PUERTAS DE ENTRADA (VII)
Patrick Modiano: ‘Calle de las tiendas oscuras’
Modiano ha descubierto una forma de novela que no se le había ocurrido a nadie
Gonzalo Torné 30/01/2021
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Señalado a menudo, de manera algo displicente, como un autor que siempre escribe el mismo libro, quizás la mejor respuesta sea que Modiano ha descubierto una forma de novela que no se le había ocurrido a nadie. Y si la originalidad no basta como prueba, queda todavía algo que argumentar contra los amigos de la diversidad, ¿qué íbamos a hacer con una novela de Modiano sobre los traumas de la infancia, sobre galaxias por descubrir, sobre la vida en el circo, con una de piratas? ¿No dejarían todas estas intentonas de metamorfosis muy desconcertado y un poco avergonzado al lector?
Dejemos la fantasía de un Modiano metamórfico y centrémonos en el problema que supone una obra tan homogénea y constante (que se acerca, si no sobrepasa, la treintena de títulos) para una sección dedicada a elegir la “mejor entrada”. Dos salvedades vienen en nuestra ayuda. En primer lugar, que los libros se parezcan entre sí no significa que tengan el mismo valor; en segundo lugar, que, pese al indiscutible “aire de familia” que envuelve a todas las novelas de Modiano cuando se las mira de lejos, empiezan a revelar matices distintos si las comparamos entre ellas.
Así que antes de dar con la puerta ideal podemos descartar algunas entradas que de lejos parecen atractivas. Desanimo al lector a que empiece por una de sus obras más accesibles, Dora Burden, la emotiva investigación sobre una muchacha judía desaparecida durante la ocupación francesa, donde el peso excesivo de lo documental, la falta de atrevimiento para sostener el relato en la imaginación y el efecto loable, pero demasiado evidente, de reparación moral pueden confundir sobre el alcance de los poderes de Modiano. También le aconsejo al lector que no entre por la así llamada Trilogía de la ocupación, aunque las tres novelas admiten leerse de manera independiente (y se podrían integrar otras al conjunto hasta conformar el Decamerón de la ocupación), y asoman algunos de los asuntos centrales de la narrativa de Modiano (la euforia casi ferviente del dinero recién gastado, las identidades suplantadas en un mundo depuesto de responsabilidad civil...), el libro adopta unas hechuras y una ambición de fresco de época que desdice el carácter más bien elusivo y fantasmal con el que suele extraviar a sus personajes en la Historia. Finalmente, casi le ruego al lector que no se le ocurra entrar por Un pedigrí, testimonio fascinante, de apariencia biográfica, donde se revelan algunas de las incertidumbres (¿quién es este Modiano? ¿desde dónde narra este hombre? ¿de qué lado está y qué pretende?) que vuelven tan atractiva su lectura.
Insisto en que no son descartes exclusivamente basados en la calidad, sino atendiendo a que las variaciones que proponen escoran la “forma Modiano” hacia la denuncia, el fresco histórico y el testimonio... modulaciones ante las que con frecuencia el propio Modiano se muestra un tanto refractario, por no decir alérgico. Pero su lectura es más que recomendable.
No mareemos más: ¿en qué consiste esta “forma Modiano”? Descartemos primero a los personajes y sus motivaciones, seres sin excesivos vínculos con la sociedad, y sin apenas deseos o problemas relevantes, de esos capaces de poner en marcha la maquinaria narrativa. Señalemos que muchas de las novelas están sumergidas en el mismo periodo, el de la ocupación francesa, pero que podrían funcionar en cualquier otro momento histórico donde se viva (o se sienta vivir así) en cierta suspensión de la responsabilidad, donde se ha quebrado o pausado la continuidad del relato que nos susurramos para darle cierto sentido a nuestra existencia. La prueba son las no pocas novelas de Modiano que, recorridas por el mismo tono inequívoco, logran escapar de su periodo favorito. De manera que tampoco es la época, sino más bien la presión que cualquier periodo desgajado de las expectativas vitales por la irrupción irreal de los acontecimientos históricos provocan en la memoria.
Muchos de sus libros se recuerdan como si ocurriesen velados por la niebla, ¡aunque en la mayoría de las páginas el aire esté despejado!
