LA LECTORA COMÚN (XIII)
Leer a Carmen Martín Gaite
Cientos de lectoras descubren en la escritora y ensayista la voz de sus abuelas o de sus madres, la voz de una amiga de toda la vida
Carmen G. de la Cueva 13/03/2021
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Desde 2016, coordino un club de lectura feminista que lleva por nombre La tribu. Casi siempre, hasta que la pandemia nos ha negado esa posibilidad, las sesiones han sido presenciales. En los saloncitos de algunas librerías independientes de toda la geografía española nos hemos juntado diez, quince, hasta veinte lectoras en torno a una botella de vino y unos vasitos de plástico –a veces, hasta había bizcocho y galletas caseras– para comentar un libro siempre escrito por una autora. Lo que tiene hablar sobre un libro que cuenta nuestra historia es que los pasajes de esa otra vida se mezclan con la vida propia y si una está comentando la apasionada y tóxica relación de Vivian Gornick con su madre en Apegos feroces, acaba hablando de su propia madre y, por ejemplo, de la terrible ausencia que supone haberla perdido siendo niña o, por el contrario, del insoportable peso de sus llamadas quejumbrosas al final del día.
He estado en sesiones que parecían no acabar nunca porque una se pone a tirar del hilo de la historia y se enreda de tal manera que te dan las diez de la noche hablando de cómo tu abuela extendía la masa de los pestiños sobre la mesa de la cocina y te pedía que la aplastaras con el rodillo con toda tu fuerza. Algo así ha sucedido este mes en el club de La tribu. Ciento seis lectoras leyendo simultáneamente El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite. Para poder hablar con calma y sosiego, hay varios grupos y nos juntamos entre veinte y cuarenta en cada uno y, con toda la timidez y el entusiasmo del mundo, nos entregamos a la pantalla y nos vemos así en pequeños cuadraditos borrosos. Es hermoso compartir la intimidad de los salones, de las cocinas y de los pequeños cuartos propios de las lectoras. Yo intento mirarlas a todas a la vez, algunas con sus bebés en el regazo, otras con sus gatos caminando sobre el teclado. Nosotras también somos ventaneras, como diría Martín Gaite. Veinte, treinta, cuarenta ventanas abiertas al mundo. Ahora las ventanas no miran a la calle sino a la vida de las mujeres que la pandemia ha vuelto a confinar en las casas. De las ciento seis personas que hay en el club, por si se lo preguntan, ciento cinco son mujeres.
Yo misma, cuando pienso en libros feministas, en vidas de mujeres, siempre me voy a las autoras anglosajonas
En estos cinco años de club, nunca habíamos leído a Carmen Martín Gaite y pensé que había llegado el momento. Yo misma, cuando pienso en libros feministas, en vidas de mujeres, siempre me voy a las autoras anglosajonas, a libros que se han editado recientemente. Me he olvidado estos años sin querer de Martín Gaite, de Carmen Laforet, de Ana María Matute, de Mercé Rodoreda, de Elisabeth Mulder, de Rosa Chacel, de María Zambrano, de Matilde Ras, de María Teresa León, de tantas y tantas autoras españolas del siglo XX que han hablado de nosotras. Apenas hemos leído a Elena Fortún, a Luisa Carnés y a Concha Méndez. No entiendo cómo hay lectores que cuando les preguntan por libros escritos por mujeres se quedan en blanco. Hay tantos, decenas, centenas, miles de libros escritos por mujeres que podríamos leer en el club que tengo la esperanza de que no acabemos nunca y que pasen los años y sigamos juntándonos así para conocer nuestra genealogía.
Decía que habíamos leído El cuarto de atrás y mi sorpresa ha sido enorme porque apenas tres o cuatro lectoras de cada grupo la conocían y la habían leído. Las demás llegaban a ella por primera vez. Intento hacer memoria y no recuerdo quién me habló por primera vez de Carmen Martín Gaite. No la leí en el instituto, no estaba en el programa, tampoco la leí en la carrera de periodismo ni en el posgrado de literatura comparada. Durante mi formación académica, nadie me ha hablado de ella ni como novelista ni como ensayista ni como articulista. Algunas de las lectoras del club me confesaban que justo la habían conocido hace algunos meses porque, en otros clubes de lectura, habían leído Nubosidad variable o Entre visillos, y se habían enamorado perdidamente de su escritura. Un par de ellas habían leído tan solo Caperucita en Manhattan siendo adolescentes y ni siquiera asociaban El cuarto de atrás con ese cuento fantástico sobre una niña perdida en la gran manzana. Las sesiones han coincidido con el documental que estrenaron en Imprescindibles de La 2 sobre ella “La reina de las nieves” y eso ha ayudado en cierta manera a contextualizar la obra y la vida de la autora, a ponerle rostro, voz y cuerpo.
