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Xaviera Hollander, también conocida como ‘la alegre madame’, tenía en los años ochenta una columna en la revista erótica Penthouse en la que respondía con todo el brío y la autoridad de su loving whip a las cartas de lectores que, desde el anonimato, contaban sus aventuras sexuales. Me acuerdo de su respuesta al correo de una mujer enredada en un lío de tres que la hacía gozar y sufrir. “Does your masochisim know no bounds?”, le asestó de entrada la madame. Aunque en su momento no comprendí la frase del todo, la guardé en memoria (como suelo hacer), para más tarde… “¿Que acaso tu masoquismo nada sabe de límites?” Bueno, pues al parecer la estuve guardando, durante unos 35 años, para tweakearla el día de hoy…
Llevaba un buen par de semanas sin abrir el buzón. Esta mañana, al hacerlo, hallé entre la factura para el pago del agua y cinco o seis molestos flyers de Telepizza el sobre color crema de mi entrañable amiga Monique Fong. De inmediato supe qué contenía: ¡el soplo del poeta! Subí excitado a casa, recalenté en el microondas mi café con leche de la mañana, me senté a abrir el sobre.
Ahí estaba, protegida en un cartón corrugado.
La velita.
La velita del pastel que Octavio Paz soplara el 14 de mayo de 1994 en la modesta recepción que le ofreció la New School for Social Research en honor a sus 80 años.
Cera blanca, con rombos azules en una triple hélice de espirales ascendentes.
El fogonazo del fósforo, la trémula danza de la luz, el esplendor fugaz.
Y luego la inspiración, el vital soplido, un hilillo de humo….
El pabilo carbonizado, oblicuo, un testigo mudo del inspirado aliento (y alma) del Poeta, futuro autor de La llama doble…
Monique Fong, con quien correspondo desde hace 15 años, fue amiga y discípula de Paz en el París de 1946 y siguieron siendo cercanos durante toda la vida. Ella fue su primera traductora al francés –‘Mariposa de obsidiana’, para el Almanach Surréaliste du demi-siècle–, y luego, ya instalada en Nueva York, fungió como bisagra entre el poeta y Marcel Duchamp (su librito sobre la relación entre el poeta y el artista fue escrito a petición mía.) ¡Monique me ha regalado tantas cosas y papeles! Ante todo, me ha regalado su lucidez, su cariño, su humanidad, su apoyo en momentos de naufragio. Nunca nos hemos visto. Es ya muy, muy mayor –y no le escribo tanto como debería. No hace mucho, ya en tiempos de pandemia, me comentó que en su departamento, poniendo orden –¡ay– en sus asuntos terrenales, le salió al paso la velita. La celebración, me escribía, fue una cosa muy íntima y amena, después de una conferencia. Paz estaba de estupendo humor y le sirvió, a ella, la porción con la vela. Monique bromeó, advirtiéndole que pensaba guardarla.
Para su propia sorpresa, lo hizo. Ahora, me decía Monique, le parecía triste que, por fútil que fuera, el souvenir de aquella fiesta se apagara en la nada…
¡Bien que me conoce!: de inmediato le dije que yo, esa velita, gustoso la adoptaba.
Y aquí la tengo. Una manida metáfora. La hago rodar entre pulgar e índice –un tornillo sin fin– y pienso en el soplo vital de un poeta, y en lo extraña y maravillosa que es la vida.
“¿Que acaso tu fetichismo no tiene límite?”, me fustiga a través de las décadas la alegre madame.
Impenitente, respondo con un rotundo: “No”.
(19 de abril del 2021 – vigésimo tercer aniversario de la muerte de Octavio Paz)
Xaviera Hollander, también conocida como ‘la alegre madame’, tenía en los años ochenta una columna en la revista erótica Penthouse en la que respondía con todo el brío y la autoridad de su loving whip a las cartas de lectores que, desde el anonimato, contaban sus aventuras sexuales. Me acuerdo...
Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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