Notas de lectura (XIII)
¿Está hecha la literatura de palabras? ¿Se puede perder el control de los personajes?
Siendo un elemento importantísimo, las “palabras” que escogemos se revelan secundarias en relación a la imaginación y la inteligencia que las ordenan en la frase, en el párrafo, en la secuencia, en la estructura y en la forma del relato
Gonzalo Torné 11/04/2021
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La literatura no está hecha de palabras. Leo a un traductor que nos asegura que “ha vuelto a escribir” la novela que le tocaba traducir. Como la frase se ha vuelto un lugar común uno ya no sabe si la pronuncia guiado por la inocencia o la fatuidad. Porque o bien la frase se toma en sentido mecánico (volver a escribir la novela palabra por palabra, algo que también podría decir un mecanógrafo) o bien en sentido artístico, y entonces es cuando apetece responderle al traductor: “Pero, ¿qué vas tú a ‘volver a escribir’ Anna Karenina, Middlemarch o En busca del tiempo perdido? Lo que el traductor hace con estos textos es traducirlos, darles apariencia en otro idioma; una labor destacadísima y lo bastante importante (¡decisiva!) para no confundirla con la del mecanógrafo o la del escritor. Pero lo interesante es el equívoco sobre el que se sostiene este lugar común; parece como si el traductor apoyase la ocurrencia de que “ha vuelto a escribir” El corazón de las tinieblas en que ha elegido todas y cada una de las palabras castellanas que componen el “nuevo texto”. ¿Y no son las “palabras” lo más importante, y lo decisivo, de una novela o de una narración; no es su materia prima, no está hecha la literatura de “palabras”? Pues nada de eso, de ninguna manera, ¡qué más quisiéramos! Siendo un elemento importantísimo, las “palabras” que escogemos se revelan secundarias en relación a la imaginación y la inteligencia que las ordenan en la frase, en el párrafo, en la secuencia, en la estructura y en la forma del relato. Por no hablar de los personajes, de las acciones, de las observaciones que sustentan las descripciones naturales y sociales; del tono (que suele imprimir su fuerza sobre las palabras y no al revés)... la lista es interminable... desde luego que todo esto debe manifestarse en “palabras”, que son, de acuerdo, lo “característico” de la novela (lo que la diferencia de la escultura o del cine mudo); pero aquello que la articula y la define proviene de la imaginación y de la inteligencia del escritor, intervenciones que el traductor encuentra ya fundidas en el texto, de manera que puede traducirlo con éxito sin necesidad de “volver a escribirlo”, de volver a concebirlo, porque solo (con toda su dificultad y grandeza) se trata de palabras.
Nota sobre lo característico. Las palabras son “decisivas” en un sentido: contribuyen decisivamente a diferenciar entre una novela y una fotografía o entre una nouvelle y una estatua de mármol. Lo característico es decisivo para los amantes de las taxonomía. Pero conviene no ceder un palmo ante esta clase de fetichismo. Lo “característico” para diferenciar un varón de una mujer humanos son sus genitales, y sus genitales nos dicen poquísimo sobre su carácter y su manera de ser.
Fuera de control. Lo más interesante de la supuesta división entre los autores que sujetan a los personajes bajo su control y los escritores a quienes los personajes “se les escapan de las manos” son los términos en los que está planteada la dicotomía. Parece como si fuese posible tener pensado a priori, antes de ponerse a escribir, todo lo que va a suceder, de manera que el ejercicio de la escritura se reduzca a un lento trasvase, como quien resolviese una larga cadena de ecuaciones, con un único desenlace correcto. No sé si existirán escritores así, pero no soy capaz de ver la contradicción entre “que los personajes se nos escapen de las manos” y el “control y la planificación”. La escritura admite una primera fase de exploración donde todo da sorpresas y se escapa sencillamente porque se trata de eso: de explorar las posibilidades de los temas, de los tonos, del alcance de los personajes. Un escritor puede dejar que se le desborden todos estos aspectos sin perder el “control” sobre su obra, que irá ejerciendo a medida que se aclarecen las resistencias que ofrece el libro, el carácter y los problemas de los personajes, los tonos y la forma con las que estructurará el material. Se puede imponer un control férreo sobre todo lo que sucede en una novela y al mismo tiempo haberse dejado desbordar por los personajes (y todo lo demás), sencillamente porque el plan se revela hacia el final del proceso, después de los ocios más o menos irresponsables de las primeras etapas de la escritura.
Sucesión y simultaneidad. El “hacia el final” y las “primeras etapas” que he usado antes invitan a considerar como fases sucesivas dos procesos que se dan de manera bastante simultánea. En todo momento se realizan “ajustes de control” y se permiten “escapes de exploración”; es la distribución del peso de cada una lo que varía a medida que avanza la escritura. Al fin y al cabo, ¿acaso los escritores que supuestamente llegan al papel con todo ya pensado y decidido no se dejan sorprender mientras “piensan” por primera vez en la novela, o es que su mente se lo ofrece todo ya todo resuelto?
La literatura no está hecha de palabras. Leo a un traductor que nos asegura que “ha vuelto a escribir” la novela que le tocaba traducir. Como la frase se ha vuelto un lugar común uno ya no sabe si la pronuncia guiado por la inocencia o la fatuidad. Porque o bien la frase se toma en...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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