre otras cosas consistía en arreglar el aeropuerto de Atenas que estaba bastante mal, tenía ganas de regresar a Roma, a mi casa. En cambio a Onassis le gustaba que yo pasara tiempo con él” (Visionarchitecture, p. 96)
Julio Lafuente se asoció en esta ocasión con el ingeniero Calogero Benedetti para proyectar una osada terminal que lo emparenta con alguna de las propuestas más destacadas del nuevo brutalismo británico. Proponen un hangar cuya cubierta está formada por cuatro tubos elípticos de 154 metros de largo apoyados en sus extremos en muros de hormigón armado. La propia estructura de los cilindros funciona como envolvente y dota de dinamismo a un alarde técnico que queda justificado por el uso, destinado a albergar los aviones de la Olympic Airways. Además permitía una ampliación del edificio de forma sencilla, añadiendo nuevas piezas a las existentes sin más que seguir disposición ya establecida de partida. Una propuesta de gran belleza plástica que muestra que Lafuente estaba al tanto de las corrientes estilísticas de su tiempo y que era capaz de aunar su talento expresivo con la resolución técnica de problemas estructurales de gran importancia.
El último gran destello. Terminal Aérea Ostense 1990
“Fue una oportunidad muy importante. Intervenir en un lugar tan cercano a las murallas, a la Porta di San Paolo y al edificio de Correos de Libera, era muy estimulante. (…) Pudimos lograrlo, seguramente, porque la fiebre del Mundial evitó discusiones, contrapropuestas, cambios, reclamaciones, oposiciones, reservas, dudas)” (Julio Lafuente. Opere 1952-1991, 1992, p. 171; traducción de Marta Pastor).
El canto de cisne de la carrera de Lafuente fue la construcción de la terminal aérea de la estación de Roma Ostiense. Conectada con el aeropuerto de Fiumicino se proyectó como puerta a Roma para los viajeros que llegaran en avión con motivo de los mundiales de fútbol de 1990. Es una obra extraña dentro de su carrera. Sigue confiando en la capacidad expresiva de los volúmenes rotundos, pero trasluce una adopción de la estética del posmodernismo, una corriente a la que no fueron ajenos arquitectos con trayectorias tan amplias como Sáenz de Oíza y el propio Lafuente, pero con resultados que no estaban a la altura de estas. Es algo tosca en su realización y en su resolución constructiva, pero impone su presencia, con una gran bóveda de cañón longitudinal que alberga el espacio principal, y una serie de bóvedas transversales que señalan los accesos a la terminal y permiten la entrada de luz. Estas formas evocan las de la arquitectura pública romana, en el que es quizá el principal acierto de esta terminal.
La andadura profesional que despegó a las puertas de unos juegos olímpicos se coronaba 30 años después con motivo de otra gran ocasión deportiva. Las dos obras ya no existen tal cual las proyectó Lafuente. El hipódromo porque ha sido derribado para albergar el nuevo estadio de la Roma A.S. Y la terminal se cerró al poco tiempo de acabar los mundiales y tras un par de décadas abandonado, se ha convertido en un conjunto de centro comercial y restaurante, acorde hasta cierto punto con la arquitectura que predomina en esta tipología.
Julio Lafuente falleció el 11 de julio de 2013 en Roma. Apenas fue noticia en España, donde no aparecía en prensa desde los años 70. Pero su huella en Roma seguía vigente. En el verano de 2018 la Obra Pía-Establecimientos Españoles en Italia, propietaria del inmueble donde se encontraba la buhardilla en la que se instaló Lafuente, y del apartamento en el que vivió años después, colocó una placa que lo homenajeaba. Como recuerdo de los cincuenta años durante los que el arquitecto vivió y trabajó ayudando a modernizar las infraestructuras de Roma y favoreciendo la convivencia entre la conservación de los edificios históricos con la modernidad de su arquitectura.
Julio Lafuente llegó a Roma por una Vía Aurelia llena de carros y mulos. Aparcó su moto en la plaza y atravesó las puertas de bronce. Una vez dentro se tumbó en el centro de aquel espacio. Desde allí miró hacia el cielo a través del enorme óculo y decidió que no quería marcharse jamás de esa ciudad que...
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David García-Asenjo
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