VALERIANO BOZAL / HISTORIADOR DE ARTE
“Lo que había durante el franquismo era una actitud: ‘hagamos lo que podamos’”
Hedoi Etxarte 19/02/2021
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Supe de la existencia de Valeriano Bozal cuando mis padres visitaron, en 2015, la exposición Equipo crónica en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Bozal firmaba la apertura del catálogo y mi padre me pidió que la leyera. A él le había extrañado que yo no supiera quien era Bozal. Me explicó que se trataba de uno de los personajes más relevantes del arte de los setenta y los ochenta en Madrid. Mi padre estaba familiarizado con el trabajo de Bozal ya que las artes plásticas, la escultura y la crítica artística le apasionaban (pasó parte de su adolescencia en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona y le impactaron los ‘Encuentros de Pamplona’ entre los cuales estuvo Equipo crónica también).
A raíz del interés por aquella exposición supe que de alguna forma yo ya había enganchado con Bozal en la colección de “La balsa de la Medusa” (Machado Libros), sin saber que él era el editor. Gracias a ese proyecto editorial descubrí autoras con las que, desde entonces, camino (como Susan Buck-Morss o Judith Shklar).
El 27 de octubre de 2020 una ambulancia llevó a mi padre a Urgencias del Centro Hospitalario de Navarra por una neumonía consecuencia de la covid19. Estuvo en planta cinco días hasta que ingresó en la UCI. La víspera de su ingreso en UCI, por la mañana, mantuvimos la última conversación sosegada. Fue por teléfono, y le conté que en breve entrevistaría a Bozal. Él enseguida me describió el contexto y las conexiones de Bozal durante el largo final del franquismo. Recuerdo que se sucedieron nombres de publicaciones artísticas, académicas y políticas, nombres de personajes, siglas y lugares.
El 2 de noviembre sedaron a mi padre para intubarlo. Aquel lunes, en mi tercera visita al box número 7 de las UCI del hospital público Virgen del Camino, sólo supe llorar. A partir de aquel día, en cada una de mis visitas fui leyendo para mi padre y en voz muy alta, Crónica de una década y Cambios de lugar, dos libros en uno, ambos de Valeriano Bozal. Semanas atrás había pedido dos ejemplares: uno para mí, otro para mi padre. Lo hacíamos de vez en cuando, cuando las ganas no permitían que leyéramos el mismo libro consecutivamente. En esta ocasión, uno de los ejemplares se quedó en la mesilla del hospital, el otro estaba en la mesilla de mi casa.
Cada día, de los 47 días que estuvo sedado, le leí, en mi visita del mediodía uno o varios capítulos del libro. Mi hermano solía leerle, en euskera, las cartas que Rosa Luxemburg envió desde prisión a Sophie Liebknecht. Los capítulos en los que Bozal cuenta sus años de tránsito al mundo adulto fueron pasando entre las amables interrupciones de auxiliares y enfermeras, las noticias, los informes, los resultados de los escáneres y las analíticas. Entre las conversaciones con los médicos que, para su desgracia, poco podían decirnos porque poco o nada se había mejorado con respecto a la víspera. Y yo no dejaba de preguntarme dónde asentiría mi padre, dónde disentiría, dónde ampliaría, dónde se sorprendería. Pero, sobre todo, sentí que, de fallecer, me quedaría sin saber sobre sus propios años de formación. Aitor Etxarte Berezibar, mi padre, moría el 18 de diciembre a los 64 años, con un cuerpo que cuidó a diario y con toda una vida por delante.
Esta entrevista versa sobre el primer libro que le leí en voz alta, atravesando mascarillas FFP2 y ruidos de respirador mecánico, alarmas y alertas por bajadas de oxigenación o subidas de tensión. Le leí Crónica a diario antes de leerle, de principio a fin, el que sería el último libro de todos, la víspera y la mañana antes de morir: Harri eta herri (Piedra y pueblo, Susa 1964) de Gabriel Aresti.