¿La memoria? ¿De verdad? ¿Hay algo más socorrido, corriente, vulgar, común, recurrente y manoseado que la memoria? Admito el reproche, la memoria es una facultad imprescindible en la escritura de novelas, y el reto sería encontrar una novela que de manera implícita o explícita no recurriese a ella. Pero la memoria puede operar de muchas maneras: familiar, íntima, colorida, fiable, histórica, insidiosa, documental, apagada, extravagante... el tramo que se abre entre las reconstrucciones ingenuas hasta los palacios reminiscentes de Proust es tan amplio que cabe prácticamente de todo, tanto es así que podemos defender que la clase de memoria elegida define el tono de la narración, que empezar a narrar pasa por elegir un modo de la memoria.
Y Modiano puede presumir (si es que el verbo tiene aquí algún sentido) de poner en marcha sus novelas con una clase de memoria especialísima, diría que nunca vista, al menos no de manera tan concentrada. Trato de ser sucinto en sus características: Modiano aplica la memoria sobre un espacio no solo pasado, sino desaparecido sin dejar apenas huella. Prefiere las vidas sin relieve público, con las que a menudo no ha tenido trato personal, de las miles que década a década se quedan sin examinar. De manera que el ejercicio de la memoria en sus novelas no se parece en nada a ese sacar apetitosas frutas del cuerno abundante de la autobiografía o de la historiografía prestigiosa, sino a un ejercicio trabajoso y esforzado, como si se tratase de ir perforando la capa de amnesia que envuelve a estas existencias en blanco. El efecto de la memoria es tan frágil y precario en Modiano que sus libros se leen mejor como tratados sobre los efectos del olvido.
Inciso: la memoria-olvido de Modiano es tan específica y particular que provoca un conocido efecto psicológico y moral en el lector: muchos de sus libros se recuerdan como si ocurriesen velados por la niebla, ¡aunque en la mayoría de las páginas el aire esté despejado!
Cada libro de Modiano plantea el aliciente de descubrir cómo llegó a interesarse por el pasaje de vida que trata de rescatar, que a veces coincide con el narrador de la novela; aunque siempre reaparece el mismo impulso de fondo: la conciencia ofendida de que el avance del tiempo (ya no digamos del tiempo historiado) actúa como una trituradora que cierra comercios, reconfigura barrios y hunde a miles de personas en el olvido... Su literatura se constituye como una maquinaria contra este proceso de desvanecimiento e igualación del pasado (“con los años las perspectivas se me entelan, los inviernos se mezclan los unos con los otros”), con independencia de la importancia “cívica” y de la relevancia “cultural” de lo que se ha extraviado, aunque casi sería más preciso decir “a contrapelo de la importancia”.
Su melancolía (otra emoción abierta a numerosas modulaciones) no se parece a los quejidos de Zweig por su dorado mundo perdido ni tampoco a las guías turísticas de Sebald por los rincones prestigiosos de la cultura centroeuropea. Modiano desprecia el mundo de la ocupación y es radicalmente mundano, se acerca a sus personajes atraído por coincidencias leves: conservar el recuerdo de una persona a la que nadie más recuerda o de un acontecimiento (una fiesta, una marca de tabaco...) irrelevante y ya sin función, en haber visto en dos momentos distintos el mismo cielo o la misma película, en frecuentar una tienda ya cerrada... de ahí los recitados de calles como conjuros que se repiten de novela a novela: existen vínculos más íntimos que haber paseado por las mismas calles, pero pocos son más efectivos para unir el tiempo de los que todavía recuerdan con el de los olvidados. Empatías de la memoria, Modiano levanta una batería de intuiciones, presciencias, prefiguraciones, ecos, reminiscencias... que le procuran a sus novelas esa impresión de magia mitigada, de tenue fantasmagoría.
Amenazado en todas las novelas por el carácter desintegrador del tiempo quizás al lector le convenga irse directamente a la más delicada y compleja, Calle de las tiendas oscuras, donde Modiano retuerce y refina sus intuiciones y estrategias en un logro superior (y no diré que las “lleva al límite” porque en esta sección nos hemos propuesto no decir tonterías), para contar la vida de Guy Roland, un detective amnésico que se busca a sí mismo sin comprender que se adentra en los azares de los recuerdos (y la memoria y la identidad) compartidos a distancia. El territorio Modiano, a quien ni después de cincuenta novelas le perdonaríamos que se alejase.
Señalado a menudo, de manera algo displicente, como un autor que siempre escribe el mismo libro, quizás la mejor respuesta sea que Modiano ha descubierto una forma de novela que no se le había ocurrido a nadie. Y si la originalidad no basta como prueba, queda todavía algo que argumentar contra los amigos de la...
Autor >
Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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