1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Punto de vista

Una operación crítica

Sobre ‘La hora de la estrella’, de Clarice Lispector

Ernesto Bottini 13/03/2021

<p>Fotograma de la película 'La hora de la estrella' (1985) basada en la novela homónima.</p>

Fotograma de la película 'La hora de la estrella' (1985) basada en la novela homónima.

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Vamos a dejar fuera del cuadro los elementos biográficos de Clarice Lispector, su Ucrania natal, la infancia en el nordeste de Brasil, su mudanza a Río de Janeiro, la vida errante de las legaciones diplomáticas y sus sofisticaciones cosmopolitas, su regreso a Brasil, e incluso sus novelas anteriores, sus cuentos y las «crónicas» publicadas en el Jornal do Brasil, que condensan un género literario en sí mismas. Apartemos todo eso –de momento– para centrarnos en su último libro, La hora de la estrella[1].

Publicada originalmente en 1977, desde entonces se han escrito muchas reseñas, comentarios, críticas y ensayos donde se trata la novela, se analiza, se compara, se interpreta, se interpela, se explica y se contextualiza. Le han aplicado distintas dosis de psicoanálisis, marxismo, estudios culturales, poscolonialismo, antropología, teoría feminista y sociología. Se la ha sometido a análisis sincrónicos y diacrónicos, arqueológicos y genealógicos. Podría decirse que la novela (una nouvelle de menos de cien páginas) es una estrella de trece puntas que se corresponden con los trece títulos que la preceden o nombran y que a su vez serían sendas formas posibles de leerla, según se opte por seguir las pautas sugeridas por cada uno de ellos: cada título marcaría un recorrido y una clave de interpretación. Esta circunstancia abundaría en la necesidad de sus lecturas múltiples y explicaría su proliferación un tanto desaforada.

Sin duda, todas estas aportaciones críticas han contribuido a oxigenar la circulación del texto, manteniendo su vitalidad dentro del canon de la literatura latinoamericana desde la academia, las publicaciones especializadas y los suplementos culturales, pero nadie se había detenido a hacer un análisis pormenorizado de su estructura retórica, de las consecuencias semánticas del particular orden del discurso que establece Lispector para dar forma a su última obra de ficción, hasta que llegó Laura Medeiros Leão.

77/Modelo para armar

La hora de la estrella “aborda una de esas vidas que no suelen ser dignas de ser contadas en una novela, pues narra la historia de una joven nordestina que escapa a todo estereotipo de la brasileña exuberante. Ella es la mujer sin atributos, la representación de lo anodino y lo prescindible hecho carne. Lispector presenta aquí un relato profundamente urbano y carente de tropicalismo, que sigue a esta antiheroína en su discurrir por una ciudad en la que no la acompaña ni el amor, ni la salud, ni la familia, ni la esperanza. La autora construye un folletín gélido y carente de emociones en el que Macabéa, de una inocencia absoluta, vive una vida miserable sin ninguna conciencia de su situación”.

Este es un resumen de la novela tomado de manera aleatoria de entre los centenares de comentarios que pueden leerse en internet, y representa muy bien el tono y el foco de las sinopsis del libro que hacen habitualmente los lectores o los reseñistas más o menos informados.

También es común que se mencione la reelaboración en clave paródica de las novelas románticas (una caricatura de la novela sentimental y del folletín) y la carga profunda de crítica social a través de un despiadado retrato de la pobreza urbana, y todo ello es adecuado, pero de alguna manera insuficiente, ya que desvirtúa el elemento clave de la novela, que es la construcción del narrador identificado, el escritor Rodrigo S.M., el demiurgo que impone las condiciones de este orden ficcional. Así, las iniciales «S.M.» suelen interpretarse como la abreviatura de «Su Majestad». Sea como fuere, él constituye el punto de vista originario a partir del que se proyectará un segundo nivel, el punto de vista de Macabéa. Con La hora de la estrella pasa un poco como con Otra vuelta de tuerca, El gran Gatsby o El corazón de las tinieblas: de no atender a la importancia del narrador que imprime el sesgo o la perspectiva del relato, no estaríamos entrando en el juego narrativo que propone el texto. Con el añadido, en el caso de la novela de Lispector, de que el narrador hace explícito el carácter imaginario del personaje y del relato.