Valeriano Bozal Fernández (Madrid, 1940) es historiador del arte, ha publicado más de una docena de libros (sobre enseñanza, arte del siglo XX, Goya) y ha participado en numerosos catálogos de exposiciones. Colaboró, entre otros, en la editorial Ciencia Nueva, próxima al PCE, con el recientemente fallecido Alberto Corazón; en la revista Artes y dirigió Nuestra Bandera, la revista del PCE. En esta conversación telefónica de mediados de enero de 2021 tratamos, en exclusiva, su último libro: Crónica de una década y Cambios de lugar.
¿Por qué decide hacer un libro tan distinto a todos tus anteriores y por qué decide hacerlo doble?
Te contesto a las dos cosas. ¿Por qué escribir algo tan alejado de lo académico? Por una cuestión sencilla, de impulso personal, de edad. Tengo 80 años. Cuando llega una edad, piensas un poco en lo que has hecho. En el pasado. Hay un elemento biográfico que lo impulsó. Luego hay otro elemento que, siendo personal, tiene también un carácter social o intelectual. Generalmente, todos los libros que se hacen de memorias en este país, que no son muchos, dan una visión muy triunfalista de la vida en la época de Franco, incluso de la lucha contra Franco. Me parece muy bien que lo hagan. Pero a mí me parece que la vida en la época de Franco era más compleja de lo que esos libros ponen de manifiesto. Así que no he hecho más que contar cómo vivíamos nosotros, los que éramos más jóvenes y que, aparte de ir a manifiestos, firmar panfletos, ser sancionados con multas, teníamos una vida más complicada, más compleja, una vida intelectual más amplia. Eso me movió a escribirlo. El libro está escrito a lo largo de varios años, no está hecho de una tirada. Por lo menos lo he trabajado unos cuatro o cinco años. He dudado mucho en publicarlo. Dudaba de su interés. Era una carpeta que tenía encima de la mesa. Y lo publiqué para librarme de la carpeta. Mi objetivo no ha sido corregir a nadie. Sólo he querido dar una imagen un poco distinta. La segunda cuestión es sencilla. En el curso de la redacción me di cuenta de que quería escribir la crónica de los sesenta. Pero al escribirla me iba directamente a los ochenta. Tuve la sensación de dejar las cosas a medias. Y decidí hacer un segundo libro. Pero, a la vez, el segundo no dejaba de ser una continuación del primero. Eran tres décadas que se sucedían. Lo que ocurre es que a finales de los setenta la vida se había transformado mucho. También la vida personal, yo dejé la enseñanza media. Por eso llamé Cambios de lugar a esa parte y lo redacté de otro modo. Los lugares académicos y las reflexiones están más presentes.
En los libros que ha editado hay dos pulsiones: la artística y la social. ¿De dónde nacen en usted esas dos pulsiones? Creo que su madre tiene algo que ver en lo artístico. El otro foco, el social, no sé de dónde viene.
La participación política no era desde la militancia, sino desde una actitud hacia la sociedad, ante la gente con la que se convivía
Esto es algo que no he decidido, las cosas se van poco a poco formulando, se decantan. Mi familia era una familia de profesionales. Mi madre, efectivamente, era la directora del Museo Arqueológico de Palencia y mi padre era médico. Yo vivía en una casa llena de libros y tenía una curiosidad intelectual grande. Si vives en el campo te interesan los bichos, si vives rodeado de libros, te interesan. Yo acompañaba a mi madre en sus viajes a ver el románico. Pero pensaba ser médico, no historiador del arte o algo por el estilo. Pero al final me interesaron más el arte y la filosofía que la medicina. Creo que no hubo vocación. Una palabra que no me gusta porque no estaba destinado a nada, se fue configurando con el tiempo. Luego estudié en el Ramiro de Maeztu, estuve interno y tuve mucha influencia de un profesor, Narciso Merino, de literatura. A mí me gustaba hablar de literatura y de arte, algo que en los cincuenta era extraño. Esto me movió a