Profecías
Bienvenido, Mr. Han
Nuestro presente, el presente vírico del toque de queda y el rostro velado, refuta violentamente algún que otro hallazgo de Byung-Chul Han, como si la realidad le hubiera dicho que “no”
Álvaro Cortina Urdampilleta 21/12/2020
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Diría que el filósofo germanófilo Byung-Chul Han puede estar acometiendo en estos tiempos, acaso sin que se note, una deuteros plous, segunda navegación, llena de amenazas, como toda singladura. La historia, con su contingencia, y Byung-Chul Han, con formidable arrojo intelectual, han propiciado una curiosa operación que se podría explicar muy bien dialécticamente. Nuestro presente, el presente del vacuo merodeo digital y de la comunidad sin comunión, convertida en mónadas humanas con ventanas a la red, se acerca más y más al mundo digital descrito por este elocuente coreano. El “mundo Han” es nuestro mundo.
Al mismo tiempo, nuestro presente, el presente vírico del toque de queda y el rostro velado, refuta violentamente algún que otro hallazgo del escritor. Es decir, la realidad ha dicho “no” a Byung-Chul Han, como veremos. Recientemente, ha lanzado este autor a nuestro mundo aminorado La desaparición de los rituales, un libro donde recapitula asuntos y donde muestra bien que es un solvente profeta parcial del presente.
En términos generales, es difícil no estar de acuerdo con sus textos. Ciudadano digital, miro por la ventana de mi casa a un parque: esta es la melancolía que Byung-Chul Han me provoca. Este ensayista no produce consolaciones estoicas y sólo a medias sermones laicos. Han no apunta a una alternativa práctica, tal y como uno esperaría de un sermón. Así, nuestro mundo se descompone espiritualmente, y ni siquiera señala Han vagamente adónde podemos lanzarnos. ¿Huimos a un templo o al campo, querido Han? Parece que nos deja adivinar a nosotros la senda de la felicidad y de la verdad. Han es un poco aquel otro gurú, el jardinero interpretado por Peter Sellers, que protagoniza Bienvenido, Mr.Chance.
Aunque el tono de esta prosa es el tono del sermón (sermón rural heideggeriano), es seguramente el género del diagnóstico el que mejor encaja con su propósito. Propende pues Han al diagnóstico vestido de sermón o quizá a lo contrario. Esta forma incierta sugiere en el lector varias emociones. Como Chance / Peter Sellers, cuando le decía a un presidente de los Estados Unidos en busca de consejo urgente que una flor ha de ser regada, y cosas así.
Frente al planteamiento sartreano, según el cual el imperativo del ser humano era perseguir una autenticidad individual, Han defiende, con modestia, ciertos hábitos compartidos
Al otro lado de la ventana, en el parque, con las primeras luces, diviso a un tipo practicando karate: saluda solemnemente, ataca al aire, esquiva... Parece como si aquel hombre poseyera algo del ritual, que a mi lado de la ventana se extinguió. Pero los dos estamos solos. ¿Qué tiene el karateka que yo no tenga?
El escritor Han emplea, en su diagnóstico, una estructura binaria por todos conocida: el ayer y el hoy. Por ejemplo, ayer había comunidad con ritual, y hoy tenemos comunicación sin ritual, ayer había duelos de espadachines y hoy hay drones, ayer había striptease y hoy porno, ayer había un bar con las muescas de la comunidad grabadas y hoy hay una sala inerte con un ordenador encendido, ayer estaban los viajeros y hoy los turistas, ayer había pocos mitos y hoy muchos datos, antes había juego y cortesía, y hoy todo es o bien mecanicismo o bien moralismo, antes había ritos de cierre (o “etapas de la vida”) y hoy se nace adolescente hasta la extremaunción, antes había cultura y hoy tenemos mercado, antes había alternancia entre las fiestas y el trabajo cuando hoy es producción continua, antes había valores y comunión, y hoy dominan las emociones narcisistas, etcétera, etcétera.
Han, autor de diagnósticos-sermones binarios, procede de cierta corriente actual que pretende invertir una tendencia, diría que original, de la antropología existencialista. Frente al planteamiento sartreano, según el cual el principal imperativo del ser humano era perseguir una autenticidad individual frente a un mundo impuesto, inercial y homogéneo, Han defiende, con modestia, ciertos hábitos compartidos. Tanto Han, en Alemania, como Josep Esquirol en España, defienden una revalorización de actividades supuestamente inauténticas, repetitivas y cotidianas. Concretamente, Han advierte que el llamamiento del “sé tú mismo” se ha convertido en un lema narcisista que nada tiene que ver con la autenticidad. Dado que hoy la libertad es sólo un eslogan emocionante, dediquémonos, conjuntamente, a buscar la autenticidad por la senda del bello ritual.
