Pensamiento racional
Cuestión de Educación: ¡prefiero la Democracia!
Nuestra sociedad necesita las buenas prácticas políticas dialogales que se guían por la firmeza y el compromiso de no responder a la violencia reproduciéndola en inútiles espirales de venganza
Teresa Oñate / Alba Jiménez / Gabriel Aranzueque 2/05/2021
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Decía Nietzsche que no necesitamos ser santos, héroes ni sabios para ser sencillamente racionales: los que prefieren la cultura a la barbarie. Gadamer y Ricoeur, un poco después, señalarán que ese mínimo racional de la cultura y la sociedad civil consiste en estar convencido de que el otro puede y ha de tener razón: su razón, pues las sociedades democráticas se nutren de la pluralidad y riqueza igualitaria y participativa de las diferentes perspectivas que las integran. Un pensar-vivir democrático que está en el núcleo del pensamiento de Ortega y Gasset, defensor del perspectivismo como lógica elemental para la vertebración de las sociedades educadas, particularmente necesario en el caso de España y Europa, dada la diversidad reinante entre sus ricas y diferentes tradiciones históricas. Una cuestión de educación política y racional elemental.
¿Sería pedir demasiado que ese mínimo común denominador de racionalidad civil se respetara al máximo en tiempos de una pandemia global como la de la covid-19 que, desde que iniciara sus estragos hasta el 27 de abril del 2021, se ha cobrado solo en España 77.738 muertes y 3,49 millones de personas infectadas? Al infinito dolor del mundo por esta crisis humanitaria se han de añadir la crisis sanitaria y la crisis económica resultantes, así como dolor, angustia, sufrimiento, incertidumbre, miedo al futuro, conciencia de nuestra fragilidad y necesidad del cuidado especial de los más vulnerables. Tal es el contexto. Ahí estamos. Ignorarlo es tan estúpido como dañino: mortífero.
Desde numerosas plataformas ciudadanas llega el mismo mensaje: que ahora necesitamos, más que nunca, un tiempo de moderación racional, de serenidad, cooperación y colaboración; de diálogo y enlace entre las diferencias; de empatía y sensibilidad compresiva que escucha; de respeto, veracidad y conciencia ciudadana: la que antepone los intereses de la sociedad civil a nuestros propios intereses individuales o partidistas. No es tiempo, ahora menos que nunca, de broncas confrontaciones donde se inoculan la violencia descalificadora, la crispación y la pérdida de confianza en la democracia. Nuestra prioridad ha de ser la gobernanza y estabilidad nacionales, aquellas que nos reclaman las decisiones claves a tomar también desde Europa a favor de toda la ciudadanía. Nuestra prioridad ha de ser la justicia social, la salud y la educación públicas. Así como hacernos eco del mayoritario hastío ciudadano por las luchas partidistas: vivimos en un estado de alarma pandémico global, ni ideológico ni particular. Desde las sinergias colaborativas, necesitamos escuchar la apelación de las urgentes vindicaciones ecologistas y geopolíticas de justicia y de paz. Tener en cuenta eso que Félix Guattari denominaba las tres ecologías: la apropiada a la naturaleza, la social y la mental. Pero antes que nada tenemos que asumir que es tiempo de democracia cívica en el sentido kantiano: tiempo de recordar las exigencias de la razón pública.
Kant, en su proyecto de paz perpetua, inspirador de instituciones internacionales actuales en nuestro siglo, cuya vocación fue precisamente respetar la voluntad omnilateral al servicio de una asamblea de todas y todos, recuerda las tres leyes por las que se deja llevar la astucia del político de profesión: fac et excusa, haz lo que sea de tu conveniencia y después ya justificarás tus actos porque el mejor abogado es el de los hechos consumados, no el que razona para buscar con otros lo mejor. “Si fecisti, nega”, niega sin pudor lo que tú mismo has hecho o dicho. “Divide et impera”, enemista a los ciudadanos y después haz como que te pones de su lado “bajo la ilusión de una mayor libertad”. Reserva, opacidad, probabilismo. Vacía oscilación entre el melancólico (decía Lyotard) que deja las cosas por imposibles y el energúmeno que en su ruidoso movimiento browniano es incapaz de avanzar. Quizá sin embargo al buen político le quede algo de genuino entusiasmo, y, por eso, pueda aplicársele todavía el célebre aserto: “Astuto como la serpiente, cándido como la paloma”. Quizá eso distinga su lucidez, como bien sentenciaba Marco Aurelio: “El que ama la fama considera bien propio la actividad ajena; el que ama el placer, su propia afección; el hombre inteligente, en cambio, su propia actividad”.
Es tiempo de incorporar y defender los valores cívicos del compromiso ético que pide la ciudadanía, pues nuestras sociedades de la comunicación necesitan las buenas prácticas políticas dialogales que se guían por la firmeza y el compromiso de no responder a la violencia reproduciéndola en inútiles espirales de venganza. Tal es el temple de moderación que nos hace ahora tanta falta. Cuestión de Educación. Cuestión de ser coherentes con las exigencias históricas de los problemas de nuestro tiempo, en medio del infinito dolor del mundo. ¿Y usted? ¿Qué prefiere usted?
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Teresa Oñate es catedrática de Filosofía de la UNED y directora de la Cátedra Internacional de la UNED de Investigación en Hermenéutica Crítica.
Alba Jiménez es profesora de Filosofía de la UCM.
Gabriel Aranzueque es profesor de Filosofía de la UAM.
Decía Nietzsche que no necesitamos ser santos, héroes ni sabios para ser sencillamente racionales: los que prefieren la cultura a la barbarie. Gadamer y Ricoeur, un poco después, señalarán que ese mínimo racional de la cultura y la sociedad civil consiste en estar convencido de que el otro puede y ha de tener...
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