escribir y a interesarme por el arte. Y, a la vez, en casa, mis padres no eran gentes de izquierdas, tampoco de derechas, eran, digamos, de centro, pero mostraban un gran desprecio por los oportunistas, por la gente que se aprovechaba. En aquella época, el régimen había creado un sistema de corrupción y poder total y absoluto. Mis padres lo aborrecían, aunque no se opusieran. Vivíamos con desprecio a los uniformes, la iglesia franquista, el palio, los desfiles, los burócratas. La participación política no era desde la militancia, sino desde una actitud hacia la sociedad, ante la gente con la que se convivía. Eso, además, en las capitales de provincia como Palencia, donde vivimos del 45 al 55, era muy evidente. El caciquismo castellano, movido políticamente, era claro, su peso era muy fuerte y mis padres estaban en clara oposición. Eso me pasó a mi. Tuve siempre y sigo sintiendo ese rechazo por el ejército, los falangistas, los curas, los frailes… Por otra parte, en mi niñez fui a un colegio de frailes, al San Juan Bautista de Lasalle, donde nos pegaban. Debo decir que conmigo fueron cautos, quizá porque era el hijo del médico. Pero esa misma actitud de respetar al hijo del médico o al hijo del alcalde me parecía horrible. Recuerdo que en ese momento era muy orgulloso, y un fraile, el hermano Juan, me dio una bofetada en una ocasión y le dije que se acordaría. Después no pasó nada. Pero esa era mi actitud de soberbia ante aquel mundo. Yo no tenía un interés especial en hacer historia social, sí tuve interés por el arte y eso me llevó al tema de la Guerra Civil y la República. Yo tenía un tío que estaba exiliado, mi abuelo estuvo en la cárcel y murió. Entonces me puse a mirar el pasado de este país. Fue la razón por la cual redacté mi primer libro, aunque no fue el primero en publicarse. Era un buen lector de Machado o de Anatole France o de Knut Hamsun. El arte para mí era lo que vivía, me lo pasaba bien. Disfrutaba leyendo, viendo cuadros, esculturas, haciendo esas cosas, de ahí surge el interés por la sociedad. No por una decisión académica. Siempre he relacionado la literatura, el arte y la sociedad.
¿Por qué termina en los círculos del Partido Comunista? Estuvo en lugares relevantes.
En los años sesenta no milité en ningún partido, aunque la gente pensaba que lo hacía. Al final de los cincuenta y primeros sesenta yo tenía 19, 20, 22 años, era joven. Había empezado a escribir y a publicar. Mi primer trabajo pagado fue con 19, un artículo en la revista Acento. Con ese motivo, conocí a una serie de gente, entre otros a Pericás o Moreno Galván. Con Pericás tuve mucha amistad. Yo vivía en una zona de Madrid que era Manuel Becerra. Ahora está la M30, en aquella época era el Arrollo del Madrigal. Al otro lado estaba el barrio de la Concepción, que era donde vivía Pericás. Iba a menudo, caminando por Manuel Becerra, cruzaba el Arrollo y pasaba muchas tardes, charlábamos. Después lo detuvieron con Ibarrola y Simón Sánchez-Montero. Los metieron en la cárcel. Con Moreno Galván llevaba una galería que se llamaba Garro, era tienda de muebles a su vez. Íbamos a bares, hablábamos. La preocupación política surgía en las amistades y en las cuestiones intelectuales. Si hablabas de Plejánov o Lukács había que leer a Plejánov y Lukács. Siempre he procurado hablar de lo que leía. Si me hablaban de cosas que no conocía me lanzaba a leer. Fuera el tema que fuera: estructuralismo, lingüística, marxismo… que no había mucho, pero había. No he tenido maestro, como la mayoría, no es ningún honor haberlo sido, era lo normal de todos nosotros. Te preocupas por esas cuestiones y, poco a poco, se va tejiendo un sistema de ideas, de conceptos, de filosofía. Al meterte en ese mundo, hay reuniones de estudiantes, manifestaciones, el aspecto político surge de una forma absolutamente normal, sin forzar. Lo raro hubiera sido lo contrario.
¿Cómo era publicar durante el franquismo?