Así pues, Han defiende los rituales, que para él son al tiempo, lo que la casa al espacio. En el ritual, apunta felizmente, “uno es vaciado a fondo de psicología”. Con la querencia heideggeriana por lo rural, Han describe a unos aldeanos que concurren en no sé qué plaza de aldea en torno a un peral añoso, acaso milenario. Al leerlo, he recordado la planta que, según Chance, había que regar. En estos pasajes, los lectores habitantes del baldío yo digital apartamos los ojos de las líneas hanianas, y miramos, melancólicamente, por la ventana hacia el ayer. En esos momentos, le damos a Han la razón en todo. No nos gustamos, no nos gusta nuestro tiempo… ¡Necesitamos rituales!
“Al tiempo le falta hoy”, afirma rotundamente Han, “un armazón firme”. Vencidos por la elocuencia, asentimos. Decididamente, el diagnóstico nos ha impactado como si fuera un sermón. Pero en un momento dado, el lector más inquieto puede hacer la más impertinente de las preguntas. Esta es: ¿cuándo dejó el dichoso ayer de ser ayer y emergió este hoy? Esta pregunta es, en efecto, impertinente. De ella resulta nuestra gran cabriola dialéctica. Veamos por dónde nos lleva esta pregunta, que demanda, en última instancia, una perspectiva histórica.
Ya sabemos que este autor diagnostica. Más concretamente, Han diagnostica enfermedades. Lo que él llama el “cansancio” y la “transparencia” son formas de un mal espiritual propiciado por una sociedad descarrilada. No obstante, en el inicio de uno de sus libros más celebrados La sociedad del cansancio (2010) él escribía que, en realidad, cada época tiene sus enfermedades comunitarias. Según su visión, cada época cuenta con una enfermedad paradigmática fisiológica o psíquica, que a su vez representa los valores más abstractos de un momento histórico. Hay una visión con algo de hegeliano en esta historia de las épocas, que tiende a lo interior: en nuestra época, según Han, el mal está muy adentro de nosotros mismos. ¿A qué me refiero? Es preciso aclarar esto último cuanto antes, citando al propio Han, como me dispongo a hacer… aunque mi propósito último es mostrar, más bien, un hecho sonrojante. Las sentencias que vamos a leer muestran que Han era, en 2010, además de profeta, humano:
“Toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. Así, existe una época bacterial, que, sin embargo, toca su fin con el descubrimiento de los antibióticos. A pesar del manifiesto miedo a la pandemia gripal, actualmente no vivimos en la época viral”.
Pero estas tres frases de hace diez años no han hecho del año 2020 el Año anti-Han, todo lo contrario. Él apareció, junto con esos otros filósofos a los que la prensa, también confinada, se apresuró a inquirir en los meses oscuros de la última primavera. Los intelectuales pedían ideas y, oportunamente, Han las podía aportar, tomadas de su jardín de diagnósticos. Hay que decir que en entrevistas y artículos no daba Han la sensación de acusar el golpe de este factum bacterial, todo lo contrario. Sabemos que es difícil refutar a los filósofos con hechos concretos, dado que siempre hablan más en general que el resto de los humanos: esquivan, con habilidad karateka, todos los golpes empíricos. O sea, un “no vivimos en la época viral” quiere decir, por ejemplo, otra cosa. Ciertamente, Han ha obviado en estas intervenciones aquellas líneas algo humorísticas del ya lejano 2010. ¿Por qué no?
No obstante, sí se puede detectar en él también ese orgullo no alegre del profeta que ha visto corroboradas sus prognosis de calamidades. Por tanto, él también se está apoyando en hechos empíricos. Y sí se pueden recordar aquellas líneas humanas de 2010, aunque no exactamente para dañar su diagnóstico. Esto sería lo interesante. Nos brinda esto una oportunidad para advertir la fascinante hondura de la realidad. Me explico.
