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Las crónicas dicen que el Atlético de Madrid perdió ayer dos puntos en el Coliseum Alfonso Pérez y no es verdad. No se puede perder aquello que nunca se ha tenido. No se trata de construir un ingenioso juego de palabras para lucimiento del que escribe, sino de ser fiel a un concepto. De ser fiel (o no) al famoso “partido a partido” de Simeone, ese mantra que parece provocar sarpullido en la sala de máquinas de “la mejor Liga del mundo”, y que es lo que ha hecho que este equipo esté disputándole la Liga a clubes que le doblan en presupuesto. Al final es una cuestión de caminar con los pies en el suelo y no de chapotear en el caldo de cultivo de las tertulias nocturnas. De seguir tu propio plan y no las enseñanzas de los que mal te quieren. De sumar sobre lo que tú has construido en lugar de restar sobre lo que otros han soñado por ti.
El partido de Getafe se suponía complicado. Y asumámoslo ya, todos lo van a ser de aquí a final de temporada. Los de Bordalás no están haciendo una buena campaña y en esas circunstancias uno suele prescindir de la prosopopeya para agarrarse a lo más rudimentario. Simeone sabía que sería un partido de cabezazos y puñales y por eso varió su alineación titular respecto a la de otros días. Quería encajar un mediocentro de confianza que equilibrase la parte defensiva del equipo. Hay analistas de trazo grueso que resumen este tipo de decisiones con el elaborado argumento de que Simeone “siempre” tira las primeras partes. Lo dicen así, con la tranquilidad del que sabe que no se mancha y la contundencia del que juega a la ruleta con dinero de los demás. A mí, honestamente, me cuesta creer que el argentino les diga a los jugadores: “chicos, tiren la primera parte”. Llámenme ingenuo, pero me da que lo que buscaba era simplemente equilibrar el ímpetu físico del rival (de ahí Saúl y no Lemar o João Félix), para empezar a construir a partir de ganar en el centro del campo.
La sensación desde fuera es que Saúl juega tan condicionado por no fallar que busca no desentonar en lugar de buscar ser importante
Pero no salió. Ese es el problema. Y si no salió fue seguramente porque ninguno de los mediocentros del equipo está en su mejor momento. El de más confianza para el entrenador, lo que explica un poco cómo están los otros, sigue siendo Saúl, que está pasando por uno de los peores momentos de su carrera como futbolista. Es un tema anímico más que físico, como él mismo lo ha insinuado y solo por eso debería tener el respeto de seguidores y rivales, pero la realidad es que en el campo estamos viendo una versión muy reducida de lo que sin duda es uno de los jugadores más importantes de este equipo. La sensación desde fuera es que juega tan condicionado por no fallar que busca no desentonar en lugar de buscar ser importante. Y el Atleti necesita que sea importante.
Aparte de Saúl, la desconexión con Luis Suárez y la poca velocidad que el Atleti le dio a la circulación, el otro gran culpable de que se jugase a lo que el Getafe proponía fue uno de esos colegiados españoles que es incapaz de entender el juego. Una pena, porque cada vez tiene peor pinta. Sumido en disquisiciones políticas más que técnicas, constreñido por una administración rancia y reaccionaria en el que hace siglos que no entra el aire, el arbitraje español es incapaz de entender que el fútbol es un juego de contacto que debe ser fluido y dinámico, en lugar de una colección de leyes absurdas interpretadas para deleite (y comodidad) del aparato.
Simeone tuvo la valentía de deshacer en la segunda parte lo que había hecho en la primera. Quitó a un cabizbajo Saúl y sacó a João Félix, ese muchacho portugués sobre el que la Santa Inquisición ha decidido ahora poner el punto de mira. El juego del equipo mejoró, pero no se tradujo en demasiadas ocasiones de gol. El entrenador argentino, desatendiendo esa leyenda que tiene de conservador, introdujo entonces una nueva terna de cambios que fueron todavía más ofensivos. Y reconozco que, a diferencia de mucha gente, a mí no me gustó esta versión del equipo. Me parece que el Atleti es muy vulnerable cuando se desordena.
El Atleti pudo marcar con el píe, con la cabeza, por la izquierda y por la derecha. Pero no lo hizo, y por eso se lleva un punto y no tres
Meneado el avispero, aparecieron los desequilibrios y las ocasiones. También en contra, porque el equipo recibió algún susto y tampoco habría pasado nada si el VAR hubiese decidido pitar penalti en una jugada en la que tengo serias dudas de que Dembélé llegue antes que Maksimović al balón. Aun así, el Atleti fue muy superior y habría que estar muy condicionado por el odio para no reconocer el aluvión de ocasiones que generó el Atlético de Madrid. Especialmente en los veinte minutos finales, cuando el Getafe jugaba ya con diez jugadores por la expulsión de Nyom. El Atleti pudo marcar con el píe, con la cabeza ––especialmente en ese último remate de un Dembélé, que en su primera aparición con minutos por delante ha dejado cosas muy interesantes––, por la izquierda y por la derecha. Pero no lo hizo, y por eso se lleva un punto y no tres.
Y sí, ya sé que lo normal en estos días de inmediatez, exigencias e histerismo lo normal es buscar responsables y condenar a alguien concreto del “fracaso”, pero que quieren que les diga; ni me parece un fracaso, ni creo que tengamos que condenar a nadie. Queda mucho. El Atleti ha ganado 19 partidos y ha perdido 2 en lo que va de temporada. No se crean que eso ha sido muy común en los más de 115 años de historia de la institución. Es más, no se había visto antes. Es decir, lo suyo sería disfrutar de unas de las mejores temporadas de la historia rojiblanca ahora que tienen ocasión. Habrá quien piense que es muy ingenuo pensar así, pero yo, que soy un señor antiguo, con estas cosas siempre me acuerdo de lo que dijo Brian Clough antes de ser campeón de Europa con el Nottingham Forest: “Yo soy estúpido. Yo creo en las hadas”.
Las crónicas dicen que el Atlético de Madrid perdió ayer dos puntos en el Coliseum Alfonso Pérez y no es verdad. No se puede perder aquello que nunca se ha tenido. No se trata de construir un ingenioso juego de palabras para lucimiento del que escribe, sino de ser fiel a un concepto. De ser fiel (o no) al famoso...
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