Ficciones y realidades
Salud mental
Tras un silencio de décadas, los alemanes han abordado en libros y películas su papel en el ascenso de los nazis y el Holocausto. Han hecho frente al trauma social de ser los verdugos de Europa
Rayo Ruano 30/05/2021
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Tengo una teoría, creo que se puede medir la salud mental de una sociedad viendo su ficción: si hay gente creando en libertad y contando las verdades del barquero, esa sociedad tiene una vía de escape, una opción de salvarse.
Últimamente me ha dado por ver ficción alemana, siempre me ha fascinado el nazismo, su capacidad de convencer a toda una sociedad de que ellos eran la solución a los problemas de una Alemania devastada por la pérdida de la I Guerra Mundial y la depresión del 29. Les convencieron buscando un culpable, un chivo expiatorio, un “otro”. Los otros. Siempre que digo esto me acuerdo de Lost, siempre aparecían unos que eran “los otros”, los que no son de los nuestros. Los enemigos.
No hay nada más catalizador que un enemigo común.
Los enemigos de los nazis son bien conocidos, y lo que fueron capaces de hacer con ellos también, pero parece que la realidad era otra, el enemigo de Alemania era Alemania.
En toda esta ficción que he visto hay algo que queda claro, algo que yo no sabía y que, gracias a estas ficciones basadas en hechos reales, se me ha rebelado.
Los nazis dieron un porqué a millones de alemanes que se sintieron mejores, superiores, por el hecho de ser arios. Cuando acabó la guerra no tomaron de repente todos conciencia a la vez y dijeron: dios mío ¿qué hemos hecho? No. Las autoridades lo taparon todo; Ricciarelli, director de La conspiración del silencio, decía en una entrevista que lo que pasó en Auschwitz se le ocultó a la ciudadanía durante 20 años, hasta los setenta, cuando, como cuenta su peli, se destapó y se consiguió juzgar a mandos de las SS por crímenes contra la humanidad. Aquí esto hubiera sido imposible, alguien hubiera alzado la voz diciendo que se abren heridas. Me hace gracia esta frase; no se pueden abrir heridas que nunca se cerraron y si oficiales de las SS, que habían asesinado a cientos de miles, andaban por la calle, te vendían el pan, dictaban sentencias o regían tu pueblo, sana la sociedad no podía estar, y las heridas no habían podido cerrarse, a no ser que pienses que esas masas bien muertas estaban.
Las autoridades lo taparon, pero los alemanes tampoco tenían muchas ganas de enterarse de nada; algunos decían que lo que se contaba fuera de Alemania sobre los campos de concentración era propaganda comunista. Si hoy siguen existiendo negacionistas del Holocausto puede que sea porque, durante un par de décadas, también se negó en el país de origen.
Ahora, en su ficción, los alemanes han cogido el toro por los cuernos y en una ristra de títulos han colocado las cosas en su sitio, han tenido la valentía que no tuvieron los que estaban pegados a los hechos. Han hecho frente al trauma social de ser los verdugos de Europa durante un régimen terrorífico que comenzó aniquilando a toda la disidencia –a la que se hizo desaparecer antes que los judíos– y siguió expandiéndose hasta Rusia mientras las SS limpiaban de civiles indeseables los pueblos y ciudades.
Que digo yo que si van desapareciendo vecinos por decenas llega un día en que te huele mal y sospechas que nada bueno debe estar pasando y decides sobrevivir callándote. Es lo que tiene el terror, te calla. Lo sabes y te callas.
Una vez acabada la guerra, continuó el silencio. Hitler estaba muerto y en Nuremberg había tenido lugar un macrojuicio contra algunos responsables, pero no contra todos los responsables, porque eran mayoría y una sociedad, que había banalizado el mal, era responsable en su conjunto. Como ya es bien sabido, gracias a la recuperación de textos de autoras en esta cuarta ola feminista que vivimos, la banalidad del mal es una expresión que acuñó Hannah Arendt en un libro devastador, Eichmann en Jerusalén” sobre el juicio de este tipo insignificante y anodino que solo cumplía órdenes trasladando a millones de seres humanos como ganado y visitando los campos donde los exterminaban. Negar el holocausto es de una ignorancia increíble, los propios nazis lo cuentan sin remilgos, se supo de la solución final porque son ellos en sus testimonios los que hablan de acabar con los judíos como prioridad máxima. Llega a decir Eichmann que cuando vieron que la guerra estaba perdida, pensaron que al menos habrían librado a la humanidad de la lacra de los judíos. Ese sería su gran legado.
La revelación es que no hay un proceso modélico cuando se viene del horror, del autoritarismo y de la banalidad; en todos los países cuecen habas. El auge de la extrema derecha en Europa no es un auge es una reaparición. Nunca se fueron.
La ficción es un medio catalizador. Los alemanes han hecho su viaje y tienen la libertad de contar cómo vivieron esta realidad, cómo se sobrevive a un padre nazi, a un abuelo nazi sin convertirte en uno de ellos. Películas sobre luchadores incansables, personas que se jugaron la vida para que los hechos no desaparecieran.
Este es el poder de la ficción, puede hacer que cambie tu punto de vista. Por eso, en los países con menos libertad se ataca sin piedad a las personas que se dedican a contar historias, no sea que se acerquen a la verdad y la sociedad pueda verla y creerla.
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Películas y series alemanas:
Berlin Babylon, Hijos del tercer Reich, El caso Collini, El caso Fritz Bauer, La conspiración del silencio, Stefan Zweig. Adiós Europa, Hannah Arendt.
Tengo una teoría, creo que se puede medir la salud mental de una sociedad viendo su ficción: si hay gente creando en libertad y contando las verdades del barquero, esa sociedad tiene una vía de escape, una opción de salvarse.
Últimamente me ha dado por ver ficción alemana, siempre me ha fascinado el...
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Rayo Ruano
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