El año 2020 es un año más Han que 2019 y menos Han que 2019, simultáneamente, lo cual es magistral. Es decir, el virus del siglo XX ha reaparecido en 2020, como un poderoso contradictor del Han filósofo de la historia… para encerrarnos a todos en el exangüe trasmundo del cansancio del Han pergeñador de diagnósticos. El coronavirus ha potenciado y multiplicado enormemente la evidencia de un diagnóstico, a costa de oponer en su contra una mole de hechos que hoy se nos viene encima. La sociedad bacterial del siglo XX, que representa el trato del hombre con “lo otro”, se abraza en el nihilista siglo XXI, con la sociedad del cansancio, que representa el trato del hombre consigo mismo, y se produce más de lo segundo: más sobreexposición digital, más ansiedad, más depresión y menos capacidad de atención.
“El pan de cada día no excita”, se lamenta Han, cantor de la demora edificante y del juego. Cuando termino estas líneas, el karateka ha concluido sus ejercicios saludándose, ritualmente, con un oponente invisible. El señor Han subtitula su último diagnóstico como una Topología del presente. Ciertamente, la palabra “topología” es aquí decisiva. Si antes de 2020 el mundo digital (el “no-lugar”) ofrecía una alternativa a los “lugares”, con su proyecto fáustico de la red sin cuerpo, ahora en 2020, además, la enfermedad vírica ha limpiado los foros públicos de cuerpos racionales y los ha empujado masivamente a la red, como si fuera un flautista de Hamelin invisible. El virus ha vaciado las calles, los templos y los cines. ¡Se acabaron las topologías!
Hoy, sin mito ni gente, en soledad, tan sólo nos quedan, del rito, las repeticiones y la gravedad
Según Han, el ritual requiere de hábitos compartidos, pero ejercitados de cuerpo presente, por así decirlo. Han parece requerir tan sólo de estos elementos (es decir, la figura de los otros) para completar su noción de rito. Es decir, en su visión, el mero juego y la compenetración son incluso más esenciales que el mito, viejo compañero del rito. Es un curioso rito agnóstico (rito sin mito), el de este gurú de lo sencillo. Para él, el rito está unido al lugar. Su acercamiento a la ritualidad es una topología.
Pues bien, la impresencialidad, preparada por el mundo digital, con el coronavirus como trampolín, ha producido, precisamente, una a-topología. Primero, pues, en algún momento de la Historia, desapareció el mito y se instaló entre nosotros el escepticismo. A continuación, hace nada, pandemia mediante, se han esfumado los otros, los copartícipes de cuerpo presente. Así, hoy, sin mito ni gente, en soledad, tan sólo nos quedan, del rito, las repeticiones y la gravedad. Esto lo ha visto Han, profeta parcial del presente, que hoy más hondo, refutado y corroborado simultáneamente, en la ambigüedad profunda de su peculiarísima relación con la verdad, quizá comience una segunda navegación hacia otros diagnósticos y hacia otros sermones. Acaso la madurez sólo se alcance a base de ser refutado y corroborado por el mundo simultáneamente, a base de ser un profeta parcial.
Por fin, dejo de leer al pensador actual, y vuelvo a mirar por la ventana. Así pues, con Han en la mano, veo que somos, en el fondo, ese aislado karateka que ha concluido y que saluda, con una circunspección piadosa y ritual, a un oponente imaginario, en un vacío parque urbano, inconsciente de que lleva un rato cayendo una fina lluvia de primera hora. Sin mitos y sin ritos, nos hemos acomodado ese desconocido luchador y yo en el rito individual: no es otra cosa la rutina. Sin ritual, vivimos de las rutinas. Son estas rutinas, junto con las “figuras del miedo” (título del brillante ensayo-diagnóstico reciente de Félix Duque, del que habrá que hablar otro día), las pobladoras de nuestra monádica existencia confinada. No obstante, parece que la desaparición del rito sin mito, del rito agnóstico de Mr. Han, es algo transitorio: durará lo que se tarden en desinfectar las calles ciudadanas. Confío en volver a ver al karateka peleando con otros karatekas corporales y racionales, vaciados de psicología gracias al salvífico ritual.
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Álvaro Cortina Urdampilleta es doctor en filosofía y escritor. Ha publicado Deshielo y ascensión (Jekyll&Jill, 2013, 2016).
Diría que el filósofo germanófilo Byung-Chul Han puede estar acometiendo en estos tiempos, acaso sin que se note, una deuteros plous, segunda navegación, llena de amenazas, como toda singladura. La historia, con su contingencia, y Byung-Chul Han, con formidable arrojo intelectual, han propiciado una...
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