Si querías publicar en el franquismo, tenías que escribir en las circunstancias en que se estaba. No había otra posibilidad
Hoy día todo parece más complicado y difícil de lo que fue. No emplearé el término nosotros, hablaré por mí y diré que era sencillo. Si querías publicar en el franquismo, tenías que escribir en las circunstancias en que se estaba. No había otra posibilidad. Yo escribía artículos y procuraba publicarlos en las revistas en las que se podía. Eran distintas de como se piensan ahora. Por ejemplo, Acento era una revista del SEU, que suspendió el Consejo de Ministros porque estaba trufada de gente del PCE. Aulas era una revista del Movimiento. Artes, la única revista de arte, era una revista dirigida por dos mujeres que eran de la Sección Femenina, una de ellas era Belén Landáburu, que era procuradora en las Cortes. Publicábamos donde se podía, haciendo las cosas que podías hacer. De la misma manera que dabas un mitin o ibas a una asamblea en la universidad. La diferencia con la asamblea era que podías terminar detenido y con el artículo pues, a lo mejor, te lo censuraban. Pero se vivía como un “vamos a ver qué podemos hacer”. No es que hubiera una consigna. Lo que había era una actitud: hagamos lo que podamos. Pero tampoco escribías pensando en que te fueran a censurar. Se intentaba hacer todo lo que se podía. Después surgieron editoriales, Ciencia Nueva donde también estuvo Alberto Corazón con el diseño, por ejemplo, y la situación empezó a cambiar. Esa era la forma de vida que teníamos en ese instante. Lo que queríamos era poder escribir, manifestarnos, poder ser libres de alguna manera. Por eso, si podíamos publicar en un suplemento de diarios pues era mejor que en una revista minoritaria. Del 62 al 70 hubo mucha evolución. La sociedad española no fue siempre igual. Fue cambiando. Eso es lo más relevante, esa gran transformación, si no, no se entiende nada.
Quiero que me hable del mazazo electoral del PCE en el 77 y en el 79. En el libro no saca conclusiones claras sobre el impacto que tuvo en las personas vinculadas al partido, pero sí que da la sensación de que aquellas elecciones arrasaron con décadas de resistencia y organización.
No lo digo claro en el libro porque no lo tengo claro. Si lo tuviera claro lo hubiera dicho. Con respecto a los grupos minoritarios, los radicales de izquierda, sabía que con esos planteamientos no tenían salida, que la sociedad no iba por donde ellos iban. Pero lo del PCE era distinto, tenía una base de militantes grande, muchas células, implantación en todos los territorios. ¿Por qué el PCE tuvo tan malos resultados? Apunto alguna cuestión en el libro. Creo que la represión franquista tuvo sus efectos. La gente estuvo asustada. Y el comunismo se demonizó y la gente, los votantes, no querían volver a una situación de enfrentamiento, de nueva guerra civil. Además, los aparatos de Estado (policía, ejército, judicatura) seguían siendo franquistas, tenían ese poder físico como demostraron con el golpe de Estado del 23F. Pero bien, las dos derrotas electorales influyeron de manera decisiva en el PCE. Hizo que el partido se volviera sobre sí mismo. Nunca hizo un análisis exhaustivo de por qué había pasado eso. Vivía en un mundo que no era el mundo político real y divagó hasta su propia desaparición. Aunque queden restos. Hace mucho que dejó de ser el partido hegemónico de la izquierda como en el franquismo. Ahora es un resto dentro de una pequeña coalición. No me atrevo a dar una explicación muy somera. Recuerdo que hice una entrevista a Carrillo para Nuestra Bandera tras la derrota electoral y Carrillo no contestaba a nada de lo que le preguntaba. Salí enfadadísimo de la entrevista. No respondía a nada. A nada. A eso hay que añadir un problema internacional: todo el comunismo se vino abajo en los setenta-ochenta y eso influyó decisivamente. Mucho más gordo que lo del PCE fue lo del PCI que era el modelo que se podía seguir y que ha desaparecido por completo. No soy un politólogo, no me atrevo a dar conclusiones. Me limito a dar sugerencias que, posiblemente, estén equivocadas.
¿Qué lugar tienen las artes plásticas y el marxismo para usted hoy: es un producto de la historia o es transhistórico?