Como moderadora del club, me toca estar en todas las sesiones y, este mes, creo que he pasado algo más de seis horas hablando sobre Carmen Martín Gaite. Antes de dar sus impresiones sobre el libro, cada una de las lectoras ha contado lo que sabía de la autora, cómo había llegado a ella, su pequeña historia personal. Escuchándolas hablar con tanta pasión y frenesí, me acordaba de algo que escribió la propia Gaite en su ensayo Desde la ventana. Enfoque femenino de la literatura española: «Conocemos a muchos lectores que, antes de recomendar un libro que les ha impresionado, nos cuentan con deleite la historia de cómo se toparon con él, historia ya ligada de forma inseparable a los comentarios provocados por su lectura. Generalmente, como ocurre en la recapitulación de una aventura amorosa, lo que ponen de relieve estos narradores es el acontecimiento como estímulo. Notan que les ha pasado algo diferente, que han descubierto la voz de un amigo nuevo y al mismo tiempo de toda la vida. Pero, más que nada, que les habla directamente, que les ha llovido de no se sabe dónde para sacudir la apatía y quebrar la soledad de unas horas desaprovechadas, átonas, sin horizonte. El deslumbramiento del lector ante ese texto que cae en sus manos milagrosa y casualmente, en el momento más oportuno para recibirlo, proviene de eso: de que le ha hecho sentirse destinatario y cómplice de un mensaje que se diría dedicado en exclusiva a él, que se adapta como un guante a su piel de ese día». No hay palabras más certeras para describir lo que han sentido las lectoras al descubrir en Carmen Martín Gaite la voz de sus abuelas o de sus madres, la voz de una amiga de toda la vida.
A mí esto me emociona, de verdad. Estos ratitos del club, de alguna manera, me salvan. Llega la hora, me meto en mi cuarto propio compartido, cierro la puerta y me entrego a unas desconocidas que siento que son amigas de toda la vida. La intimidad y la confianza que se puede llegar a generar en un club de lectura feminista es algo que solo sabemos las lectoras. Es un pequeño secreto. Muchas veces a lo largo de todos estos años me han afeado y cuestionado la creación del club, la pertinencia de leer solo a mujeres, y yo he defendido precisamente la búsqueda del espacio y el tiempo propios, la necesidad de bucear en nuestra genealogía y hacer sitio a tantas y tantas autoras que siguen perdidas, olvidadas como si fueran islas a la deriva. El club de lectura es también un espacio de reivindicación política. Reivindicamos el nombre y la obra de las autoras y también la búsqueda de ese lugar en el que ser nosotras mismas, solas, sin exigencias ni obligaciones.
Estos días hemos hablado, por ejemplo, de por qué es tan difícil encontrar la obra de Carmen Martín Gaite en las librerías, por qué casi siempre hay que recurrir a las librerías de viejo y hacer un ejercicio detectivesco de búsqueda. Por qué, si fue reconocida en vida con algunos premios importantes –Premio Nacional de Literatura, Premio Nadal, Premio Príncipe de Asturias, Premio Nacional de las Letras, Medalla de Oro del Círculo de Bellas Arte– y vendió miles de ejemplares –mi edición de Nubosidad variable, por ejemplo, es la decimoquinta edición, es decir, desde 1992 hasta 2015 se imprimió quince veces–, no ha estado en los programas educativos hasta 2019, apenas la encontramos en las librerías, por no decir que la mayor parte de su obra ensayística está descatalogada y así no podemos leerla. No puede ser algo casual. Una y otra y otra autora descatalogada, perdida, borrada, olvidada en una librería de viejo hasta que una lectora quizá también perdida la encuentre y se la lleve a casa.
