Gramática rojiparda
Madrid, más o menos
Es cierto que el PP gobierna bien para los suyos, para los señoritos, para los privilegiados, para los ilusos de la ideología emprendedora. Pero es que la izquierda, cuando gobierna, gobierna para los mismos
Xandru Fernández 5/05/2021
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“Seremos fascistas, pero sabemos gobernar”. Lo dijo en un mitin de campaña el alcalde de Madrid, ese personaje que parece sacado de una sitcom estadounidense, el típico secundario cómico que se cuela en una fiesta a la que no le han invitado porque a la suya no va ni dios. Esas palabras fueron saludadas por buena parte de la izquierda madrileña (y española: ese es el drama, también: Madrid everywhere everyhow) con una sonora carcajada (“¡dice que saben gobernar!”) y un do de pecho de suficiencia y orgullo profético (“¡lo dijimos: los del PP son fascistas!”). Lo que no vio la izquierda: que Almeida tenía razón. Lo que tampoco vio la izquierda: que Almeida no estaba confesándose fascista ni presumiendo de serlo. Abramos sendos párrafos explicativos.
Párrafo explicativo number one: Almeida tenía razón. Saber gobernar no es como saber multiplicar. Si uno dice que dos por diez son treinta, no dice la verdad. Porque la verdad de la multiplicación no reside en el acto del decir ni exige consenso ni asentimiento colectivo. La verdad de la multiplicación reside en que dos por diez son veinte y cualquier otro resultado es falso por definición. Pero la verdad política no se construye por el desvelamiento de una realidad oculta ni por el reconocimiento de una evidencia. La verdad política se construye desde el asentimiento colectivo y, desde el asentimiento colectivo, gobernar bien es justo lo mismo que gobernar mejor que. Es el resultado de un sistema de preferencias. Y en una democracia esas preferencias se expresan en las urnas. Nos gustará más o menos, pero los votantes madrileños llevan años y años manifestando su preferencia colectiva inequívoca por gobiernos del PP. No quieren gobiernos de izquierda. Creen que un gobierno de izquierda sería peor que uno del PP. Y esta vez han salido en masa a decirlo. Le han dado la razón al alcalde, por arrolladora mayoría. Naturalmente, hay mecanismos que explican que la mayoría de los madrileños prefieran al PP. Pero no se puede cuestionar que lo prefieren y que creen que la derecha gobernará mejor que la izquierda. Ergo, Almeida tenía razón.
Párrafo explicativo number two: Almeida no estaba confesándose fascista ni presumiendo de serlo. Simplemente aceptó, sin prejuicios, el marco que las izquierdas, espoleadas por Pablo Iglesias, trataban de imponer en la campaña madrileña: que un triunfo de las derechas en Madrid sería el primero paso para el triunfo del fascismo en España. Almeida recogió el paquete y lo devolvió al remitente. Si hubiéramos sabido leer, habríamos reconocido en ese “seremos fascistas” un gesto de desdén, un “a la gente le da igual, esto no va de fascismo o antifascismo”. Lo cual no es cierto, en más de un sentido, y hasta es una muestra de cinismo político que moralmente habría debido recibir un varapalo en las urnas. Pero que no recibiera ese varapalo significa que tenía razón, que los votantes madrileños no compraron el marco de parar al fascismo. Votaron porque querían un buen gobierno y decidieron que lo tendrían si gobernaba el PP. Y es cierto que el PP gobierna bien para los suyos, para los señoritos, para los privilegiados, para los ilusos de la ideología emprendedora. Pero es que la izquierda, cuando gobierna, gobierna para los mismos. Si un gobierno presume de ser el más progresista de la historia y proclama que no dejará a nadie atrás, y acto seguido se pone a recortar derechos y libertades, instituye un estado de alarma de seis meses con toque de queda incluido, penaliza actividades económicas como la hostelería (cuya indignación podría ser una anécdota demoscópica en Finlandia o Dinamarca, pero ¿en España?) o el pequeño comercio, renuncia a blindar y reforzar los servicios públicos y opta por el sálvese quien pueda como modelo de gestión de crisis y todo eso lo hace, además, con el apoyo de una izquierda sin más discurso que las soflamas antifascistas de los años 30 (tan eficaces ahora como entonces) y sin el arrojo necesario para sacar de la cuneta a quien de verdad necesita un gobierno progresista y de izquierdas, con esos mimbres no debería extrañarnos que la gente reelija a la candidata que al menos ha escenificado una cierta resistencia a aceptar el trapo en la cara como uniforme. Nos gustará más o menos, pero la realidad que hay que transformar es la que hay, no la que nos convendría que fuera para transformarla mejor.
Permítanme un párrafo final con dos pequeños cabos sueltos. Cabo suelto number one: Mónica García como estilo. Sí se puede. Cabo suelto number two: Madrid como síntoma, no como enfermedad; fuera de Madrid hay vida, hay ecosistemas políticos que reclaman nuestra atención y una redefinición de cómo y cuánto hay que hablar en España de lo que ocurre en Madrid. Quizá rebajar la incidencia de la agenda política madrileña en el mapa mediático español sería saludable, incluso, para los madrileños. Mis cabos sueltos: Más Madrid y menos Madrid. O rendirse a la melancolía.
“Seremos fascistas, pero sabemos gobernar”. Lo dijo en un mitin de campaña el alcalde de Madrid, ese personaje que parece sacado de una sitcom estadounidense, el típico secundario cómico que se cuela en una fiesta a la que no le han invitado porque a la suya no va ni dios. Esas palabras fueron saludadas por buena...
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Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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