Tengo una doble consideración del arte: creo que es un producto de la época que lo produce y, a su vez, es un producto transhistórico. Es una cosa que dice Marx en la Contribución de la crítica de la economía política, parece mentira que en un libro así hable de cosas como ¿por qué nos gusta la cultura griega? Por un lado, no se explica la cultura griega sin la esclavitud, la situación de la mujer, los mitos. Pero a la vez, aunque no estés metido en eso, hoy día sigues disfrutando de esas obras. Esto pasa con todo. El arte tiene permanencia, pero solamente se puede crear en una situación histórica determinada y con unos rasgos que hacen referencia a la situación. Mi opinión sobre los constructivistas soviéticos es similar a la que he formulado sobre Grecia: no se pueden entender a Tatlin o Melnikov sin entender la revolución de 1917 y la creación del hombre nuevo. Si no lees a Trotski, Bujarin y al propio Lenin en algunas ocasiones, no entenderás del todo a Tatlin o Melnikov. Pero puedes considerarles y te pueden abrir mundos y espacios, ámbitos de comprensión, aunque haya pasado el tiempo y aunque no estén vigentes en el comercio, en el periódico, aunque no sean de actualidad. Esa es la diferencia entre el arte y lo pseudo-artístico. El segundo no perdurará. Lo artístico sigue generando emociones, sigue dando una imagen de las cosas y de nosotros mismos, nos ayuda a comprendernos. Lo que yo no creo, y me diferencio del sociologismo ingenuo, es que la obra de arte sea una imitación de la realidad histórica. Creo que no se entiende sin el marco histórico. El historiador debe recrear ese marco pero la obra de arte no reproduce el marco histórico. Si se dedica a eso, pasa a ser, no quizá despreciable, aunque sí un producto con fecha de caducidad. Sin el marco es difícil comprender el arte conceptual, el figurativo actual, sus características, el constructivismo… El historiador tiene la obligación de explicar el marco histórico para ubicarlo. Al igual que nuestro comportamiento sólo tiene sentido en un marco histórico concreto, pero no porque imitemos, o por azar. Sino porque da sentido a nuestras manifestaciones, nuestros trabajos. Por eso tiene vigencia el arte: hay progreso y no hay progreso, a la vez. Es una característica del arte, la literatura, el cine, la poesía.
Le haré la pregunta desde otro lugar. ¿Qué lugar podría ocupar hoy el marxismo para usted? ¿La colección de “La balsa de la Medusa” tiene vocación de responder a eso, a su evolución? ¿Vertebra de algún modo su manera de pensar el marxismo? ¿Son recuerdos de infancia?
Una de las luchas fundamentales del comunismo era el reparto de la riqueza, para que la gente fuera más digna. Pues bien, eso no se ha logrado, bien al contrario
Me parece que en el libro digo algo de eso. Lo que ocurre es que lo digo parcamente, no quería ser prolijo. Creo que aquellas lecturas que hice en mi juventud son lecturas de clásicos. Los sigo leyendo como clásicos. En aquella época los leías para discutir, para debatir. Ahora los lees para reflexionar. Sigo pensando que, en el fondo, la teoría del valor de Marx es una teoría aceptable que, lo que hay que hacer es cambiar algunos aspectos. El problema de la pobreza y de la precariedad, por ejemplo. Ahora leo a Piketty, me interesa, no lo veo como alguien contra Marx, aunque no maneje sus categorías. Esa es mi actitud. Sigo pensando que la lectura de Eco es una lectura imprescindible. Que la crítica de Eco a Hemingway o a los cómics están muy vigentes. Tienen casi una vigencia, más que política, intelectual. No creo que todo aquello haya sido inútil ni gratuito, sino todo lo contrario. Es lo que nos ha formado, es lo que a mí me mantiene y me dice que el mundo debería ser un lugar mejor. A la vez, tengo la sensación de fracaso, porque algunas de las cosas, las esperanzas que tenías no se han producido. Pero no me refiero a esperanzas revolucionarias, nacionalizar la banca y esas cuestiones. Me refiero a cambios más leves de justicia social. Siempre he pensado que una de las luchas fundamentales del comunismo era el reparto de la riqueza, para que la gente fuera más digna, más feliz. Pues bien, eso no se ha logrado, bien al contrario, el capitalismo y el liberalismo aumentan la pobreza. No parece que haya una salida. Ahí soy bastante negativo, creo que ya no veré una sociedad distinta de la que he visto. Está todo muy cerrado. Veo que los movimientos más radicales han desaparecido, en muchos casos por sus propias incapacidades. El problema del estalinismo es un tema mucho más grave que la Unión Soviética. Es una cuestión que afectó a muchas sociedades de muchos lugares. No veo nada que lo sustituya. Y veo que lo único que parece que queda es luchar por el Estado de bienestar. Intentar impulsar pequeñas mejoras, pequeños desarrollos. Pero esa sociedad mejorada creo que no se va a alcanzar. Por ningún lado. Habría que dejar de mirar esa utopía del siglo XX y mirar a otra. No soy quién para decir nada al respecto. Soy mayor, soy un viejo, sólo puedo considerar lo que hay y elegir lo que me parece lo mejor.