En La hora de la estrella, habría que precisar, se cuenta cómo Rodrigo S.M. inventa a Macabéa y sus circunstancias:

El material del que dispongo es parco y demasiado sencillo, las informaciones sobre los personajes son pocas y no muy reveladoras, informaciones estas que penosamente llegan desde mí para mí mismo. Es un trabajo de carpintería. Sí, pero no olvidar que para escribir no-importa-qué mi material básico es la palabra. Así es que esta historia estará hecha de palabras que se agrupan en frases de las que se volatiliza un sentido secreto que sobrepasa palabras y frases”.

De esta manera, las marcas en el texto que señalan la importancia cardinal del reconocimiento del narrador personaje como eje sobre el que gira la novela, tanto o más incluso que el propio personaje de Macabéa, se crean a partir de un elemento retórico (la hipérbole) y de un elemento estructural (la desproporción). Por un lado está la dedicatoria, dos páginas de alambicadas evocaciones a la “alta cultura”, que colisiona de forma exasperante con el proyecto declarado de referir “hechos sin literatura”, que es de un cretinismo inaudito a la luz de lo que sigue: “A la tempestad de Beethoven. A la vibración de los colores neutros de Bach. A Chopin que reblandece mis huesos. A Stravinsky que me asombró y con el que volé en llamas”. Esta dedicatoria actuará sobre el “sentido secreto” proponiendo una dimensión hiperbólica que crea el contraste: la vibración de los colores neutros de Bach y una muchacha que mastica bolitas de papel para engañar al estómago. El otro elemento es la desproporción: el narrador escribe sobre sí mismo casi tanto como sobre el personaje de Macabéa, invitando al lector a plantearse la pregunta sobre quién es el auténtico protagonista de la novela:

“Discúlpenme, pero voy a seguir hablando de mí, que soy mi desconocido y al escribir me sorprendo un poco más porque descubrí que tengo un destino. Quién no se preguntó alguna vez: ¿soy un monstruo o esto es ser una persona? […] La persona de la que voy a hablar es tan tonta que a veces les sonríe a los demás en la calle. Nadie responde a su sonrisa porque ni siquiera la miran. Volviendo a mí: lo que escribo no puede ser absorbido por mentes que exijan demasiado y que estén ávidas de refinamientos. […]Veo a la nordestina mirándose al espejo y –redoblar de tambor– en el espejo aparece mi rostro cansado y barbudo”.

Las lecturas más frecuentes que se han hecho de la novela, desde el reseñismo y la crítica literaria hasta su adaptación cinematográfica, no han reparado suficientemente en las consecuencias semánticas de distinguir entre «la historia de “Macabéa” (la peripecia, podríamos decir) y “lo que cuenta La hora de la estrella” (el sentido de lo narrado).

