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¿No habíamos quedado que había que terminar con el Estado, para que la vida económica y social pudiera ser libre, justa y rentable, sin el engorro del Estado por medio, restos de un pasado ominoso, lleno de problemas, sin solucionar, hipotecado por los engranajes del Estado? Esta ha sido la idea madre de todos los partidos de derechas, el punto de origen de sus programas, electorales, el principio ideológico de su filosofía política. El Estado era el gran obstáculo para desarrollar una gestión eficaz, que trajera tranquilidad al país y asegurara un futuro mejor. La experiencia socialista, estatalista por nacimiento, ha demostrado sobradamente su incapacidad para garantizar el orden social y la paz ciudadana. Porque el Estado, como bien supremo, siempre ha cercenado las iniciativas privadas, en cuyas manos está el porvenir. ¿A qué viene, entonces, oponerse, tan irritadamente, a la tímida limitación de las ayudas estatales a la enseñanza privada, con esa historia de la enseñanza concertada, paradójica iniciativa de Felipe González, extraño socialista, que tira piedras contra su propio tejado? La ruidosa y multitudinaria manifestación de Madrid, del pasado domingo 22 de noviembre, en coche privado, con globitos de adorno y banderas nacionales, contra la costumbre de las manifestaciones políticas de la gente de a pie (nunca mejor dicho), no deja de ser una enorme, sorprendente y demencial contradicción. Se mantiene el privilegio de la enseñanza concertada, venero de enemigos del Estado, posibilitado con dinero público. ¿De qué se quejan? ¿De que los socialistas les hagan la competencia y retiren las ayudas del Estado a la enseñanza privada? O ¿es que, en el terreno de la educación, de la formación de las conciencias, donde se juega el porvenir, es el único en el que el Estado, contra toda teoría general, que evita la intervención del Estado, para dejar libres las iniciativas particulares, debe meter mano, para forzar a los individuos a obedecer, según sus propios cánones de partido? ¿En qué quedamos? ¿Es que la libertad de opciones no juega en la educación? ¿Es que la educación en la libertad es un delito punible? ¿Es que tenemos que resucitar la Edad Media y su línea única y exclusiva de educación? ¿Es que la libertad de poder elegir es un error? ¿Es que la libertad no sirve para nada, salvo para hacer negocios?
¿No habíamos quedado que había que terminar con el Estado, para que la vida económica y social pudiera ser libre, justa y rentable, sin el engorro del Estado por medio, restos de un pasado ominoso, lleno de problemas, sin solucionar, hipotecado por los engranajes del Estado? Esta ha sido la idea madre de todos...
Autor >
Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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