Quiero que presente su colección, “La balsa de la Medusa”. No sé si es el proyecto en el que más ha estado además de su carrera docente.
Inicialmente empieza de manera muy sencilla. En los primeros libros, en los folletos, solíamos decir que queríamos ofrecer textos que en castellano no existían o estaban mal traducidos. Textos clásicos, importantes. Por otra parte, quería volver con cierta actitud académica a una forma de ver el arte que tuviera en cuenta las obras. Es la razón por la cual me interesaba Michael Fried o el Kant de La crítica del juicio. Porque pensaba que si eso se había perdido no fue por el marxismo sino, en buena medida, por los estructuralistas, por la escuela francesa. Ese fue el origen de la colección, pero, naturalmente, el panorama editorial ha ido cambiando. Además hemos introducido a autores españoles de calidad, al margen de si yo estaba de acuerdo con ellos. Últimamente he dado la mano a ciertas estéticas que en España se conocían mal, como la estética analítica y a un tema que a mí me ha interesado desde siempre pero que ahora me interesa más, por la situación historia: el tema de lo grotesco. En las últimas publicaciones de “La balsa” hay varios libros sobre esto. En cierta medida nuestro país es bastante grotesco, vivimos en un mundo que también lo es. Es cerrado. Esa especie de lucidez me interesa, es sobre lo que estaba trabajando. Es la línea que estamos abriendo. Es una apuesta, a lo mejor, equivocada o arriesgada pero me parece que ser lúcido es una de las pocas cosas que intelectualmente nos queda por delante.
Tengo la sensación de que para la aportación que hace “La balsa” tiene poca presencia en librerías y medios, no sé qué tal facturará.
El mundo editorial está dominado por dos, tres grupos, fundamentalmente por dos: Penguin Random House y Planeta. Y, poco a poco, otras editoriales medianas y pequeñas han ido tomando posiciones. Pero esas pequeñas, a su vez, han sido absorbidas por estos grandes grupos de nuevo. Y los medios de información están, en buena medida, movidos por estos grupos, no hay más que mirar los suplementos culturales. Por eso, una colección como “La balsa”, que edita ensayo que no es de actualidad periodística y, por otra parte, que la editorial Machado no tiene capacidad económica para apostar como lo hacen los grandes grupos, pues la cosa está complicada. Vamos como se puede. La editorial funciona porque los que estamos en ello, dos o tres personas, hacemos lo que podemos, de forma muy limitada. Nos gustaría hacer más pero no tenemos fuerza para ello.
Quiero terminar con una consideración geográfica. Me ha sorprendido, en el libro, la presencia que tienen Valencia, País Vasco Sur y Cataluña en el libro. Que desde Madrid se escriba así, aunque sea una crónica.
Contesto muy rápidamente. Es una cosa natural. Yo trato con la gente de Valencia, del País Vasco, de Barcelona y de Galicia. Es natural que hable de eso. En el libro hablo de aquello de lo que trato. No es un libro de historia. Siempre he tenido muy buenas relaciones con todos esos lugares. Ahora que me lo preguntas, me llama la atención.
Supe de la existencia de Valeriano Bozal cuando mis padres visitaron, en 2015, la exposición Equipo crónica en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Bozal firmaba la apertura del catálogo y mi padre me pidió que la leyera. A él le había extrañado que yo no supiera quien era Bozal. Me explicó que se trataba...
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Hedoi Etxarte
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