Tristes tópicos

La recepción de La hora de la estrella recuerda el caso del cuadro Les Joyeux Farceurs, de Henri Rousseau (el Aduanero). Pintado en 1906, al cuadro se le dieron durante más de medio siglo las más variadas interpretaciones, la cual más imaginativa y mistificante: la simbología edénica, la exuberancia natural primigenia, la apoteosis selvática inmaculada, etc. En la escena aparecen unos monos, un pájaro, plantas y flores exóticas. Los animales miran en la dirección del espectador de la pintura. Hasta que el escritor y crítico de arte Guy Davenport reparó en su configuración (esto lo cuenta Juan Forn en una de sus miniaturas), nadie había expuesto de forma cabal qué está pasando en el cuadro: hay una mirada, hay un momento, hay personajes, hay objetos, hay perspectiva, hay planos, hay un observador “ausente” … Los monos están congelados en el momento en el que el observador los sorprende abriéndose un hueco entre la espesura. El espectador comparte el punto de vista con este observador que no se manifiesta en la escena más que como una abstracción. O el espectador pone todo esto en juego en su relación con el cuadro o no está participando plenamente del proceso de comunicación. Hay un calzador para botas de caña alta, un rascador de espalda, una mosquitera de cabeza y un sifón de agua gasificada (que es el que marca el “momento” porque el cuadro representa el instante en el que salta el cabezal del sifón): todos complementos compatibles con la figura del explorador británico del siglo XIX. Él es el observador que da sentido a la escena.

Previamente a que Davenport señalara todo ello, que ahora resulta una evidencia incuestionable, las interpretaciones habían sido espurias, forzaban a la obra para que dijera otra cosa de lo que estaba diciendo (¡el sifón era una botella de leche cósmica!): reinaba la fantasía consoladora de la hipersubjetividad, que en términos hermenéuticos no es otra cosa que la tiranía del capricho inane.

El narrador de La hora de la estrella opera en la construcción del personaje contra la corriente hegemónica de la novela: lo hace por sustracción y no por acumulación dinámica. En vez de acumular elementos significativos para la caracterización (según la ortodoxia), despoja al personaje de todo aquello que contribuiría a perfilar una personalidad: «Su vida era una extensa meditación sobre la nada… necesitaba de los otros para creer en sí misma, si no se perdería en los sucesivos vacíos circulares que había en ella». Priva a Macabéa –al menos en la superficie– del más mínimo rasgo psicológico reseñable, de toda complejidad potencial, hasta el extremo de la animalización. En definitiva, la desposee de toda vida que no remita al automatismo fisiológico («se había vuelto como el tiempo: materia viviente en su forma primaria… era apenas fina materia orgánica… existía… sólo eso»), igual que hace la cultura (política, económica, social) con los modelos más radicales sobre los que se encarama buena parte de la narrativa del realismo social, que bascula entre los personajes amorfos y los arquetipos idealizados; patrones carentes de vida que cumplen una función programática. La mayor parte de esta narrativa, su modulación más ramplona, se lee hoy como documentos ajados que se deshacen en las manos y que hablan más de sus creadores que de sus referentes, como una versión extrema de aquel «no vemos las cosas tal cual son, sino tal cual somos».

Sería interesante estudiar la relación entre el último libro de Clarice Lispector y el primer libro de Onetti, ya que tienen más de un punto en común

Rodrigo S.M. es un escritor agriado y hastiado, misógino («lo que escribo podría escribirlo cualquier otro… pero tendría que ser hombre porque una escritora mujer puede lagrimear sentimentalidades»), que proyecta su imaginación sobre una colección de muñecos de trapo (Macabéa, Olímpico, Gloria) que lo aburren con sus miserias, su insustancialidad y su mal gusto; él, que tiene casa, perro («mi perro tiene más comida que la nordestina»), caballo («mi caballo libre y suelto en el prado»), cocinera, tiempo, sensibilidad artística, pero que adopta la pose del marginado, que ha venido (su «destino») a decir las cosas como son, a exponer «hechos», aún a costa del rechazo y el desprecio de los de su clase. La insistencia en los hechos, que «son piedras duras», es recurrente, y provoca un eco que alcanza al célebre fragmento de la primera novela (una nouvelle también) de Juan Carlos Onetti, El pozo: «Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene». Lispector dirá en otra parte que «la peor mentira es la mentira creadora». Sería interesante estudiar la relación entre el último libro de Clarice Lispector y el primer libro de Onetti, ya que tienen más de un punto en común, especialmente en el planteamiento filosófico de las intersecciones entre la ficción narrativa (el orden de lo imaginario) y la «narrativa» de lo real y de lo verídico. Hay un cierto remolino ontológico que se gesta en el centro de estas dos obras, formando un huracán que, en el caso de Onetti, será el punto de partida de todo su universo literario posterior, y en el caso de Lispector, la fuerza de la devastación final. Pero este no es el espacio para analizar esa relación. Solo recordar, a la manera de un obturador para el ojo de ese huracán, aquello que Onetti respondió a una periodista que le señaló que no había querido evitar el suicidio de uno de sus personajes: «Quise pero no pude. ¿Sabe que un día Balzac encontró a un amigo en la calle y lo abrazó llorando desconsolado? Había muerto un personaje de la novela que él escribía. Ya ve, él tampoco había podido salvarlo, y lloraba». En La hora de la estrella leemos:

