MARCOS GARCÍA/ EXDIRECTOR DE MEDIALAB PRADO
“En nuestras ciudades no necesitamos millas de oro sino más lugares de encuentro para la experimentación”
Aurora Fernández Polanco 24/02/2021
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Marcos García presenta Medialab Prado en la ciudad de Monterrey en agosto de 2020.
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Tengo a Marcos García (Madrid, 1974) frente a mí con la luz de la Sierra de Guadarrama al fondo. Lo he sacado del centro de Madrid y charlamos voluntariamente en el seminario de historia, en una Facultad de Bellas Artes casi desierta en medio de la pandemia. Allí nos conocimos hace más de 20 años. Marcos no ejerció nunca el oficio de artista. Empezó a trabajar en Medialab-Prado en 2003 y entró en contacto con la cultura hacker, los hacklabs, las prácticas híbridas que conectan arte, ciencia, tecnología y sociedad. Recuerdo que ya por entonces quería inocularme el veneno del procomún, hasta el punto de realizar su trabajo de investigación predoctoral sobre “Nuevas instituciones de lo común”. Para mí siempre ha sido un ejemplo de lo que hoy se puede conseguir al estudiar esta carrera que antes “no servía para nada”. Se lo digo cada año a mis estudiantes: más allá de producir obra y dedicarse al proyecto expositivo (que sí sirve para algo), se puede llegar a ser director artístico del Medialab, o llevar un grupo de pastores a la Documenta de Kassel en el marco de proyectos agroecológicos; encargarse de gestionar huertos urbanos; o de los mercados financieros de cereal; puedes organizar talleres sobre identidad sexual y de género para estudiantes de bachillerato o involucrarte en los saberes comunes y la mediación educativa con comunidades rurales. Si algo tiene de bueno trabajar duro en esta carrera, es la posibilidad de poner en marcha una imaginación radical, algo muy alejado (y en contra) de la tan cacareada “creatividad” que el sistema del capital demanda a los jóvenes para que se reinventen. Marcos hace tiempo que vive en el siglo XXI, que es donde han empezado a pasar en serio estas cosas de no creer en la consabida separación entre cultura y naturaleza, bellas artes y artes aplicadas, lo simbólico y lo práctico. Como nos ocurre a muchas, mi interlocutor piensa que la cultura no es asunto de un ministerio, ni de una sección especial en un diario; que hoy todo se interpenetra, y los productos que alimentan el alma no se conciben en modo alguno alejados de la vivencia material del día a día. Hoy, en plena crisis de cuerpos dañados (incluido el de la tierra), ha de atravesar como una flecha en zigzag todos los dominios de nuestra existencia.
Estamos muy preocupadas por el futuro del Medialab Prado; parece que la “milla de oro”, ahora desierta por la pandemia, os desplaza ¿qué opinas de tanto despropósito, de haber sido cesado de una institución que en 2016 recibió el prestigioso Premio ECF Princesa Margriet de Cultura de la Fundación Europea de la Cultura y hoy está a punto de ser laminada con el propósito de hacer un hub para industrias culturales, un “observatorio” de ellas? ¿Qué habrán querido decir cuando se refieren a “refrescar” el proyecto?
Yo tenía algo de esperanza en que mi salida de Medialab pudiera significar una evolución del proyecto que partiera de lo construido para llevarlo a lugares más ricos y complejos. Desde luego se dan las condiciones para ello, ya que Medialab cuenta con un modelo de funcionamiento abierto a la participación de cualquiera que se ha ido perfeccionando a lo largo de los años. Hay un gran número de usuarios, colaboradores y grupos de trabajo que se reúnen todas las semanas para desarrollar proyectos que buscan mejorar la vida en la ciudad. Todo esto continuará de una u otra forma.
También cuenta con un equipo extraordinario de profesionales que han contribuido a hacerlo posible gracias a su implicación y una identificación muy grande con su modelo de funcionamiento. ¿Por qué esta identificación? Porque en nuestro trabajo de gestión cultural, con cada actividad, taller de producción, con cada grupo, hemos sentido que estábamos contribuyendo a mejorar la vida de las personas y de la ciudad. Una de las expresiones más frecuentes que hemos podido leer en las reacciones a mi salida del centro es “Medialab me cambió la vida”. Creo que esto se debe a que Medialab cubre una función poco habitual en las instituciones públicas, más orientadas a la transmisión de servicios, información o contenidos (conciertos, exposiciones, conferencias…) que, como sucede en Medialab, a habilitar lugares de encuentro para la experimentación y la producción colaborativa de proyectos culturales. Me temo que un hub de industrias culturales es otra cosa.
Las instituciones modernas dicen que acumulan conocimiento especializado para el enriquecimiento de la vida cotidiana. Tienen ministerios y departamentos, concejalías que se dedican a esas grandes palabras: ciencia, cultura… que administran siempre en esferas separadas. Tienen también presupuestos propios e intransferibles. ¿Dirías que el proyecto del Media Lab y los laboratorios ciudadanos se han propuesto hacer saltar estas esferas de tradición moderna en mil burbujas donde trabajan jóvenes en alianzas transversales: entre la biología, la antropología cultural y la teoría feminista; entre la arquitectura, la pedagogía y la ingeniería agraria?
