Cada año aparece una nueva promoción. Son abogados, economistas, médicos. Entran taciturnos. Les están esperando con los brazos abiertos. En el primer trabajo bromean con ellos. Les tratan de novatos. Les gritan y ridiculizan sus indecisiones. Al poco nace el cariño. Se ríen de sus errores. Preguntan por sus novios o novias. Por la fecha de la boda. Por el niño. Por las vacaciones. Se aconsejan sobre máquinas y restaurantes. Comparten experiencias satisfactorias. Van a sus bodas y entierros y operaciones. Ríen y se alegran cuando se encuentran en un supermercado. Hablan en voz alta y en tono jocoso. Aluden a un informe o a un suceso divertido. Se despiden. Quedan entre semana. Juegan con balones y, tras el partido, sienten el cosquilleo de la amistad, del amor. Desnudos, en el vestuario, entre gritos y risas, comprenden su sitio en el mundo. Es un lugar hermoso. Un sitio en el mundo. Siempre es cálido y siempre había estado ahí. Solo había que rasgar la cortina. Hasta el año siguiente, que aparece una nueva promoción. Son abogados, economistas, médicos.

Nosotros también somos abogados, economistas, médicos. Pero no aparecemos cada año. No somos una promoción. No somos constantes, como un reloj. Sino como una goteo irregular y siempre al límite de interrumpirse. Cada uno de nosotros cuesta muchos años. Cientos de años. Varias generaciones. Somos el lujo de los objetos costosos y sin lujo, ni precio, ni demanda, como las estalactitas. Más que aparecer, por tanto, surgimos. Es improbable haberlo hecho. No deberíamos haber surgido. Somos una alineación de planetas que se produjo, y que a nadie importa. Somos casos particulares, anécdotas. No nos esperan con los brazos abiertos. Porque, sencillamente, no nos esperan. No sabían de nosotros. Creían que no existíamos, o que comíamos cosas diferentes. En el primer trabajo bromean con nosotros. Es nuestra elección seguir el itinerario posterior. Cada día, elegimos. Lo que imprime otros movimientos y otras expresiones. No lo queremos, pero tenemos una suerte de deber, otro recorrido. Intentamos no decir nada. Se dan cuenta.