“Descubro con alegría que todavía no llegó la hora de la estrella de cine en la que Macabéa muera. Por lo menos todavía no consigo adivinar si algo sucede con el hombre rubio y extranjero. Recen por ella y que todos interrumpan lo que están haciendo para insuflarle vida, pues Macabéa está por ahora librada al azar como la puerta que se balancea al viento del infinito. Yo podría resolverlo por el camino más fácil, matar a la niña-infante, pero quiero lo peor: la vida. Los que me lean, así, se llevarían un puñetazo en el estómago para ver si es bueno. La vida es un puñetazo en el estómago… Sí, fue este el modo como yo quise anunciar que… que Macabéa murió. Venció el Príncipe de las Tinieblas. Finalmente, la coronación”.

Algo va creciendo en el narrador, una cierta compasión por su criatura (quizá los términos «conmiseración» o «misericordia» sean más exactos). Un escritor que está buscándose a sí mismo y que siente el llamado de la función social, una «fuerza de Ley» que lo empuja a hacer un retrato de la carestía profunda, a elevar un grito por los que no tienen siquiera voz para hacerlo («de la cabeza un hilo de sangre inesperadamente rojo y sabroso. Lo que quería decir que a pesar de todo ella pertenecía a una resistente raza enana obstinada que un día tal vez reivindique el derecho al grito»). Pero no deja de hacer una caricatura grotesca, no muy diferente de aquellas que hacían los literatos o científicos sociales del siglo XIX, que recogían todos los tópicos sobre los aborígenes, programáticamente amasados desde el siglo XVI: ignorantes, estúpidos, simples, ingenuos, borrachos, vagos…

Una forma de imaginar las «vidas pobres» que sirve para dificultar la empatía, deshumanizando  (sustrayendo características «humanas» de la configuración del individuo marcado por la pobreza), y adjudicando factores como el embrutecimiento o la ignorancia al orden de las causas y no de las consecuencias de la pobreza. La mirada de buena parte de la sociedad brasileña (pero no solo brasileña) sobre esas inmensas bolsas de pobreza que pueblan las favelas sigue alimentándose de este tipo de mecanismos retóricos, donde el peso de las fantasías religiosas y sus consecuentes «designios» no es menor.

Una maestra rural

En el juego metaficcional de escritores que inventan escritores (Macabéa se desempeña como dactilógrafa, aunque es torpísima), a la cadena Lispector–Rodrigo S.M.–Macabéa habría que sumar a Laura Medeiros Leão, cuyo texto sobre la novela como trabajo final de la asignatura de Literatura Brasileira Contemporánea fue rechazado en la Universidad Federal de Río de Janeiro por un comité formado principalmente por profesores colocados por la burocracia militar tras la purga que se inició en el año 1964. El perfil conservador, cuando no directamente reaccionario de los académicos, supuso un muro infranqueable para la hipótesis de lectura que proponía Medeiros Leão, que incidía en el hecho de no perder la perspectiva del narrador de la novela. Esto implicaba un cambio radical con respecto a las lecturas que habían aparecido en Brasil en torno a la obra, el testamento literario de una de sus escritoras modernas más importantes y mundialmente reconocidas. En aquellas primeras lecturas movidas por la inercia cabían el alter ego, la inmigración, los recuerdos de una infancia marcada por la pobreza en el nordeste... Lispector estaba considerada como una escritora cuyas novelas elípticas, introspectivas y «culturalistas» no eran particularmente incómodas para la dictadura ni para los intereses de la oligarquía. La propuesta de Medeiros Leão implicaba cambiar el foco de Macabéa hacia Rodrigo S.M., y con él a la sociedad brasileña en su conjunto.