La hermana de Martín Gaite, Ana María, encontró en su casa de El Boalo, en la Sierra de Guadarrama, un cuaderno con los diarios que escribió cuando estuvo en Nueva York dando clases en el Barnard College. Visión Nueva York fue publicado en 2005 en una edición facsímil por Siruela y Círculo de Lectores que es hoy prácticamente inencontrable. En él, hay una página con una ilustración de una portada de Un cuarto propio (1929) de Virginia Woolf a la que le sigue este texto manuscrito: «Aquí a la gente le extraña bastante que yo haya traducido To the lighthouse de la Woolf. Me acuerdo de todas las horas que le dediqué en El Boalo a esa traducción, de las resonancias que allí, en el despacho de papá, me traía el texto. Ahora (hace solo mes y medio, también el otro día en el Rizzoli) he comprado A room of one's own, que he terminado de leer este fin de semana en New Haven y que me congracia con la Woolf ya definitivamente. Porque ella, como yo, entendía de interiores de “todo lo bueno que se cocía en la cocina”, como me dijo Celso en aquel telegrama que me mandó desde no sé dónde cuando me dieron el Nadal por Entre visillos. Me pasé el verano traduciendo a la Woolf en El Boalo y el otoño lo he recibido en New Haven, con calor, bañándome en la piscina de los Durán y, en los ratos libres (ya en el viaje New York–New Haven) a vueltas con el libro cuya portada he dibujado más arriba lidiando con las reflexiones que me deparaba».
La lectura de Un cuarto propio de Virginia Woolf le impactó tanto a Martín Gaite que cambió su manera de ver la literatura escrita por mujeres
Carmen Martín Gaite llegó a Un cuarto propio de Virginia Woolf en 1980, cincuenta y un años después de que se publicase el libro. Su lectura le impactó tanto que cambió su manera de ver la literatura escrita por mujeres y fue, seguramente, el hilo del que tiraría para escribir algunos años después su ensayo Desde la ventana. En el prólogo de este libro, confiesa que nunca le había preocupado la cuestión de si las mujeres tienen un modo particular de escribir que pueda dar lugar a un tratamiento crítico también particular de su obra. Aquel año vivió completamente sola en un apartamento sin tener que dar cuentas a nadie de lo que hacía con su tiempo libre, sin tener que cuidar de nadie e intentando lidiar con una soledad desacostumbrada. «El libro», escribe, «lo había comprado en una librería de la Quinta Avenida, no sólo por el título, que me pareció sugerente, sino también por lo llamativo de la portada. Se ve una butaca verde, y, plantada delante de ella con su sombra negra detrás, una estilográfica gigante en tonos verdes y amarillos». A pesar de haber traducido a Virginia Woolf, desconocía ese libro, nadie le había hablado de él.
De repente, había pasado la tarde, anochecía al otro lado de la ventana y las luces de las farolas estaban encendidas ya. Las cuatro paredes de su apartamento ya no se le caían encima, sino que la arropaban maternalmente. «Nunca como aquella tarde me he dado cuenta del privilegio que supone para una mujer tener un cuarto sólo suyo y habitarlo como liberación, no como encierro». Aquel libro la llevó a pensar que había otra manera de escribir, que el tono de Woolf estaba lejos de la pedantería que se les daba a esos temas en el mundo académico. Cuando cerró el libro, tuvo la intuición de que un hombre nunca se habría enfrentado de aquella manera a ese tema. «¿Pero en qué consistía esa manera? Para mí misma resultaba difícil justificar aquella intuición y mucho menos convertirla en teoría. Y, sin embargo, la pregunta se me había formulado, arrancaba del libro de Virginia Woolf y quedaba flotando en el aire».
Cuando una lee a Carmen Martín Gaite, tiene una intuición parecida, hay algo en su tono, en el discurrir de sus palabras que recuerda a la manera en que nuestras abuelas enhebraban el hilo en la aguja, con tino, y daban una puntada tras otra, como si aquello fuera lo más importante del mundo y, a la vez, lo más sencillo. Quizá por eso ha entusiasmado tanto su obra a las lectoras, quizá por eso ahora no queremos dejar de leerla. Ella, como nosotras, entendía de interiores.
Desde 2016, coordino un club de lectura feminista que lleva por nombre La tribu. Casi siempre, hasta que la pandemia nos ha negado esa posibilidad, las sesiones han sido presenciales. En los saloncitos de algunas librerías independientes de toda la geografía española nos hemos juntado diez, quince, hasta veinte...
Autora >
Carmen G. de la Cueva
Periodista, escritora y editora. Ha publicado varios libros y fue directora de la editorial feminista La señora Dalloway.
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