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En el libro IX de la Eneida, Ascanio, el hijo de Eneas – al que Virgilio hace apodar Iulus para sugerir al lector la idea de que es el antecesor remoto de la dinastía Julia–, en plena batalla contra los que habrán de ser sus aliados grita “Iuppiter omnipotens, audacibus annue cœpti”, que viene a significar algo así como “Júpiter todopoderoso, mira a ver si me echas una mano, que me veo y no me veo”. Es una traducción libre. (Me encantó descubrir que la advocación de Júpiter viene del dios protoindoeuropeo Deius Piter, Deus Pater, Dios Padre. Está todo inventado).
La Eneida es un encargo político. Es una obra que imita descaradamente a la Ilíada y que pretende entroncar a la dinastía Julia, y de paso a toda la historia de Roma, con los mitos que molaban en la Roma clásica y en todo el Mundo Antiguo: la épica de Homero. En otras palabras, si no has estado en Troya, no eres nadie. Así que Virgilio se aplicó para componer un larguísimo poema épico que arranca con Eneas abandonando Troya, en una imagen que podría ser la portada de un best-seller: con su anciano padre, Anquises, a hombros y llevando a su hijo Ascanio, Iulus, de la manita, mientras Troya arde, sus muros se desploman y sus gentes son saqueadas, violadas y pasadas a cuchillo por las tropas aqueas, dejando lo justo para cuando llegue Schliemann con la piqueta a finales del XIX.
El caso es que muchos siglos después, los padres fundadores de los Estados Unidos de América se ven en el aprieto de crear protocolo, simbología, aparato abstracto, relato. Entonces diseñan el sello oficial, que por un lado pone E pluribus unum, y dijeron “hostias, qué guay, que tiene trece letras, como las trece colonias con las que hemos hecho esta revolución americana liberal y esclavista”. Pero había que buscar algo que poner en el reverso. Entonces dieron con un tipo que sabía de eso, un tal William Barton, que propuso “deus favente”. “Todo bien, señor Barton, pero ¿no tendría usted otro latinajo que significara más o menos lo mismo (o no, que aquí de latín vamos regulinchi) y que tenga trece letras? Es para demostrar al mundo que no creemos en supersticiones”. “Pues no, ahora no caigo”. Entonces Charles Thomson propuso “annuit coeptis”, que tiene trece letras y todo el mundo tan feliz. (Aunque luego escribieron annuit cœptis y se quedó otra vez en doce). Y tenía su punto porque, si te pones a mirar, la Revolución Americana triunfó también porque dios es grande, es decir, les favoreció de alguna manera, porque un poco chapucilla sí que fue. Y como prueba insoslayable tenemos ese enorme y bello país que conocemos como Canadá. En realidad, Annuit coeptis significa algo así como “está de nuestra parte” (Júpiter se entiende), “está con lo que emprendamos”, pero en el contexto debe leerse como “p’habernos matao”.
El día de Reyes estuve hipnotizada, como todo el mundo, siguiendo en las redes y hasta en televisión la epifanía de los tres reyes distópicos, viendo a aquellos hombres blancos, espoleados por otro hombre blanco al que le partía la tarde mancharse las manos de sangre, entrar como Pedro por su casa en uno de los recintos más vigilados del mundo para reventar el ritual democrático por antonomasia, el de reconocer el voto popular que inviste a un candidato como representante legítimo de un pueblo. Esa tarde se produjeron galerías de imágenes para la memoria de la infamia, combustible para memes para lo que queda de década (que es toda entera), pero hubo una de Win McNamee (para Getty Images) que me llamó particularmente la atención. Un muchacho joven y blanco (insisto en lo de blanco porque estoy segura de que si la gente que allanaba el Capitolio hubiera sido negra no hubieran pasado del primer tramo de escalinata) se descolgaba de un zócalo en el que se podía leer en letras capitales romanas ANNUIT CŒPTIS, o COEPTIS, no lo puedo saber porque justo ahí está el antebrazo del asaltante. La foto es irónica porque esta vez ningún dios, y mucho menos Júpiter, les ha favorecido en esta empresa grotesca. Pero sí nos conecta con esa imagen de larga decadencia en la que fue entrando el Imperio Romano desde el siglo III, cuando ya Virgilio era una referencia antigua, y los emperadores se dedicaban a hacer el cafre y a actuar en contra de los intereses de la ciudadanía romana creyendo que miraban por el suyo propio.
P’habernos matao.
En el libro IX de la Eneida, Ascanio, el hijo de Eneas – al que Virgilio hace apodar Iulus para sugerir al lector la idea de que es el antecesor remoto de la dinastía Julia–, en plena batalla contra los que habrán de ser sus aliados grita “Iuppiter omnipotens, audacibus annue cœpti”,...
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Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
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