La propuesta de Medeiros Leão implicaba cambiar el foco de Macabéa hacia Rodrigo S.M., y con él a la sociedad brasileña en su conjunto

Era 1981 y aunque le faltaban un par de años para acabar su licenciatura, Medeiros Leão abandonó la Universidad, se apuntó a Magisterio e hizo el camino inverso de la gran inmigración nordestina, instalándose en una pequeña localidad del sertón de Alagoas. Todo esto lo cuenta en su libro Memorias de una maestra rural (Inventária, 2015), donde relata cómo se pagó los estudios trabajando de stripper en un famoso club de Copacabana frecuentado por turistas, su relación amorosa con un discípulo alemán de Karl Kerényi que pasaba largas temporadas en Río de Janeiro y los pormenores de su polémica lectura de La hora de la estrella. También detalla las vicisitudes de los treinta años que pasó enseñando a leer y escribir a varias generaciones de nordestinos en una escuela que nunca dejó de ser un palafito defectuosamente acondicionado.

Aquel pequeño ensayo que nos ocupa, titulado «Um olhar alucinatório sobre a pobreza», aparecía de forma fragmentaria, glosado y resumido en el libro. La versión íntegra del texto puede que no llegue a conocerse, ya que tras la muerte de Medeiros Leão, en 2017, no se ha vuelto a hablar de ella. Sabemos que comenzaba con un epígrafe extraído de Hermeneia und Hermeneutic: «La legitimación del hermeneuta no reside nunca en el mysterium, en lo inexpresable a lo que no se debe dar expresión, sino a la “oracularidad”. Casi todas las grandes creaciones del espíritu ocultan en sí algo de este género: algo no plenamente expresado, “oracular”, que está ya en cierto modo determinado para la humanidad futura. He aquí, pues, lo que será preciso sacar a la luz dándole forma extensa en la lengua de quienes están hoy aquí con nosotros. He aquí cuál es la auténtica tarea hermenéutica, la tarea suprema».

Parafraseando a Kerényi en sus Estudios sobre el laberinto, Medeiros Leão señala que «el problema consiste en asumir que la representación no es tal, que estamos ante una construcción que revela la idiosincrasia del narrador, sus taras, y que esta se materializa como el doblez de los temores profundos de Clarice Lispector,  pero que no dice nada, o muy poco, sobre el supuesto referente; una vez resuelto, el problema desaparece como desafío para el lector, dejando por delante un horizonte despejado para el juicio. El “secreto oculto” se presenta como verdad susceptible de ser conocida, descubierta: la participación en el secreto (“Lo bueno es que la verdad nos llega como un sentido secreto de las cosas”, escribe la autora en una de sus crónicas). El misterio, en cambio, debe ser acogido como parte esencial de la propia vida, como reflejo de contradicciones y de facetas no explicables de la existencia. Así, la cuestión era enfrentarse al hecho de que ese personaje construido con apenas nada, vacío de todo, lograse pulsar una tecla sensible en el imaginario del lector, y que esta identificación imposible, radicalmente imposible, esta empatía violentísima, sirviese para afinar las cuerdas del espíritu en sus tonalidades más graves y para señalar una crueldad esencial en la propia mirada que construye».