Creo que los laboratorios ciudadanos más que plantear una nueva configuración de los campos del conocimiento proponen espacios en los que puedan relacionarse entre sí. Ofrecen lugares de encuentro en los que personas con diferentes saberes, grados de especialización y tipos de experiencia puedan interactuar de maneras significativas. La experimentación y el prototipado colaborativo han mostrado ser una buena oportunidad para que gente que proviene de mundos distintos, y que antes no se conocía, se junte para desarrollar proyectos sin la presión de tener que obtener un resultado determinado. Un laboratorio ciudadano permite que personas que tengan determinadas ideas o propuestas puedan encontrarse con otras que quieran colaborar en hacerlas realidad. Las iniciativas son muy diversas: un biodigestor para transformar los residuos orgánicos de una familia en metano para cocinar, la traducción de un libro, diseñar juguetes, aprender a programar, tejidos experimentales, visualizaciones de datos de la calidad del aire o las migraciones, o redactar nuevos artículos en Wikipedia. Las propuestas iniciales son solo puntos de partida. Las contribuciones de los colaboradores, los errores y los hallazgos inesperados llevan a los proyectos a lugares no previstos.
Los ámbitos de la cultura y del arte ofrecen un contexto ideal para conectar mundos distantes, para probar modos de hacer y para la experimentación. Un lugar en el que el error es bienvenido y que no opera bajo una razón instrumental, ni bajo una lógica de eficacia predefinida de antemano. Dar un rodeo puede llevar a situaciones significativas que simplemente seguir el camino más rápido. Creo que en nuestras ciudades no necesitamos “millas de oro”, sino más lugares de encuentro para la experimentación.
Me decías antes que una de las cosas que más te habían apasionado en estos años ha sido tratar de juntar la producción de comunidad con la de conocimiento.
En Medialab-Prado cada nuevo proyecto supone la creación de una nueva comunidad de aprendizaje y de práctica. Hacer algo juntos implica aprender a hacer algo juntos. Así que no se trata solo de intercambiar conocimientos para dar forma a un proyecto. La cooperación implica un proceso de aprendizaje que solo puede darse en la práctica. No hay tantos lugares donde esto sea posible. En general se acostumbra a separar los lugares de convivencia de los de aprendizaje que suele considerarse más un asunto individual. Pensemos en la arquitectura de los centros educativos. Por un lado, está el aula donde el conocimiento se adquiere de manera individualizada; y por otro están el patio o la cafetería donde se socializa y se juega. ¿No tiene más sentido crear lugares en los que se mezclen los dos, en los que el conocimiento no sea algo abstracto sino ligado a la vida, a la convivencia, al juego, al placer y a lo inesperado?
En realidad, se trata de recuperar las formas tradicionales de organización del procomún y confiar en la capacidad de las personas para producir y cuidar los recursos comunes a la vez que se hace sostenible a esa comunidad que los gestiona.
Lo común desde lo público; es bien interesante. ¿Y esto, en lo que se refiere al Medialab, es lo que pretenden desmontar después de años de producir prácticas prototipables y replicables en todo el mundo?
Promover lo común desde lo público tiene que ver con llevar a cabo políticas públicas que no vean a los ciudadanos solo como espectadores o receptores de servicios previamente diseñados, sino como agentes de cambio con capacidad de autoorganización.
Creo que la pandemia y otros desastres, como ha ocurrido con la nevada Filomena, hacen evidente la necesidad de instituciones que faciliten que la gente se pueda organizar para mejorar la situación. Esto no significa que la administración pública delegue sus responsabilidades en los vecinos. Significa que las instituciones públicas no pueden con todo. Que la salud, la educación o la cultura no son meros servicios, sino bienes que hay que cuidar entre todos. Desde hace años, el modo de funcionamiento de Medialab permite cierto grado de autoorganización y ha sido probado con éxito en diferentes contextos por organizaciones de todo el mundo. Durante el confinamiento, junto al Ministerio de Cultura, se puso en marcha el proyecto “Laboratorios ciudadanos distribuidos” con el objetivo de que cualquier persona u organización interesada pudiera montar un laboratorio ciudadano en cualquier parte del mundo para facilitar la innovación ciudadana de proximidad y la cooperación a distancia.
Medialab-Prado es un proyecto de largo recorrido que abarca seis mandatos y ya solo por ese motivo creo que es algo que hay que cuidar. Pedro Corral, concejal de Cultura en 2014 decía “Si funciona, no lo toques”. Llama mucho la atención que no se haya compartido un diagnóstico de la institución y que para “refrescar” el proyecto se proponga un hub de industrias culturales, un modelo más propio de los años 90 y primeros 2000 cuando en el Reino Unido se hablaba de las “industrias sin humo”, pero que ahora ha caído en desuso. Solo hay que ver cómo en las convocatorias europeas la denominación industrias creativas y culturales ha ido desapareciendo.
Pero, sobre todo, sorprende que en 2019 no renovaran el acuerdo con Factoría Cultural, una iniciativa privada alojada en Matadero desde 2014 que se definía justamente como un hub de industrias culturales. Este proyecto ha derivado en otro denominado Factoría de industrias creativas, que funciona como una plataforma online. Llama la atención que el Ayuntamiento quiera competir con esta iniciativa privada y que lo haga desde el Área de Cultura y no desde la de Economía que es la que tiene las competencias para el impulso económico de la ciudad. Creo que las políticas culturales deben reforzar la experimentación y la investigación básica, y dejar el fomento del emprendimiento y de la creación de empresas a quienes tienen los conocimientos y las competencias para ello.
Tengo a Marcos García (Madrid, 1974) frente a mí con la luz de la Sierra de Guadarrama al fondo. Lo he sacado del centro de Madrid y charlamos voluntariamente en el seminario de historia, en una Facultad de Bellas Artes casi desierta en medio de la pandemia. Allí nos conocimos hace más de 20 años. Marcos no...
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Aurora Fernández Polanco
Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.
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