EDITORIAL
Un 4 de mayo para la historia
5/05/2021
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Los malos suelen ganar siempre. Y eso ha pasado el 4 de mayo en las elecciones a la Comunidad de Madrid. Isabel Díaz Ayuso, la candidata trumpista del PP madrileño, la amiga de los taberneros y los jóvenes que toman cañas, la ideóloga de la identidad madrileña, la mujer que impidió que un 75% de los ancianos contagiados con covid fueran enviados a los hospitales para ser atendidos, mejoró los pronósticos de las encuestas y obtuvo una victoria arrolladora, una goleada de escándalo. Ayuso suma más escaños que todo el bloque progresista junto, y de paso convierte a la extrema derecha de Vox en una muleta irrelevante, pues no necesitará siquiera sus votos para ser investida y gobernar. Vuelven los buenos tiempos de Gallardón y Aguirre, cuando el PP gobernaba sin oposición.
Que Ayuso ganaría las elecciones parecía descontado desde que anunció el adelanto en el mes de marzo. Pero que lo hiciera por esa diferencia abrumadora, siendo la más votada en el 99% de los municipios medianos, pequeños y grandes, e imponiéndose de largo en antiguos feudos de la izquierda, no parecía tan evidente. Las razones de este repaso histórico de Ayuso son al menos cuatro: la absorción íntegra de Ciudadanos, tercera pata de las derechas diseñadas por Aznar para intentar recomponer al PP tras la condena por corrupción de la Gürtel; el apoyo de la inmensa mayoría de medios y televisiones; el hundimiento del PSOE, lastrado por un candidato sin ganas ni proyecto y por el voto de castigo al Gobierno nacional, y una campaña de las izquierdas de tono negativo y alarmista que no ha generado ilusión, ni alarma, ni sensación de alternativa.
La izquierda en bloque ha perdido porcentaje de voto, pero sobre todo, y eso es lo que más duele, no ha capitalizado la brutal subida de participación
La entrada de Pablo Iglesias en campaña, pensada como un antídoto de impacto para frenar la tendencia pop de la política más espectacular y amada del momento, tuvo el efecto contrario al deseado. El sur, el viejo mito de las izquierdas madrileñas, se movilizó como pocas veces, pero lo hizo de forma contraria a la esperada, apoyando en masa a la candidata popular frente a las tres fuerzas progresistas. Más Madrid consiguió sumar 4 escaños más y se convirtió en la referencia de la oposición, consumando un sorpasso histórico a la socialdemocracia histórica representada por el PSOE. Gabilondo, hibernando desde hace años, se hundió en su indefinición, sus dudas y requiebros. Iglesias mejoró los magros resultados de Podemos en 2019, pero claramente no consiguió convencer a las clases populares de que el dilema en juego era entre fascismo y democracia.
El descalabro mayor es sin duda el del PSOE. La izquierda en bloque ha perdido porcentaje de voto, pero sobre todo, y eso es lo que más duele, no ha capitalizado la brutal subida de participación. Con todo, Más Madrid y Podemos han mejorado sus apoyos y la suma de ambos da un resultado mucho mayor al que nunca consiguió IU. El PSOE empezó su campaña pensando en comerse algunos votos de Cs, y no sólo no se ha llevado ni uno, sino que ha perdido muchos en favor del PP.
La mejor noticia para las fuerzas progresistas es sin duda el crecimiento de Más Madrid, la escisión verde y feminista de Podemos, liderada por Mónica García, la médica que se erigió en la única oposición a Ayuso durante estos dos años y a la que los votantes han reforzado como líder moral del bloque perdedor de la Asamblea.
Una lección de su campaña tranquila y de su estupendo resultado es que muchos electores madrileños progresistas buscaban sobre todo soluciones técnicas y sensatas a la gestión disparatada de Ayuso. La novedad es que amplios sectores de votantes, que antes no se planteaban votar al PP dada su tendencia a la corrupción desatada y al neoliberalismo más punk, han abandonado a Ciudadanos y en menor medida al PSOE para teñir de azul la región entera, atendiendo al reclamo trumpista, individualista e identitario de Ayuso, que sale de la cita convertida en la gran estrella populista nacional y en un fenómeno social.
La democracia tiene un problema serio cuando se presenta a un partido neofascista y antidemocrático como espejo de uno que no pasa de socialdemócrata
Iglesias sabe que se equivocó al plantear la batalla de Madrid como una reedición de los odios y las afrentas de los años 30. Y de hecho perdió su apuesta personal de plantar cara a la extrema derecha al magnificar su importancia (que al final ha quedado en un lugar accesorio). La derrota de Podemos ante Vox no es nueva pero añade otro elemento perturbador: la democracia tiene un problema serio cuando se presenta a un partido neofascista y antidemocrático como espejo de uno socialdemócrata; lo que seguramente confirma que los marcos han girado a la derecha de forma abrumadora.
La consecuencia lógica de ese error de cálculo o ejercicio de coraje y sacrificio inútil de Iglesias fue su inmediata y elegante decisión de abandonar la política, otro momento histórico porque Iglesias ha protagonizado, para bien y algunas veces también para mal, los últimos siete años de la política española y del final del bipartidismo. En CTXT hemos criticado el excesivo liderazgo interno ejercido por el fundador de Podemos, pero nadie podrá negarle que fue un político valiente, que se atrevió a desafiar a las élites mediáticas y económicas de este país y a contar sin tapujos muchas de las inconfesables verdades y miserias que arrastra desde hace 45 años la imperfecta e hipermediática democracia española. El primer Gobierno de coalición desde la II República es un logro de enormes dimensiones, atribuible en buena medida a su cabezonería y su capacidad de arrastre.
En estas páginas hemos comparado a Iglesias con El Lute, ante la persecución, el acoso y la campaña de odio desatada contra él desde todos los ángulos del sistema económico (incluidas sus ramas política, policial, mediática y judicial, y sus cloacas). El abrupto final de su carrera política y su condición de profesor universitario animan a compararlo también con Yanis Varoufakis, el exministro de Finanzas griego, otro líder valiente que no respetó las reglas de juego de la política europea y acabó tan achicharrado como ha acabado Iglesias, incluso en menos tiempo.
Su renuncia, un ejercicio de honestidad intelectual, es una buena noticia para el país porque su sucesora, Yolanda Díaz, es una mujer extraordinaria. Esperemos que sin el enemigo público número uno en el ring, el odio y la persecución contra los dirigentes de Podemos se relaje por fin y que la izquierda encuentre nuevas vías de entendimiento que permitan revertir, en dos años mejor que en seis, este histórico Ayusazo procesista del 4 de mayo. Para eso tendrán que ir más allá de la censura a la figura tragicómica de Ayuso y plantear una alternativa ilusionante, y sobre todo volver a conectar con los territorios y los barrios más vulnerables, abandonados durante demasiado tiempo.
Los malos suelen ganar siempre. Y eso ha pasado el 4 de mayo en las elecciones a la Comunidad de Madrid. Isabel Díaz Ayuso, la candidata trumpista del PP madrileño, la amiga de los taberneros y los jóvenes que toman cañas, la ideóloga de la identidad madrileña, la mujer que impidió que un 75% de los ancianos...
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