Detectar lo que la obra está diciendo, argumenta Medeiros Leão, es un acto complejo pero de alcance universal (en el sentido en el que un espectador contemporáneo de Esquilo o de Shakespeare accedían a sus obras por compartir un lenguaje, de la misma manera que un lector de Flaubert, Woolf o Pessoa, o un lector de cómics, participa de la codificación característica de los respectivos géneros). En algún momento se ha producido una cesura en la historia de la novela, un salto que no era ya mera des-sincronización pasajera, una distancia inmensa entre la producción y la recepción. El desajuste ha alterado la materia en todas sus dimensiones. El gran público ha dimitido de su papel activo como lector; los especialistas han copado el discurso sobre las obras desde un Palacio de Invierno cuyo aislamiento los hace muchas veces delirar por el camino de la sobreinterpretación; la producción se ha dividido entre un grupo minoritario que, trabajando desde la tradición, estiran las fronteras de la novela, y quienes producen textos que se ajustan –que sirven– a ese uso acomodaticio de la novela como mercancía cultural de la industria del ocio, al que a su vez contribuyen a reproducir y afianzar. El desarrollo de la tesis de Medeiros Leão entronca con unas declaraciones recientes del escritor portugués Gonçalo M. Tavares: «El principio del arte es ser un obstáculo, el arte presenta de repente un problema que debo resolver en cuanto lector o espectador, un problema que requiere energía y esfuerzo, y si no se me exige esfuerzo, hasta el punto de poder leer estando muy cansado, deja de ser arte y se trata de música para dormir».

De no haberse quedado en el plano conjetural, de haber existido, el ensayo de Medeiros Leão podría encarnar el misterio que sostiene la ambigüedad irresoluble que es el nervio principal de esta novela: ¿cómo puede emocionar al lector un personaje tan radicalmente «artificioso» en el contexto de una narración tan radicalmente «realista»? En su decisión profesional encontramos algo que puede servir como respuesta tentativa: «En muchos años de frecuentar a gente de la Rocinha y de Vidigal, jamás conocí a nadie tan estúpido como Macabéa. La sola idea de pensar que el personaje tiene algo de representación me hacía hervir la sangre. Quizá por eso, para contribuir con un pequeño grano de arena a que nunca pueda decirse que esa es una representación posible de la gente que viene a Río de Janeiro para mejorar sus condiciones de vida, hice mis maletas y me fui al norte. No tengo dudas de que conocí a gente más vacua y anodina en los bares de moda de Barra da Tijuca que en las favelas».

Últimas notas de Clarice L. para la humanidad

Introduzcamos por un momento, antes de concluir y por la vía del paralelismo, la trayectoria en la que se inscribe La hora de la estrella dentro de la obra de Clarice Lispector. Ya es un lugar común, en torno al centenario de su nacimiento, señalar que la narrativa de Lispector es lírica y psicológica, formalmente experimental, que explora los laberintos de la identidad y elabora mitos alternativos para una praxis emancipadora, que expande y retuerce la sintaxis de la percepción hasta límites inusuales («una sintaxis que se acerque y me acerque lo más posible a lo que estoy pensando en el momento de escribir»). Quizá el mayor referente latinoamericano con el que estas cualidades podrían establecer un diálogo productivo –fuera de la puntual coincidencia con Onetti– sea la escritora uruguaya Marosa di Giorgio. Ambas han ido tramando una obra compleja y coherente pautada por muchas intervenciones o capítulos: todo aquello que en Di Giorgio es una abrumadora red alegórica, saturada de lirismo y compuesta por estructuras narrativas propias de los relatos folclóricos, poblada por faunos, seres polimorfos, niñas hipersexualizadas, violencias de un orden jerárquico misterioso pero rígido e implacable, etc., en Lispector son caleidoscopios léxicos puestos a funcionar por personajes (femeninos, habitualmente) cuyas conciencias mantienen una lucha sin tregua por conformarse, como un ectoplasma que buscara sin descanso un cauce que le permita manifestar un contorno asumible, en un medio emocionalmente inestable y repleto de trampas y espejismos arteros, un medio hostil. Si bien estos aparentes galimatías puedan presentarse como distantes entre sí y distantes de las convenciones del realismo (que lo están), lo cierto es que comparten una mirada oblicua sobre lo real social, formas de distorsionar el prisma, cada una a su manera, que resulta en una sintonía muy sugerente y combativa y, habría que añadir, de una eficacia estética apabullante. Sin embargo, no todos pensaron que estos universos originalísimos estuvieran lo suficientemente comprometidos con la justicia social, o que fueran lo suficientemente eficaces según sus particulares cálculos del beneficio revolucionario. No veían las motivaciones éticas detrás de las operaciones estéticas. No querían o no podían ver. La propia Lispector se lamentaba, una década antes de la escritura de La hora de la estrella: «Yo sentía el drama social con tanta intensidad que vivía con el corazón perplejo ante las grandes injusticias a las que son sometidas las llamadas clases menos favorecidas... Sin embargo, ¿qué he acabado siendo y tan pronto? He acabado siendo una persona que busca lo que se siente profundamente y usa la palabra que lo exprese. Es poco, es muy poco».

