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Hay que ser tonto de baba, para no enterarse de nada. Pasaban las carretillas, agobiadas por el peso de los dineros de la corrupción, de la financiación ilegal del Partido Popular, en la mejor tradición de la derecha española, por delante de la puerta del despacho de Rajoy, en Génova, y él no se enteraba de nada, en la luna de Valencia. Probablemente, para no molestar al jefe, los encargados de transportar las enormes cantidades de dinero, negro, para más inri, habrían engrasado previamente las ruedas de las carretillas, con el fin de que no chirriaran al cruzar los limpios pasillos de la sede nacional del PP y no llamaran la atención de nadie, porque las paredes oyen, ni distrajeran a la plana mayor del partido de sus altas meditaciones políticas y de sus profundos silencios creadores, que no está el patio para muchas alegrías y mucho menos tratándose de un asunto tan serio como el de la entrada a raudales de miles de euros, generosamente donados por los fieles amigos del partido, porque la fidelidad hay que demostrarla con hechos y ningún hecho es más contundentemente claro que el del dinero, que la vida está muy achuchá. Pero, contra toda lógica y contra toda insolente, maliciosa y vergonzosa suspicacia, de los enemigos de España, que no paran en sus perversos designios, como comunistas declarados, que de largo le viene al galgo, Rajoy no se enteró de nada, lo que parece muy extraño, si tenemos en cuenta que aquel trajín del dinero sucio, y probablemente maloliente, no se hizo una sola vez, sino muchas, muchas veces y con los billetes, a punto de desbordarse, por las paredes de las carretillas, porque los amigos del PP son así de espléndidos y de desinteresados, que no pueden ser más, como buenos representantes de la España eterna. En vista de lo cual, me permito sugerirle al señor Rajoy, que parece víctima de algunas carencias auditivas, la dirección de mi proveedor de audífonos, pues yo, por mi edad, también padezco de dichas limitaciones y sé lo engorroso de esta lamentable situación. Un representante paradigmático de un gran partido político no puede ofrecer esta onerosa desventaja fisiológica, que lo podría hacer muy vulnerable y merecedor de las burlas de sus nefandos enemigos políticos. De nada.
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Hay que ser tonto de baba, para no enterarse de nada. Pasaban las carretillas, agobiadas por el peso de los dineros de la corrupción, de la financiación ilegal del Partido Popular, en la mejor tradición de la derecha española, por delante de la puerta del despacho de Rajoy, en Génova, y él no se enteraba de nada,...
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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