Notas de lectura (XIV)
Japonismo y maestros muertos
¿Para quién se escribe? Supongo que es una pregunta imposible de responder, que admite tantas respuestas como escritores
Gonzalo Torné 8/05/2021
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Mimetismo nipón. Después de años contemplando con cierto asombro (y un saliente de envidia) como los aficionados a la literatura japonesa desplegaban su curiosidad por muchísimas vertientes de la cultura del país (el dibujo, la cocina, los arreglos florales...), me he decidido a leerla con orden y dedicación para descubrir que no solo se trata de un comprensible intento de familiarizarse con un contexto cultural ajeno y artístico, sino casi una exigencia derivada de las particulares condiciones de composición de los poemas japoneses, el corazón y la joya de su literatura. Y es que estos breves poemas no solo se definen por su precisión métrica, sino también por sus condiciones de escritura y lectura: son poemas compuestos por los miembros de una clase para los de la misma clase, que además viven (poetas y lectores) encerrados en su propio espacio, ensimismados en sus principios. Los poemas japoneses son un festival de supuestos, de reglas para iniciados, de variaciones mínimas sobre temas tradicionales (ahora que lo pienso, se parece bastante al recetario italiano), de evidencias para entendidos... que los lectores recién llegados no son capaces de percibir de buenas a primeras: como sucede con esas palabras polisémicas situadas en el poema para que pueden leerse al mismo tiempo de dos maneras y que convierten los tankas en cajas de doble fondo, en sorprendentes máquinas tridimensionales. No es de extrañar que para adentrarse en este mundo cerrado el lector, para evitar sentirse un espía, tienda a mimetizarse.
Los poemas japoneses son compuestos por los miembros de una clase para los de la misma clase, que además viven (poetas y lectores) ensimismados en sus principios
¿Para quién se escribe? Supongo que es una pregunta imposible de responder, que admite tantas respuestas como escritores, y que incluso dentro de las ambiciones de cada uno se podrían apreciar sectores distintos: familiares, amigos, colegas, lectores conjeturales... Entre los receptores fantasmas juegan un papel curioso los maestros que no conocemos, pero en cuyas obras hemos pensado a menudo: es decir personas vivas a las que respetamos, a las que debemos algo o mucho (a veces tanto que resulta embarazoso articularlo) y a las que no sabemos si llegará el libro, y si les llega si lo abrirán, y si lo abren si lo leerán, y si lo leen les interesará, les gustará, les... En fin, la gama completa de variaciones críticas. Pero existe una situación particular que genera una clase de lector muy especial, que Sagarra aborda en sus memorias. Gracias a la intervención de su amigo Josep Carner (que por aquel entonces estaba mejor situado en la estima de los lectores), el jovencísimo Sagarra (con un libro publicado o en ciernes) consigue visitar a la admirada maravilla viviente de la poesía catalana: Joan Maragall. El encuentro, aunque dominado por las vacilaciones rituales del mutuo conocimiento, va bastante bien, y sobre todo proyecta una serie de reencuentros que el joven poeta saborea en la imaginación anticipada: inspiración, aliciente intelectual, conversaciones críticas... una expectativa que la muerte de Maragall corta en seco y la destierra al reino de las fantasías. El comentario de Sagarra sobre la muerte y el funeral de Maragall es complejo, y puede parecer egoísta, en otras páginas ha recreado la importancia de su figura y ha abordado los aciertos de sus poemas, y ahora dedica algunas palabras a lamentar que Maragall no pueda leer sus libros futuros. El lamento suena un tanto crudo, pero es comprensible: la conversación cortada, el comentario sustraído, el lector perdido... ejercen su presión sobre la mente del joven poeta. No es de extrañar que Sagarra (como tantos otros escritores en situación parecida) conservase a Maragall como una forma de expectativa, que expusiera sus textos (en ocasiones inspirados en los logros precedentes del maestro) al criterio de su presencia ausente. ¿Para quién se escribe? Para muchos, y también para estricto tribunal de fantasmas que, según Auden, tantos poetas convocan, instituyen y cultivan en su mente.
Mimetismo nipón. Después de años contemplando con cierto asombro (y un saliente de envidia) como los aficionados a la literatura japonesa desplegaban su curiosidad por muchísimas vertientes de la cultura del país (el dibujo, la cocina, los arreglos florales...), me he decidido a leerla con orden y dedicación para...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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