La «verdad» que el narrador de La hora de la estrella plantea es una falsificación militante

La «verdad» que el narrador de La hora de la estrella plantea es una falsificación militante, una pretendida representación más verdadera que la realidad, pero que no es más que burda carpintería o decorado de cartón piedra, la tramoya de un ventrílocuo aquejado de «un levísimo y constante dolor de muelas», cuyo oficio de tintes existencialistas es más irritante que cautivador: «¿Mi oficio doloroso consiste en adivinar en la carne la verdad que nadie quiere observar?». El punto de vista vicario se sostiene sobre las ruinas de una «vida» percibida por el rabillo del ojo del narrador. La focalización, en cambio, es una decisión autoral («En verdad, Clarice Lispector»): es allí (en esa «verdad») donde todo lo que aparecía como palabrerío desganado y clichés degradantes estalla frente al lector a la manera de una catarata de clarividencia, y es entonces cuando aparece un Río de miseria que renueva su caudal de víctimas para mantener a flote el estatus de una clase extractiva, que se mantiene fuera del cuadro pero cuya mirada tutelar sobrevuela la corriente como un helicóptero de turistas sobrealimentados y aburridos. Esta es una solución novelística altamente imaginativa, propia de una inteligencia narrativa de primer orden.

Podría entenderse La hora de la estrella como el punto final envenenado de la obra de Clarice Lispector. Una despedida abierta en canal que deja una constelación de astros cuya energía sigue percibiéndose millones de años después de haberse extinguido. Una literatura que «acontece» liberada de las ataduras de un tiempo que, para su creadora, se había agotado.

––––––––––
Ernesto Bottini
 (Buenos Aires, 1977) formó parte de la última etapa de la Escuela De Letras De Madrid (2005-2010), ejerciendo como profesor de Relato breve y Literatura de viajes, y como editor. Es miembro fundador del centro de estudios Función Lenguaje. Publicó las novelas Bajo el mismo mar (2015) y Baptiste Laurent y el otro (2018).

 

1. Existen dos traducciones al castellano de A hora da estrela. La de Ana Poljak, publicada por la editorial Siruela (Madrid, 1989), y la de Gonzalo Aguilar, publicada por Corregidor (Buenos Aires, 2011). Las citas de la novela están extraídas de la edición de Corregidor.

Vamos a dejar fuera del cuadro los elementos biográficos de Clarice Lispector, su Ucrania natal, la infancia en el nordeste de Brasil, su mudanza a Río de Janeiro, la vida errante de las legaciones diplomáticas y sus sofisticaciones cosmopolitas, su regreso a Brasil, e incluso sus novelas anteriores, sus cuentos...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Ernesto Bottini

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí